miércoles, 8 de mayo de 2024




La quimera
(2023)
 
Alice Rohrwacher


 
 
Ya se sabe, tener un don implica también un enorme castigo. Nacer con un poder conlleva una responsabilidad o un placer secreto. Nunca hay obligaciones para los poetas; si no fuesen placeres sus fines, nadie desvelaría el arte y éste se quedaría disimulado en la Naturaleza, en el aire. Como la luz. Así, este film presenta algo milagroso, un mundo alejado del futuro, asentado entre ruinas, escondido en algún lugar de la Toscana de los años 80', una historia sobre un grupo de profanadores de tumbas etruscas, guiados por un visionario que se mueve mediante pálpitos y energías invisibles. La joven cineasta Alice Rohrwacher devuelve al cine su dignidad, resucitando el ambiente de ciertas películas de Fellini (Amarcord, 1973; En la ciudad de las mujeres, 1983), mezclándolo con tintes humorísticos y estéticos derivados de Miguel Gomes o Yorgos Lanthimos, siendo siempre impredecible, naturalista, eficaz. Así -y teniendo en cuenta la pasajera aparición de Isabella Rosellini-, podría afirmarse la intención inequívoca de unir el pasado y el futuro para fundar un presente propio. El cine.

Arthur, el protagonista, es una especie de starlker tarkovskiano, silencioso, meditabundo, maldito, misterioso; un inglés en medio de italianos, entregado a sus más internas intuiciones, a sus sueños, al recuerdo de un amor perdido. Hay un hilo que persigue durante toda la película y que no acaba de encontrar; Arthur intenta tejer su extraña realidad regresando al pasado milenario, encontrando pequeños tesoros de hace miles de años, pero ¿cómo ver lo sepultado?, ¿cómo sentir a los muertos? Este personaje representa una especie de Belmondo taciturno, un Belmondo contemporáneo, cansado en medio de su propia juventud, desencantado con la vida, marginal y desapegado del mundo. Lo único que le pone en marcha es la búsqueda de las maravillas que duermen bajo nuestros pies, formas de mármol o arcilla que en realidad no fueron hechas para los ojos de los vivos. Ver lo prohibido, profanar lo sagrado, ahondar en la vida para crear un nuevo modo de vida. Recordar a Foucault: subjetivación. El cine de Rohrwacher se propone como una nueva vía para habitar el cine, para practicarlo. Para verlo. Para experimentarlo.  Devolver el asombro y la belleza de lo sencillo a un mundo indigesto de imágenes vacías y banales. Tal vez, como se empieza a admitir desde la mejor crítica profesional, este tipo de películas sintetizan mucho mejor la idea del cine actual que cualquier artículo, teoría o libro especializado. Llegado un momento, el cine hay que hacerlo o claudicar en la vagancia de la opinión. Rohrwacher lo hace de una manera impecable, con una soltura prodigiosa, dejando que los paisajes y los personajes se conecten solos, se construyan a su ritmo, fracasen, triunfen y sueñen a sus anchas. 
Ya en Lazzaro Feliz (2018), la cineasta nos trajo una historia similar, aunque aún anclada en cierta  artificialidad que en La chimera desaparece para ser sustituida por cierto absurdo contextual, un anticapitalismo estético y unas interconexiones relacionales de lo más particulares. Se trata de un film que entronca con otras dos obras contemporáneas inmejorables: Trenque Lauquen (2022) de Laura Citarella y Dentro del caparazón del capullo amarillo (2023) de Thien An Pham, así como las ya algo más alejadas Aquel querido mes de agosto (2008) de Gomes, El sur (1983) de Erice o la legendaria Stalker (1979) de Tarkovski.
El futuro del cine está en manos de cineastas como los ya mencionados: mentes liberadas de lo espectacular, dotadas de una sensibilidad distinta a la común que intentan transformar lo cotidiano en algo artístico. Todo un manifiesto hecho carne de pantalla, espíritu de imágenes salvadas del infierno de basuras eternas, llegadas desde la infección de las series infinitas y las carteleras infantiles y violentas que enferman al mundo.
 

 Así, al rememorar La quimera, sólo llegan trenes que viajan donde nacen historias y sonidos, dentro de los que viajan zahoríes llenos de pesadillas, cabezas etruscas de diosas dormidas. Todo es un museo que debe ponerse en marcha de la manera más bella para que los ojos renazcan y las almas resuciten.
 
 
 

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