lunes, 8 de mayo de 2017




EL ASESINATO DE RICHARD NIXON
(2004)

Niels Mueller



"No copiéis los ojos"
Dziga Vertov




La idea del progreso conlleva en sí misma, además de una implícita falsedad, el sufrimiento colectivo y por tanto, la tristeza del individuo concreto. Norteamérica ha sido el solemne sumo sacerdote que ha incubado este absurdo pensamiento en la mente del mundo. La idea del progreso se ha ido incubando en el interior de la vida a través de sus máquinas, sus armas, sus hamburguesas, sus consoladores, sus cortacésped y sus zapatillas deportivas. El progreso sólo es un motivo para desarrollar un determinado sistema de control; tan sólo es una palabra que repetida con suficiente regularidad, acaba haciéndose real. La cultura yanki ha secuestrado a la verdad y la ha obligado a suicidarse. Así, ya en los años 70', muchos afirmaban que existen cosas que deberíamos destruir voluntariamente y que en primer lugar y en concreto, la hipocresía estadounidense debería ser exterminada, pues finalmente, representa la aliada perfecta del tirano, su mejor cómplice. El dinero, el poder, la seguridad y la autoridad, no otorgan libertad. La educación jamás provee sabiduría y tampoco las iglesias religión. La riqueza no da la felicidad ni la seguridad. Ni nada. Todo, en este país, es una ilusión, decía Henry Miller.
De 1969 a 1974, Nixon fue el cebo del sistema para enloquecer la mente de EEUU. Intocable, omnipotente y sobrenatural, el presidente californiano inventó un infierno sobre la efímera esperanza política que nació de la evanescente y malograda era Kennedy; unos dicen que le mató un fanático exmarine llamado Lee Harvey Oswald, así mismo asesinado por un mafioso de Dallas llamado Jack Ruby, el día antes de su providencial interrogatorio. Muchos menos saben que Kennedy se enfrentó a los grandes empresarios de Norteamérica y a los dementes racistas sureños del kukuxklan y que eso  fue el verdadero motivo de su muerte. Pero las películas cuentan otras cosas o todas a la vez, que es algo así como no decir nada. Una ficción anula a la siguiente y esta a la siguiente. Tras los cinco años de L. B Johnson (sucesor de Kénnedy), Nixon ganó las elecciones y agarró por el cuello a la inocente sociedad civil y estrujó su buena fe hasta dejar sólo el hueso del espinazo: ganó las elecciones prometiendo acabar con la guerra de Vietnam y en cambio, incrementó de tal manera los presupuestos en armamento y soldados (541.000) que llevó a su país a la gran crisis económica de los años 70'. Favoreció los monopolios, eliminó las ayudas sociales y utilizó dinero público para crear un corrillo personal de tecnócratas (Domestic Council) que sustituyeron deliberadamente a los ministros oficiales, muchos de ellos, contrarios a su desvergonzada actitud política; gran parte de ellos dimitieron. Su mano derecha, John Ehrlichman, controló todo el cotarro y dominó la política interior del país a sus anchas. Nixon, además, se rodeó de McNamaras, Kissingers y Donald Rumfels, que le hicieron más fácil la vida y más lucrativas sus absurdas y maquiavélicas ideas. Derogó leyes contra el tráfico de armas (lo que facilitó que hacia 1976, EEUU se coronase como el mayor traficante de armamento del mundo, generando 8.300 millones de dólares de beneficios), financió con 8 millones de dólares la caída del presidente Allende en Chile, firmó pactos ilegales con la URSS, rodeó con un enorme cinturón de minas la ciudad de Hai Phong -la urbe más poblada de Vietnam- y cerró sus puertos; de los 6,3 millones de toneladas de bombas que se descargaron sobre Indochina, el 80% se lanzaron durante su mandato (la cifra es tan desmesurada, que triplica la cantidad de explosivos que se usaron durante toda la Segunda Guerra Mundial en Europa, África y Asia).
También utilizó dinero público para encauzar la victoria de su segundo mandato; de ello nació el caso Watergate: la noche del 17 de junio de 1972, la policía sorprendió a cinco ladrones en las oficinas de la presidencia del partido demócrata, situadas en el Hotel Watergate de Washington. Se les descubrió colocando micrófonos para espiar las estrategias de sus contrincantes políticos. Lo grave fue que entre los ladrones había exagentes de la CIA y del FBI pagados con dinero público. Los periodistas Bob Woodward y Carl Bernstein (All the President's Men, 1976) investigaron el caso y publicaron los detalles de la trama para el mundo entero: todo ello provocó que Nixon, intentando salvar el culo, destituyera a sus máximos consejeros, incluido el magnánimo y todopoderoso John Ehrlichman. El 19 de octubre de 1973, Nixon prohibió que el fiscal especial encargado del caso Watergate, Archibald Cox, pudiera escuchar las grabaciones completas que le incriminarían en el juicio. Ante la negativa del ministerio de justicia para llevar adelante dicha absurda prohibición, Nixon destituyó al ministro de Justicia y a su suplente e hizo precintar el despacho del fiscal especial. Bloqueó el proceso temporalmente, como bloqueó Hai Phong. Toda esta ola de crueldad política y egocentrismo tiránico, acabaron con su destitución a mitad de la segunda legislatura en 1974. El pueblo pedía justicia para el malvado opresor con cara de chiste y nariz de Pinocho. Nixon retrasó cuanto pudo su dimisión, sólo para ganar tiempo y dejar todo bien amarrado. Comenzaba el efecto Disney y la realidad virtual.
El corrupto sucesor en el cargo fue su fiel esbirro Gerald Ford, el cuál inventó tretas legales para evitar que Nixon fuera condenado: poco después de ser nombrado presidente, Ford hizo uso de su derecho de gracia y absolvió a Nixon de todos los delitos que hubiera podido cometer. El abuso de poder nunca se mostró tan extravagante y esotérico, ¿estaba Gerald Ford, ese paleto de Nebraska, juzgando a ser Luis XIV de Francia? Los tribunales norteamericanos no pudieron hacer nada frente a su estado de impunidad, respaldada por la divina y sospechosa bondad del nuevo presidente. Nixon, el gran demonio blanco, nunca pagó sus deudas con la sociedad civil y en cambio, consiguió un lugar en la historia por haber sido el responsable de los mayores y terribles bombardeos de la guerra de Vietnam y por haber sido el artífice de la mayor inestabilidad social que se recuerda desde la guerra de Secesión del siglo XVIII.

En El asesinato de Richard Nixon, el cineasta Niels Mueller nos muestra a una víctima de lo que podríamos llame la "nixonmanía". En el relato se cuenta la difícil vida de un norteamericano inmerso en la idea del progreso americano (The american dream). La engañosa american way of life, mezclada con la confusión política, un trabajo precario, situación familiar difícil y un arma, completan el cóctel. La magia de Nixon es transparente: él sólo aparece en la tele como si fuese el Mago de Oz, haciendo resonar sus palabras por todo el país. Nixon es sólo la imagen que el sistema ofrece para odiar algo, para odiar a un objeto, a una presencia que nadie puede tocar. Nixon representa la fealdad de las cosas; es la verdadera causa de la parálisis del norteamericano, de su paranoia y ansiedad. Los hospitales, los manicomios y las cárceles rebosan de gente y las farmacéuticas se forran vendiendo tranquilizantes y antidepresivos. Nixon, con su discurso y su poder ha conseguido transformar a sus ciudadanos en hombres débiles, sin carácter, seres inseguros sin voluntad. Este es un mundo en el que sólo se bendice a los vendedores, a los de la raya al lado, a los del smoking, a los sumos sacerdotes de Hollywood. Hay fantasmas por todas partes. El dinero es la única religión. Samuel, el protagonista de esta aventura, está perdido en medio de una trampa. Él no para de pensar en destruir el dolor que le oprime. Poco a poco se va convirtiendo en un verdadero sueño. Nixon le convierte en un sueño, o sea, en algo a lo que nadie hace caso, en algo que no se ve. Algo evanescente. Él es el monumento que ha creado Nixon para el mundo: el ciudadano pasivo y asexual lleno de complejos y miedos, lleno de pesadillas y alucinaciones; es un ser nervioso, impaciente, neurótico. Nixon convierte Norteamérica en un parque para niños donde el juego más divertido es vender chorradas, ¿acaso estas chucherías hacen que valga la pena vivir la vida?. La vida se hace humo. Noticias de Vietnam... Vender humo. Humo. Norteamérica está llena de vendedores de aceite de serpiente. Los que no se suicidan en Nueva York, lo hacen en Indochina. Al final te despojan de todo, te marginan y te hacen parecer un loco. Finalmente el sistema triunfa, empujando al individuo a redimirse, a enfrentarse al fantasma de una manera brutal; desde fuera, todo parece demencial, un caso aislado y toda la sociedad se sobrecoge, tapándose con su manta, pero en realidad no saben que Samuel, en realidad, les iba a liberar del mal. EEUU es un país que funciona de esa precisa manera, actuando quirúrgicamente, sin que nadie se de cuenta., removiendo las entrañas con su mano invisible. Si molestas, te eliminan de la manera más democrática que se conoce: el suicidio
En 1974, el año de la dimisión de Nixon, el cineasta Bob Fosse, estrenó una película que trata el mismo tema: Lenny. En este caso, se cuenta la vida de un deslenguado cómico que fue condenado por utilizar expresiones y palabras incómodas en clubs nocturnos. Lenny Bruce se hizo millonario con su humor escatológico, pero tuvo que gastar su fortuna en los tribunales para demostrar su inocencia. Finalmente se suicidó.
En 2014 se estrenó The Internets Own Boy - The Story of Aaron Swartz, donde se cuenta la historia de un joven que luchó por el derecho a la libertad de información en Internet y que fue condenado por un delito menor de obtención de datos, en un proceso interminable y millonario que pudo sufragar personalmente, hasta que un día apareció muerto en su habitación. En teoría se suicidó, como también lo hizo Lenny o Samuel. Los tres casos son reales, los tres casos son ya pasto de las ficciones.  Me temo que el efecto de conciencia que deberían causar las películas se ha estropeado. En vez de lanzar un mensaje real a personas reales, cualquier hecho de la realidad, por grave que sea, no se transforma en otra cosa que material de entretenimiento para un público pasivo y aterrorizado.  Muerto. 
¿Estamos muertos?, ¿vamos al cine a escuchar a los muertos o ver una representación de esos mismos  muertos? Me temo que Nixon lo consiguió. Gracias a la "nixonmanía", hoy todos somos un sueño, el sueño de un tirano, nada más y nada menos. Todos somos débiles y mentirosos y vendemos nuestra alma cada día por cualquier cosa. No hacemos nada, estamos paralizados por un poder superior, por un sistema sofisticado que nos habla de la importancia de las apariencias, de la superficie, de la materia. Vivimos en la época más materialista de la historia, dominados por la cultura norteamericana, dedicada en exclusiva a difundir el relativismo y a implantar la confusión profesional. Hoy todo es una ilusión, una apariencia, una sospecha que no lleva a ningún lado, una imagen que parpadea ante nosotros; una mentira incontrolable.
Nixon o el conjuro de Nixon o la "nixonmanía" hace que ya no podamos dar significado ni importancia a los acontecimientos. Ahora, parece sólo quedar el vacío de los días, rellenado con las mayores chorradas que ha generado la especie humana, si en realidad hoy día, sigue siendo una especie. Se habla del progreso de la evolución, de viajes a Marte, del asombroso CERN... pero se calla sobre la ausencia de la inteligencia y la voluntad. Como ninguno de los héroes pudo destruir a Nixon -o a lo que Nixon representa desde hace milenios- el sistema nos ha convencido para que nos destruyamos nosotros mismos. Somos pequeñas máquinas de tristeza e infelicidad, de tiempo perdido e ilusiones vanas. Por eso Hollywood financia blandísimos excrementos tales como Beginners (2010)  o Ninja Turtles: Fuera de las sombras (2016), insultos a la inteligencia y a los afectos del público. Pero el público no dice nada. Sorbe de su pajita y come de su bolsa de patatas, arropado en su manta,, destruyéndose poco a poco, desperdiciando su espiritualidad, su voluntad, su ánimo. Su vida. Hay fantasmas que no saben que están muertos. Nixon creó o hizo visible una jaula inmensa donde cabemos todos. Hollywood extiende esa jaula como si fuese una peste que entra por los ojos. Hoy día existe una enfermedad que habita en las retinas, incubando falsos sentimientos y realidades abstractas. Norteamérica es el motor del sistema; Hollywood es su alucinación. Clínicamente, las alucinaciones provienen de una conciencia culpable o de una mente enferma. Tomen nota. Todo a nuestro alrededor está dominado por la irrealidad. Como dice Henry Miller: se sale de un mundo de sombras para entrar en otro, se sale de un sueño y se entra en otro, pero el otro siempre es el mismo.
Se podrán descubrir las maldades de Nixon, pero nunca se descubrirá la manera de salir de la trampa. Tal vez el objetivo del cine hollywoodiense no es más que una eficaz manera para detener suicidios en masa: las películas ofrecen entretenimiento y placer efímero, inspiración e información infinita, a un precio módico para ver mentiras en tamaño gigantesco, con las cuáles, algún día, nos masturbaremos en la cama.
Nixon inicia la invasión de la mente, porque la mente es hoy el mundo. El mundo hoy se conquista por los ojos: el órgano más vulgar de todos. Toda la cultura flota sobre nosotros en forma de ectoplasma. Al igual que a Nixon, estoy seguro de que alguien ha querido, alguna vez, matar al Pato Donald; pero no se puede, es una abstracción inmortal. Nixon es el Pato Donald. EEUU es Disney. El sistema es una película mental; todo trata de confundirnos, bombardeándonos con toneladas de basura cayendo de los cielos. Hoy no podemos hacer nada pues no somos más que ilusos fantasmas,, productos de deseos que nunca acontecerán, habitantes de un mundo desaparecido. Es demasiado tarde para ser razonable o culto: hay que volver a la selva, para ser totalmente distintos y poder volver a existir. Hollywood no elabora más que arte no representativo galvanizado a soplete y si no me creen, vean películas tan deplorables como Mother Night (1996), The Royal Tenenbaums (2001), Ain't Them Bodies Saints (2013) o Café Society (2016) o cualquiera del 99% de cada producción anual. Al contemplar toda esta absurda epidemia de mediocridad y banalidad, me entra la nostalgia de lo primitivo, de la inocencia, de lo ridículo de la ignorancia, de lo salvaje y entonces veo una película de Jean Rouch y vuelvo al mundo. Antes, aún se hacían películas para regresar a la realidad, no para evadirse de ella. El sistema quiere que permanezcamos fuera. Que nos adormilemos en la cama. Que adoptemos sentimientos artificiosos y débiles. 
Pura Nixonmanía.
Puro efecto disney.



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