LISTÍSSSSIMUSSSS 25
Lo mejor del 24
3ª ENTREGA
Si quitamos el dramatismo a una tragedia, ¿qué nos queda?, ¿una comedia o un artefacto extraño lleno de ambigüedad donde cualquier exageración del tono destruiría el conjunto? La dificultad de esta sutileza se desarrolla en Volveréis de Jonás Trueba, quizá la primera película clásica del autor, síntesis de todo su cine anterior, una maduración extraordinario del estilo que desemboca en una pequeña joya de gran valor. Si recordamos La soga (1948) de Hitchcock, advertiremos que es el origen de este género de películas inquietantes donde lo muerto está presente en toda la duración de la película, creando un extrañamiento tal en la atmósfera que acaba convirtiendo a la película en un doble juego de una riqueza estratosférica. En el film de Trueba lo decrépito es una relación apagada por el aburrimiento o la cotidianidad. Parece ser que lo burgués evite lo fatal a partir de la lógica racionalista cuando en realidad somos emociones con patas. Por eso esta película es tan importante en la carrera de Trueba, ya que por fin se ha entendido un tipo de humor que si no es fino y no está acompañado de una interpretación justa, aparece como ineficaz y artificioso. No es este caso el de Volveréis, tal vez una de las primeras obras de Trueba de sesgo optimista y guión complejo, a pesar se su caparazón sobrio, su apariencia trapense.
Es una gozada por escribir sobre una película de Jonás Trueba que claramente cambia un rumbo en su trayectoria sin aparentemente cambiar nada. Jonás Trueba es un poco así. Gran conocedor de los mecanismos y leyendas del cine, el cineasta ha vuelto a enmarcar en Madrid una historia de sentimientos tomando elementos de Iosseliani, de Iván Zulueta, de Jose Luis Guerin, de Mario Llinás, de Adolfo Aristaráin y por supuesto de Bergman y Kierkegaard. Por extensión es afín al Woody Allen de finales de los 70'. En definitiva, Jonas Trueba encaja a la perfección en ese patrón de artista urbanita lleno de referencias, melancólco y cínico al mismo tiempo. La diferencia es que Allen comenzó como humorista y Trueba como crítico cinematográfico amante de las nuevas olas europeas de los 60'.
Uno de los grandes aciertos de la película es el actor Vito Sanz, fuente de todo el verdadero naturalismo de las películas de Jonás Trueba. La inocencia adolescente de su presencia a la manera de Gabino Diego y su honestidad emocional, dotan a las escenas de un realismo peculiar que en este caso ha fraguado en una experiencia fílmica gloriosa. No hay porqué no decirlo: es una de las mejores películas del 2024. Sin duda alguna, muy por encima de muchas que han sido galardonadas por todo el mundo.
La precisión en las referencias (Stanley Cavell, Kierkegaard, Blake Edwards) sumado al amor de Trueba al incluir una aparición estrella de su padre, dan cuenta de una claridad de ideas y un salto cualitativo en el ejercicio narrativo, que no sólo trata de contar, sino de deleitar y reflexionar.
Cosa distinta ocurre con la extravagante La substancia de Coralie Fargeat, ambiciosa producción que posee el reclamo de Demi Moore, pero que no consigue levantar el vuelo a pesar del despelote acaecido en la pantalla. Sólo es destacable un fenómeno que no es aislado y que cada vez se está extendiendo con más intensidad; los antiguos directores de terror jóvenes se están haciendo un hueco en las primeras posiciones de parrilla de Hollywood, incorporando géneros y perspectivas grotescas que parecen atraer a un público acostumbrado ya a las barbaridades de las series y a los géneros masoquistas. La democratización estética es hoy total y el refinamiento ha quedado obsoleto en un mundo enfermo de narcisismo y pornografía.
El hombre elefante (1980) de David Lynch, El almuerzo desnudo (1991) de Cronenberg y quizás The Bad and the Beautiful (1952) de Vincente Minneli son algunos de los pilares que sostienen esta frikada exultante que tiene que ver más con Alien: Romulus que con con Todo sobre Eva (1950) de Mankiewicz. Lo mágico y lo sobrenatural se une a una demasiado obvia crítica a la superficialidad y a la crueldad del tiempo, que va dejando atrás a los personajes que han condicionado su vida a algo tan efímero como el cuerpo.
El cuerpo e suno de los grandes problemas de la actualidad: la autoseducción, el neofeminismo, la filosofía striptis pasada por el filtro onlyfans, lo sexual, lo orgiástico, lo anal, lo animal, lo corporal, el sudor, en definitiva, la mente realista aplicada al deseo de las bajas pasiones surcan el terreno de la envidia y la frustración en un puñado de seres gobernados por la mentira, la fama y el horror. La sustancia es una película-oásis como podría serlo American Spycho (2000) en su momento, un oasis de horror, de momentos vomitivos. Ambas películas han sido hechas por mujeres y ambas tratan temas de poder y narcisismo extremo.

Beetle Juice Beetle Juice de Tim Burton es un poco lo que se esperaba pero no tan malo. Siempre en los remembers de cualquier película de este tipo, las copias o remakes o continnuaciones sulene ser un fracaso anunciado. En este caso, a pesar de Dafoe y Bellucci, la película sale a flote con el uso de una animación vintage y el mantenimiento de un tono entretenido que facilita el poder terminar el embrollo con ciertas sorpresas curiosas. La crítica a la sociedad contemporánea y a la sociedad burguesa en particular, destacan en una cinta llena de bromas macabras y chistes de gusanos.
Otra continuación es Gladiator II del nonagenario Ridley Scott, que supera su primera entrega y crea una verdadera épica con héroe semidivino al modo clásico. La polémica por las inexactitudes históricas, ¿en realidad son tan importantes para una parte del público que no para de leer libros de Roma escritos por polemistas, periodistas y escritores sensacionalistas? Quien quiera leer que lea y quien quiera ver pelis, que se siente ante una pantalla, pero dejen de joder.
La literatura y el cine son dos cosas distintas.
La historia también.
Lo curisoso es que en una sociedad tan ignorante como la actual, haya tanta gente de piel fina ante variaciones históricas que a nadie interesan y que poco importan en una película que habla de la paz de los pueblos y el cese de las guerras.
Otra continuación de saga es Alien: Romulus -por cierto, producida también por Ridley Scott- del cineasta Fede Álvarez y que casualmente hace un guiño al mundo de los césares y otro al mudo de los aliens. Monstruos ambos. Imperios del mal, especies del mal. Destrucción por destrucción, por interés y supervivencia suicida. Los aliens tal y como los dinosaurios o los vampiros son seres de nuestro tiempo, personajes creados en el imaginario colectivo contemporáneo para aterrorizar las mentes de un público que se cría con ellos y muere con ellos. Estas sagas interminables e insidiosas incuban las arañas del miedo en un inconsciente social cada vez más atemorizado del otro, de la diferencia.
En el caso concreto de Aliens: Romulus se puede decir que la primera medio hora hace un ehjercicio de vintage muy eficaz que llega a emular la atmósfera de aquella mítica Alien, el octavo pasajero (1979). El mensaje pesimista que niega la posibilidad real de colonizar el espacio sigue vigente, al igual que el miedo a lo diabólico, a aquello que se nos mete dentro e incuba a violencia irracional. Los robots también son el punto de mira de una incompatibilidad que hoy se vende con la alta tecnología y se resume en eso de la IA.
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