domingo, 16 de marzo de 2025

MARZO 25

 

 

LISTÍSSSSIMUSSSS 25

Lo mejor del 24

3ª ENTREGA 

 

Si quitamos el dramatismo a una tragedia, ¿qué nos queda?, ¿una comedia o un artefacto extraño lleno de ambigüedad donde cualquier exageración del tono destruiría el conjunto? La dificultad de esta sutileza se desarrolla en Volveréis de Jonás Trueba, quizá la primera película clásica del autor, síntesis de todo su cine anterior, una maduración extraordinario del estilo que desemboca en una pequeña joya de gran valor. Si recordamos La soga (1948) de Hitchcock, advertiremos que es el origen de este género de películas inquietantes donde lo muerto está presente en toda la duración de la película, creando un extrañamiento tal en la atmósfera que acaba convirtiendo a la película en un doble juego de una riqueza estratosférica. En el film de Trueba lo decrépito es una relación apagada por el aburrimiento o la cotidianidad. Parece ser que lo burgués evite lo fatal a partir de la lógica racionalista cuando en realidad somos emociones con patas. Por eso esta película es tan importante en la carrera de Trueba, ya que por fin se ha entendido un tipo de humor que si no es fino y no está acompañado de una interpretación justa, aparece como ineficaz y artificioso. No es este caso el de Volveréis, tal vez una de las primeras obras de Trueba de sesgo optimista y guión complejo, a pesar se su caparazón sobrio, su apariencia trapense.

Es una gozada por escribir sobre una película de Jonás Trueba que claramente cambia un rumbo en su trayectoria sin aparentemente cambiar nada. Jonás Trueba es un poco así. Gran conocedor de los mecanismos y leyendas del cine, el cineasta ha vuelto a enmarcar en Madrid una historia de sentimientos tomando elementos de Iosseliani, de Iván Zulueta, de Jose Luis Guerin, de Mario Llinás, de Adolfo Aristaráin y por supuesto de Bergman y Kierkegaard. Por extensión es afín al Woody Allen de finales de los 70'. En definitiva, Jonas Trueba encaja a la perfección en ese patrón de artista urbanita lleno de referencias, melancólco y cínico al mismo tiempo. La diferencia es que Allen comenzó como humorista y Trueba como crítico cinematográfico amante de las nuevas olas europeas de los 60'.



Uno de los grandes aciertos de la película es el actor Vito Sanz, fuente de todo el verdadero naturalismo de las películas de Jonás Trueba. La inocencia adolescente de su presencia a la manera de Gabino Diego y su honestidad emocional, dotan a las escenas de un realismo peculiar que en este caso ha fraguado en una experiencia fílmica gloriosa. No hay porqué no decirlo: es una de las mejores películas del 2024. Sin duda alguna, muy por encima de muchas que han sido galardonadas por todo el mundo.



La precisión en las referencias (Stanley Cavell, Kierkegaard, Blake Edwards) sumado al amor de Trueba al incluir una aparición estrella de su padre, dan cuenta de una claridad de ideas y un salto cualitativo en el ejercicio narrativo, que no sólo trata de contar, sino de deleitar y reflexionar.

Cosa distinta ocurre con la extravagante La substancia de Coralie Fargeat, ambiciosa producción que posee el reclamo de Demi Moore, pero que no consigue levantar el vuelo a pesar del despelote acaecido en la pantalla. Sólo es destacable un fenómeno que no es aislado y que cada vez se está extendiendo con más intensidad; los antiguos directores de terror jóvenes se están haciendo un hueco en las primeras posiciones de parrilla de Hollywood, incorporando géneros y perspectivas grotescas que parecen atraer a un público acostumbrado ya a las barbaridades de las series y a los géneros masoquistas. La democratización estética es hoy total y el refinamiento ha quedado obsoleto en un mundo enfermo de narcisismo y pornografía.

 

El hombre elefante (1980) de David Lynch, El almuerzo desnudo (1991) de Cronenberg y quizás The Bad and the Beautiful (1952) de Vincente Minneli son algunos de los pilares que sostienen esta frikada exultante que tiene que ver más con Alien: Romulus que con con Todo sobre Eva (1950) de Mankiewicz. Lo mágico y lo sobrenatural se une a una demasiado obvia crítica a la superficialidad y a la crueldad del tiempo, que va dejando atrás a los personajes que han condicionado su vida a algo tan efímero como el cuerpo.



El cuerpo e suno de los grandes problemas de la actualidad: la autoseducción, el neofeminismo, la filosofía striptis pasada por el filtro onlyfans, lo sexual, lo orgiástico, lo anal, lo animal, lo corporal, el sudor, en definitiva, la mente realista aplicada al deseo de las bajas pasiones surcan el terreno de la envidia y la frustración en un puñado de seres gobernados por la mentira, la fama y el horror. La sustancia es una película-oásis como podría serlo American Spycho (2000) en su momento, un oasis de horror, de momentos vomitivos. Ambas películas han sido hechas por mujeres y ambas tratan temas de poder y narcisismo extremo.

 
Las Tierras del cielo es una película nefasta, bendecida por críticos saludables, que no es más que un ejemplo de que el teatro filmado nunca funciona en el cine. El factor de verosimilitud que necesita captar la cámara no llega al mínimo en esta propuesta mínimal que acaba desfalleciendo casi antes de nacer. Películas como Afire, Oh, Canada, Here, Parthenope, Camboya, 1978 o Trap, les ocurre lo mismo; no llegan a cruzar el umbral.
 

 
Volviendo al cuerpo, hay una película remarcable llamada Love lies bleeding de Rose Glass, cineasta que también viene del terror y que construye una fábula oscura de cierto ingenio y relaciones heterodoxas que, a pesar de ciertas convenciones narrativas, descubre un tipo de emoción extranjera, rarificada que entroncaría con la también musculada The iron claw.
 
¿Son en realidad todos estos cuentos del cuerpo pesadillas en vida de espíritus atrapados en jaulas de músculos, de cuerpos vaciados que se venden al no valorar el mundo que les rodea? ¿No serán todas estas infelicidades productos de una sociedad empastillada y espectacular llena de frivolidades e ignorancia? ¿no serán estas precariedades emocionales resultado de una educación capitalista que defiende sólo el interés en el otro y que ha olvidado la ética kantiana de los valores universales? ¿será cierta la ética de Nietzsche en la que todo ser es un esclavo o un amo? ¿no serán todas estas criaturas esclavas de sí mismas?
 





 
En todo caso, Love lies Bleeding aporta un lado mágico, fabuloso, extraordinario que la separa de las demás películas de su género, retorciéndose en nuevas narrativas, en una estética en transición que lo mezcla todo o que se atreve a probar todo para ver qué ocurre cuando una película de violencia y crueldad se acaba convirtiendo en un cuento de Las mil y una noches o en un cuento de Rabellois.
Lo que sí está claro es que lo monstruoso y lo extraordinario están cogiendo mucho peso en el cine industrial, anunciando la obsolescencia de las viejas narrativas, afianzando una larga época de transicción donde aparecerán mil sorpresas conjugadas con ambiciosos proyectos. Lo que antes era un coto privado de cines excéntricos e independientes está invadiendo los imaginarios de las grandes productores, expandiendo lo siniestro y lo raro, presintiéndose de esta manera la venida de una nueva era gótica, llena de misterios, horrores y nuevos humores, desconocidos desde hace al menos un siglo.
 







Beetle Juice Beetle Juice de Tim Burton es un poco lo que se esperaba pero no tan malo. Siempre en los remembers de cualquier película de este tipo, las copias o remakes o continnuaciones sulene ser un fracaso anunciado. En este caso, a pesar de Dafoe y Bellucci, la película sale a flote con el uso de una animación vintage y el mantenimiento de un tono entretenido que facilita el poder terminar el embrollo con ciertas sorpresas curiosas. La crítica a la sociedad contemporánea y a la sociedad burguesa en particular, destacan en una cinta llena de bromas macabras y chistes de gusanos.

Otra continuación es Gladiator II del nonagenario Ridley Scott, que supera su primera entrega y crea una verdadera épica con héroe semidivino al modo clásico. La polémica por las inexactitudes históricas, ¿en realidad son tan importantes para una parte del público que no para de leer libros de Roma escritos por polemistas, periodistas y escritores sensacionalistas? Quien quiera leer que lea y quien quiera ver pelis, que se siente ante una pantalla, pero dejen de joder.

La literatura y el cine son dos cosas distintas.

La historia también.

Lo curisoso es que en una sociedad tan ignorante como la actual, haya tanta gente de piel fina ante variaciones históricas que a nadie interesan y que poco importan en una película que habla de la paz de los pueblos y el cese de las guerras.



Otra continuación de saga es Alien: Romulus -por cierto, producida también por Ridley Scott- del cineasta Fede Álvarez y que casualmente hace un guiño al mundo de los césares y otro al mudo de los aliens. Monstruos ambos. Imperios del mal, especies del mal. Destrucción por destrucción, por interés y supervivencia suicida. Los aliens tal y como los dinosaurios o los vampiros son seres de nuestro tiempo, personajes creados en el imaginario colectivo contemporáneo para aterrorizar las mentes de un público que se cría con ellos y muere con ellos. Estas sagas interminables e insidiosas incuban las arañas del miedo en un inconsciente social cada vez más atemorizado del otro, de la diferencia.

En el caso concreto de Aliens: Romulus se puede decir que la primera medio hora hace un ehjercicio de vintage muy eficaz que llega a emular la atmósfera de aquella mítica Alien, el octavo pasajero (1979). El mensaje pesimista que niega la posibilidad real de colonizar el espacio sigue vigente, al igual que el miedo a lo diabólico, a aquello que se nos mete dentro e incuba a violencia irracional. Los robots también son el punto de mira de una incompatibilidad que hoy se vende con la alta tecnología y se resume en eso de la IA.



 

El 2024 ha traído un par de películas intimistas, sencillas, que a pesar de pecar por defecto, de explotar sobremanera aquello de película menor, destacan por su lado humano. Una es A real pain del actor Jesse Eisenberg, asunto familiar y nostálgico que conduce a dos medio hermanos a emprender un viaje hacia los orígenes de su familia; la narcotización de uno de ellos (Kieran Culkin) generará una disrupción narrativa de alto voltaje. En el film de Mike Leigh, Hard Truths, también se abordan secretos problemas familiares que llevarán al colapso a la protagonista (Marianne Jean-Baptiste) hasta extremos imposibles. Ambos filmes realistas presentan un diagnóstico depresivo del individuo aferrado a traumas y síndromes, rodeado de paranoias, información y drogas de todo tipo. Sólo el humor de ciertos personajes salva la ficción y convierte en digeribles estos dos bombones envenenados saturados de realidad.
¿Para qué más realismo en un mundo escaneado por los medios de masas? ¿Para qué seguir haciendo películas-espejo o películas-evasión si se pueden hacer películas-imaginación, o lo que es lo mismo, cine?




Babygirl de Hallina Reijn es una muestra más de lo monstruoso encarnado en el mundo empresarial, en la idea de la juventud perdida de los sonetos de Shakespeare. Parece que aquellos 156 poemas de pacotilla han influido más en la cultura anglosajona que los tratados económicos de Keynnes. Nicole Kidman, a la par que Demi Moore, interpreta un papel existencial, un rol que se interna en un conflicto común de las actrices mayores, marginadas de las grandes producciones al no poder ocupar roles de tía buena. Digamos. Aunque esto suene algo casposo tiene su miga y por eso, tanto La Sustancia como Babygirl abordan dos historias que inciden directamente en las vidas reales de sus protagonistas, por lo que, por momentos, estas ficciones de sobremesa se convierten en parte en falsos documentales de sus propias vidas, añadiendo un punto de morbo a sus escandalosas historias. Lo mejor de Babygirl es el personaje-stalker interpretado por Harris Dickinson, quien ya salió en El triángulo de la tristeza de Ostlund y que aporta una carga de misterio y perversidad al relato que se podría decir que es el verdadero protagonista.







Para cerrar esta tercera entrega, nada mejor que comentar otra película española de interés: Salve María de Mar Coll. De primeras, un film de corte social a lo Ken Loach que va cogiendo tintes de Marc Recha y que acaba casi en una cinta de Nacho Vigalondo. Me explico: los tildes hitchconianos que imprime al principio del film (el cuervo) y el uso de una música digna de Bernard Herrmann, unido a esos prólogos godardianos (vehementes) y a una temática muy sensible y frágil, generan un dramatismo que de alguna manera se va de las manos, pero que por momentos acaricia la sublime oscuridad de un Carlos Vermut o Isabel Coixet. El problema del film que, en general, se va haciendo espléndido, es el final. La misma Mar Coll afirma que estuvo a punto de cerrarlo sin epílogo, peor al final lo puso. El problema de esta conclusión es que afecta a todo el significado construido y nos muestra un lado frívolo de la protagonista que al margen de cualquier opinión es objetivamente gratuito e irresponsable. Se puede entender  la intención, pero el resultado intoxica a la cinta de una inhumanidad que va más allá de una depresión postparto o trauma similar.
Hitchcock también hacía finales terribles y gratuitos, pero por cosas de la vida, a larga, no han infectado al resto del metraje y sus películas -o muchas de sus películas- se han salvado de la quema. 
De Salve María hay que quedarse con el elemento de la ventana -que en realidad es un símbolo que podría haberse potenciado aún más- y la falta de fuerza del título, el cuál no representa -como tampoco lo hace el de Babygirl- el meollo de la obra. Tal vez hay un guiño a Godard respecto a su película de 1985, Yo te saludo, María, aunque parece que tiene más que ver con el saludo de los césares o el protocolo religioso. Sea como fuere, Salve María de Mar Coll acaba siendo una película camp por la introducción de ese final obtuso que convierte el oro en arena y produce el efecto del milagro pero al revés.






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