miércoles, 18 de diciembre de 2013






F FOR FAKE
(1973)

Orson Welles




Yo solía hacer eso



Orson Welles se decide a materializar su obra más complicada y más libre, advirtiendo: éste no es ese tipo de película, preparando al personal sobre lo que viene, pues lo que se acerca desde el primer segundo, es algo así como una bola de nieve que crecerá sin descanso. Pero, si no es como las demás, ¿cómo es el film en sí? Nadie nunca ha podido explicar exactamente qué le llevó a Welles a realizar esta aventura de cajas chinas donde todo puede ser si sigues el juego, un juego nuevo y viejo a la vez (pues aunque nadie se había dado cuenta, no era la primera vez que lo hacía).
Welles dice que el mago sólo es un actor y por tanto el truco sólo puede dar como resultado una película y por eso, utiliza esta senda de artilugios de luz y pensamiento en forma de pirueta fílmica, inventando este número de prestidigitación, para el cual, Welles impone sus manos como su principal modus, mostrando los ases con los que ganará la partida: robar imágenes, transformar a las personas en cosas, avanzar a saltos, contar mentiras, contar verdades, jugar con el azar y las coincidencias, andando por ahí vestido de magia negra, hablando de secretos sobre secretos... la bola se hace grande y nadie sabe qué hacer para detenerla. Es una mano que nos toca sin saberlo. La bola aplasta todos los films de la historia, empezando por los suyos mismos, hasta que baja el telón y empieza la historia.
De la guerra de los mundos, a la guerra de los juegos.  
El film trata de un falso falsificador y de un verdadero falsificador que desarrollan -juntos y separados- una ficción alrededor de la vida, para luego destruirla felizmente. Orson Welles la filma porque sabía que 1973 ya no podía engañar más a Hollywood de lo que Hollywood le había engañado a él, por tanto, concluyó que sólo podría volver a triunfar con un fraude, pero ésta vez, avisándolo; el más difícil todavía. Un fraude es como una verdad oculta, un escondite sin motivo muy distinto a lo que hacen los expertos y el sistema: explicar, explicar, explicar (horror de ciencia y economía). El fraude no explica, sino que hace creer. Dice Orson Welles: cree, cree, cree, ¿en qué? pues para empezar, en un escritor que escribe un libro sobre un falsificador que ayuda a falsificar unos documentos con los que el supuesto escritor acaba triunfando. El libro de dicho escritor es la biografía del verdadero falsificador, que a su vez es enviada al mayor faker de la historia: Howard Huhges. 
El cine siempre tuvo esta intención: la de hacernos creer casi cualquier cosa, bajo cualquier forma, pero cuando una película se acaba, un desencanto nos envuelve, pues pareced que el film corre a esconderse al desierto para preparar su siguiente truco y nos deja otra vez solos, con nuevas dudas; así funciona el cine, formulándose y resolviéndose, yendo y viniendo para tropezar donde siempre, para triunfar sin ayuda. El cine es un ritual donde podemos creer sin problema lo que sea, pues el arte es una mentira que nos hace darnos cuenta de la verdad en este planeta donde ser uno mismo y mantenerse fiel a uno mismo, para uno mismo, no es nada fácil. Una de las funciones esenciales del cine es esa, sobretodo a partir de Welles y de ese espejo prodigioso que representa toda su obra y F for Fake en especial.
Pero, ¿a quién le importa todo esto? A Orson Welles le importaba porque estaba luchando por resucitar la esencia del cine, por hacer que la gente vuelva a creer en las cosas, pues él estaba enjaulado desde hacía tiempo, porque siempre luchó contra esa jaula, esa prisión, ese hollywood personal en el que cada vez que se proclamaba como un artista, el sistema le odiaba un poco más, pues hollywood sólo era y es money and ficción, pero el cine va de otra cosa, pongan como se pongan Howard Hugges y todos los que pensaron que podían entretener al mundo mientras ellos dominaban el mundo, pero el mundo les dominó a ellos y por eso Hollywood aún dice: seréis eternos, y por eso Welles proclama en el film: VAMOS A MORIR, mirándonos a los ojos, haciendo visibles los secretos del juego de la vida, cruzando el desierto, repitiendo incansable: sigue cantando, recordando: quizás el nombre de un hombre, no importe tanto, destruyéndose así mismo, haciéndose desaparecer hasta hacernos pensar: ¿quién es Orson Welles? hasta que su nombre pierde sentido y se transforma en su truco, una argucia basada en creer que el arte mismo es real como el cepillo de dientes con el que nos limpiamos misteriosamente los dientes cada noche, creyendo que así, con esa simple chorrada de frotarnos, jamás se nos caerán. Pero se nos caerán y por eso F for Fake es tan importante, pues no es un film sino una posibilidad, siendo a la vez un reto a la imaginación absoluta, para creer que algo así como lo que ves ahora, pudiera ser definitivamente real.





realidad






¿realidad?






miércoles, 11 de diciembre de 2013







MAN WITH NO NAME
2009
Wang Bing






Él no habla. Él no canta. Él no mira. Él siembra, cuida y recoge, él come, limpia y duerme. También fuma y arranca trozos de mierda de vaca en una carretera por donde ya no pasa nadie. Él vive en una cueva llena de tinieblas y enciende una vela para llamar a la luz. Pero no mira. No habla. Sólo anda de aquí para allá, sabiendo lo que tiene que hacer -lo que él ha inventado- sin perder un minuto. Si no hace lo que hace, morirá, pero él no quiere saber qué es la muerte. Él es un hombre en el que se concentran todos los hombres que no están. Me explico: donde él vive no hay nadie porque todos se fueron de allí y por eso él sobre todo anda y camina mucho de aquí para allá, para buscar cosas que le faciliten otras, para encontrar algo que le sirva para inventarse otro algo parecido a lo que no existe, porque donde él vive, nada existe en realidad; para los demás, él tampoco existe.
Es un film sobre la inexistencia aunque también trata de un hombre que no habla y también es una prodigiosa máquina del tiempo o cohete espacial filmado por Wang Bing, que nos lleva a un mundo desierto y hostil donde el hombre no tiene lugar. Podría ser la luna. El film es un hombre viviendo en un planeta extraño llamado tierra, donde sólo habita él, donde sólo respira él, donde, cuando muera, nadie se dará cuenta, ni siquiera él mismo. El film de Bing reúne la mayoría de los elementos de la estética contemporánea: el outsider, la deriva, la ventana, el paseo, el desierto, el vacío, el silencio, la imagen, el misterio, la aventura, la contemplación... bueno, quizás todo ésto sean sencillamente los motivos de siempre y tal vez, a lo que se llama contemporáneo no sea más que una continuación de esa soledad que viene masticando al hombre desde la Edad Media. Por eso decía lo de la máquina del tiempo, pues con Bing viajamos mucho más allá de la China desonocida y extraterrestre, sino que vamos mucho más lejos, tan lejos que nos encontramos a nosotros mismos en todos los tiempos, representados en esa esencial figura que se mueve lenta y sin hablar, alejado de la histeria y de la neurosis que infecta a las ciudades contemporáneas (!oh lo contemporáneo, ese gran desconocido¡). Bing no nos muestra un paraíso ni mucho menos, sino un molde interior de lo que somos en realidad despojados de toda la parafernalia que parece que mantiene en pie a la esquizofrenia social, lejos de los artilugios que parecen querer hacernos creer que podemos ser inmortales y ubícuos, cuando realmente, seguimos siendo sólo eso: alguien que recoge mierda del suelo para sobrevivir.
El film es pura ausencia y a la vez, puro barroquismo, me refiero, a un vacío que se ve en cualquier rincón sin dejar hueco a nada más, por eso es un film barroquista y ausente, un film fantasma que filma a un fantasma vagando por un tiempo que le es ajeno. El no es un héroe sino un campesino. Él no es un ejemplo sino una excepción. No es la respuesta sino una pregunta. Él es el dios de su propio mundo y por eso somete a todo y todo se le da.
Hay un momento especial en el film, en cuál el campesino se tropieza con una piedra. Al instante, la coge y le da varios golpes, castigándola con ira. Es el único momento en el que podemos ver su poder, su poder sobre las cosas en un mundo que cree suyo pues sólo está él y porque, de alguna forma, él lo ha inventado todo. Él es un dios y Bing es un filmaker que se transforma en  follower para ver qué ocurre en un lugar cuando no hay nadie. Me imagino a los dos caminando por los caminos desiertos de China y lo que es un film casi metafísico, se transforma en una comedia de autor (¿qué será eso?). Pero eso sólo me lo imagino yo, pues Bing nunca aparece, pues su objetivo es filmar como un fantasma.
Un fantasma sólo puede ser filmado por un fantasma.
Man with no name no es un film triste, ni un film doloroso, sino sólo una existencia desnuda y pueril llebada al grado cero de la parquedad, es un regreso a las cuevas, una profecía troglodita de lo que quizás esté por venir si algún día desaparecen todas las comodidades que hipnotizan y cogelan el espíritu. Se está mejor en el sofá... pero él no tiene sofá y todo es peligro a cada segundo y las estaciones pasan sobre su cabeza sin pasar, siendo su cuerpo una constante que lucha y que dura por sobrevivir un día más en ese extraño lugar donde todas las teorías de Locke y Hume se deshacen, porque Bing filma un hombre que es un hombre a pesar de no vivir con los hombres y que no habla porque no lo necesita y que no llora porque no quiere llorar, sólo quiere recoger boñigas en el camino para seguir muriéndose de miedo en su cueva del desierrto.










viernes, 6 de diciembre de 2013




BURDEN OF DREAMS 
(1982) 

Les Blank


                                            

esta selva, su casa
este río, su camino
este barco su sueño y no va a dejarlo ir
cuarenta grados de inclinación imposible son la única manera de llegar
aquí, la vida y la muerte tan cerca, tan lo mismo
no sabe si vive o si muere
vive y muere cada día
es hoja, barro, yuca, flecha
aquí la naturaleza en su más puro estado: obscena y violenta
quiere parar
la rendición sería dulce
...
sabe que si abandona su barco no tendría sueños
y no quiere vivir siendo una persona sin sueños


Ésto es lo que ella me escribió cuando vió la película. Ella me preguntó, ¿ de qué va? Yo le dije que no trataba de nada, que había un hombre y un barco que se dejaban llevar por el agua. Luego, una noche, metida bajo de la manta -porque no quería saber nada del mundo-, vió el film y escribió el poema. Me dijo: no sé muy bien si es un poema. Yo le dije que Herzog tampoco sabía muy bien lo que hacía, pero que era su vida; de eso se trataba. Ella me dijo que le gustó la película de Herzog. Yo le dije que no era de Herzog, sino de un tal Le Blank, un puto francés al que sólo le interesaba la política. En cambio, a Herzog sólo le importaba el barco y lo que llevaba ese barco y sólo le interesaba coger animales que se ahogan en el río y contemplar las cuchilladas que se metían los indígenas del amazonas vestido con su bañador amarillo, con su acento alemán y balbuceando español. La película podría haber sido mucho mejor, me dijo y yo le respondía que podría haber sido su mejor película, pero no lo fue. Si la hubiera filmado él, creo que hubiera sido su mejor película, pero la dirigió ese francés que tan poco sabe de cine y que tampoco parece saber nada de vivir. Por eso Herzog, cuando habla a la cámara, está curiosamente nervioso y desconfiado, pues sabe que no le graban como el querría; hay cosas que las tiene que hacer uno mismo para que salgan como tienen que salir. Menos mal que el barco no dependía de Le Blank y fue una catástrofe como soñó Herzog desde un principio. Herzog convenció a todos porque sabía que sus sueños le habían hablado de una catástrofe que debía ser atravesada para poder contemplar algo que se pudiera fimar sin verguenza, pero todo fue mucho peor, pues la película que nació de ese rodaje (Fitzcarraldo), acabó siendo artificiosa y fallida. Por eso Burden of dreams es el rastro más honesto que queda de esos años y finalmente es el film en sí mismo que vivió Herzog, aunque no sea del todo suyo, una partícula de todo aquel espíritu de aventura del que estaba poseído su corazón. Pero su corazón le engañó una vez más y en vez de filmar el proceso de subir el barco él mismo y hacer del barco una película en sí misma, -un film que se podría haber llamado EL BARCO-, se dejó llevar por la literatura y la narración y acabó con las manos vacías, o mejor dicho, llenas de barro. Tal vez es lo que él quería, me dijo. Seguramente, le respondí, no tengo ninguna duda. Un proceso superlativo de esta embergadura es muy difícil de pronosticar, me dijo ella, pero él lo sabía antes de empezar, le respondí. Es como la película de Hooper, ¿no? es lo mismo: The american Dreamer (1971). En vez de ser Le Blank, fueron unos tipos llamados L.M. Kit Carson y Lawrence Schiller. Pasó lo mismo. ¿qué pasó? Pues que Hooper estaba en su proceso, en su paranoia y ellos se pusieron a filmar sin ser Dennis Hooper -sin ser la cabeza de Hooper-, sin escucharle del todo y resultó igual. Ese fue su único error. 
Herzog y Hooper viven sus sueños pero sólo ellos podrían filmarlos.
Después de ésto, Herzog filmó un emocionantísimo film llamado Donde sueñan las verdes hormigas (1984) y Hooper su indisciplinada e irregularísima The Last Movie (1978). Las dos valen la pena y tal vez son el resultado de esos precedentes procesos superlativos que se intentaron filmar, dejando ese rastro de leyenda, de peligro, de aventura y de épica, aunque finalmente es filmar algo imposible, porque en realidad, estos procesos no existen más que en los sueños de aquellos que están abiertos para recibirlos. Y punto.
Pero entonces, ¿qué es lo que existe según tú?
Existes tú, bajo la manta, viendo esos sueños fracasar.







http://www.youtube.com/watch?v=DTgzMtdOtpw






miércoles, 4 de diciembre de 2013






LA SILLA
(2006) 

Julio D. Wallovits






¿qué nos dicen las cosas? Todo está ahí para tocarlo y nadie lo prohíbe. Todo está ahí para pasearlo, para comentarlo, para investigarlo. Todo nos habla de alguna manera si se le hace caso, porque todo vive en soledad, en esa intimidad de cama para protegerse del mundo. Todo se amontona en el rincón de la locura y de la estupidez para quitarle el polvo, y por eso, de vez en cuando, nos vemos rodeados por extraños objetos que nos acompañan en silencio, abultando la larga lista de pertenencias que nos hace sentirnos libres, de una u otra forma; aunque secretamente, sabemos que son una jaula.  SOMOS UNA JAULA. Las cosas son el tanatorio de nuestros deseos, los envases de promoción donde metemos nuestras ganas de salir volando de este horrible mundo con cara de orangután al que le salen dos toboganes del pecho porque tiene dos corazones; nosotros sólo tenemos uno.
Julio Wallovits nos regala su pesadilla particular, su oda a la nada y su escalinata de luz de pollo frito con ribetes de existencia, para proponernos el viejo juego de JUGAR. En su cabeza se repite el título de ese diso de Krahe tan cojonudo: Haz lo que quieras. Pues al igual que Krahe, Wallovits está harto del cliché, de la apariencia de lo común, de lo vulgar y por eso se arrima a la poética de Ionesco, de Topor, de Roy Anderson, y estruja la realidad en un pequeño pañuelo industrial –su pequeño soplamocos- lleno de calles que no llevan a ningún sitio, donde todo está atascado y vacío a la vez, donde cada paso, merece una pirueta distinta para sobrevivir y aplacar el suicidio de los días, un lugar donde parece que la muerte ha dejado de existir, para convertirse en un motivo más: ¿puedo ser YO tan eficaz como la muerte?
Al contrario que en su anterior película, la divertidísima Smoking Room,-donde Wallovits utiliza esencialmente el diálogo como una máquina de sucesos- La silla se opone diametralmente, para ser un artefacto de acciones, un aparato donde nada se cuenta, pero donde todo se ve. Nadie dice lo que hace o lo que le ha pasado, sino que lo hace y le ocurre dentro del tiempo del film, allí mismo, obligando al ojo a perseguir las cosas una a una, a reconocer a los cuerpos aislados, a entender las nuevas reglas de esa jaula llamada La silla.
La silla es como el lenguaje de los delfines: nadie sabe qué significa, pero todo el mundo cree que dice algo. Así, Wallovits desarrolla este ensayo abstracto de lo banal, donde la cuestión principal no es entrar o salir, sino ver qué ocurre allí, cómo se vive allí, qué hay allí; es un film dedicado a la curiosidad, la misma, por ejemplo, de Alicia a través del espejo, donde los objetos se rebelan por sí mismos, se deforman en la mente y se transforman en protagonistas que hacen y deshacen las vidas y las muertes de personajes, que finalmente no existen; pero todo existe si se expresa y por eso, de alguna manera, La silla es un sueño baudrillariano, lleno de Sartre y de detectives salvajes que creen en la Ley como en una patata, como en una piedra, como en algo material que reluce y respira (nada muere ni se destruye, sólo se transforma). La silla es un mundo donde todo está a la inversa y bocabajo, donde el bien y el mal son estrategias para vender chismes, donde el amor se infla y se desinfla, donde se pintan las paredes para no perderse, donde nada tiene precio y todo el mundo tira la casa por la ventana, allí donde las cafeterías están abiertas y cerradas y donde sin querer, se celebran NO CUMPLEAÑOS todos los días. Nadie ha nacido aún en La silla, pero todos siguen el guión hasta que salga volando. Wallovits se acerca a Carroll y al postmaterialismo para inventar un avión de papel que se sumerge en el agua para ser un juego.
Un sueño.
Lo horrible se transforma en agradable, pues esa es la magia de Wallovits, un autor donde el humore y el despiste están asegurados como cura al sinsentido y al absurdo irreal del curso de la existencia, por tanto se recomiendo tomar asiento y disfrutar de nuestra propia comedia, pues finalmente, La silla no es más que una estilización profana y bufona sobre nuestra estupidez y nuestra locura; ¿podremos ser algún día tan eficaces como ellas?