miércoles, 25 de abril de 2012




THE DEVIL AND
DANIEL JOHNSTON
(2005)

Jeff Feuerzeig



Daniel Johnston no es un músico, ni un cineasta, ni un dibujante, ni siquiera es un poeta; tal vez y a pesar de su leyenda, Daniel Johnston sólo sea un obsesivo plagiador de formas y estilos. No obstante, ya lo dijo Gogard: no se trata de dónde cojas la cosas, lo importante es dónde las pongas, y en eso hay una cosa clara, Johnston sabe colocar sus obsesiones de forma muy especial. Dicen que Daniel Johnston es el mismo diablo reencarnado en un chico de Sacramento, California y eso es algo de lo que muy pocos pueden presumir (o que muy pocos pueden resistir) porque seguramente, en ese estado de cosas, sólo los enteramente sinceros pueden permanecer en la brecha sin desfallecer, aguantando, como él lo hace, tan naturalmente, pues la herida quema sin cesar y como oportunamente dijo Roberto Bolaño: es algo que quema tanto que es imposible vivir allí continuamente, es imposible, te abrasa, sólo puedes estar un ratito. No se sabe cómo, pero hoy Johnston sigue tocando sus canciones como cuando era un adolescente que quería ser más famoso que Jesucristo y los Beatles a la vez. Si hay alguna razón por la que aún no está muerto, es porque sólo el mismo diablo es inmortal y por eso, dicho ser, hoy, ha adoptado el curioso seudónimo de D.J., un chico de Sacramento, California, que no para de repetir enigmáticas frases como Once upon a dream...
Tal vez hubiera sido un gran artista en cualquier otra disciplina, pero como se empeñó en encarnarse en el mismo Satán, tuvo que hacer creer a todos que era cristiano, un cristiano que se había vuelto loco y que no paraba de cantar. La mayor locura de Johnston es asumir su papel de profeta imposible y llorar en los bares después de tocar alguna de sus canciones naif, al ver cómo todos le aplauden y le sonríen, sin que él pueda llegar a entenderlo del todo. Desde el escenario, con la mirada vacía, -con la misma mirada que seguramente tuvo Ian Curtis o Kurt Cobain antes de suicidarse-, seguramente se pregunta por qué la gente asiste a sus conciertos o por qué los museos le piden que exponga sus dibujos y cassetes con grabaciones de su madre echándole la bronca; él sólo quiere un poco de amor y los demás se empeñan en transformarle en una leyenda. 
Sólo hay que escuchar sus primeras grabaciones en cintas de microfilm: honestidad, honestidad, honestidad como ley primera, eso es Daniel Johnston y no canciones o dibujos underground, y no música postpop, sino una actitud de resistencia, una política de vida inquebrantable, de delirios, lucidez y soledad ante la mentira que invade la existencia. Hay que ser justos, Daniel Johnston nunca fue un cualquiera, siempre quiso transformar su vida a través de sus acciones; sabía que su vida debía ser diferente, pues él sentía ser diferente y por eso quería escapar de lo que le rodeaba, de lo que cualquiera rechaza: el fracaso, y ante esto, misteriosamente, no hizo otra cosa que filmarlo, que cantarlo, que escribirlo y dibujarlo con ahínco, dejando claro qué es lo que le gustaba y lo que no le gustaba de las cosas, de qué tenía miedo y cuáles eran sus deseos, y por eso Daniel Johnston es importante, porque es un canal hacia otro sitio, un lugar que no conocemos, porque él es un ser extraño pero muy real dentro de un mundo real e idénticamente extraño. Él no quiere desaparecer sin más y necesita dejar su huella de Dinosaurio infantil y sentir que alguien le quiere, sentir el amor que nunca ha podido sentir y gritar lo más fuerte que le sea posible para que todos sepan que la vida puede ser hermosa y que también puede ser una auténtica mierda para un chico como él, un chico que se ha hecho mayor, un chico de Sacramento, California, que se quedó atrapado en un delirio adolescente sin salida. 
Daniel Jonston es paradójicamente un poeta vitalista, alguien que dice sin miedo: My voice is a little horse / galloping lost through the woods / calling your name, Daniel Johnston es un diablo sin mente buscando el amor del mundo; un mundo perdido, imposible de recobrar. A pesar de ello, él ha demostrado que es un luchador con la cabeza abierta, un ser extraño soñando cosas horribles parecidas a un chico inocente llamado Daniel Johnston; un artista fuera del tiempo, una linda pesadilla andante, un outsider en duelo contra sí mismo, atrapado en una diminuta habitación cerca de Waller, Texas, sentado junto a un piano de cola cubierta de dibujos extraños que aparecen en sus sueños (si verdaderamente el diablo pudiera soñar) y que guían la ruta de la hermosa brecha que parte en dos su cráneo de animal fantástico; un agujero que siempre permanece abierto para quien quiera mirar en él y contemplar la locura.








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