domingo, 11 de noviembre de 2018



EL MAGO
(1958)

Ingmar Bergman




[...] sin embargo, yo he sido un árbol en el bosque
y he comprendido muchas cosas nuevas
que antes para mí eran absolutas locuras.
E. P.  "The tree"



Espero que me sea permitido, aún a sabiendas de ciertos recelos puristas, utilizar la traducción sui géneris que se le dio en el mundo anglosajón a la famosa película "Ansiktet" (conocida en España como El rostro) del cineasta Ingmar Bergman, pues creo que The magician se ajusta mejor al comentario que a continuación intentará cotejar ciertas ideas anticuadas sobre el film. Hace precisamente sesenta años que se estrenó esta gloriosa comedia gótica que recibió el Premio Especial del Jurado del Festival de Venecia en 1959, -eso sí, cuando dicho festival era un punto de referencia y de criterio- y que aún hoy sigue siendo especial, o lo que es lo mismo, que su excelente mezcla de clasicismo y modernidad ha permitido no envejecer sus virtudes y más aún, ha incrementado su valor debido a su fina extrañeza y oscura evanescencia. El capricho de haber cambiado el título de El rostro por el de El mago, sólo es un mecanismo voluntario para distanciar al cine de Bergman de ese ambiente pesaroso y sacerdotal que la mayoría de los críticos han querido otorgarle desde hace más de medio siglo y fijar la atención en lo más atractivo del film. Si uno revisa las reseñas que se han escrito desde los años 60' sobre la película, uno nota una excesiva y ridícula solemnidad a la hora de abordar sus temas y personajes, casi reverenciándolos, interpretándolos por costumbre en clave religiosa o seudofilosófica, arrinconando su verdadero imaginario en un callejón sin salida lleno de generalidades, estereotipos y halagos vacuos que nada descifran ni aclaran. La crítica tiene la obligación de imaginar junto a las obras, de inventar nuevos senderos para abordar los territorios desconocidos y abrir nuevas puertas a la sensibilidad, pero por el contrario, no debe acomodarse en el reino de la idolatría que de nada sirve y mucho confunde. La crítica más cercana al estreno de El mago, se centró sobremanera en el tema de la alteridad, de las dos caras del individuo, del mito del Dr. Jekill y Mr. Hyde, por lo cuál se optó por un sentido stevensoniano e incluso poetiano del film -que en parte lo tiene- que le impregna de un aura de psicologismo y ritualismo innecesario a mi entender. La alteridad es una parte de la película aunque en mayor medida, lo es el hecho de la magia, de la ilusión, la aventura, la ironía y la muerte, entendida esta como un misterio milagroso. El ilusionista bergmaniano une nuestro mundo con el del más allá y deja abierta una puerta para que la mente discurra por lo irracional, a través del erotismo más profano y libertino, desmoralizando todo dogma y haciendo trucos banales que muy pronto serán milagrosos, pues como los buenos prestidigitadores, Bergman sabe que la verdadera varita mágica reside en las pasiones humanas, en los sueños, en los misterios que rodean a nuestros pobres ojos cegados por la abundancia y la mentira. "Hay tantas mentiras en el mundo que cuando un hombre dice la verdad, nadie le cree", esta es una de las tesis que Bergman pone en la boca de uno de sus enigmáticos personajes, utilizándolos como títeres de sus pensamientos, como canales, médiums y puentes hacia un espectador que se ve envuelto de revelaciones disfrazadas de esoterismos o chistes. A través de un mago, una bruja, una travesti y un sarcástico vocinglero, Bergman se deja alucinar por su propio pensamiento en busca de lo oculto para construir una comedia erótico-festiva de tildes dickensianos, donde convierte a sus protagonistas -los magos- en auténticos seres líricos, envueltos de un siniestro misticismo y enrolados en una vida nómada e imprevisible hacia la nada, arrastrados sobre una tétrica carroza de cuento de hadas, dirigida hacia las mazmorras de la vulgar realidad que les atrapará en un agujero burocrático y administrativo lleno de frivolidades que, en un principio, infravalorará el poder de lo invisible y que finalmente caerá en la trampa de las apariencias. Bergman trabaja con el cine como máscara de la nada, viajando hasta ese agujero donde la ficción se cuela en la cruda realidad de los hombres, del racionalismo más pueril para dinamitarlo y extraer de él lo contradictorio, el contrasentido esencial que hará al público deshacerse en ciertas dudas y sonrisas a las que sólo conduce el arte cuando este se reencarna en cine.
El innato espíritu anárquico del aparente formalista sueco, coge desprevenido a cualquier despistado, regido por ideas ajenas. Como siempre, en cuestiones de conocimiento, hay que recurrir a las fuentes originales y no cegarse con juicios laterales que en todo caso complementan, pero que no definen en sí la obra de un autor o un artista. Hay que acudir al manantial para beber el mejor agua. Bergman nos dice: "Estamos en el mundo para renacer", no para morir en el tedio o la banalidad, sino para vivir de nuevo una y otra vez, asombrados de las maravillas que los hombres somos capaces de inventar. Tal vez por una casualidad electiva -como decía Breton- en 1958 también se estrenó "Vértigo" de Alfred Hitchcock, sin igual film y cúspide para muchos de la flamante carrera del siniestro cineasta inglés, que en España se estrenó con el subtítulo más que elocuente de "De entre los muertos". Y es que es mucho lo que estos dos cineastas comparten -o se deben-, empezando por la eficaz y elegante factura de sus films -por muy pocos alcanzada-, por su excelente rigorismo clasicista y su rica poética de singularidades. Pero es cierto que existen abismos que los separan, pues mientras Bergman representa la exploración de la locura y los instintos, Hitchcock se mueve en el reino de la culpabilidad y el absurdo. Bergman desarrolla un estilo más ensayístico y rizomático en contraposición a la exactitud y matemática hitchconiana; es como si enfrentásemos a un tenebroso e irónico Descartes a un juguetón y sádico Spinoza. Los dos son sombríos, traumáticos y terroríficos, pero al mismo tiempo festivos, humorísticos y joviales. En definitiva y ante toda funesta diatriba, son dos cineastas puramente vitalistas, la cuestión parece ser que se ha entendido así al inglés, pero no al sueco. Quizá todo ha sido culpa de Bergman y su fama de pietista profundo, de las contradicciones de sus películas, sus injustificadas irregularidades o de la inconstancia en la tensión de sus tramas. Como ejemplo, en "El mago" la lógica narrativa desaparece sin motivo alguno, como si por momentos dejase de interesarle la burlesca trama y se acabase decidiendo por liberar un abrupto devenir de secuencias y sucesos poco verosímiles que apagan por momentos la alucinación creada al público desde el inicio y que imagino, sacan de sus casillas a la parte más kantiana del público. La linealidad hitchconiana desaparece en Bergman de manera súbita, como también lo hace el pudor, que se transforma en un delicioso libertinaje sadiano de una fuerza y belleza abrumadora. El sexo en Bergman se hace transparente pero carnal; en Hitchcock, simplemente desaparece. El fuera de campo bergmaniano es digno del mejor ilusionista, su máscara esconde el secreto que se muestra, lo cuál despierta en el espectador la perezosa imaginación, adormilada en la facilidad de las imágenes pornográficas. Lo explícito, lo simple, lo puramente animal, lo descarado, lo literal, lo básico, la prehistoria instintiva no sirve para hacer magia. El mago es un ser que habita dos mundos al mismo tiempo y que no sólo tiene dos rostros, sino tantos espejos como pueda inventar en función a sus sueños y a sus dones, pues como dice Bergman: "La habilidad para crear es un don".
Como despedida, el gran recuerdo de la película es sin duda la fantástica caravana de los magos, tan parecida a la que utilizó Quentin Tarantino en su film Django Unchained (2012) -historia de otro renacimiento- y que con gran probabilidad le inspiró también en su siguiente título The hateful eight (2015). Aunque parece ser que el de Tennesse confesó basarse más en Stroheim, cuando uno ve El mago de Bergman, se da cuenta de la enorme influencia que este film incubó en el postmoderno y ultraviolento cineasta (aunque es de advertir que se recomienda revisitar Lancelot du Lac, 1974, de Robert Bresson para entender con verdadero asombro de dónde procede realmente la voluptuosa idea de los exagerados chorros de sangre de las películas de Tarantino y así redifinir o redescubrir el verdadero poso europeo que hay detrás de la cinefilia tarantiniana), ya sea en la puesta en escena como en el tono del film. La gran diferencia se nota claramente en que el norteamericano canaliza sus obsesiones a través de la agresividad y la mentira (motores del mundo capitalista) y Bergman lo hace a través de la magia y el erotismo (armas del arte con mayúsculas). Por lo demás, apuntar que Bergman debió gozar mucho con las primeras películas de Dreyer (de las que El mago bebe a tragos largos) y en 1939, con La diligencia de John Ford, atisbando la potencialidad que ofrecía el género roadtrip, al igual que de seguro le llamó la atención la desatendida, aunque en verdad desgastada, Viaggio in Italia (1954) de Roberto Rossellini. El mago, a su vez, si lo piensan con detenimiento, pudo ser una de las semillas de la originalidad de El ángel exterminador (1963) de Luis Buñuel. Denle vueltas, no se arrepentirán. El cine, además de una máscara, es una cadena interminable que va del pasado al futuro y viceversa hasta cristalizar en un presente eterno que se repite a lo largo de las generaciones y que como los libros, se va reescribiendo en base a los cambios de mentalidad, perspectiva y distintas sensibilidades que se van sucediendo. En el siglo XVII, la gran obra de Cervantes sólo fue valorada por su valor irónico; hoy existen acreditados exégetas que la tildan de ensayo filosófico. Quién sabe. En definitiva, creo que ni unos ni otros tienen en realidad razón, pues nadie sabrá nunca lo que se divirtió Cervantes al leer su propia novela, ni lo que disfrutó Bergman al engañarnos con sus trucos mesméricos, magnetizando nuestra alma con la locura en forma de chiste que representa El mago. Ya lo dijo una vez cuando le preguntaron sobre su fin personal en cuanto al cine: "Utilizo un aparato que está construido para sacar ventaja de ciertas debilidades humanas...".








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