martes, 15 de marzo de 2016





THE VISIT
(2015)

M. Night Shyamalan




Es gracioso entender cómo la madurez, además de honestidad, otorga el preciado don del humor. Lo peor de Shyamalan, siempre fue su serio y empalagoso misticismo, unido a su ineficaz habilidad para mantener el misterio más de medio rollo. Tal vez su logro comercial desde The Sixth Sense (1999) se debe a su decisión de construir argumentos esotéricos -ni demasiado terroríficos, ni demasiado complicados- lo cuál se adecua perfectamente, a esa conciencia burguesa que ni se quiere asustar del todo, ni desea una profundidad excesiva. Shyamalan quiso dignificar el género fantástico con un toque, supuestamente, seudoriental a lo H.G Wells, no sé si por sus raíces, no sé si por su obsesión por la superficie de lo oculto. Esa es, quizás, la expresión para definir la línea general de sus films: toda su obra parece ser una mezcla de anécdotas de un libro de sucesos paranormales y viejas películas de terror de serie B, lo cuál no sería en principio ningún impedimento para conseguir filmar una buena película. Las formas que utiliza el cineasta de la región de Mahé, no son del todo usuales y su intención siempre contiene algo de riesgo, lo cuál se agradece, sobre todo en el mundo comercial donde tan trillada está la imagen y tan manoseados los clichés. El problema de la obra de Shyamalan, es que no llega a ser blanca ni negra, sino que se queda a medias tintas y la mayoría de las veces, sus obras acaban en un gatillazo del que, cada vez más, es difícil recuperarse. En Signs (2002) aparece un extraterrestre que parece sacado del Mortal Kombat, en The Village (2004) sólo se salvan cinco minutos y gracias, en Lady in the water (2006) lo más misterioso es un perro con césped en el lomo y unos monos fantasma que parecen teletubies puestos de LSD; The happening (2008) es sólo eso, un incidente, The last Airbender (2010), un miserable videojuego y After Earth (2013) una especie de mala digestión del Principe de Bel Air a lo New Age.
Shyamalan siempre hizo las cosas a medias: films ni misteriosos ni terroríficos del todo, ni experimentales ni comerciales enteramente, ni esotéricos ni banales absolutamente. Esa indecisión es la que ha marcado su obra y la ha reducido a una producción fascinante en sus propuestas, y generalmente decepcionante en la ejecución; como si algo le impidiera soltarse y ofrecer al público su idea intacta. Pero después de estar veintitres años haciendo películas, al señor Shyamalan le ha llegado el momento, seguramente de una manera inesperada y extraña.
The visit es una sorpresa para todos aquellos que han rechazado y rechazan el cine de Shyamalan, y tal vez una decepción para los acérrimos fans de sus películas, que sin duda los hay, aunque parezca increíble. The visit es un engendro mutante, nacido de la comedia y el terror. Sin saber si ha sido por azar o por un sublime momento de lucidez, Shyamalan ha unido la conciencia del cine, el humor y la intriga de una forma ingeniosa por vez primera. En The visit no caben las criaturas fantásticas o los esoterismos trasnochados e infantiles, no aparecen espectros ni fuerzas telúricas, no existe un más allá; solo hay mentes confundidas y enfermas, confrontadas con una cierta inocencia de la mirada. Shyamalan se introduce en los ojos de dos niños que contemplan algo extraordinario e inquietante, relatando una historia digna de la tradición de Hansel y Gretel, La noche del cazador (1955) o Funny Games (2007), donde la violencia se palpa pero no se muestra, donde lo sugerido cobra protagonismo y la sencillez es el denominador común. Shyamalan a elegido un proyecto minimalista y en cierta manera conceptual, y le ha salido muy bien, tanto que esta nueva película te atrapa hasta el final y a la vez te deja una buena sensación en el cuerpo, pues la cuestión es que sólo se trata de una broma bien contada, de un chiste en definitiva; uno de esos de los que no paras de reírte y siempre lo recuerdas con cariño. Sin duda, The visit es la película más entera del cineasta indio y la demostración inequívoca de que hay que dejarse llevar y no tomarse tan en serio, aunque uno se dedique a contar trasuntos fantasmagóricos o cósmicos; es esencial reírse de uno mismo para seguir creciendo. El humor es una de las claves del ingenio, uno de los síntomas que hacen de un artista, un verdadero artista.