sábado, 31 de marzo de 2018



AKI KAURISMAKI

El perro milagroso





El cineasta camina por su estudio Villealpha y piensa en lo importante que fue Godard y todo aquello a lo que se denominó Nouvelle Vague. Se acruerda de cuando lavaba platos, cuando trabajaba de estibador en los puertos de Helsinki y no puede evitar sentir esa intensidad, esa pasión que le llevó a decidir sumergirse en el cine. Entonces sale dele estudio y dice: "Llevo 20 años siendo joven, ya no seré joven nunca más, ni quiero volver a serlo'. Aún tiene en la mente vivas imágenes de sus últimas películas y algo le arde en el estómago. Sigue andando hasta un bar cercano y pronto sacia su sed con vino blanco. El camarero, que le conoce desde hace décadas, le pregunta si algún día hará una película que pueda ver en familia. Aki le responde: "Mi cine no es familiar, no me gusta el concepto familia. Mi abuelo se suicidó y yo también me mataré algún día". Luego le reprocha que hace películas con los mismo actores desconocidos de siempre, a lo que él replica: "¿Le preguntaban a John Ford por qué siempre trabajó con John Wayne? ¿Por qué cambiar de actores si son buenos? Me gustan mis actores, con ellos sólo me basta silbar". Sale del antro y camina por callejones, intentando perderse en su eterno presente hasta que se observa en un espejo tirado y roto en el suelo. Al verse reflejado se acuerda de M, el protagonista de su film El hombre sin pasado (2002). "Yo lo hice una vez. Me saqué de encima mi pasado. Sería algo bueno para todos. El pasado es una losa en los hombres, una losa terrible que nos ahoga". Al doblar la esquina entra en una galería de arte donde estrenan una retrospectiva del pintor español Eduardo Arroyo: sus colores le son familiares, sus elementos, sus figuras. Le gustan sus collages y siente una atracción hacia esa tendencia artesanal de sus cuadros. Pronto, un círculo de personas le rodea y alguien pregunta cuándo estrenará su próxima película: "Estoy trabajando en ello, y sólo puedo garantizarles una cosa: será, como siempre, una catástrofe. He hecho cine durante veintitres años y ninguna de mis películas me parece aceptable. Tenía mucha ambición, pero sólo he encontrado una respuesta: no soy lo bastante bueno. Cualquier película de los sesenta es mejor que cualquiera mía. Sin talento, la vida pierde gran parte de su sentido". Antes de irse de la galería, un joven entusiasta le alcanza para preguntarle qué películas actuales valen la pena: "No me interesa el cine que se hace. Sólo veo películas antiguas. Antes, el 99% de las películas de Hollywood eran malas. Pero había un 1% genial. Ahora sólo hay 100 malas. Yo quiero entretener a la gente sin violencia. Antes, la gente iba al cine para descansar. Henry Miller dijo que si pudiéramos frenar los periódicos, daríamos un gran paso adelante. Eso mismo pienso yo de la digitalización del cine. Destruye nuestras mentes y nuestra inteligencia, si es que tenemos aún inteligencia".
Aki camina hasta una zona de las afueras y se interna en un bosque. Allí, varias ideas le rondan: se pregunta dónde habrá quedado la maravillosa impureza del cine, la lentitud, la oscuridad de las salas de cine, los ojos que antes quedaban seducidos por los dones de las películas... y sobretodo, ¿dónde se habrá metido el silencio? y más aún, ¿por qué hoy nadie lo entiende? No entiende por qué en la actualidad, la mayoría de las películas son iguales y más grave aún, por qué razón el público acepta dicha barbaridad. Llega a un río y se agacha en su orilla. Mete su mano en el agua y saca una bolsa que el guarda en secreto para momentos como este. De la bolsa saca una botella de vino blanco y un vaso de cristal. Se sienta bajo un enorme roble y se pone a beber. En seguida se siente bien, experimentando esa sensación de libertad y asombro que solo se vive en la infancia: “Cuando yo tenía cuatro años y veía una cerilla tirada en el suelo la recogía para enterrarla. Yo era así. ¿Qué profesiones importan de verdad? A mí me interesan los que limpian las calles, ellos importan de verdad. El dinero siempre está del lado de los idiotas. Hago cine de perdedores porque me siento un perdedor. Cuando yo era joven, el surrealismo era mi religión, llegó antes que el cine. Con 16 años me apunté a un cineclub que ponía La edad de oro. Pero llegué tarde, siempre llego tarde, y me metí en el cine cuando ya estaba a oscuras. La película empezó y para mi sorpresa era lo contrario a lo que yo había leído. Pero me quedé allí, absorto. Había esquimales. ¡Esquimales! No podía ser. Era Nanuk el esquimal, de Flaherty. ¿Se imagina lo que ocurrió en mi cabeza? Creo que entre Nanuk y La edad de oro, dos de los puntos más alejados de la historia del cine, nació mi propia idea del surrealismo. Y además, con esa doble sesión, descubrí los límites del cine. Aún hoy sigo llegando tarde a todo. Lo haré a mi propio funeral y no importará, porque no habrá nadie. Yo mismo cavaré mi tumba. En los ochenta, en Finlandia, la gente quería hacer películas, pero yo quería hacer cine. Y para hacer cine hay que tener una razón. Pero el cine no es un arma política. Los espectadores no quieren lecciones. El cine te puede consolar, te puede hacer reír y llorar, pero nadie quiere lecciones. Yo intento reflejar el mundo en el que vivimos, y sin mucha suerte, intento hacerlo con risas o con lágrimas. En esto, Chaplin sigue siendo el mejor. El mayor genio del cine, no el único, pero sí el mayor”. 
Habla con un pescador que le invita a acompañarle. Durante la travesía no hablan y se dedican a escuchar los sonidos del agua. En cierto tramo, pasa cerca de grandes y humeantes fábricas llenos de extraños ruidos. Aki se acuerda de Iris Rukka, la protagonista de La chica de la fábrica de cerillas (1990). Se emociona. El pescador le confiesa que hace décadas leía sus críticas en la prensa y le pregunta si sigue haciéndolo: “Sí, sí, a veces vuelvo a escribir de cine. Fui crítico durante una temporada, pero lo dejé, las películas o me parecían una obra maestra o una porquería. No sabía apreciar nada en medio. Claramente no era buen crítico”. El pescador le dice que se divierte mucho con sus películas.Antes de despedirse en el puerto le pregunta: "¿Le parece irónico que la esperanza exista solo en las películas y no en la vida?", a lo que él responde: "Si la vida le parece decepcionante tendrá que preguntarle a ella, no a mí". 
Aki pasea por la lonja, los almacenes y se encuentra con mendigos, basureros, prostitutas y obreros saliendo de las fábricas. Muchos cuentan chistes y se ríen exageradamente. A él le parece un milagro todo aquello. Un grupo de niños juegan con una pelota en la puerta de un garaje y en un momento determinado la pelota llega a sus pies. Antes de devolverla, piensa en cómo el cine se está separando cada vez más de esa realidad cotidiana de las calles y las industrias sólo tienden a financiar evasiones tecnológicas y pobres quimeras parecidas cada vez más a videojuegos. Los juegos reales están en la calle, en el atardecer, en los gritos repentinos de la vida con las puertas abiertas. Hoy el cine tiene las puertas cerradas. Alguien las ha cerrado con un candado y ha tirado la llave a una alcantarilla. Los niños le dicen que les pase rápido el esférico, pues queda poco para que llegue la noche: "¿me estáis diciendo en serio que quedan pocos minutos de luz? Llevo 30 años estudiando precisamente eso, ¿no sabéis que no me podéis engañar? Igual parece romántico el tipo de vida que llevo, pero no lo es. Un perro callejero, que es lo que soy, es muy romántico, pero solo recibe patadas. Bueno, yo las devuelvo... Aunque estoy pensando que los perros no dan patadas, los caballos sí… Y las mulas. Como dicen los hombres antiguos, un hombre debe hacer lo que un hombre debe hacer" y le da una patada a la bola. El juego continúa. “Hay optimismo porque se lo debo al planeta y no es una broma. La humanidad ha fallado a todos los niveles. Excepto en un nivel: el humano. El de la calle. En esta calle no hemos fallado. La humanidad ha fallado, pero nosotros, los seres humanos, no. Y eso es lo único que nos queda. Más que los refugiados, somos nosotros los parias de la tierra, porque no lo sabemos, y está fatal morir siendo idiotas, incluso un perro callejero tiene más orgullo”.
Aki sale de la zona portuaria y atraviesa el barrio rico de Helsinki, observando el cielo. A veces le da envidia ver cómo pasa todo por allí arriba y recuerda a Lajunen, el personaje de su film Nubes pasajeras (1996), mientras se divierte con un papelito del suelo. Observa los suntuosos y fríos edificios del barrio, los coches relucientes, los verdes jardines cortados al milímetro. Una familia de estirados sale a pasear con su chiwawa y Aki les mira. Ellos, al verle, se dan la vuelta y toman la otra dirección: “suelo ver la falta de honestidad y la deshonestidad no la aguanto. Además, la gente rica es aburrida. Cómo vas a escribir diálogos de esa gente, preocupada por ‘qué nos vamos a poner esta noche para salir’. Si solo tienes un par de pantalones, no es problema. Y si no tienes ni uno, menos aún, aunque si has de aparecer en público, sí se plantearía el problema. Porque el sistema automáticamente reaccionará ante la falta de pantalones. Eso es una señal de la sociedad civilizada: hay que llevar pantalones. Excepto en Dinamarca, claro, porque es la cuna del nudismo. Lars Von Trier sólo se pone pantalones cuando sale al extranjero”.
Piensa en Rompiendo las olas (1996), Los idiotas (1998), en Dogville (2001), en Las cinco condiciones (2003)y en El jefe de todo esto (2006). Le parecen muy buenas. De ello deduce que los que hablan sobre la muerte del cine, en realidad no saben nada. Aki ha visto cómo el cine cambió en los 70', en los 80', en los 90' y ahora en el nuevo siglo, más radicalmente aún. “He aprendido viendo cine, bueno y malo. ¿Sabe cuál es mi película mala favorita? This is the spinal tap (1984) del comercialoide Rob Reiner. Ahora, hasta tengo nostalgia del cine americano de los setenta. La última película americana que me ha gustado la vi hace poco en la tele, 16 calles, de Richard Donner, con Bruce Willis. Me pareció una obra maestra”. Siempre ha habido crisis en el cine desde que se rechazó el clasicismo de las formas. A pesar de ello, él sabe que el secreto de lo nuevo está en lo viejo y por eso él intenta no cambiar demasiado sus formas, llevar una vida espartana y marginal, pues el reino de lo marginal es la garantía de la supervivencia y el futuro del arte. "Gracias a seres humanos y a pequeñas instituciones, aún tenemos esperanza. No vivimos en el mejor de los mundos posibles, así que depende de cada uno de nosotros que haya ese punto de esperanza. Cada uno decide si damos patadas o matamos a los que no tienen nada o a nuestros vecinos o les ayudamos con un poco de pan y vino tinto. Yo prefiero la segunda opción. Quien da, recibe, y así eres más feliz. O por lo menos se está más feliz en el último momento. El poder está en manos del capital, que está conducido por idiotas. El mundo está en las peores manos posibles. Voy a ponerme serio, aunque esto conlleve caer en la tristeza. El problema de los refugiados no ha hecho más que empezar. Cuando era niño confiaba en Europa. Hoy es una vergüenza para este continente que no se haga caso a este drama. Las potencias prueban sus armas en Siria y Putin así lo ha confirmado. Este planeta nunca tuvo tantos sociópatas e idiotas en el poder. El presidente Eisenhower dijo que había que evitar la unión entre el capital y la industria armamentística, que es exactamente lo que hoy ocurre. El principal problema es el Consejo de Seguridad de la ONU y el poder del veto allí de EE UU. Porque el resto son unos payasos. El 90% de la población quiere vivir, plantar su huerto, criar a sus hijos, y no puede. El 10% restante, son esos sociópatas que tienen el poder. La UE también tiene la culpa por priorizar la economía y por cerrar la puerta a esta gente, convirtiendo a Siria en un campo de concentración. Hay que hacer una revolución, echar a China, Rusia y EE UU del Consejo y que el resto tome las decisiones y deje claro que hasta aquí ha llegado la guerra. Esa y cualquier otra. En cuanto tengan la tecnología para enviar en cohetes a ese 10% a Marte, yo estaré encantado de pagar mi parte. Es una pena que los yanquis que tenían esta gran tradición de asesinar a sus presidentes la hayan perdido. Lo hacían con los buenos y no lo hacen ahora con los malos. Prefieren matar bombardeando a la gente de calle que está, por ejemplo comprando en un mercado de Oriente Medio. Pero esto no es motivo para rendirnos. La esperanza mueve montañas y sin la esperanza solo nos quedan los bares. Vamos a un bar. En mi vida y en mi cine no tengo esperanza. Por ello, imito a los mejores -es de tonto imitar a los peores-, por eso siempre quiero volver a Ozu, Chaplin, Bresson, Buñuel, Buster Keaton, Raoul Walsh... Sin embargo, por mi falta de talento nadie se da cuenta. Yo quiero dejar de hacer cine, pero el cine no me deja. Analizar mi trabajo es complicado, No hay nada que analizar. Hago lo que puedo y así se queda. Ruedo ensayos y ya está. Hago lo contrario que Hitchcock en el lado opuesto. Lo crean o no, una vez fui joven. Y tenía entusiasmo. Me fijaba en el surrealismo de Buñuel, o en la Nouvelle Vague y con el tiempo me hice más serio. En su conversación con Truffaut, Hitchcock decía que solo había un libro que jamás tocaría: Crimen y castigo. Yo era un joven ambicioso y prepotente, así que me pareció una buena idea llevarle la contraria. Sinceramente es una película de la que hoy me avergüenzo. Me equivoqué: la vida humana se tiene que transmitir con el humor. Rodé la versión de Crimen y castigo en 1983 sin una gota de humor, un error que no volví a cometer. Sin humor, de la sala se van los espectadores y yo mismo".
Aquí entra en una sala de cine y sale a las dos horas fumando un cigarrillo. Mira a los dos lados de la calle: ya es media noche. En ese momento recuerda su película de 1986: "Yo le copio a Jarmush y él me copia, y al final nadie copia a nadie. Somos muy viejos amigos. Incluso dos de nuestras primeras películas se llamaban de manera parecida -Extraños en el paraíso, de Jarmush y Sombras en el paraíso la mía-, por casualidad, o también porque un perro siempre reconoce a otro perro. Si pudiera hacer una película muda, la haría con perros, pero la audiencia quiere sonido. En los perros podemos confiar. No tanto en dios. El cine es un hobby caro y a los perros no se les paga, Además, mi esposa les dirige y ese día les da más besos. El mundo sería mejor si lo gobernaran los perros, incluso las serpientes. Gracias al pulgar, no somos animales. Los dejamos atrás, cierto, pero tampoco hemos llegado a humanos. Ni siquiera tenemos buen sabor, no servimos de alimento a nadie. Me pregunto qué hacemos en la punta de la pirámide alimenticia. En fin, espero que mi próxima película se titule Lassie, vuelve".
Aki entra en un bar que lleva una vieja de ochenta años. La anciana se ha visto todas sus películas. Lee libros de Macedonio Fernández y de Faulkner. Aki piensa que el cine, en el futuro, debería verse y hacerse como se leen y escriben los grandes los libros. "En Finlandia mi público normalmente está formado por mujeres muy civilizadas de más de 60 años, que ya han leído muchos libros, y algunos jóvenes, pero no hay nada en el medio. La cultura finesa depende solo de las señoras mayores, que son las que van al teatro, al cine, escuchan música… Y sin embargo, no se las respeta”. La anciana pone algo de rock&roll en la radio y los sentimientos de Aki se trasladan muy lejos de ese bar, hasta una época en la que él empezó a hacer cine como un loco, filmando los conciertos de sus amigos rockeros en El gesto The Saïma (1981) o Leningrand Cowboys (1987). Mucho ha soplado el aire desde aquello, pero él sigue sintiéndolo en las venas. "Hay que perseguir el instinto y nunca abandonarlo". A la vez, revisa una crítica que un crítico extranjero ha hecho de su último film. En él se alaba su rebeldía humanista, su bella heterodoxia, su permanente humor, su precisión, su esencialidad; su clasicismo. El articulo destaca su naturaleza innata a saltarse por la torera todas las leyes y los dogmas sobre la vida y el arte y desafiar a todo lo injusto, feo y mentiroso que habita en el mundo. Aki levanta la vista y mira cómo la anciana llena de nuevo su vaso de vino. Ella, con media sonrisa en la cara, le pregunta, como todos los miércoles, cuándo se acabará el mundo. a lo que él, sin inmutarse, contesta: "Será en 2027, porque mi carnet de conducir caduca ese año".


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