sábado, 14 de septiembre de 2013






POUR LE MISTRAL
(1965)
UNE HISTOIRE DE VENT
(1988)
Joris Ivens








Existen películas hermosas y ésta es precisamente una de ellas. No hay nada tan sencillo y tan potente como la tentativa de atrapar lo invisible y sin duda, este diminuto film, lo consigue. Ivens se remite al ejercicio primitivo de la fotografía, basado -por un lado- en la simple captura de las presencias y por otro lado, en la búsqueda inagotable de la belleza, para acabar construyendo uno de los films más bellos y mágicos de todos los tiempos. Todo lo que ocurre dentro de sus imágenes es prodigioso y como espectadores, sólo podemos disfrutar de ello contemplándolo, casi como si se tratase de un suceso milagroso, casi como un sueño imaginado, un acontecimiento de una naturaleza tan misteriosa que se eleva por si mismo. Todas las imágenes están dotadas por un halo de eternidad que las hace irrepetibles e infinitas, haciéndonos testigos del movimiento puro de las cosas en un momento muy concreto de lo inefable, siendo testigos de su extrema delicadeza, haciéndose cada elemento, un capricho estético y necesario que además de moverse, vibra en nuestro interior, manifestando su resistencia a la propia inexistencia. Se trata de una película de resistir ante lo incomprensible, de seguir mirando -como si fuera un ejercicio-, de mantener la atención en un punto inasumible y bello donde todo se resume en cosas muy elementales. Ivens tiene la lucidez de lanzarse al desafío más difícil de un artista: trabajar con elementos abstractos e inmateriales, en su caso el viento. Para Ivens, el viento es el elemento principal de la película y por ello le dedica su atención hasta límites insospechados, persiguiéndolo hasta las nubes, insistentemente, como si fuera un cazador del aire. En su delirio estético, Ivens va incluso más allá y en ocasiones detiene la imagen (tiempo) para que, por momentos disfrutemos de un gesto, una postura, un detalle -imposibles de ver de cualquier otra manera- y luego, inesperadamente, hace que la imagen se reanude (movimiento), utilizando así las dos cualidades esenciales de la imagen cinematográfica de una forma inédita.
Movimiento, Tiempo.
Tiempo, Movimiento.
Tiempo, Tiempo.
Movimiento, Movimiento.
Pour le mistral es una de esas películas absolutas -a la maniera de A propòs de Nice (1930)- que creo podría estar viendo toda la vida, una y otra vez sin cansarme -recogiendo cosas nuevas en cada visionado- bajando el volumen de la narración, dejándome llevar sólamente por esas visiones hipnóticas y silenciosas que hablan de todo y de nada al mismo tiempo y que tantean al viento como si fuesen una materia oscura intentando saber algo de su secreto, de su violencia, de su inacabable hermosura.  
¿De dónde nace esta obsesión por el invisible elemento?
Ivens lo sabía muy bien y por eso veintitrés años después de este trabajo, el director filmará su última película: Una historia del viento (1988).
Sin duda, es su obra definitiva y más acertada. A un año de su muerte, Ivens concentra todo su cine en un solo filme y vuelve a perseguir su obsesión. Nada le detiene a pesar de sus 90 años para ascender a lo más alto o sumergirse en lo más profundo o desmayarse en el desierto; todo para verse cara a cara con aquello que ha buscado toda su vida. Sólo hay una oportunidad, sólo hay una vida. Ivens realiza una película épica llena de pura extrañeza y modernidad, que consigue una belleza mágica de la forma más simple e ingeniosa. Toda la película es una especie de performance de sus visiones, un work in progress que desemboca en su encuentro final con lo imposible. Al igual que 8 1/2 (1963) de Fellini, F for Fake (1973) de Orson Welles o JLG/JLG - Autoportrait de décembre (1995), la película de Ivens se acerca a expresión máxima de una voluntad y la claridad de sus imágenes y de sus palabras transmiten un mensaje de paz espiritual y de comprensión esencial de la existencia.
Lo más hermoso de la película es ver sonreir a un niño de 90 años llamado Joris Ivens.
Hay que tener valor para crear realidad.

La obsesión nunca termina, sólo terminamos nosotros.

Ivens se fue, el viento se queda.







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