domingo, 28 de diciembre de 2025

DICIEMBRE 2025

 

DICIEMBRE 

2025

LO MEJOR DE LO PEOR

After the Hunt 

 

 

Luca Guadagnino construye una película sobre el abuso y el plagio que, en cierto sentido, son patas de la misma silla. El film, After the Hunt, traducida en España de manera torpe -como casi siempre-, por influencias -imaginamos más socioculturales que por otra cosa-, es un artefacto curioso lleno de capas someras, leves, efímeras. Vamos, que el producto de Guadagnino es una cebolla light, una especie de Hitchcock a lo snob, un trabalenguas tramposo.  

 

 

Pero, ¿qué nos engaña en las imágenes? Guadagnino nos demuestra que estamos llenos de prejuicios, contaminados por mensajes mediáticos que han construido una mentalidad llena de fallas, injusta y caprichosa. Si hay algo realmente importante en este film, es el juego con el público, el bamboleo de percepciones al que se le somete, a la denigración de lo opinable: una crítica a la teoría de la Recepción y de paso, a los sistemas feministas fanáticos llenos de literalidades e ideas randoms. Vamos, un toque a la piel fina.

 


Se trata de una película de manos, de gestos, un intento pseudointelectual de criticar lo intelectual con un sentido estético -lleno- embadurnado de un tono promiscuo y ciertamente prepotente. Guadagnino no está de acuerdo con la mentalidad milenial sobre el mundo e intenta ponerla en jaque, destacando su vulnerabilidad irritante y su arrojo nihilista. Una generación que hace aguas en el campo del pensamiento es una generación perdida en su propio ego, en su propio yo.



La película es demasiado larga, finalizada con un epílogo intrascendente y está llena de polémicas y problemáticas muy al uso en la actualidad, llena de pervertidos y resentidos, ¿quién es el peor de estos dos ejércitos? La guerra que propone Guadagnino es una batallita ficcional de espejos donde el lado oscuro somete a la imaginación del público a claudicar en su intento de justicia: las cosas no son ni negras ni blancas y todo el mundo parece tener siempre un interés oculto y lo peor de todo, un secreto inconfesable.



El contexto del mundo de la filosofía pedagógica le sirve a Guadagnino como decorado elegante en medio de la Universidad de Yale, uno de esos templos del conocimiento donde el tiempo parece detenerse. Existe una banal crítica revisionista por parte del autor sobre personajes como Hegel, Nietzsche o Kant, sugiriendo que muchos de nuestros males actuales vienen de sus ínfulas autoritarias y sus mentes enfermizas y abusivas. Quizás es lo más flojo de la cinta: Guadagnino es uno de esos tipos que con la piel de borrego encubren su realidad de autores. Pero Guadagnino, como sus protagonistas, tiene que mentir para ser mainstream, para estar en la cartelera y debe adoptar el gesto snob y las estéticas preponderantes para contarnos una historia de ida y vuelta donde no se salva ni el apuntador. 


Aunque quizás lo más sorprendente está en el inicio, en los créditos, plagiados directamente de las películas de Woody Allen, ese cineasta nonagenario al que hoy parece que nadie quiere acercarse. Pero, ¿qué es tan provocativo? Lo primero: cuando uno se sienta en la sala cree haberse equivocado de película, pero cuando uno siente que es imposible que no sea de Allen, comienza a percatarse del sutil jueguecito perverso -o vengancita- de Guadagnino, al prologar su obra con la apariencia de las películas d eun tipo sobre el que recae una bola de sospechas sobre abusos y pederastia.

 


 

Por eso es importante esta película, porque es una copia en sí misma, la revisión de una estética desarrollada por Allen desde los años 80', ¿y cómo no va a ser así si las películas del director de Manhattan llevan copando las carteleras cada año desde hace tres décadas? Guadagnino es un pupilo rebelde de Allen y ejerce su oficio en ese sentido, destruyendo a su maestro -muy mermado en la última década, siendo benevolentes-, generando un grupo salvaje de intérpretes encabezados por una Julia Roberts brillante, demostrando que es la única de su generación que se mantiene viva más allá del bótox y la megalomanía.

 


Un cuento más sobre el problema de los sexos, sobre la sociedad patrialcal, el mundo queer, sobre los infernales departamentos de universidad, sobre las niñas pijas, la dependencia, la evasión, la masturbación como sustitución del trauma o el complejo, sobre el pasado como tabú, el presente como vacío y el futuro como un tiempo donde nada cambia a pesar de la mantequilla. Guadagnino nos propone unas cómodas apariencias que sólo se diluyen en las manos, en los vértices donde nunca miramos: los rostros se han terminado pues todos mienten. El final del imperio de los bustos está cerca. Lo virtual toca a su fin. El capitalismo sigue cambiando de forma, intentando resistir, multiplicándose como un virus intangible que nos hace cometer siempre los mismo errores. El dinero como gasolina para destruirnos entre nosotros mismos. El panóptico.

¿Para qué vigilarnos si ya nos vigilamos entre nosotros mismos?

¿Para qué castigarnos si ya lo hacemos entre nosotros mismos? 

Al capital le sale gratis la crueldad, el dolor. 

 

Lean a Foucault.

 

Vale