martes, 26 de marzo de 2024




DUNE II 
(2024)
 
Denis Villeneuve
 

Tal vez, la mejor película épica de todos los tiempos. Ahora, todas las pseudocopias de la saga que comenzó a publicar Frank Herbert desde 1965, se reducen a partículas de polvo, a infantiladas ridículas del tamaño de un átomo, comparadas con este monumento al cine narrativo. Dejen paso al nuevo imperio de Dune. Las ramploneras sagas de Star Wars, Alien o Blade Runner (incluso teniendo en cuenta que la última versión de la fallida distopía de Ridley Scott la firmó Villeneuve, padre de la nueva saga Dune), incluyendo Stargate, Star Trek, Matrix, Conan o El señor de los anillos -por poner ejemplos ilustres- enmudecen y se avergüenzan ante una epopeya enorme y delicada, lejos de las condescendencias y el infantilismo. El novelista Frank Herbert imaginó durante la Guerra Fría (al igual que lo hizo Alan Moore con Watchmen durante los 80') una especie de Ilíada más allá del año 10 mil e instauró un hito dentro de la ciencia ficción, tan enorme, que múltiples libadores avezados la exprimieron creando mundos similares, aventuras idénticas. Uno de los más ávidos fue el famoso George Lucas, quien solía evitar mencionar en sus entrevistas la novela de Herbert para justificar la creación de sus películas en libros de la edad antigua. Terrible. Vivimos inmersos en una copia extravagante que se repite a sí misma, evitando la originalidad, mas cuando emerge lo singular, lo auténtico, todo lo demás desaparece, se disipa. Siempre hay un modelo, un punto de inflexión donde todo gira. Villeneuve crea un nuevo paradigma de películas, un nuevo tipo de cine comercial, más digno, más serio. Así, experimentar Dune es beber de un líquido distinto de existencia, un líquido que nos induce al pensamiento mágico confrontado al mundo matérico, a la contradicción humana de lo tecnológico y lo espiritual, al mundo de lo orgánico y lo artificial, de la delicadeza a la bestialidad. En realidad, todo Dune es un teatro de arquetipos, de alegorías con patas que pasan a través de nuestros ojos en forma de destellos, de ideas, de sueños. La historia de las culturas filtradas en el embudo del tiempo. La Belleza y el Horror. La bella y la Bestia. Dune es un desierto del que apenas se habla pero que invade los ojos, un misterio que empuja sin fuerza, que arrastra sin querer. Todo son susurros, guerrillas, escondites, huellas sobre la arena. Algo tiembla bajo nuestros pies: lo sagrado. Occidente ha impuesto un mundo nihilista, apático, escéptico, analfabeto, pero las fuerzas naturales del conocimiento son más poderosas que el cinismo. Dune es un film lleno de saltos de fe, de supersticiones, de fuegos fatuos, de espíritus, de visiones. Se podría definir como una película religiosa, una película humanista. Decir esto en un mundo decididamente ateo y milenial parece una herejía, una vaguedad, pero hay cosas que deben ser dichas, filmadas. Villeneuve coloca sus cartas sobre la mesa, adapta el texto de Herbert y da vida a un mundo más allá del espectáculo, más allá del efectismo. Detrás de sus imágenes hay una idea, o mejor dicho, muchas ideas, muchos pensamientos reunidos por millones de proyecciones mentales a través de los siglos. La diferencia con otras épocas del pasado es que en la nuestra podemos ver construcciones invisibles de la mente, imaginarios, ponerlos en común, verlos en comunidad, experimentarlos de forma simultánea junto a otros. El cine es un juego colectivo para otros colectivos. El cine es un arte humanista, quizá el último, una ventana al mundo del interior donde reina la oscuridad. Dicha oscuridad es el hueco llenado por los artistas, convertido en formas, colores y tramas que envuelven a la emoción de desafíos y ambigüedades, de dudas,, sorpresas y milagros. Dune es un reino milagroso, un viaje hacia la cruda realidad. El hálito sekspiriano se mezcla con las estéticas que Jodorowski (quien no llegó a realizar el film esperado) y Lynch (quien filmó una extravagancia por encargo y sin ganas, a cambio de poder filmar su anhelada Blue Velvet) crearon con anterioridad en torno a Dune, hundido todo ello en sopas de mesianismo, guerras santas, libros sagrados, eugenesias, totalitarismos y arcaísmos culturales. Dune avanza para retroceder: no se puede caminar en línea recta. Todo es un baile de sombras, un duelo mano a mano en el que sólo uno puede sobrevivir. Las respuestas vienen de los sueños, el milagro brilla sobre la arena, porque, ¿qué es la especia en definitiva?, ¿no es más que un dios efímero que flota efímero en la soledad?, ¿no es la voluntad humana nada más que un error obsesivo que intenta sustituir dicho misterio?


Somos hormigas surcando el rostro de un emperador malvado. Somos ratones diminutos que limosnean gotas de agua, escondiéndose en agujeros miserables. El mundo es demasiado poderoso como para poder  comprenderlo, pero queremos convertirlo todo en ciencia. Occidente decidió hace siglos que había que seguir la senda de lo racional. Animal racional. Pero resulta que todo era una entelequia. Hay que volver a la Edad Media y más atrás para entender el ovillo en el que estamos enredados. Toda nuestra agonía y desesperación, toda nuestra impotencia se traduce en máquinas, en objetos, en placeres irrisorios. Olvidamos la Belleza porque tenemos miedo de enfrentarnos a lo verdadero. Preferimos ahogarnos en la repetición, en la frivolidad y en la apariencia para esquivar la emoción, la pasión, la sensibilidad. Por mucho que se ignore, ahí fuera hay un cosmos entero lleno de riqueza y complicaciones, de complejidad y misterios que se hacen inalcanzables a lo humano. En su idiocia, el individuo cree que puede saciar su debilidad en el poder, en el engaño, en el control. No se puede controlar nada en la realidad y por eso muchos enferman. La única manera de avanzar es la lucha, el honor, la sinceridad, valores clásicos muy poco de moda en una sociedad maliciosa, perversa y egoísta. Así, ver esta película es un gesto de amabilidad al mundo y a nosotros mismos, un relato fascinante sobre nuestro interior y los símbolos que nos rodeas. Los peligros y pesadillas son los obstáculos de la libertad, de la felicidad.
Villeneuve nos devuelve al desierto para que sobrevivamos por nuestra cuenta, por la dicha de descubrir el espejo que muestra la imagen que no vemos, la imagen de la que estamos hechos.
Pasará mucho tiempo hasta que alguien pueda superar esta epopeya espiritual.
Quizá sólo un arte colectivo podía hablar de lo común, como anhelaba Heráclito, de una nueva razón que nos involucre a todos en una aventura de altos vuelos, de altas miras, de grandes pasiones.
 

Tras una primera entrega en 2021, Villeneuve continúa en un segundo asalto su intrusión en el dilatado texto de Herbert, una biblia interminable llena de historias y contrahistorias de donde el cineasta extrae flashes de una abstracción de palabras donde todo ocurre, donde todo calla. Comparada con la primera entrega, Dune II se impone (a pesar de ser teóricamente la misma cinta) como un paso de gigante respecto a su hermana primera, ya que utiliza un tono distinto, una atmósfera singular y una forma de relato lo suficientemente original como para considerarse autónoma. Villeneuve ha creado un monstruo, algo abominable. La primera parte queda así como una especie de preludio grandilocuente, como un susurro de una obra mayor que brilla en esta segunda entrega donde la estética helenística y la philipkadikiana se unen en un verso bíblico-coránico con trazos saharauis y alienígenas por un lado, políticos y poéticos por otro. Se podría asumir que Dune II es una especie de desagüe de miles de cintas, de miles de estéticas usurpadas durante el siglo XX y parte del siguiente y que aquí se reúnen de forma homogénea, límpida, única. Una síntesis, no un palimpsesto. Se acabó la posmodernidad, el milenarismo. Hay un adjetivo para esta película y es pureza. Villeneuve descubre el cine puro que no consiguió en Blade Runner 2049 (2016) o La llegada (2017), recuperando la locura narrativa de Enemy (2103), la eficacia narrativa de Prisioneros (2013) y la realidad cruda de Politécnico (2009). Su filmografía es extraña pero elocuente al mismo tiempo: una intuición tras otra que llega a buen puerto. No hay muchos cineastas capaces de llegar en menos de diez películas a este nivel. Un nivel superior. Se trata de una ficción distinta, de un aullido refinado hacia otro viento, otro soplo. Llegan nuevos tiempos de la mano de grandes artistas. Todo lo demás quedará relegado por inútil. Y esto es extensible a todo arte. Todo lo que no tenga pasión y sensibilidad desaparecerá por su propio pie. No hay hueco para más chorradas. El vaso está lleno. 
 
Comienza una época de talento y corazón. 
 
Si no lo sientes, no podrás sobrevivir.
 
 























lunes, 19 de febrero de 2024



 
Mediados de Febrero

Las listas de la muerte
 
 
Lo de las listas de películas es para mear y no echar gota, más aún en estos tiempos que corren donde las maneras y los protocolos de exhibición son tan volátiles y diagonales que el espectador no sabe si está viendo un film de este año, del pasado o de hace un lustro. Todo el desbarajuste que trajo la Cultura Covid, obligó a retrasar estrenos, rodajes y a cancelar muchos proyectos que tal vez, ya no conseguirán asomar el morro jamás. Esto de la producción de películas industriales tiene un poco de aquella expresión abusiva: en la vida el tren pasa sólo una vez. Bueno pues eso, que el cine y el ferrocarril siempre han estado unidos en muchos aspectos -formales y conceptuales- y que en este no iba a ser menos. Pero vamos al grano: cuando el lector ávido recorre las infinitas listas ofrecidas por críticos experimentados y asalariados por revistas especializadas, uno se asombra de los cambiantes panoramas que tienen unos y otros en la mente, qué lagunas, qué intereses y qué ideologías incluso. Una lista de este tipo -que en realidad es un pequeño canon- puede ser un capricho o un juego, pero de manera inconsciente es también el reflejo de una actitud, de una inteligencia, de una sensibilidad. Y hay que decirlo sin miedo: en general hay mucho crítico incompetente y desabrido, incluso frívolo (en el peor de los sentidos). Así, de todas las listas revisadas, de primeras se puede hacer un buen inventario de lo que podríamos definir como películas sobrevaloradas que no deberían haber sido mencionadas en ninguna publicación medio seria:


Cerrar los ojos
The Killer
El sol del futuro
Napoleón
Barbie
Asteroid Ciy
Passages
Las chicas están bien
La contadora de películas
La ternura
Priscilla
Saltburn
 
La película de Erice es tal vez la peor de todas: pretenciosa, tonta, lamentable, carente de gracia y talento; tortuosa. Terrible. Sólo se salvan los créditos. La de Fincher es una auténtica desilusión teniendo en cuenta que los primeros 20 minutos parecen sugestivos; desde el 2010 no hace algo consistente (excepto pequeños brillos en Mindhunter). Nanni Moreti es un desastre nostálgico sin base ni realidad, un jubileta entregado a la facilidad, a la estampa, ¿dónde quedó la originalidad de Palombella Rossa (1989) o la gracia de Il caimano (2006)? De Ridley Scott no hablemos: nunca tanto presupuesto se ha malgastado de manera tan ridículo. Sin comentarios. Lo de Greta Gerwig es poco interesante, demasiado rosa, demasiado siglo XXI. La sátira y absurdo también tienen su decoro. En cuanto a Wes Anderson qué decir: no se entiende que en un mismo año estrene las mejores piezas de su obra como por ejemplo  La maravillosa historia de Henry Sugar (2023) y a la vez, un largometraje filmado en Toledo de lo más soso, de lo más nihilista que se haya podido ver en décadas. La película de Ira sachs nos muestra que hay mucho petit bourgeois gastando pixels a chorro en problemas de primer mundo que no le interesan a nadie. Y hablando de cine español, tres pestiños indigestos: la de Itsaso Arana bendecida por el dios cultureta de Jonás Trueba. Nefasta. La de Lone Scherfig guionizada por la negada Isabel Coixet. Basura. Y la extraña película de Vicente Villanueva, que en realidad podría haber hecho un corto de animación para un concurso infantil. Pocoyó. La nueva de Sofía Coppola es una desmitificación historiográfica bastante depre, como casi todo lo que ella ha hecho y Emerald Fenell ensaya una especie de film a lo Ostlund que se le queda corto; la última secuencia es interesante.
 
Habría muchas más, pero la cosa no va sólo de destrucción masiva, va de analizar que la inercia industrial de lo cinematográfico está llegando a una dinámica casi telúrica, llegando a una profusión de engendros de tal calibre que en gran medida, muchas de las cintas, ya ni siquiera puede identificarse como películas. Da la impresión que muchos directores se han entregado a eso del cine mutante, el multigénero, la experimentación comercial y no sabemos qué animaladas conceptuales más, olvidando las bases de un arte y un oficio que no sólo trata de la forma o la técnica, que no sólo se basa en el argumento o la reivindicación, que no puede basarse sólo en violencia, el sexo o la comedia. El cine es mucho más y los géneros pueden irse al carajo. Se necesita ingenio y sensibilidad. Por eso, a continuación colocamos la lista de las películas más interesantes de este 2023 pasado:
 
 
Inside the yellow coocon shell
Maestro 
Oppenheimer
Dream Scenario - Beau tieme miedo
La inspiración más profunda
Fallen leaves
La memoria infinita
Chinas - 20.000 especies de abejas
La sociedad de la nieve
The holdovers
 
 
La primera es de Thiem An Pham, un cineasta vietnamita aún no muy conocido que en las próximas décadas dará mucho que hablar; su película es alucinante, hipnótica e inteligente, pero sobre todo bella. Hay algo sagrado en sus líneas, como si se tratase de un poema. Una película milagrosa. El caso de Bradley Cooper es también una sorpresa: utilizando la vida íntima de un músico (Leonard Bernstein), el actor-director convierte un biopic en una preciosa obra plástica de un cuidado exquisito y una precisión narrativa poco frecuente. Brillante. Por la parte de Nolan, como siempre cine asegurado: uno de los únicos directores actuales que navegan sobre un principio artístico, un compromiso que en el arte se denomina responsabilidad estética. Un placer. Kristoffer Borgli y Ari Aster nos traen el mundo de la locura y los sueños, explorando lo onírico de las maneras más sorprendentes. Maravillosas ambas. Laura McGann se atreve a sumergirnos en un estado de seminconsciencia documental, más allá de lo humano, en las profundidades de la muerte. Sobrecogedora. La nueva de Kaurismaki es un poco más de lo mismo, de nuevo su mundo, sus personajes, sus tempos. Nada nuevo, pero agradable siempre.  Maite Alberdi, en un gesto colaborativo, filma junto a uno de sus personajes, la parte oscura de la memoria, un éxtasis del olvido, de la inexistencia. Fundamental. Arantxa Echevarría y Estíbaliz Urresola consiguen en sus dos films, visualizar dos tabúes sociales de una manera natural, encomiable. Un gusto ver cine español a ese nivel. En esa línea, Antonio Méndez Esparza también abre caminos en eso del relato fantástico, surreal. Interesante. Por último, dos películas tal vez camufladas por sus prejuicios, pero apasionantes en su experiencia: la de J. A. Bayona demuestra que el cine del cuerpo no sólo puede ser perverso o soez, cruel y oscuro, sino que puede contar una historia coral archiconocida de la manera más elegante, más verdadera, de la forma más espectacular.  Y Alexander Payne nos trae una película navideña de una sencillez y gracia como no se sentía desde aquel ¡Qué bello es vivir! de Capra.
 
 

 
Muchos detectarán ciertas ausencias en la lista anterior, lo cuál es debido a dos factores distintos. El primero, que por cuestiones ya comentadas, algunas de las mejores películas clasificadas para el 2023 son en realidad del años anterior y por eso se ha confeccionado una tercera lista con lo que llamamos Películas Falsas de 2023 o simplemente, Películas de 2022 coladas como 2023:


Trenque Lauquen
Sobre la historia natural de la destrucción
Tar
Los osos no existen
Saint Omer
Almas en pena en Irisherin
La ballena
El triángulo de la tristeza
La belleza y el dolor
En lo alto


Lo primero: la lista es excepcional. Lo segundo: no me extraña que el film de Laura Citarella haya causado tal estupor entre los profesionales; es quizás la película menos vista por el público por su precaria distribución, pero sin duda, junto al film de Thiem An Pham, son las dos obras más significativas de todo el 2023 (o de lo que se consideraría 2023). La maravilla de Sergey Loznitsa es casi un sueño, una perturbadora historia literaria llevada a lo más real de lo cinematográfico. Única. Un genio. La de Todd Field es una muestra de relato fantástico muy fino. La de Jafar Panahi es la enésima sublimación de un director que si consigue sobrevivir a su cautiverio, seguirá haciendo crecer al arte cinematográfico de maneras imprevisibles e ingeniosas. Un maestro socrático. Alice Diop nos trae de lo mejor del cine francés actual, el cuál anticipa a la mimada Anatomía de una caída de Justin Triet. Martin McDonagh escribe un relato de imágenes poco usual, macabro y divertido. Cine gótico a lo Villiers. Muy agudo. Aronofsky nos sorprende con su mejor film, sin lugar a dudas. Ruben Ostlund sigue confiando en un sátira del poder y en este caso no le sale del todo mal. Laura Poitras nos trae el mejor documental del año pasado: la historia de Nan Golding. Buenísimo. Y Hong Sang-Soo nos trae lo de siempre: hiperrealidad austera, historias simples. Cajas de música. Bien.

Para finalizar, confesar que el segundo factor que obliga a ciertas ausencias es el irremediable hecho de que películas potencialmente interesantes como Pobres criaturas, La zona de interés, Los asesinos de la luna, Perfect Days, Ferrari, El trío en Mí Bemol o Monstruo no han podido ser evaluadas por el momento. Tal vez se queden en el pozo del olvido, tal vez se clasifiquen en años posteriores por críticos de turno. Quién sabe. desde Haymmuvis intentaremos reordenarlas para en su justa medida, adecuarlas a su posible puesto entre las mejores, las peores o las infumables del año.

La muerte está servida.










 
 

miércoles, 7 de febrero de 2024

 
Fortini / Cani
(1976) 

Straub / Huillet 
 




Un libro. Un locutor. Un programa televisivo. Un artículo. El conflicto árabe-israelí. Una mujer fumando en la terraza. Silencio. Colores del norte de Italia. Racismo. Ideologías. Pensamiento antiárabe. Oscuridades sobre las que se leen palabras. Es esta una película de voces, de fantasmas intelectuales, de mensajes anticapitalistas. Cuidado: se trata de un film subversivo. Un canto por la libertad. Su protagonista es Franco Fortini, un lector de Goethe y de Élouard que ahora se lee así mismo, que alguien le propone leer su propia autobiografía, un cuento donde se narra la historia de su familia, la intrahistoria de la 2ª guerra mundial, una confesión personal frente al infinito tema judío y sobre todo, una reflexión sobre la verdad y sobre la mentira. Fortini, alentado por los cineastas Straub / Huillet, afirma: "La historia es una trampa inmunda de monumentos, de piedras, de recuerdos". Tras la palabra, la película muestra documentos, poemas, palabras escritas.

Fortini dice: "Cuando se ve el presente desde un lugar que está fuera del presente, se convierte en el lugar en el que se proyectan los espíritus pasados o por venir". Y entonces la película se convierte en una meditación sobre lo cinematográfico, sobre lo artístico cuando incide en el mundo de las ideas. Ideas filmadas, vidas filmadas, lecturas filmadas. La potencia del acto de lectura es de tal calibre que se convierte en un tipo de resistencia, aunque nadie lo hubiera percibido con anterioridad. De repente, todo se apaga. Entramos en un hueco de la mente.


Fortini dice: "Dentro de unos años ya nadie comprenderá lo que fue la guerra de Vietnam y el conflicto israelí-árabe. Hemos olvidado muchas otras cosas. Sólo quedarán las conmemoraciones televisadas y los libros de historia". Y con estas palabras escritas en 1978, posteriores al rodaje y publicadas por Anne-Marie Faux en 1999, Fortini profetiza una realidad muy fresca, muy pesada. Anuncia que el mito judía pervivirá como pervive el capitalismo, de una forma cruel y absurda. Recordemos que las guerras y los supermercados son los pilares de un sistema que no tiene cerebro, sólo estómago; sin ellas, habría que inventar otra cosa. Hay que inventar otra cosa.

"Me parece que todo eso se ha previsto claramente en la película de Straub-Huillet. Ya no puedo identificarme con su interpretación crítica, ni siquiera con la genial reescritura de mi texto. Lo que he escrito, para bien o para mal, se encuentra en las páginas de este opúsculo con portada amarilla, en su puntuación y en su ritmo. Y no es el yo quien lo ha escrito, y quien escribe, que es ese señor en la foto de Straub-Huillet, cuidando una existencia derrotada, y leyendo, casi incrédulo, lo que otro sí-mismo ha escrito, con un énfasis repercutido por los silencios o por los brillos del presente", dice Fortini. Pero en la película no sólo aparece el intelectual leyendo su propio libro, sino que aparecen los lugares reales donde habita el espíritu de la letra, de la libertad, de la vida. Valles verdes llenos de villas, barrios obreros, una ceremonia judía con toda su pompa. El ritual como una ópera, como un espectáculo para disfrazar una ideología inmunda, un cuento chino. La diáspora judía. Mitología social.

Dice Fortini: "Y hoy muchos de nosotros aceptamos la imagen mentirosa a la que algunas películas querrían acostumbrarnos: la imagen del caos y de la extravagancia. Nuestros enemigos sólo se hacen fuertes con nuestra debilidad". El marxismo teórico que Fortini desarrolló en los años que fue miembro de la revista Il Politecnico, es aplicado a lo literario, a lo fílmico y captado en toda su grandeza, digerido de una forma crítica por la mente de un hombre que luchó como oficial en el ejército italiano en el principio de la guerra y que acabó luchando con los partisanos en Valdossola. Toda esa acción, toda esa carrera contra la injusticia se fraguan en el libro que lee ante la cámara de Straub/Huillet, Los perros del Sinaí.

 
Asegura Fortini: " [...] a partir de ahora ya no cuenta lo que ocurre en casa del vecino, porque no somos vecinos de nadie, ni siquiera de nosotros mismos, y no existe ninguna cuestión judía o árabe, de la misma manera que ya no existe ninguna cuestión cristiana o marxista o blanca o negra o roja: no existe nada. Pero el verdadero orgullo me dice que no es así". El problema de la ideología se plantea así en la cabeza de aquel que fue amigo de Sartre, Lukács, de Brecht. Hoy, dentro del fenómeno alentada por Fukuyama, los principios parecen perderse en la repetición, si nada es eficaz, ¿para qué luchar por el mundo?, ¿o no será que el sistema vigente permite el horror para subsistir, la cultura de clases para funcionar?, ¿no será que todos somos víctimas y verdugos dentro de un perverso status quo?
 
 

 
Fortini dice: " [...] y si Straub ha comprendido y ha dicho todo eso tal y como un músico dice su música a partir de un libreto, es así porque él mismo está dominado por la ausencia, porque él y yo podemos esperar anunciar un futuro (es eso lo que queremos) simplemente señalando, con exactitud, las fosas de la ausencia, las lagunas de lo real". La película se mete en esas grietas que el lenguaje escrito deja a la vista. Pues toda película de Straub/Huillet plantea otras muchas preguntas: ¿qué es lo que vemos?, ¿cómo lo vemos?, ¿la película es la realidad o un teatro?, ¿es amnesia o memoria?, ¿para qué sirven las películas? Fortini escribe: "Straub ha alejado y cerrado para siempre no sólo un episodio de la interminable Judenfrage, sino también un intento (el mío) de ajustar ciertas cuentas, de deshacerme de ellas. La película va más allá".
 
 
"No aquí sino en otra parte» es el pensamiento dominante de la película. Pero esto significa en verdad: «No hoy, sino ayer y mañana». Su intención profunda no es diferente de la que había sido la mía. Se dice con otros instrumentos, se dilata hasta una mayor significación". La interrelación de disciplinas crea puentes fantásticos que inciden en la imaginación, en el pensamiento. Las imágenes del film son como páginas del lenguaje de un dios que sueña, que da vueltas a los conceptos, que ilustra de forma abstracta hechos concretos a los que no acude de manera explícita sino por alusión lumínica, sonora. El cine, ese arte que trabaja con los sentidos inmediatos, intenta tocar la emoción a través de las ideas, sucediéndose en el presente de la lectura.
 
 
"Y lo que hemos buscado escribir contra el mundo se repite hoy distraídamente contra nosotros y contra las verdades en las que seguimos creyendo". La Naturaleza, la arquitectura de las ciudades en la lejanía, la fisonomía de los seres humanos en quietud, el humo del tabaco, el sonido de los pájaros, las respiraciones, la concentración del lector Fortini que también fue traductor de Weil, de Gide, de Proust. Los planos certeros de Straub/Huillet, esa serenidad fílmica que muy pocos, por no decir ningún cineasta consiguió de manera tan plena, todo eso ronda de manera volátil alrededor del holocausto, del infierno de las guerras, de la instrumentalización de las religiones como ideologías políticas, convertidas en tiranías xenófobas. Israel no es ni será un Estado por pleno derecho. La comunidad judía fue y será como todas las demás. Franco Fortini lo demuestra con el argumento de su vida, leído desde un patio de la isla de Elba filmado por Straub/Huillet, esa dupla fílmica que fue y será la horma en el zapato del terrible capitalismo que sigue devorando víctimas, hablando por boca de los medios pervertidos por el dinero, convirtiendo la realidad en una excusa barata para enfrentarnos a unos con otros, utilizando los cuerpos y las almas como moneda de cambio de su mercado ficticio de bienes terrenales.
 




 


viernes, 26 de enero de 2024

 


Noviembre, Diciembre, Enero...

El silencio de lo moderno,
lo perverso del capital

Comenzaremos comentando el primer largometraje sonoro de Jean Renoir, aquel hijo rebelde del pasteloso pintor impresionista, amigo de Monet y Rousseau el Aduanero. La chienne o La perra (que también La golfa) es una película moderna para ser pionera, pero vieja para ser el inicio de lo que vendrá. El sonoro acababa de llegar y la esencia del mudo aún maquillaba un mundo narrativo prosaico que iba invadiendo el mundo poco a poco. Lo sagrado se iba emponzoñando y el pensamiento realista iba poniendo sus huevos. Se trata de una realidad decadente y literaria, aún demasiado romántica y oscura como para ser bella, aún demasiado aburrida para ser emocionante, por eso tal vez, paradójicamente, al filmar fuera de las reglas de un mundo industrial, Renoir vivirá su mejor década: Boudú salvado de las aguas (1932), Toni (1935), El crimen de Monsieur Langue, La gran ilusión (1936), La bestia humana (1937) y La regla del Juego (1939). La picaresca, el teatro, la perversión y los triángulos amorosos comienzan a estar de moda para contar historias simples. Los bajos fondos. Los amores desesperados. La soledad. Pese a todo, es un hecho: tras la guerra, Renoir nunca más volverá a tocar la gloria, pese a que tendrá 30 años más de cine. Para el ojo actual, Renoir se hace viejo y pasa de moda a pesar de su prestigio de juventud y sus kilos de más, a pesar de aparecer ante sus herederos como el gran buda del celuloide diciendo cosas como "Verás, en este mundo hay una cosa terrible, y es que cada uno tiene sus razones". A pesar de su simpatía y personalidad, la obra de Renoir no es infalible como aseguraba Bazin, que en sus últimos años deliraba por lo francés, como todos los teóricos galos, como creyó el mismo Renoir.

Otro cantar son los comienzos de Ermanno Olmi con su Il posto (1961) y su I fidandanzati (1963). Si Godard tuvo su inicial época romántica de los 60', Olmi tiene en paralelo su era dorada neorrelista de corte minimal que podría ser la inspiración de cineastas mucho más postreros y talentosos como Lisandro Alonso. No hay que olvidar que el cine del silencio y de los gestos no es sólo oriental y que de hecho, los grandes pioneros del cine asiático no vieron películas europeas hasta después de la II Guerra Mundial (¿Irán unidas las guerras al Capitalismo?). Durante la primera mitad del siglo pasado, los autores orientales bebieron del gran cine norteamericano y si no, fíjense bien en la películas de Kurosawa e intenten distinguirlas de un John Ford o un Howard Hawks; son imitaciones con samurais. Lo mismo pasa con Suwa o Aoyama. La profundidad del cine se inventa en la vieja Europa y cineastas como Olmi consiguen -en las postrimerías de lo clásico- conservar lo mejor de los maestros y acercar lo real a un público demasiado fascinado por una ilusión espectacular de la pantalla. En los años 60', en Europa se funda una realidad poética de la que Olmi es uno de sus pilares fundamentales, muy distinta a la de Renoir. De hecho, la mirada de Sandro Panseri -actuando por primera vez- es suficiente para considerar Il posto como una obra maestra.

En 1970, Pasolini filmará Apuntes para una orestíada africana, una película única y estrepitosa llena de vida e imagen que se impondrá como un canon fenomenológico desconocido y un manual estético de modernidad absoluta como pocos lo han conseguido. predicar con obras no con palabras. Hay que apuntar que Pasolini funcionaba mucho mejor en el boceto, en la improvisación y en el collage que en la elaboración artesanal y la factura periclitada. Por esa razón, todas sus grandes obras no son las grandes películas que la historia del cine ha querido fijar en la memoria. Hay otra historia. Por eso tanto Saló (1975) como Apuntes para una novela sobre la basura (1970) o Apuntes para una película sobre la India (1968) e Inspecciones en Palestina para El evangelio según San Mateo (1965) y sobre todo Encuesta sobre el amor (1964) son las mejores películas del de Santo Stefano y por dicha razón, son su testamento más vivo y poderoso.

Poco a poco, el panorama cinematográfico va perdiendo su contacto con la realidad y así en los 80', películas como Cobra Verde (1987) de Herzog, cayeron en la estética de telenovela más vulgar, destruyendo así la posibilidad de disfrutar de una historia apasionante, con unas potencialidades desmedidas. Así, el público advierte que en el cine, el argumento ya no es lo más relevante, sino la relación de lo fantástico con lo real, de lo imaginario con la razón, del movimiento con el sonido. En 1983, Jose Luis Cuerda filma su mejor film: Total, un breve preludio de lo que será la veta más prolífica de su cine del absurdo y de su idea del relato como chiste. Todo su imaginario será una mina de oro para agrupaciones de cómicos como Muchachada Nui, quienes copiarán la estética de cuerda, su estilo de montaje y de lógica narrativa. 

Ya en los 90', en medio de un Realismo Capitalista flagrante y ya señor de las almas occidentales, películas cómicas como Ace Ventura, Detective de Mascotas (1994), manifiestan una evasión salvaje y un desprestigio del poder que a través del discurso comercial, intentarán criticar una existencia materialista descontrolada a través de la burla y lo infantil. Unos años antes se estrena The Running Man, una distopía sin precedentes, variante diagonal de Blade Runner, donde un Schwarzenegger pletórico se enfrenta a una traición política y a una tergiversación mediática que le llevarán a lo más bajo de la sociedad. Los militares y los periodistas. Para escapar de allí, tendrá que participar en un programa de televisión terrible donde él mismo será la víctima, ¿les suena? Los juegos del Hambre. Pues eso. El cine comercial de hoy sigue reciclando recicles ochenteros y noventeros en un éxtasis de la cultura mix que nadie sabe hasta cuándo aguantará. El chicle se ha de romper y el número de secuelas de películas tipo Misión Imposible, Star Wars o Harry Potter se hace tan desmesurada que desdibuja el fenómeno hasta convertirlo en algo ridículo, más absurdo que las películas de Cuerda. El Realismo Capitalista está colapsando y el cine comercial infantilizado es un buen termómetro del asunto.

Para acabar con la comedia, les recomiendo Rubianes sólamente (2003) de Pepe Rubianes, grabación de uno de sus mejores shows y síntesis de la imagen de un artista anticapitalista y antisistema casi perfecta. Rubianes fue un provocador, un bufón y un dictador del amor. Todo lo que hacía y decía era por y para el placer, manifestando palabras valientes ante un mundo acobardado por los tabúes, el dinero y el poder. Rubianes se reía de todo eso y luego se meaba encima. Como a todos los que dan patadas, intentaron acabar con él, intentaron silenciarlo, marginarlo y sepultarlo, pero sus chistes y sus arrogancias, sus insultos y agravios eran tan ingeniosos y naturales, tan diabólicamente orgánicos que tocaban lo real con las yemas de los dedos. Fue nuestro Maki Navaja, nuestro antihéroe escatológico; sólo necesitaba un escenario, su parca presencia y su irritante voz para dar vida a un mundo mejor, más sano y verdadero. Un genio.

En el año 2011 se estrenaron dos películas remarcables dentro del mundo comercial: una fue Los intocables de Olivier Nakache y la otra fue Samsara de Ron Fricke. La primera es una fábula como lo puede ser E.T. o Rain Man, un cuento acerca de la amistad y la lucha por la felicidad. Cuando sólo se contempla lo humano y se eliminan los prejuicios de clase y color, todo es posible. Esta es la tesis principal de una película que llegó al corazón del gran público, pero que también reivindica la fragilidad del individuo en una sociedad controlada por su propio ego. Todo parece extraño cuando alguien hace algo de forma diferente, pero en el siglo XXI, más que nunca, la diferencia se convierte en libertad. Este último valor es el que desarrolla también Samsara, en la línea de locuras megalómanas como Koyaaniskatsi (1982) de Godfrey Reggio. Se trata de un tipo de películas que toman al mundo por un escenario y seleccionan paisajes y gestos asombrosos, particulares, construyendo un discurso metamórfico donde la hipnosis de la contemplación nos conduce al pozo de la miseria, cara oculta de una realidad que se mueve a costa de otra. Todo está conectado y la destrucción es una consecuencia de la creación. La belleza y la basura, la fertilidad y la consumación viven unidas en una esfera de seres y manifestaciones que dan forma al mundo, a la mente, a las ideas. 

Para entender esta disociación absoluta que parece persistir hoy más que en otras épocas, podemos coger dos películas del mismo año, el 2021: Cazafantasmas: más allá de Jason Reitman y Espíritu Sagrado de Chema García Ibarra. En la primera nos enfrentamos a un reboot que podría haber caído en la terrible nostalgia, pero que reinventa la saga rejuveneciéndola, llevándonos al paraíso de lo positivo, del relato de aventuras puro. Jason Reitman es el hijo de Ivan Reitman, el genio que creó cositas como Un lío padre (1997), Poli de guardería (1990), Los gemelos golpean dos veces (1988), Los cazafantasmas (1984) o El pelotón chiflado (1981). Y esta película mantiene dicha esencia. En realidad ofrece un valor típicamente capitalista, una sensación de confort al seguir una historia entretenida que te saca de la podredumbre del mundo y te transporta a una evasión agradable, lejos de toda perversión. Es una manera de hacer magia popular.



 

 

 

 

 

 

 

Por otro lado, películas como Espíritu Sagrado, un artefacto muy interesante, sobre todo como planteamiento, que a través de la absoluta marginalidad y un mundo zombi -donde todas las personas parecen estar bajos los efectos de la heroína- nos arrastra desde la aparente inocencia de lo friki a la oscura realidad de la pederastia. Así, García Ibarra mezcla la estética del primer Santiago Segura con la sensación de crudeza de las películas de Gaspar Noé. Una cosa muy rara. El constante ambiente depresivo y el ritmo monocorde de la cinta hacen que su efectividad se anule y la cosa quede en una anécdota que ni siquiera puede maquillarse con los momentos esperpénticos de gran ingenio que posee el film. La sensación final es tétrica y uno se pregunta si crear una obra antisistema obliga a manejar temáticas tan crueles o tristes. Espíritu Sagrado es una obra de su tiempo -como La golfa- llena de conspiraciones, paranoias, ansiedades y nerds muy cercanos a las películas de Todd Solonz; ¿no ocurre lo mismo con pelis como Happiness (1998), Bienvenido a la casa de muñecas (1995), Cosas que no se olvidan (2001) o Palíndromos (2004)?

Para terminar, un documental y una entrevista. El primero es Geografías de soledad (2022) de Jacquelin Mills, el cuál plantea la cuestión de si se puede hacer un documental de todo lo extraordinario o de si en realidad, no todo lo que parece es oro. Me explico, la historia de Zoe Lucas, una naturalista que lleva más de 40 años viviendo en una isla abandonada del Canadá llamada Sable, parece de primeras material sensible para alcanzar una realidad interesante. La cosa es que cuando uno ve los primeros 30 minutos, uno comienza a aburrirse como un mono, pues el asunto de la isla no da para mucho más y quizás Lucas no se abre en canal hasta contarnos cuál es la verdadera razón por la cuál ella se quedó allí clasificando basura para mantener sus ayudas académicas. Es terrible verla clasificar plásticos y pélets. Es como ver una mentira. Vergonzoso, de hecho. El público espera que la naturalista nos cuente algo sobresaliente de la ínsula, una anécdota extraordinaria o un hallazgo imprevisto, pero la cosa se queda en un mensaje ecologista muy setentero y simplón, como si esta mujer se hubiese quedado allí, en esa isla, por la aristocrática idea de ser la reina de todo aquello. Hay cierta soberbia. La metáfora es buena: un ser que se aísla de la sociedad porque la repele y proyecta sus decepciones en el análisis inútil de una islita e intenta hacer interesante un trabajo muy vago por el capricho íntimo de no aguantar a nadie. Vemos caballos, leones marinos, cangrejos y dunas. Bueno, en fin, es una película muy sobrevalorada, muy hinchada. El clásico ejemplo de falsa poesía.

Por último, la entrevista No me llame Ternera (2023), vendida a Netflix como si fuera una película por el intocable Jordi Évole, un periodista que se ha ido desprestigiando poco a poco a medida que avanzaba su carrera, enlatándose en el formato de la entrevista literal, creyendo que a partir de ese formato seguirá cayendo el oro del cielo y de su gremio. Su falta de ética al realizar su anterior trabajo Eso que tú me das (2020), parece que le lanza a nuevos errores o blufes como esta entrevista a Jose Antonio Urrutikoetxea donde apenas se descubre nada nuevo y que sólo sirve para resumir la historia del nacimiento y caída de E.T.A. desde el punto de vista de un entrevistador demasiado democrático, demasiado cobarde y demasiado soberbio. No consigue conectar con el entrevistado en ningún momento y sus prejuicios ciegan su expectativa: ¿qué desea Évole que le diga Ternera?, ¿de verdad que es tan naif que cree que se desplomará ante él y confesará lo inconfesable? El video -porque no es más que eso, una pieza audiovisual- no es eficaz: sólo es un periodista intentando cazar cuando la presa es más lista, más real. La verdad no tiene nada que ver con las leyes, ni con el perdón, ni con la moral. No es una película, es una entrevista de televisión igual que todas las demás del Évole. Más de lo mismo. Tal vez el periodista -salido de las faldas de Buenafuente-, intentó hacer una especie de Le rapport Karski (2010) de Lanzmann -quién sabe-, pero para eso, le queda mucho camino por andar, mucho que escuchar, mucho que leer y mucho que ver, aunque él actúe como si fuera un gurú del oficio, un maestro del diálogo.



sábado, 9 de diciembre de 2023



 
 
Una historia del cine hasta el año 2000

Basado un libro de Geoffrey Macnab
 
 

 
Un inglés siempre comienza haciendo promoción de su país. El señor Macnab, cuando empieza a contar su historia de la gran pantalla, comienza con Muybridge, el inventor de la secuenciación y las carreras de caballos. Estamos a finales del siglo XIX, la fatídica época en la que el mundo industrial se abrió paso a través de lo humano. Se acabó lo humano. Luego, para ridiculizar lo francés, Macnab disfruta de una imagen de los hermanos Lumière haciendo ganchillo. Bueno, podría haber sido peor, de hecho, nadie puede negar que el mundo de la costura tuvo en aquellos días mucho que ver con la invención del cinematógrafo. De Inglaterra y Francia pasamos a EEUU, al asalto de los trenes y al ídolo empedernido de Griffith con sus fábulas sobre el fanatismo xenófobo de su país, para pasar al avaro de Edison y su estudio negro con forma de locomotora. Un reflejo de la estrella Florence Lawrence nos lleva a una postal de Mary Pickford y a una foto fundacional de la United Artist, aquella que Chimino arruinó en los 70'. Luego Joan Crawford, sellando la postura que Bardot imitará para Godard en los 60', se alinea con Capra recogiendo un Oscar; de mayor dejó el cine para perseguir extraterrestres. Viaje a los años veinte para ver a Stroheim de joven haciéndose pasar por el Duque de Baviera, rapado como un tapajoe. Del estilismo, Macnab nos sorprende al pasar a la película La Roca, éxtasis del cine noventero, untado a su vez por una estampa de Marlon Brando en Superman, con apariencia de farmaceútico jubilado. Para hablar de los años 40', inserta una imagen de Le chant de Bernadette en plan Bresson pureta, junto al rostro de la Garbo en versión orgásmica; nunca entenderé su dificultad en la transición al sonoro. Había algo más. En el estrado está sentada con chistera la Dietrich antes de parecer un monstruo alienígena. Valentino y Ginger Rogers cerrarían su idea sobre la época salvaje de Hollywood. Retrocedemos a 1902 con Mèlies hasta llegar a la Metrópolis de Lang, sólo para subir hasta la ridícula maqueta de King Kong y divisar la horrorosa tortuga gigante de Harryhausen. 
Del espacio de George Pal de los 50' vamos hasta el de Kubrick de los 60' hasta toparnos con los terribles 70' y sus Encuentros en la tercera fase -¿por qué no cuarta?- y la milagrosa Alien, de la que Ridley Scott sigue viviendo como auteur. Regresamos a 1922 con Nosferatu saliendo de la bodega de un barco donde el terrible vampiro tiene posado un ratón en su brazo. Murnau pudo haber sido el pre-Ridley Scott de los cuarenta, pero se la pegó y nunca sabremos qué tal se le hubiera dado el sonoro. Pasando de puntillas por Caligari, bajamos hasta M de Lang, la gran obra maestra de las primeras décadas del cine, hasta desmayarnos de aburrimiento a los pies de Bela Lugosi y Boris Karloff. Cat People de Tourneur es enfrentada a El exorcista de Friedkin y a la sanguinaria Toby Hooper. Avanzamos a 1925 y el carrito del Acorazado Potemkin se va al traste mientras Einsenstein no pasa de ser la gran promesa que tampoco pudimos ver relucir. James Stewart y Kim Novak vigilan a Ivan el Terrible para que no se mueva hasta que aparezca 1927 y la época del sonoro.
Al Jolson es una vergüenza absoluta al igual que DeMille o la Garbo tomando chupitos de agua. Hitchcock viaja en un vagón haciendo cameos mientras que los musicales y las chaplinadas se despliegan. Un año después, Buñuel corta la luna en dos y todo cambia o lo promete. Maya Deren se apoya en el cristal y Jean Vigo funda el cine documental. Ruttman y Vertov filman mejor que nadie y Michael Powell inventa el clasicismo. En 1930 se jode todo en EEUU con el código Hayss y las ninfas desnudas dejan de flotar en el agua. Comienza la mafia dura. Hedy Lamarr se pierde desnuda en el bosque, al igual que María Sneider y Sylvia Kristel. Las violaciones de Peckinpah, las torturas de Kubrick y las perversiones de Cronenberg dan paso a 1937 y a los bailes de Fred Astaire y Gene Kelly. John Travolta y Paul Mercurio junto a Jim Carrey y Patrick Swayze, esquematizan lo musical del séptimo arte. Un buen salto hasta 1970 nos llevará a Star Wars y una reminiscencia de Psicosis filtrada a través del Halloween de Carpenter, ese eterno cuasiautor que nunca fue. Transpointing y The Blair Wichtproject nos devuelven a 1939, a la Diligencia de John Ford; uno de los únicos clásicos que se salvan de la montonera yanki. El mundo del wenstern como la gran máscara tergiversadora del origen legítimo de lo norteamericano, la Iliada de Lincon, llega al rostro de Eastwood interpretando personajes de Leone. El señor Macnab no se corta y vuelve a 1946 donde el cine negro lo cubre todo. James Dean se mezcla con Bogart para enseñar a Elvis y a Paul Newman a disparar. En 1959, Chaplin ya está muy cansado y por eso Cary Grant corre como un poseso para evitar que le pille un avión. Regreso a 1940, a Lubitsch, Cooper y la Stanwyck, aunque Claudette Colbert es la que marca la senda. Se establece una relación entre Henri Fonda y Kevin Spacey que acaba enviándonos a 1953 donde un Cagney de los 30' golpea a una mujer durante el desayuno y Billy Wilder empieza a hacer de las suyas. Sin venir a cuento, el Al Pacino de Scarface acribilla a balazos a una mujer observada por Tom Neal. Robert Mitchum se pone la gabardina bien colocado de maría e imagina el Napoleón de Gance y al misterioso Vincent Price untado de cera. Pero pronto aparece Russel Crowe de gladiador y el volcán de Stromboli estalla; todo se va a la mierda. Todo el neorrealismo se abre paso hasta el Pixote de 1981, donde Babenco destruyó parte de la última realidad. El principio es oro. Max von Sydow juega al ajedrez con la muerte mientras Bergman dignifica el cine para que Woody Allen lo plagie. En 1960, Godard filma el fin de la cosa; después todo será una repetición, una deriva. Por eso Paris, Texas, por eso Easy Ryder. En los 50', Kurosawa saca a sus samuráis para que Kitano los copie sin gracia alguna en los 90'. Allen y Kitano son los grandes imitadores junto a Tarantino del cine-estilo, hasta que Al Pacino e Indiana Jones convierten todo en un asunto terrible. Nauseabundo. La bola cae, todo se destruye y tiene que venir un puñado de daneses perversos in extremis, a resucitar el séptimo arte, volviendo a la tragedia de las familias y las carreras de idiotas. Todo lo demás en adelante sólo será pornografía, violencia gratuita e información.
Vale.



martes, 21 de noviembre de 2023




El asesino
(2023) 
 
David Fincher 
 




Puede ser que el señor Fincher se halla hecho mayor de repente y que sin querer, desde el 2010, cuente cosas poco interesantes. Tras La red Social, sólo cautivó con algunos capítulos de Mindhunter, serie que convenció al público -aunque sólo parcialmente- de que el mejor Fincher aún no había desaparecido, pero tras la decepción de Mank (2020), nada ha saciado el hambre del espectador que un día creyó encontrar, en medio del lodo de los 90', un cineasta nuevo, una mirada estimulante. Su último intento, El asesino, es una película llena de homenajes, sobre todo dedicados a Hitchcock: el cinéfilo sensible habrá identificado rápidamente la enorme sombra de La ventana indiscreta (1954) por un lado, y la de Vértigo (1958) por otro. Vigilancias y persecuciones silenciosas llevan también a Fincher a guiñar un ojo a The Jackal (1997) y a su protagonista, Bruce Willis. Así, se trata de un mejunje entre lo clásico y lo pop, basado en un cómic francés, lo cuál le otorga un halo de ilustración, de inverosimilitud  de viñeta. No es una sorpresa que hoy la cultura de los tebeos haya asaltado Hollywood, asentando maneras de ver y de narrar en gran medida, discutibles. Tal vez por eso, El asesino es un film contado en voz en off, como si fuera una película de Bogart, introduciendo cadencias temporales dilatadas y ausencias de palabras, por momentos, muy interesantes.


Fincher se hace viejo porque ha perdido la tensión, a pesar de refugiarse en su particular mundo de asesinos y chalados, territorio familiar para sus sentidos más finos. La elección de Fassbender para interpretar al protagonista es quizá la única guinda de un pastel que se desmorona, sobre todo en la segunda parte. La cosa es que la película, fiel o no al cómic, carece de toda profundidad e intención compleja, aislando al protagonista en una trama previsible, sin una sola fascinación. Es cierto que hay una especie de tratamiento oriental en los gestos y las acciones, en las secuencias y en las ejecuciones que la hace digna de ser más grande, más poderosa, pero la verdad, sus enormes carencias la hacen ineficaz. El problema de Fincher es que se ha convertido en un esteta conformista, olvidando la densidad de Seven (1995), de The Game (1997) o de El club de la lucha (1999), artefactos de ingeniería narrativa de altos vuelos. No es la primera vez que Fincher fracasa: La habitación del pánico (2002) fue muy floja, Millennium (2011) fue terrible y Gone Girl (2014) para qué hablar.
Su única obra maestra es Zodiac (2007), una pieza brillante, enérgica  e irrepetible.
Como contraste, El asesino transmite una existencia aburrida, tediosa, depresiva. A pesar de contener muchos de los males de la actualidad, no se justifica que una ficción los adopte como características esenciales de su propia naturaleza, realizando el efecto espejo. Por otro lado, Fassbender repite su curioso papel de Shame (2011), eso sí, en versión mercenario en vez de ninfómano obsesivo. La cosa es que el hecho de matar se convierte en una nimiedad ante los ojos de un personaje sin alma que parece habitar el mundo de una manera fantasmal. La deriva de la película, más cercana a esas cintas de venganza y orgullo de trasfondo simplista de las tres de la tarde, acaba ahogando la ficción por superficial, por puro pastiche.


Fincher se ha entregado a la peor de las torturas: hacer cine sin ganas, sin ideas, sin ilusión. Sin gusto.  Son éstas simples conclusiones parabólicas, sacadas de sus imágenes, de su intención como creador, de la mirada de su propio personaje; me sean disculpadas por falta de rigor si no son ciertas. 
¿Cuánto de Fincher hay en el personaje de Fassbender y viceversa? Cuando un artista cita u homenajea sin verdaderos motivos, cuando mata sin sentido,cuando ama por costumbre y vive por inercia, el vacío se hace más grande, la pobreza aumenta y el desastre se hace inevitable. Se hace evidente que perviven destellos de talento y maneras del buen oficio, pero hoy, donde la ficción exige distinciones excelsas para separarse de la abundante morralla que asola el mundo del espectáculo, y en concreto el de las pantallas, El asesino no ofrece argumentos para no ser olvidada.
Candle in the wind...