martes, 19 de agosto de 2014



HISTORIA DE MI MUERTE
(2013)

Albert Serra




Escribir es muy complicado y Serra lo sabe a la perfección. Más de una vez ha confesado sin pudor que le hubiera gustado ser escritor, pero que dicha disciplina requiere de una voluntad y una naturaleza muy determinada. Pero, ¿dónde meter todo aquello que palpita dentro de su cabeza, ansiosa de creación? Su opción fue el medio cinematográfico, un lugar donde las cosas se ven sin necesidad de inventarlas. En el cine no hay que escribir las cosas para que existan, están allí para nosotros, para que las veamos y las utilicemos a nuestro gusto. Eso es precisamente lo que hace Serra con el cine: invocar su derecho y su deber de libertad estética -tan castrada en el cine actual- sin tener en cuenta si su obra tiene un valor mayor o un valor menor. Viendo sus imágenes recorremos su gusto y sus formas, al igual que en una pinacoteca paseamos cerca de los cuadros y de las esculturas. De sus cuerpos pensantes (El canto de los pájaros, 2008) ha pasado a cuerpos parlantes, figuras que expresan su opinión en vez de sugerirla e invocan la palabra para provocar una sensación-pensamiento, pues sin duda, toda la obra de Serra es la eterna provocación ante un panorama cultural dormido y pasivo, condescendiente con la vulgaridad y el conformismo. Serra es un revolucionario de esos que van por su cuenta, muy alejados de movimientos y tendencias. Él es su propia tendencia, él y su amor por el cine de Warhol y esa casi olvidada herencia que dejó para esta disciplina tan maltratada, tan inexperta. Warhol utilizó el cine como una meditación sobre el mundo objetivo. Al igual que el cineasta norteamericano, Serra se tira de cabeza hacia un cine de la felicidad, cuando se entiende este término como una forma de ser libre para expresar una visión virgen de la existencia.            
     Aparentemente, el cine de Serra puede vincularse a los cines contemplativos y silenciosos de Europa del este y Oriente, pero bajo esa estética rotunda y objetiva, se esconde una perpetua pretensión experimental de abrirse por dentro, una intención de liberar su propio cine de una manera bella y salvaje. Es muy difícil romper con las ideas fijadas por la malvada cultura occidental, la cuál ha configurado nuestro imaginario de una manera inflexible y rotunda. Serra pide a gritos que se destruya esa tendencia tan común de satisfacer al público y por el contrario, imponer el propio mundo del artista como artífice y responsable absoluto de lo que se ve. Serra está convencido de que tenemos que imaginar por encima de todo y dejarnos llevar por las rutas más extrañas, pues son la única revolución ante un mundo inmóvil y dormido. Debemos destruir la historia que nos oprime, olvidar la política, desmitificar la religión, invertir las ideas y sobretodo, intentar ser libres con nuestras acciones y nuestras palabras.
       En los años 60, ya dijo Duchamp que en el futuro el arte se produciría de una forma más natural y no sólo por artistas. Warhol ya lo sabía porque admiraba al de Rouen y porque fue uno de los únicos que entendió rectamente sus ambiguas sentencias. En esa línea, Serra intenta naturalizar al máximo sus escenas, persiguiendo lo orgánico en cada instante para hacerlo vivo y emocional. En esta película, llega a despreciar la luz artificial y la imagen intacta, al igual que Kubrick ya lo hizo en su ambiciosa Barry Lyndon (1975). Opta por el grano rugoso y las atmósferas pobres y naturalistas en espacios cerrados o abiertos indistintamente. Continúa con la tradición warholiana de no utilizar actores profesionales, intentando alejarse del estereotipo y del amaneramiento del gesto. El gesto es algo religioso para Serra, en él se sintetiza el pacto ficcional de la sensación vital de sus imágenes; sin ello, nada funcionaría. Utiliza el tan apreciado azar de las palabras y las cosas, combinándolo en tomas únicas, donde va apareciendo la realidad muy poco a poco entre chistes y paisajes, a través de pasillos, retretes portátiles, novelas, gansos y jarras de vino; pero un mundo nuevo se abre ante nosotros. 
Como advierte Drácula en la película, después de morder a su primera víctima: ahora te sientes diferente, ahora te abres por dentro. Serra quiere que nos abramos por dentro junto a él, de la misma manera que se despieza a un enorme buey en los Cárpatos, recordándonos imágenes rituales parecidas a la famosa castración de Viva la muerte (1971) de Fernando arrabal. Dichas reminiscencias no son copias o guiños, sino una forma de vivir el cine como una felicidad de creación, como un privilegio estético (Arrabal hacía cine con la misma idea de felicidad, pero él la llamaba confusión). Toda luz que aparece en Serra, incluso las tinieblas, es una celebración de esa persecución intensa de la imagen bella y breve que sucede y muere continuamente. Esto ya es una constante en su cine desde Honor de cavallería (2006), ese rol de cazador luminoso que recorre una sola vida en busca de los hechos. Casanova, el gran eje interpretativo del film, quiere escribir unas memorias donde quepa todo lo que ha sido el mundo hasta su conciencia del mismo. Quiere escribirlo todo y vivirlo todo, pero sabe que no puede. Serra quiere filmar todo lo que tiene en su cabeza, pero sabe que es imposible; así transforma su imagen en discurso.      
       Serra habla por la boca de sus personajes más que nunca y de forma explícita: desarrolla la idea de la dificultad de la escritura y de su práctica como una forma de pensar. Desde los labios de Casanova, lanza la siguiente máxima: la escritura nace al moverse, ella va por fuera, nunca por dentro; hay que buscarla. Casanova habla de escribir pero nunca aparece haciéndolo, en vez de eso, no para de leer, llenando su mente de la aventura del pensamiento escéptico creado por Montaigne o Voltaire, o lo que es lo mismo, el desmantelamiento de las teorías preconcebidas de la realidad. Dice que hay que escuchar a las mentes abiertas, pues ellas saben que va a llegar la revolución, pero mientras tanto, Casanova prometerá centrarse sólo en los hechos donde cada semilla será una única  idea y donde cada idea será un capítulo de su propia vida, que ya anuncia en decadencia. Casanova ya es un zombie con peluca de noble italiano que vaga por el espacio de una época, imaginando la siguiente.
       Serra utiliza al excéntrico personaje de Giaccomo Casanova para dejar patente que el autor piensa siempre a través de sus personajes (como en una novela) y que cada palabra de la película tiene su referente gemelo en una idea de su creador, aunque ésta sea contradictoria o incomprensible. Por eso mismo, Historia de mi muerte es una película puramente confesional, casi de principios (aunque no lo parezca, en la linea de 8½ de Fellini, quien también hizo una curiosísima película sobre Casanova), donde planea el constante dilema que recorre al cineasta desde su decisión de ser cineasta: filmar o escribir, Casanova o Drácula. No es arriesgado pensar que estos dos símbolos universales que representan ideas tan distintas y crean mundos tan lejanos, viven dentro de Serra siendo él mismo. Casanova representa al individuo nutrido de cultura que ve la realidad con ironía; en cambio, Drácula es ese personaje entre tinieblas lleno de secretos que nadie podrá conocer, pues pertenece al mundo de los milagros. Dentro del cuerpo de Serra hay un Casanova que quiere ser Drácula, y un Drácula que no puede acabar con ese Casanova que se resiste a morir devorado por los lobos; Serra aún sigue buscando esa identidad en su cine, sin pensar, sin juzgar, entregado al puro movimiento, a la acción y a la aventura de la pura felicidad de la creación.
     En un momento determinado, Serra quiere eliminar todas las distracciones y los chistes, así la película, que en su primera parte es más ligera y circense, llena de escatología, erotismo burgués y cinismo materialista, se va convirtiendo en una sombra que viaja hacia el este de Europa en un carro donde el comer y el cagar al ritmo de Bach, se va diluyendo en un bosque donde los árboles están llenos de mermelada. Casanova cambia el palacio y el hambre por el viaje hacia el mundo de la magia, donde los palos se convierten en serpientes y la mierda en oro puro. Entonces, cuando todo ese nuevo mundo se avecina, la iluminación a lo Fantin Latour se va disipando y empiezan a aparecer las luces -más monstruosas- de Rembrandt, de Goya o de Vermeer. Entonces aparece Drácula al lado de un río y empieza a abrir la mente a todos de cuajo, pues su misterio es más potente que el de los libros, pues los libros acaban diciendo mentiras, porque todo está inventado y nadie sabe nada en realidad. Drácula rompe su silencio en medio del bosque y grita todo lo que tiene que decir. Lo único real es lo que aparece entre el pasto, susurrándote promesas ante las que podrás resistirte o dejarte llevar para siempre.








martes, 12 de agosto de 2014




EL ACTO DE MATAR
(2013)

Joshua Oppenheimer







(13 anotaciones sobre la película)



1.
Cuando vivió en Sumatra del Norte, Joshua Oppenheimer tuvo un vecino muy especial del que descubrió por casualidad, una historia más que estremecedora. Antes de saber nada, en 2003, el director texano viajaba por Indonesia rodando la reivindicativa The Globalisation Tapes, cuando empezó a escuchar las terribles historias que se contaban en los pueblos sumatrinos, sobre las sangrientas matanzas anticomunistas que se sucedieron en el país en los años 60. Josh quiso saber quiénes habían sido los verdaderos verdugos de aquel holocaust y así, acabó persiguiendo con su cámara, a más de cuarenta gánsters anónimos, con la esperanza de encontrar una historia que aclarase este terrorífico suceso, promovido secretamente por la CIA. Pocos saben que en Sumatra se halla la más grande mina de oro y la tercera de cobre de todo el mundo, además de ocupar un lugar estratégico con respecto a potencias como Japón o Rusia. EEUU financió millonariamente durante los años 50 indistintamente, al gobierno y a las guerrillas de Sumatra, provocando una guerra civil inevitable que desestabilizó el país hasta imponer una autocracia disfrazada de efectiva normalidad. EEUU no podía permitir que Sumatra se hiciera comunista, pues la Guerra Fría se encontraba en uno de los momentos más tensos de su proceso histórico. Muchos jóvenes sin porvenir que trabajan en las plantaciones, se dejaban seducir por el dollar norteamericano y se convertían así, del día a la mañana, en auténticos gánsters de cine negro que asolaron el país matando chinos a diestro y siniestro. EEUU inició unas campañas de propaganda anticomunista para lavar el cerebro a la población e instalar su propia versión del estado de las cosas; aquí comienza el horror en sí mismo, basado en un método de sustitución del lenguaje como arma letal a base de manipulaciones culturales y espionaje barato.


2.
Aunque en la película se le nombra cientos veces, en este texto no se utilizará el nombre real del protagonista, por una cuestión de lenguaje y de poder; simplemente se le mencionará como el horror, para que su nombre no ascienda al imaginario colectivo fácilmente. Ya uno mismo se siente demasiado partícipe de la barbarie del film, como para colaborar en esta problemática película en todos sus niveles, tan contradictoria ética como estéticamente.
Aparentemente, el vecino de Joshua es un hombre mayor, elegante y educado. Una vez le contó al cineasta que él empezó a ser gánster cuando sus patronos del campo vieron que era el único capaz de matar a sangre fría a cuantos se resistieran a su autoridad; les ahogaba en las albercas, cerca del maíz.  Josh todavía no sabía qué estaba buscando entre los gánsters hasta que conoció a este vecino suyo que vivía a unos metros de su casa. Un día lo acompañó hasta una pequeña terraza, donde le confesó sin pudor que allí mismo había ahorcado a miles de personas con un simple cable. Después de la explicación, el horror se puso a bailar sobre la terraza como si fuera Fred Astaire y esa danza macabra inició la chispa de THE ACT OF KILLING.


3.
La vida es una farsa que incluye a la tragedia, al holocausto y al infierno al mismo tiempo y eso Joshua lo sabía perfectamente, pues había visto las películas que rodaron directores como Jean Rouch (Les maîtres fous, 1955), Claude Lanzmann (Shoah, 1985), Jean-Luc Godard (Ici et ailleurs, 1976) o Jirí Menzel (Ostre sledované vlaky, 1966). El cine ya había hablado de ello, pero una forma nueva de lo mismo estaba a punto de emerger de la realidad; el infierno es un teatro de variedades, una multitud aburrida representando un papel dentro del vacío. El horror, como el mismo hombre, esta poseído por el ego y desea hacerse famoso a toda costa, para buscar su propia salvación y poder controlar las palabras del porvenir; todo es una cuestión de lenguaje. Si eres un asesino y quieres que tu nombre perdure en la historia, deberás manipular los hechos; tendrás que salir en la televisión y mostrar lo que eres o lo que crees que eres, pues el horror posee el don de contar historias muy sencillas y la historia de la muerte es el acto más sencillo y rápido. 
Josh se dio cuenta de eso y de que -instintivamente-, la forma de actuar del horror, siempre había sido la del acto de matar. Concebía el asesinato como un gesto sin consecuencia, como bailar, cantar, beber, fumar marihuana, tomar éxtasis... algo que empieza y acaba rápido hasta la siguiente vez. Para hacerlo soportable, el acto de matar puede sublimarse hasta el sadismo y transformarse en un juego o un ritual mecánico que va perfeccionándose con la práctica. Ya lo dijo DeQuincey en El asesinato considerado como una de las bellas artes (1827) donde el horror toma un valor estético y donde la sustitución semántica vuelve a tener su efecto ineludible. 
El vecino de Josh es muy narcisista y muy coqueto. Se tiñe el pelo y viste trajes horteras de segunda, combinados al azar. Le gustan las chaquetas amarillas y los sombreros fuxias; se pone gafas de rastrillo para parecerse a Al Capone y tiene una dentadura de Drácula para salir guapo en las fotos. Todo es un disfraz para él, pues toda su vida a representado un papel de ficción, una ficción de la que no puede salir, porque no sabe cómo; vive una irrealidad rodeada de vulgaridad, pues la muerte es cutre en sí misma y adopta esa manera miserable y ridícula para manifestarla. El horror necesita volar para sentirse feliz y cuando lo consigue, aparece en escena como un viejo que baila por la calle acompañado de un gordo retrasado mental que ha matado a tantos chinos como él y que se lava los dientes como si fuera un jabalí emparrillado. Se viste de mujer porque ya no sabe qué hacer con esta vida en la que nada le divierte. En el pasado, el horror crió a un niño que hoy es el rey de Sumatra y que bromea constantemente con apuñalarle por la espalda; este niño es un putero y un traidor, pero todos le pagan sus diezmos sin rechistar. Ese pestilente rey dice: en este país tenemos gánsters y eso es bueno, porque la palabra gánster significa hombre libre. En ese instante, Josh empieza a entender que todo aquel entramado, se trata de algo más sofisticado de lo que realmente parece; alguien a sustituido las ideas comunes y ha trucado el lenguaje para que la realidad coincida con el absurdo. Entonces Josh entiende que vive en medio de una dictadura criminal. Pero, ¿cuál ha sido el motor que ha cambiado las palabras para ajustar la realidad a una pesadilla tan imaginaria como la de Sumatra?



4.
En los años 60, el horror trabajaba en un cine revendiendo entradas y matando a cualquiera en su tiempo libre para ganarse un plus y comprarse las chaquetas amarillas más cantosas de Indonesia; nos gustaban las películas porque nos enseñaban a vivir, pero cuando llegaron los comunistas, nos las quisieron quitar: nos robaron a Elvis, a John Wayne, a Al Pacino, a Robert de Niro, a Sidney Poitier y entonces nadie venía al cine y nosotros no podíamos vender entradas ni aprender cómo hacer las cosas. Cuando me hice gánster, mataba a tanta gente, que el cine era lo único que me hacía olvidarlo, porque necesitaba sentirme bien.
El cine le enseñó a actuar y su forma de actuar fue la de matar.
El horror y sus compinches están alienados por una mentira de la CIA que aún hoy, ignoran. Gracias a Hollywood, la misma CIA parece algo irreal, un elemento de pura ficción y película de sobremesa que alguien ha inventado para un guión de la Paramount, pero si se analizan los hechos históricos detenidamente, se descubrirá la terrible sorpresa de que el caso de Sumatra fue uno de los primeros experimentos del espionaje norteamericano liderados por Kissinger, en la lucha por la supremacía mundial durante la Guerra Fría (un germen que, poco después, se aplicó por ejemplo, en el caso Pinochet). Parece conspiratorio pensar que el lugar que ocupa hoy EEUU, es debido en su mayor parte, a dichas astucias imperialistas y secretas, y no, como se sigue obligando a pensar, a su cínico patriotismo y a su leyenda de pacotilla. EEUU ya inventó a través de John Ford, una parte de su historia, o mejor dicho, el origen de su mito como nación dominadora, luchando contra los indígenas americanos a base de séptimos de caballería. Esto Josh lo sabe porque nació en Texas aunque ahora vive en Copenhague, pero el horror no sabía ni sabrá nada, pues igual que EEUU, la identidad del horror también fue inventada, de alguna manera, en el cine. El asesinato cotidiano acabó siendo normal para sus manos, junto a unos tipos que acabaron cantando canciones de Louisiana en medio de las calles de Sumatra, sin saber muy bien qué decían o por qué cantaban aquello en aquel idioma tan extraño donde death significaba muerte y love, amor; pero esto ellos tampoco lo sabían. Los amigos del horror se creen cantantes folk, estrellas de cine, gánsters de New York, de Atlantic City o de Chicago. Se creen Al Capone, visten camisetas de Transformers, fuman tabaco norteamericano...
Eso es alienación.
McDonald es alienación.
Kennedy es alienación.
Nike es alienación. 
Las películas de gánsters son alienación
Starbucks es alienación.
Vietnam es alienación.
Afganistan es alienación.
Obama es alienación.



5.
EEUU ha conseguido alienar al mundo entero en su beneficio personal y a día de hoy, millones de muertos duermen perdidos sin saber por qué les mataron. Al igual que EEUU, el horror inventa su forma de actuar y normaliza la muerte para creer en la cotidianidad de los gestos, pero el horror siempre ha sabido de dónde vienen las pesadillas; el vecino de Josh mató una vez a un hombre, pero se le olvidó cerrarle los ojos, desde ese día, aquella mirada le perturba las noches que entretiene jugando con patitos de plástico. A ellos sí que les cuenta la verdad y les susurra que realmente, cuando era joven, tuvo mucho miedo y que por eso mataba chinos sin pensar como si fueran cucarachas y que por eso se drogaba como un mono de feria cada día; matar es fácil, lo difícil es encontrar un motivo que calme la culpa.



6.
El jefe del horror confiesa: ¿para qué hablar de él si no fue sólo uno, sino cientos de ellos que son lo mismo? Pero él engaña, pues oculta que era él, el gran verdugo que seleccionaba a las víctimas. Mentía para ofrecer un motivo real de castigo; la palabra vuelve a mostrar su poder. Él era otro tipo de horror, un horror de palabra. El jefe de los gánsters no se considera un gánster, sino el editor de un periódico: un hombre libre que dirige a hombres libres. Pero en Sumatra todo está corrupto hasta el nivel de lo cutre. Los militares dicen que hay demasiada democracia y que a los gánsters hay que dejarlos en paz, porque han de vivir su vida: RELAX/ROLEX o el american way of life. Necesitamos hombres libres que corran riesgos en los negocios, que usen sus músculos, que dirijan el país.



7.
Los hombres libres no cesan de hacer juegos de palabras con todo, pues la realidad se les ha hecho un lío en la cabeza y todo su lenguaje está enfermo y mutado para que el status quo se mantenga; pero eso, ni siquiera ellos lo saben. Finalmente, todo el problema reside en una cuestión de lenguaje; el horror ha conseguido por ejemplo, sustituir la palabra muerte por la de ley, enemigo, comunista o chino. Ha instituido el término hombre libre y ha eliminado el de asesino; dice democracia en vez de dictadura, periódico en vez de matadero, terraza en vez de sala de torturas, vida en vez de parodia... lo sádico es sinónimo de lo cruel, de lo violento, de la tortura, de la danza de la muerte; los ejemplos son incontables y la realidad está dada la vuelta en favor de la oscuridad. La sustitución de las palabras por falsas ideas, el trastoque de imágenes culturales y significados comunes o la imposición de nuevos símbolos sociales, representan el fatídico a, b, c de cualquier sistema dictatorial. A diferencia de la esvástica nazi, el águila franquista, las barras norteamericanas o la estrella marroquí, el horror en Sumatra no se representa por nada más que por el vacío. La verdad y la mentira, a nivel semántico, se alteran hasta construir un discurso digno de un Ionesco enloquecido, una verdad relativa donde el horror tiene mucho miedo. Fuera de allí, el país de Sumatra sólo se conoce por su belleza natural y por sus centros comerciales; el sueño de Kissinger se ha hecho realidad. La identidad de Sumatra está oculta bajo el poder del horror, pues nadie quiere contar que pasó en el año 1965. Josh está preocupado pues se da cuenta de que todo es absurdo en Sumatra hasta el punto en que los asesinos creen ser héroes sin pelos en la lengua que merecen ser glorificados por sus hazañas. Ante su falsa percepción, ellos son los nuevos Aquiles, Teseos, Ulises, Agamenones, Menelaos y Orestes de su país a los que se les debería venerar. Josh se ha ganado su confianza y por eso los gánsters le hablan de la muerte como si le hablasen del fútbol, relatando su pasado como si se tratase de un tiempo verdaderamente épico y glorioso. Entre ellos se llaman amigos, pero no son más que matones a sueldo, ratas sin estómago que se rindieron al oro norteamericano.



8.
Josh le muestra al horror lo que filmó junto él en la terraza, la primera vez que se conocieron y cuando parece que la catarsis del cine va hacer su efecto en la conciencia del malvado, todo se hace aún más sorprendente: el horror se pone a explicar el acto que acaban de ver y se queja de que no ha sido una buena interpretación, pues en realidad todo es más violento, más rápido, menos racional; no se puede matar a alguien vestido de picnic, se reprocha seriamente. Sólo puede ver su ficción, no su realidad. La significación de los hechos ha sido borrada de su sentido y por eso el horror es un ambiguo monstruo que ríe sin saber por qué tiene pesadillas por las noches. Para él, ver pasar la vida es como asistir a una película donde él siempre gana, donde él aplasta el cuello de un hombre bajo una mesa, ese lugar donde todos le respetan simplemente porque le temen y porque saben que en sus manos murieron miles de chinos en los años 60, supuestos comunistas que él liquidaba a sangre fría  porque se lo ordenaba su jefe, el tipo del periódico. Los llevaba a un portal frente del cine donde él trabajaba vendiendo boletos para ver The Searchers, y allí los liquidaba. 



9.
EEUU pagó la realización de una película de propaganda anticomunista en los años 50 en Indonesia. Esa película se reponía anualmente a todos los niños en las escuelas. El horror trabajaba en el cine donde se proyectaba aquel panfleto gore y el horror confiesa que los niños salían traumatizados, llorando, sin saber muy bien por qué debían odiar a los comunistas: yo fui más allá de lo que se ve en esa película, le dijo su vecino a Josh, y por eso dicha película es lo único que me hace sentir inocente a día de hoy. Esa es la única razón por la cuál el horror quiere hacer su propia película; nunca ha entendido la vida sino a través de un film, una ficción sellada en el tiempo, una forma fija que explica las cosas claramente en su cabeza. Josh comprende que la ficción cinematográfica es la metadona de este pistolero insomne sin escrúpulos y por eso se ha comprometido con él para hacer una película sobre la muerte, un film que baila dentro de la imaginación de un gánster sin escrúpulos. Josh utiliza esta argucia voluntaria -pues los gánsters son los que en realidad necesitan realizar el film para salvar sus enfermizas almas- para adentrarse en la oscuridad de su relato. Ellos le abren las puertas de la verdad; la historia se queda desnuda en sus palabras y los ojos del espectador permanecen atónitos ante su recreación de las hechos. El horror puede llegar a relativizarlo todo, barajando posibilidades fatídicas para dar respuestas contradictorias. La justificación de sus acciones se basa en un argumento infantil: yo no soy culpable, pues los demás también lo han hecho; las cosas cambian con el tiempo, lo que antes estaba bien ahora está mal y viceversa. Los gánsters relativizan una moral que ellos mismos se inventan y someten todo a ella en ese teatrito de muñequitos destripados e inocentes. Repiten sin cesar: hasta dios tiene secretos, casi como haciendo partícipe a un ser divino, de la barbarie que ellos mismos crearon. Mistifican cualquier elemento, con tal de proteger su mente del secreto pasado. Los gánsters son los ganadores oficiales de esta historia y por eso, según ellos, pueden inventar su propia versión de los hechos y controlar el lenguaje a su gusto, subidos a su coche amarillo, recordando lo buenos que eran asesinando a diestro y siniestro a todos los chinos que encontraban. No todo lo cierto es bueno, algunas verdades no son buenas



10.
Uno de ellos dice: si quieres empezar a condenar, ¿por qué te centras en las matanzas comunistas? ¿por qué no empiezas con las matanzas de indios americanos?
¿por qué la gente ve a James Bond?
buscan acción
¿por qué ven películas sobre los nazis?
 buscan poder y sadismo



11.
El horror sostiene que puede hacer una película que supere todo producto americano de violencia, ya que él considera que su horror es el más verdadero. Sin duda, confiesa, nunca jamás ninguna película usó nuestro método. El horror dice representar la verdad pues confiesa ser un artista. Aquí, el método de sustitución del que vengo hablando, llega a su clímax, pues torna la palabra holocausto por la de arte y así transforma al asesino en un artista mayor; paradójicamente llega a la misma conclusión que DeQuincey, aunque por una ruta muy diferente. El horror definitivamente, se ha apoderado del lenguaje y lo asume y lo controla naturalmente.
El horror exige que en esta nueva película, todo debería ser verdad y por eso son ellos los que dirigen y hacen sufrir a los actores, son ellos los que miran por detrás de la cámara, son ellos los que hablan confesando la verdad sin darse cuenta; quieren, sin saberlo, que el film se parezca a la muerte tal y como ellos la conocieron, escenificándola en su detalles, disfrazando inconscientemente a lo protagonistas, recreando los hechos de una manera inverosímil y alucinada. Sin darse cuenta, reconstruyen el curioso pasado que contiene el secreto de sus vidas y la verdadera razón por la cuál no duermen por las noches; una cajita donde aún está vivo el origen de su terror. Su percepción de las cosas está tan distorsionada, que las escenas de la película acaban siendo una especie de circo estrafalario donde se mezcla la estética de Humor Amarillo y las películas de Laurel y Hardy, con la hiperrealidad de La caída de los dioses de Visconti, Saló o los 120 días de Sodoma, La cinta blanca de Haneke o Blue Velvet de David Lynch, todo a un mismo tiempo.



12.
El vecino de Josh dice: somos actores de telenovela que interpretamos nuestra propia muerte y cuando lo hacen, se dan cuenta de que la muerte es de otra manera muy distinta a lo que ellos habían imaginado durante toda su vida. La imagen que se cierne sobre ellos, habla por sí misma y les hace comprender la verdad, porque la imagen no usa palabras que ellos puedan sustituir, sino sensaciones reales que se les meten por dentro. El horror confiesa apesadumbrado: no pensé que la muerte fuera a verse tan terrible; de repente veo esa oscuridad y es como si viviéramos el fin del mundo. Por fin sé que esto sólo es una película, pero ahora todo está volviendo sobre mí de una manera muy diferente; el terror, el miedo, el silencio me invaden. La verdad siempre vuelve porque es verdad y ahora ha regresado en forma de pura imagen, una imagen que habla del pasado sobre lo que ocurrió y sobre lo que ocurrirá. El film de Joshua, construye una imagen prodigiosa de un particular uso del cine que sólo puede conseguirse a través de una coincidencia entre un millón, pues la relación que se establece entre el director y los asesinos, es tan explícita y tan especial que parece mentira. Seguramente Josh se sintió de alguna manera como Leni Riefenstahl filmando El triunfo de la voluntad en 1934. Así, imaginar la posibilidad de que existiera una película donde personajes tan repugnantes como Rudolph Hess, Amon Göth, Oskar Dirlewanger, Ilse Köhler, Mengelle, Irma Grese o el sádico Martin Sommerque -donde contasen en vivo y en directo la técnica de sus torturas durante los años 40 y luego decidieran representarlas para demostrar su belleza y eficacia-, sería una auténtica paranoia de oscuridad fílmica y una opción poco probable de realizar. Por eso, esta película tiene una doble cara, ya que su eficacia es tan perfecta como la de sus protagonistas y el nivel de realidad que se maneja es de tal calibre, que asusta darse cuenta de repente, de que lo que vemos en la pantalla es totalmente real. Por un momento se llega a pensar de que no se trata más que de una pantomima muy sofisticada, un fake a la siglo XXI, donde al final, la sorpresa es que todo era una broma sin más; pero aquí nada parece ser un chiste y ni siquiera las escenas más excéntricas causan una carcajada en el abrumado espectador; la niebla del mal que cubre todo el film, recuerda la famosa y olvidada película de Resnais, Nuit et Brouillard (1955), un film que inició una nueva actitud frente a la historia, haciéndonos responsables de ella a los que la vivimos en el presente. Así, la película que acaba filmando Joshua Oppenheimer, cruza el umbral de la ficción de la manera más estrambótica, transformándose en un film nada común, pues el palimpsesto que consigue -a partir del carrusel de películas que van apareciendo en Act of Killing-, resulta ser una experiencia tan misteriosa y perturbadora, que acaba transformándose en un arma de doble filo, donde nadie gana ni pierde y donde se esclarece una verdad oculta de la manera más sorprendente. Finalmente, el film se nos  muestra como una pequeña historia que nos revuelve por dentro sin saber muy bien por qué, una sencilla historia contada sencillamente, que nos produce un sentimiento contradictorio, de la misma manera que nos sucede cuando visionamos La sangre de las bestias (1934) de Georges Franju, una historia cotidiana y tremenda, donde lo que vemos no es exactamente lo que se muestra. 



13.
Tal vez, los gánsters han conseguido en el film, inventar un sustituto de la realidad para encubrir un horror al que llaman vida y una culpa a la que llaman bendición, con el macabro objetivo de obviar a millones de víctimas, inventando un cementerio surreal, donde los muertos danzan sonrientes y felices junto a ellos, casi pidiéndoles perdón, esperando que nosotros mismos -los que vemos el film-, nos hagamos sus compinches también de alguna manera y les compadezcamos, participando con nuestras risas y nuestra curiosidad, en la sangrienta historia que han inventado exclusivamente para nosotros, sin saber nunca que realmente ellos mismos, han sido, son y serán pequeñas máquinas que otros -más listos y crueles-, inventaron en algún lugar de Norteamérica para dominar el mundo.






viernes, 8 de agosto de 2014



WATCHMEN
(2009)

Zack Snyder





El mundo está aburrido y todo parece banal. La acción se ha olvidado de la mano de los hombres y parece que sólo unos pocos pueden resucitarlo. La historia de Watchmen comienza -al igual que el famoso libro de Jan Potocki- con el descubrimiento de un diario anónimo, que cuenta los motivos de por qué el mundo ha llegado a ser lo que es; el film es la ilustración de dicho diario. El siguiente pliegue trata de comprender que ese diario nace de la mano de un personaje redentor, un alma herida que pretende escarbar en lo más profundo de lo real, para sonsacar la verdadera trama del pastel; es un héroe disfrazado de detective que ha conseguido liberarse de todo compromiso o lazo y que se ha sacrificado para liberar el espíritu de los hombres. Vive entre las sombras sin remordimientos, repitiendo sin parar: 
devuélvanme mi cara,
devuélvanme mi cara,
devuélvanme mi cara.
Tras esa máscara manchada se encuentra una de las diversas voces que forman el corrosivo mensaje de Alan Moore, el escritor que inventó esta historia de conspiraciones y la llevó a los cómics, para difundir su mensaje a la manera de los nuevos tiempos. Al igual que Jeremías, Baruc, Ezequiel, Daniel, Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías o Malaquías, Moore intenta pronosticar el futuro inminente y transforma sin reparos los hechos de la historia, para crear una nueva versión del Apocalipsis. La palabra ha vuelto para intentar salvar la realidad y resucita las imágenes para que podamos ver a qué se parece. Los viejos profetas chillaban en las plazas de Babilonia y Jerusalem para conseguir que su visión fuera útil a los hombres. Moore usa las viñetas de colores para remitirse a una sociedad en decadencia, donde es fácil advertir el horror de las cosas. El futuro y el pasado residen en los signos que nos rodean, pero hay que descifrarlos, pues nada acaba nunca.

El aburrimiento ha condenado al hombre de hoy a sentarse en un sillón para ver qué ocurre en la realidad, sin apenas mancharse. Aunque el mundo esté a punto de estallar, nadie se dará cuenta verdaderamente; si todo estallara en este mismo instante, muy pocos podrían llegar a entenderlo de una forma recta. Desde hace mucho tiempo, el mundo vive sumido en la ficción norteamericana, absorbiendo -de todas las maneras posibles- esa cultura escéptica y materialista que se hace tan fácil y grata; en todo caso, se advierte que no es éste un panfleto antiestadounidense, sino el intento de esclarecer una problemática de la ficción.
En los años 70, surge en EEUU una nueva ola de artistas y movimientos que dan la vuelta a las premisas preconcebidas de la realidad. De entre toda la amalgama de hippies y LSD, de Dylans y Nixons, de Vietnam y de Guerra fría, nace una corriente underground que agrupa a unos cuantos creadores en desacuerdo con el establishment oficial y comienzan a crear la historia que revela la cara oculta de Norteamérica. Desde Warhol hasta Crumb, pasando por Bukowski, los graffiteros, John Cage, Warhol, los coyotes de Beauys o los negros de Basquiat, llegamos a un tipo llamado Alan Moore, al que hoy se considera el mejor guionista de cómics de la historia. Fuera de alabanzas -pues poco importan- este consumidor de ácido lisérgico, dejó escritas para el porvenir, un centenar de páginas que hablaban de una verdad alucinada. Cuando digo verdad, hablo de destapar la mentira imposible de imaginar, que sin duda esconde el sistema bajo una paz ilusoria y concedida; la misma que ha llegado a nuestros días y que hoy respiramos. Cuando digo alucinada, hablo de una nueva perspectiva, de un cruzar el umbral sin reparos y hablar de lo importante, sobretodo de lo imaginario como una forma purificadora.
Moore transforma los hechos de la historia y se inventa a unos tipos con ganas de acción y mucho ingenio, héroes disfrazados que van por las calles ajustando las cuentas a cualquiera que no cumpla la ley, pero no la ley de las instituciones, sino la ley de los hombres. Ellos son capaces de ver el miedo escondido en los rostros de la gleba, y así, inspeccionando los gestos y las facciones, descubren que todo se basa en la estúpida actitud de nunca tener suficiente y de querer más y más sin motivo. La muchedumbre tiene la fatídica manía de esconderse tras las máscaras facilitadas por el sistema, pues todos se sienten amenazados por algo que no conocen. Viven al borde del precipicio, sufriendo -como dirá Rorscharch- en medio de un matadero para retrasados mentales, sin saber qué decir, repitiéndose una y otra vez, que alguien les ha engañado y que les volverá a engañar. Los Watchmen han visto el terror en el rostro de la gente y han querido ayudarles, pero se han dado cuenta de que lo único a lo que tienen miedo es a ellos mismos; el sistema ha llevado demasiado lejos su trampa mortal y ha conseguido que la gente crea que el error está dentro de ellos mismos y no fuera. 

Entonces, ¿qué le ocurrió al american dream?
Fácil respuesta: se hizo realidad.

La ficción funciona aquí como una verdadera descarga de ideales sulfurosos y dietilamida destilada que, puestos en boca de outsiders enmascarados, parece resultar más convincente que en los labios de alguien real; uno de los usos de la ficción, es la digestión de la realidad, es el pensamiento tras la máscara. Ese es el verdadero poder de la ficción: hacer real lo ilusorio a través de lo fantástico, transformar lo real para destilar una cosa específica del todo y sacar del caos un milagro que irrumpa en nuestra mente. Este tipo de relato, tiene la capacidad de esconder secretos y mensajes ocultos entre sus golpes y sus fuegos de taquiones y, es en ese momento preciso, cuando un simple cuento puede estar transmitiendo un nivel de realidad mayor (véase Shakespeare o Cervantes). Cuenta Michel  Foucault, que aún en la época de los estoicos, el lenguaje poseía un valor ternario y por lo tanto, tres niveles de significación: significado, significante y su coyuntura. Este tercer nivel se perdió en nuestra cultura desde el siglo XVII al hacerse simbólico y representativo. Este  coartado pensamiento es el que se sigue utilizando en las escuelas occidentales hasta hoy. Parece ser que las cosas se analizan simplemente desde el fondo y la forma por separado, como si diseccionáramos el lenguaje para que perdiera su poder y nunca creara pensamiento. Si no hay coyuntura, nunca podremos pensar a través de las cosas. El tercer nivel de significación, es aquel que une los otros dos, es el nivel donde se articula la semilla del pensamiento, donde la etimología y el uso se unen para producir en nosotros una tercera dimensión y donde el lenguaje desarrolla todo su poder sobre nosotros. Alan Moore inyectó este tercer nivel a su obra y por tanto, Watchmen contiene esa sensación de cara y cruz donde todo se dice veladamente, donde siempre nos parece que se está diciendo más de lo que se dice, a pesar de la apariencia espectacular de las imágenes de Snyder, de su ritmo de videoclip y sus infografías siderales; de una manera u otra, lo real palpita en dicho palimpsesto estructural, acelerándose o ralentizándose, deteniéndose en el espacio, contándonos la historia de una forma sofisticada pero efectiva, invocando voces que nos hablan de la coyuntura. 

La voz del Comediante dice: todo son vidas violentas que acaban violentamente, porque los hombres son de naturaleza salvaje y no importa todo lo que adornes esa realidad, pues la verdad es cruel en ellos; son sucios, egoístas, estúpidos. Quieren crear un paraíso, pero ese paraíso está lleno de horrores. El horror ha conquistado la mente de los hombres (recordemos al Kurtz de Coppola) y los Watchmen lo saben, pero incluso ellos han sucumbido a la pasividad con que somete el sistema a toda existencia. Sólo se puede sobrevivir en una intensa revolución interior donde nada quede sin desenmascar y donde se luche intensamente contra la fuerte alienación que sufre una humanidad, enajenada por el dinero y sus trucos. La mente debe quedar liberada, el lenguaje de las imágenes debe recobrar su poder; la misión ya no es conquistar el mundo, sino conquistar a los hombres, follarse a la mente de la multitud para hacer que abra su alma de par en par y curar, por fin, los males que la afligen. Las multinacionales trafican con las drogas a las que está enganchada la mayoría: el petróleo, la electricidad, la coca cola, la moda, el deporte, la información… Han transformado a la humanidad en el yonki del que luego hablará Burroughs y en el borracho que más tarde inventará Bukowski, en el suicida al que míticamente cantará el oportunista Ginsberg o en el vagabundo al que hará soñar un hermoso y valiente Jack Kerouac. 

Entre otras muchas voces, suena la onírica voz del Dr. Manhattan: ¿por qué salvar el mundo si yo ya no pertenezco a él? Las calles están llenas de muerte, sólo lo que puede suceder, sucede; nada se acaba, nada se acaba nunca. Pero he visto un milagro, oxígeno volviéndose oro y ese hecho tan poco probable, es motivo suficiente para no rendirse. Cuando el materialismo de Manhattan se convierte en sentimiento y se abre a lo irracional, al hecho improbable, de repente empieza a sonar dentro del film, la indomable música de Jimmy Hendrix, interpretando, no una canción cualquiera, sino esa que dice:

"Tiene que haber alguna salida” ,
Le dijo el comediante al ladrón,
“Hay demasiado caos, no puedo descansar”. 
Los hombres de negocios se beben mi vino,
los labradores escarban mi tierra,
Ninguno de ellos sabe lo que vale”

“No hay razón para enfadarse”,
respondió amablemente el ladrón,
“Hay muchos entre nosotros que sienten 
que la vida es una broma. 
Tú y yo ya hemos pasado eso y no es nuestro destino, 
así que dejémonos de historias, que se hace tarde”

En las atalayas, las princesas siguen atentas
mientras todas las demás vienen y van,
y también los sirvientes vienen descalzos.
Y fuera, en la distancia, un gato vagabundo chilló, 
mientras dos jinetes se acercaban,
justo cuando el viento empezó a soplar.

El signo esencial de Watchmen es una pequeña chapita sonriente, posesión del Comediante, casualmente el ser más cruel y más escéptico de toda la pandilla. Seguramente dicho personaje es el más banal, pues es el que representa el cotidiano pensamiento de la muchedumbre, el deseo viviente con dos patas que actúa en consecuencia con sus necesidades. La chapa sonriente manchada de sangre es el extraño símbolo de lo que Alan Moore concibe como el verdadero signo de los tiempos: una broma infinita que nos han gastado sin motivo. Por eso, Watchmen se plantea como una gran broma fílmica, pero que se empeña en dinamitar las conciencias a base de bien. El verdadero chiste de toda la trama son en definitiva, los Watchmen en sí, los vigilantes imaginarios de nuestra torpeza y nuestro egoísmo. Moore proyecta en sus antihéroes marginales, a los los monstruos que ha creado un alucinado, arquetipos puros y capitalistas, enfrascados en personalidades fijas y morales que luchan por utopías pegando saltos y matando a gente. Cada Watchmen es como una neurona de nuestra mente, formas de ver la realidad que crean confusiones en nuestra percepción. Al igual que ellos, estamos sumidos en todos los vicios, en todos los deseos y por eso el chiste funciona, pues a diferencia de Batman -del cuál Snyder está filmando una película: Dawn of Justice- o Superman -del cuál Snyder realizó la fallida Man of Steel-, viendo Watchmen, fácilmente empatizamos con la irracionalidad de personajes que nosotros mismos hemos sido o hemos creído ser en algún momento; el vengador, el mentiroso, el narcisista, el prepotente, el cínico, el orgulloso, el listo, el conformista, el ambicioso, el perezoso, el pasivo o el valiente. Watchmen es un film imbuido en un delirio de imágenes donde convergen todos los espacios y todos los seres: Marte, la Antártida, Egipto, el Infierno, Vietnam, las pesadillas, los reyes, la gleba, los detectives, los cantantes, los sueños, las pesadillas, el fin del mundo, el mando a distancia, las naves espaciales, las hamburguesas, los ríos de lava, el Valhalla de Odín; todo ello se mezcla en un cóctel donde el mundo analógico anuncia el futuro en un reloj que da vueltas, tal vez por última vez. 

Todo ya existía antes del ahora y cada momento es una escena que cabe en una de las tantas pantallas que vendrán en el porvenir, una de esas ventanas que se ha elegido para que una parte del mundo se muestre en coyuntura; al igual que las coloridas viñetas pop de Alan Moore, la realidad elige su propio color alucinado. Así en él, el Comediante seguirá repitiendo que nuestra naturaleza salvaje nos matará, pues el arma definitiva está en nuestras manos: es el mando a distancia de la profecía de los tiempos. Rorscharch seguirá aullando entre las sombras, buscando su verdadera cara. Veidt, el hombre más listo del mundo, seguirá sabiendo la verdad y estableciendo un pacto secreto: la paz tiene un precio llamado  silencio. Vivimos mecidos en una farsa en forma de chapa sonriente -o eso es lo que sostiene Moore- y la ficción nos lo recuerda desde la suya propia -o eso es lo que intenta Snyder, que tanto sabe se representar superhéroes-. Como decía Joseph Beauys, todo hombre es un artista y por ello, debemos encontrar en el arte, el sentido de nuestras capacidades, con el objetivo de encontar una sensación real de nosotros mismos. En esa linea, el dr. Manhattan se despide así: yo puedo cambiar casi todo menos la naturaleza humana. Me voy de esta galaxia a una menos complicada. Creo que quizá así crearé un poco... Existen otras dimensiones de la vida, otras fuerzas muy diferentes en el mundo que debemos conocer. El capital debe ser sustituido por la creatividad en el hombre, pues se le quiere aislar de este conocimiento precioso e innato, para hacer de los secretos algo verdaderamente productivo, espiritualmente útil o lo que es lo mismo: pensar Watchmen como un sueño paradójico de utopía real.





domingo, 3 de agosto de 2014





JLG/JLG -
AUTORRETRATO EN DICIEMBRE
(1995)

 Jean-Luc Godard





si hay algo de verdad en la boca 
de los poetas, viviré



La obra de Godard es un ave fénix que muere y resucita cada cierto tiempo, besando el clímax de las aventuras estéticas más radicales una y otra vez, sumiéndose en la oscuridad de las profundidades de sus propias imágenes, para renacer de nuevo. De seguro, Godard es consciente de que su cine es un pequeño milagro que le resucita de vez en cuando, dándole un hálito diferente y estremecedor de aspecto poco predecible; una catarata de luz sólo comprensible por el espíritu abierto y profético de aquellos que sepan leer el horizonte de una forma distinta a la estipulada.  
Mucho se ha escrito sobre Godard, demasiado se ha dicho ya. Se le ha intentado enemistar con Chris Marker o Truffaut, etiquetarlo como autor meramente político o narcisista, para acabar clasificándolo como una especie de gurú de la cinefilia. Se le quiso encajonar de la misma manera en el pop, en el intelectualismo, en el postclasicismo, en la nouvelle vague... pero ¿quién es él, sino finalmente un río solitario sin cauce fijo, una especie de monstruo salvaje del pensamiento que elige el cine para sobrevivir? Muchas veces se olvida el factor vital que empuja toda su obra, ese romántico leit motiv que le hace levantarse cada mañana y apretar el botón de rec de su ojo mecánico y prodigioso, muy distinto al del Vertov, a pesar de sus íntimas afinidades. Godard es tan extraño como un cóctel donde convivieran Kulechov, Warhol y Nicholas Ray en una sola voz. No hay muchos artistas que como Godard, hayan sabido sobrevivir al éxito y al fracaso y que aún así, hayan logrado crecer cada vez con más fuerza, cada vez más claros. Para un creador como él, no existe otra disciplina que aglutine todo lo que él concibe a la vez: las palabras, la música, la pintura, la danza... cada una de sus películas es una cajita de secretos chinos, un crisol de conocimientos y sensaciones que establecen la eterna lucha del arte por no someterse a la cultura establecida. El arte es una excepción, la cultura es la regla. Godard siempre luchó por la libertad y por el amor, objetivos infinitos y confusos en los que perderse con asiduidad, los cuáles ofrecen al aventurero una ruta desconocida por donde vagar. La excepción es una cuestión del arte, lo marginal reina en la invisibilidad; la verdad ronda a sus anchas en el extremo de las cosas que nadie visita, pues el arte siempre exige una sacrificio real para abrir las cosas, para seccionarlas y ver más adentro, para poder entender mejor de qué trata toda esta ficción que se ha inventado para el hombre de hoy, desde hace ya tanto tiempo.

Aquello que buscan sus películas no puede ser dicho de forma común y, aunque según el Génesis, lo primero fue el verbo, para Godard, lo primero fue el arte; es el arte. Existen las artes y existe la vida y todo ello es un pilar fundamental para comprender la existencia como algo bello y digno de experimentarse. Por eso, todo aquello que limita, todo poder autoritario y toda imposición, alaba lo comunitario para destruir la excepción; la excepción es el peligro para los que mienten, la excepción es un problema para la institución, para el gobierno, para la democracia. El sistema que hoy reina este feudalismo del XXI, en medio de esta Edad Media sin dignos cortesanos y via crucis sin sentido, teme fervorosamente las excepciones, lo distinto, el arte. Se quiere imponer una sola imagen del universo, para que como antes de Copérnico, todos crean que las cosas funcionan de una sola manera, o que sólo hay una manera de que las cosas funcionen. Han desterrado la materia, pues el espíritu se les hace demasiado vacuo, demasiado sofisticado. La materia es más fácil de falsear, es más vulgar, más sencilla, más comprensible. Ante esto, Godard propone una imagen dual -como mínimo- nacida del exiliado espíritu de los tiempos. Él coloca juntas las imágenes que encuentra, para hacer surgir realidades lejanas y justas con el cosmos que nos envuelve y nos permite seguir en la batalla.
Godard suele hablar de las confrontaciones, de los intereses, de la competición por el oro; la materia se deshace en nuestras manos, pero las imágenes permanecen. Entonces habla de la inutilidad de la creación, para emancipar una solución a los problemas del espíritu apagado de los hombres: queremos ser útiles. Los versos deben despertar a los hombres; la humanidad debe pegarse un buen susto con la pesadilla de ella misma...
El arte debe estar despierto si quiere vivir, pero el público también debe aportar su grano de arena o desierto y destruirse así mismo, para generar unos ojos nuevos que contemplen el nuevo futurolo que puede llegar, en sustitución de esta realidad monótona y aburrida en la que se ve inmersa la mayoría, donde ya sólo existe el presente; pero el presente no existe. Sólo vivimos mentalmente, sufrimos mentalmente. Somos demasiado lentos para apreciar algo que se al que nos empeñamos en llamar el ahora. Todo debe arder en una sola hoguera donde las cosas resuciten y vuelvan transformadas; el público debe aprender del arte una sola cosa: sólo resucitaremos el mundo si accedemos a quemarlo.

Godard pregunta preocupado: ¿de qué está muriendo Europa? y luego mira un retrato de Renoir, y se inventa un personaje que le cuenta trozos de la historia, mientras le arregla la habitación. Europa fue el centro del universo, la vanguardia del arte y la conciencia del mundo, pero ahora no es más que un negocio sospechoso y sucio que hace que todo esté dormido, como si reaccionar ante el sacrifico de todas galaxias, no fuese más que un vasto error.
Godard se empeña en lo contrario y sigue memorizando paisajes para escribir una historia en fotogramas que podamos ver en el centro de nuestra mente, una señal que pruebe nuestra tentación de vivir en el ánimo por respirar. Godard se toca la mano y está feliz pues la carne existe aunque no la miremos, está allí para reivindicar su valor, su importancia. Al cerrar los ojos, dentro de su mente, aparece un punto que representa lo visible; un lugar donde se forman las nuevas imágenes, los nuevos paisajes que quieren dialogar unos con otros. Allí dentro, Godard descubre una cosa curiosa: él ha desaparecido y ahora puede hablar con la voz de otros. Godard se hace consciente de su papel en esta opereta de sombras chinescas donde sólo quedan palabras y disolución en imágenes donde van pasando las estaciones, hasta que nace una ilusión de él mismo; ese es el paisaje del que nos habla sin parar.
Ha conseguido que lo veamos.
Estamos inmersos en él.
Ahora somos parte de un retrato de él mismo, que ya no es él, sino nosotros.

Godard se ha sacrificado como un poeta para que el amor exista en la Tierra. Ya no importa el retrato de Renoir, no importa el misterio de Fantin Latour, ni el de Passollini, ni Helas por moi, ni siquiera la imaginaria nouvelle vague... El acto romántico por excelencia ha sido realizado, la imagen de uno mismo ha sido consumida por el todo. Ahora resplandece un autorretrato de un hombre, nada más que un hombre. No mejor que ningún otro. Pero ningún otro mejor que él.