La muerte como forma de vida
Mickey 17
(2025)
Bong Joon Ho
Cuentan que aquel Esopo frigio del viejo siglo V -al que apodaron así por su tez negra-, escribió más de trescientas fábulas copadas de bestias y bárbaros donde ranas y borrachos, ciervos y embusteros, leñadores y milanos, perros y caminantes, murciélagos, niños y escorpiones aún comparten mundo. El mundo es inmenso y por eso contiene una moral intrínseca donde reside el secreto de su equilibrio. Bong Joon Ho adoptó este formato narrativo desde hace 25 años, en concreto desde el estreno de Perro ladrador, poco mordedor (2000). Su gusto por la ciencia-ficción ha ido modelando su filmografía hasta convertirla en un bestiario -modo siglo XXI- lleno de criaturas multiformes y sofisticadas que cristalizan en The Host (2006) y Okja (2017). El matiz de las películas de Joon Ho se sustenta en el hecho de que la verdadera y única bestia irracional de la naturaleza es el ser humano. Esta sabiduría no le viene sola: una larga tradición que va de Fedro a La Fontaine, de Iriarte a Samaniego, de Esopo a las fábulas brahamámicas, de Babrius a los cuentos de Rabelais y de Marot a las parábolas judías o los cuentos egipcios. Una enorme herencia recae sobre Joon Ho; antorcha que el coreano recoge de una forma clásica, construyendo historias sarcásticas sobre absurdos humanos en un tono comercial.
Mickey 17 es tal vez su mejor película, pues deja atrás ese sesgo terrorífico que hoy parece ser un gancho comercial de primera plana. Abandona el horror falso por una ciencia-ficción ecológica llena de humanismo; las fábulas son un fenómeno humanista, una forma de aprendizaje a través del humor, de lo simbólico.
Dentro de este tipo de artefacto fílmico, Joon Ho mete muchas cosas, muchos temas, muchos gustos personales: lo primero, lo más aparente, es su fascinación por estéticas lucasianas -Star Wars, sobre todo El Imperio contraataca, 1980- donde las enormes panorámicas de naves kilométricas y las escenas de grutas heladas llenas de bichos horripilantes son más que guiños evidentes. El vestuario, las naves, los sucesos... todo se convierte en un déjà vu deliberado de homenaje y autosatisfacción. Es cierto que este tipo de gestos buscan el deseo de un público adicto a este tipo de imaginarios; se trata de esa extraña sensación de estar viendo una película de retazos de otras muchas pero que en sí, aporta algo nuevo.
Una cuestión más profunda que la de las formas, es el conjunto de mensajes que atesora el film y que va exponiendo uno a uno como una retahíla de dilemas morales que tienen más o menos calado, según la sensibilidad de cada espectador. Es como un buffet libre. Cada uno coge lo que puede. Por detrás de la peripecia de Mickey y sus múltiples vidas, se plantean temas tales como el sentido d ela vida, la perversión científica, la importancia de la memoria, el peligro del supremacismo, el peligro de las drogas sintéticas, la ecología, el respeto por el otro, la ternura, la resurrección, la banalidad, la trampa del entretenimiento, el mito de ser dios (crear carne, crear vida), la paradoja de la clonación, la responsabilidad de conquistar la realidad, el uso de la mentira y en definitiva, el poder de la ilusión.
En ciertos momentos del film, Joon Ho lanza unos mensajes misteriosos sobre el concepto de extinción, de explosión, de destrrucción de lo visual y lo mental. Son quizás advertencias sobre lo que vemos y lo que hacemos, sobre una cultura centrada en imágenes caníbales, en imágenes monstruosas que van eliminando la capacidad de ingenio de un público sobresaturado, gravemente mareado en medio de un desierto audiovisual que deja a un lado pobreza estética por doquier.
Vivimos en el siglo de la insensibilización.
También se toca el tema del mundo fake, de la mente enferma, de la mente enferma, del viejo antropocentrismo y la egolatría como misión de los poderosos, enclaustrados en su idea de exclavitud y exterminio: los papeles de Mark Rufallo y Toni Collette representan esa indiferencia inhumana de los grandes líderes y magnates, moldeando el mundo a partir de fanatismo e ideas que sólo conducen a la barbarie, a la destrucción del otro en base a la diferencia.
Según los cronistas de la Antigüedad, el fabulista Esopo resucitó hasta tres veces o que hubo tres Esopos distintos en momentos diferentes de la Historia. Dicha curiosidad legendaria, coincide con el fenómeno central acaecido a Mickey 17, el protagonista, que ha vivido tantas veces como indica su apellido numerado. Así, la película nos habla también del fenómeno de la mecánica de la creación y de cómo toda copia es en sí una aberración del original, un absurdo que lleva a plantearse al doble su verdadera identidad, el sentido de su existencia. Trasladando el problema de la repetición, de la copia a la naturaleza constitucional de la película, se notará que Mickey 17 es un palimpsesto de películas como Los Inmortales, Highlander (1986), Groundhog Day (1993), Starship troopers (1997), Olvídate de mí (2004), Primer (2004) o Edge of Tomorrow (2014). La idea de que sólo puede haber un inmortal -una reencarnación-, la idea del fatídico bucle, de los problemas irresolubles de la repetición infinita de las cosas, el misterio del funcionamiento de la memoria, del cuerpo, del alma, en definitiva, de la percepción de la realidad como un relato lineal o un fragmento.
Como en todas estas películas exponenciales, hay un elemento perturbador que incomoda al protagonista -en este caso a Robert Pattinson-, una pregunta que el mundo o los demás no dejan de repetirle: ¿qué ocurre después de la muerte? ¿qué siente uno al morirse? Todos se acercan a Mickey 17 para plantearle esta frívola cuestión indefinible y perversa. Como en El show de Truman (1998), el personaje principal debe enfrentarse a una escalera de Penrose, o sea, a un laberinto aparentemente lineal que tiene que ver con la complejidad de la fenomenología y el significado de estar vivo.
Así, Bong Joon Ho no sólo bebe del artificio de George Lucas, sino de la monstruosidad de Paul Verhoeven, la sofisticación de Doug Liman, el humor de Michel Gondry y el ingenio de Harold Ramis. Todo este bodegón de perfumes distintos da como resultado la típica obra del siglo XXI: un mejunje variado lleno de referencias y apropiaciones que intentan disfrazar un pasado estético olvidado, imponiendo una factura prístina, decorada con toques de diversidad, misterio, humor, política, ecología, pacifismo, antitecnología y sobre todo, buenos sentimientos. Si algo define a directores exitosos como Joon Ho es una tendencia al abandono de la ultraviolencia, la pornografía y la obscenidad, o lo que es lo mismo, apartarse de lo obvio y evidente y dejar paso a la narrativa llena de mensajes, en definitiva, a la fábula, al género puro de forma espectacular.
Así, podríamos decir que Bong Joon Ho es un Esopo con fuegos artificiales; una solución espectacular destinada a la enseñanza moral, no a la doctrina y que su Mickey 17, una reflexión sobre el devenir clónico del futuro, sobre los límites, sobre si la existencia es un experimento que debe ser calculado -o simplemente experimentado- y sobre el modo de vivir en un mundo en expansión -aunque aún no sepamos hacia dónde-.
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