miércoles, 14 de mayo de 2025

MAYO 25. DAVID LYNCH





 

 DAVID LYNCH

 Es una gran tristeza pensar que hemos visto una película en nuestro puto teléfono

Breve glosa al libro El hombre de otro lugar de Dennis Lim 

 

 
 
La negatividad es enemiga de la creatividad . La intuición es la clave de todo: en la pintura, el cine, los negocios... en todo. Creo que puedes tener cierta capacidad intelectual, pero si logras agudizar tu intuición, que, según dicen, es la unión de la emoción y el intelecto, entonces surge la certeza.
 
D. L.
 
 
Nació en Missoula, Montana, el 20 de enero de 1946. 
David Lynch fue un Eagle Scout que desde siempre odió a los psiquiatras y a la pedagogía. De niño fue repartidor de periódicos. Le encantaba recoger trozos de madera para construir cosas: manía que le persiguió hasta su muerte. Le encantaban los lugares pequeños para quedarse aislado 
Gracias al libro de Dennis Lim descubrimos que el joven David Keith Lynch tenía un amigo íntimo cuyo padre era el pintor Bushnell Keeler, quien le enseñó dos cosas providenciales de la vida: que se podía vivir del arte y que Robert Henri -un pintor de finales del XIX miembro de la escuela realista de Ashcan- tenía la clave de todo este oficio. La clave era un libro llamado El espíritu del arte, especie de biblia adorada por artistas como Edward Hooper o Florence Dreyfous, donde aparecían pasajes como el siguiente:  
 
Hay, sin embargo, sociedades de muy pocos, pequeñas camarillas que se forman por simpatía y que creen y sostienen la independencia de sus miembros, y que viven de la variedad de individualidades expresadas. Tal era esa camarilla de la que salieron Manet, Degas, Monet, Whistler y otros de especial distinción. Rossetti, Burne-Jones, los prerrafaelitas, formaban otra. Muchos son los pequeños congresos entre los estudiantes de París, formados por hombres de todos los países, que se unen por una simpatía similar.
La reproducción de las cosas no es más que la ociosa industria de alguien que no valora sus sensaciones, y que terminó con sus imaginaciones cuando dejó atrás la infancia y descubrió que el caballo que había cabalgado en aquellos días felices no era más que un palo de escoba roto.
El viejo Walt Whitman, hasta sus últimos días, fue como un niño en la dulzura y la plenitud de su fantasía. Unas pocas flores en el alféizar de su ventana bastaban para despertar en él las sensaciones más agradables y la filosofía más profética.
Walt Whitman era tal como he propuesto que debe ser el verdadero estudiante de arte. Su obra es una autobiografía, no de desventuras y percances, sino de su pensamiento más profundo, de su vida.
No se nos puede dar un tesoro mayor. Confesiones como las de Rousseau o las de Marie Bashkirtseff son endebles en comparación con esta vida expresada por Whitman, que es tan hermosa, en cuya lectura nos encontramos
.

Cuando Lynch leyó este libro, sólo tenía 15 años. Así, de adolescente pasó a ser un artista romántico.


Descubrimos a su vez que le encantaba una película de Henry King llamada Cabalgata de pasiones (1952) donde, en medio de un aparente mundo perfecto, alguien se atraganta. Nace el humor lynchiano, la vida en el umbral de la muerte: lo siniestro como motivo. Éstas y otras anécdotas irán construyendo la mente del personaje conocido como David Lynch, un ser extraño que nace en 1946; un año antes publican el libro infantil con el que aprenderán a leer todos los niños yankis de yankilandia: Good Times on our street. A Lynch nunca le gustaron las palabras ni la educación, pero la estética y las peripecias de ese libro infantil -protocapitalista- se le quedaron grabadas a fuego: muchas de ellas se verán reflejadas en las animaciones que realizó en sus primeros cortos. 
Según Lim, durante toda su vida fue un obseso por ciertas cosas, hasta el punto que la campaña televisiva electoral de 1984 de Ronald Reagan, le dejó totalmente fascinado y de alguna manera, de ahí nació la estética absurda de Terciopelo Azul; descubrió que había algo de hipnótico en lo utópico, algo de demoníaco en las apariencias. 
 

David Lynch nació en Missoula, Montana, pero también vivió en otros muchos sitios de EEUU, primero, porque su padre trabajaba en las serrerías de madera del Norte del país y segundo, porque llegado un momento, decidió ser artista. Una de las muchas ciudades en las que vivió fue Filadelfia, una ciudad delictiva, sucia y ruinosa; un infierno a su medida, que tras varios avatares, le sirvió para dar vida al mundo de Cabeza Borradora (1977), su primer largo.
 
 
Lim nos cuenta además que Lynch se crió en los bosques de Montana acompañando a su padre en sus labores forestales, viendo caer la resina de los árboles y el devenir de las hormigas rojas. Para él, lo telúrico era lo real; lo industrial: un sueño, una pesadilla. Un sonido. Odiaba ir en metro, odiaba cocinar. Le gustaban los búhos, los caballos, los camiones llenos de troncos. Pasó gran parte de su adolescencia haciendo fogatas en el bosque e ideando bombas caseras; su primer artefacto artístico funcionaba con petardos. 
 
 
El sonido es música, algo invisible, mágico. Hay una tendencia mental en su obra que entra primero por los oídos, por la carne del tímpano. El sonido es lo más importante para Lynch, pues él concibe que lo más poderoso del cine es invisible; la imagen sólo es un puente para establecer un contacto cotidiano con el espectador, con el otro, un pasaje hacia lo oculto de nosotros mismos; buena prueba de ello es su estrecha colaboración musical con Angelo Badalamenti, pero también con músicos de la talla de Brian Eno, John Morris, Al Regni, Chris Isaak, Donovan, Roy Orbison, David Bowie, su pasión por Bobby Binton, Jack Torrey y Page Burkum y Julee Cruise y como no, el desarrollo paralelo de carrera como músico experimental con temas y álbumes tan sorprendentes como: In Heaven (Lady In the Radiator Song), Lux Vivens (Living Light), Dark Night Of The Soul, Crazy Clown Time, Cellophane Memories.
 


Lim nos cuenta que en su juventud, Lynch se hizo amigo de unos empleados de una morgue y que les convenció para que le llevara a ver cuerpos despedazados, restos de cadáveres perdidos de accidentes y tragedias cotidianas. Leyenda o no, Lynch aparece en la biografía de Lym como un ser esquizofrénico, fumador empedernido, bohemio, taciturno, amante de lo escabroso; un ser cuya percepción bascula entre el paraíso y el infierno. 
Hay algo malo en el mundo y no sabemos qué es.
Tal vez se trate simplemente de la propia Naturaleza, ese fenómeno todopoderoso que funciona de forma cruel para seguir funcionando -creación-destrucción-, donde la belleza se convierte en perversidad en un segundo, donde los gusanos se comen al cadáver, donde un bebé es un monstruo. Pura realidad.
 

Sea como fuere, a los 19 años, él y su mejor amigo Jack Fish, abandonaron sus estudios de artes y viajaron a Europa en busca de la mentoría del pintor Oskar Kokoschka; cuando llegaron a Salzburgo, el mítico pintor no estaba. Había desaparecido. Quedaron decepcionados y para consolarse viajaron a Grecia en busca de inspiración, de revelación, de aventuras, pero no encontraron nada. La realidad no era la mente. Su idealización de la vida terminó de un frenazo. Lo que iba a ser una estancia de tres años, acabó en un paseo de quince días en busca de un mundo ya desaparecido.
Así Lynch pasó de ser romántico a un auténtico expresionista abstracto de la realidad, un verdadero cineasta terror: Lynch encontró en Filadelfia la oscura bohemia que buscó desesperado en París, el pasaje de horror que no encontró en Grecia: así nació Cabeza borradora. La rodó durante 7 años en los almacenes del Instituto de Cine Americano, durante parte de los cuáles tuvo que vivir entre los decorados -por la falta de dinero- y donde se divorció, en 1974, de su mujer de entonces: su querida Peggy Lentz.


En su libro, Lim sugiere -sin querer- una idea brillante: Cabeza borradora es la versión de Lynch de Historias de Filadelfia (1940) de George Cukor. El mundo ideal ante el mundo infernal (real), conservando la atmósfera de humor que en ambas películas llega a ser terrible, una, por lo neurótico, otra, por lo tétrico.
Dos ideas de lo cómico que se sintetizan en una tercera, aún más novedosa.
Dualidad. Trinidad.
Lim nos descubre que en esa época, Lynch -para ganarse la vida- fue impresor de grabados, cartero nocturno, que vivió cerca de la antigua casa de Edgar Allan Poe y que -aunque él no lo recuerde- es bastante probable que visitase la colección de Marcel Duchamp en el Museo de Filadelfia, donde en 1969 se incluyó la obra Étant Donnés, la cuál anuncia la esencia voyeaur de  Terciopelo azul (1986).
 
 
No sé por qué la gente espera que el arte tenga sentido. Aceptan que la vida no lo tiene, ¿no?
 

Como todo el mundo sabe, Lynch comenzó haciendo cortos. En realidad eran pinturas y esculturas filmadas que luego se exponían a la vez, proyectadas unas sobre otras, creando solapamientos ilusionistas: Seis hombres enfermos (1967), Absurdo encuentro con la nada (1967), El Alfabeto (1969) o La abuela (1970) son pasos esenciales que hacen avanzar por la escalera del extraño mundo de David Lynch. Así Lim, entre otras cosas, nos cuenta que lo primero que amó Lynch fue Filadelfia, las obras de Francis Bacon, de Oskar Kokoschka y Marcel Duchamp, un libro infantil de los 40' y una película idealista de los años 50' y la publicidad idealista de los 80'. Le encantaba fumar Marlboro, ver cadáveres, los ruidos industriales y hacer fogatas en el campo. Fue alumno de Maharishi Mahesh Yogi, el gran gurú indio de la meditación en California; el gurú de los ricos. Practicó la meditación trascendental desde los años 70' y viajó por el mundo dando conferencias para promover su práctica y conseguir la paz mundial.

¿Qué podría salir de un mejunje de este tipo?

¿Cuál es el verdadero misterio de Lynch? Que no hay misterio, sólo pasión y una fidelidad férrea a los propios principios: su insistencia en una extraña concepción del amor que le llevó a romper cuatro matrimonios (Emily Stofle, Mary Sweeney, Mary Fisk y Peggy Reavey), su peculiar gusto que le hizo incluir en su colección personal piezas tan excéntricas como el útero de Raffaella de Laurentis, aferrarse a su curioso destino artístico llegando a realizar una exposición de pintura de la mano del poderoso Leo Castelli en 1989 o a ganar la Palma de Oro de Cannes por la heterodoxa Corazón Salvaje, a inventar la Garmonbozia (extraña comida de la que se alimentan los oscuros habitantes de la Logia Negra en Twin Peaks) y a perpetuar su constante impostura ante todo lo normalizado, o sea, a ser un verdadero artista a pesar de su fama.



El único proyecto que se le quedó en el tintero fue Ronnie Rocket, una historia que quiso filmar tras Cabeza Borradora. El subtítulo de la película versaba El absurdo misterio de las extrañas fuerzas de la existencia, el cuál resume todo el leit motiv de la obra de Lynch. Se trataba de dos historias paralelas: la de un detective que intenta entrar en una nueva dimensión y la de un enano que tiene el don de la electricidad y puede usarla para cualquier cosa; este enano es Ronnie Rocket. Todo el que haya visto Twin Peaks -en todas sus extensiones- podría identificar múltiples elementos que Lynch fue haciendo realidad en sus ficciones, pertenecientes a este proyecto inacabado: los detectives, los enanos, las electricidad, la estética industrial, las postura gestuales extrañas. Parece ser que quería haberle dado la forma de una película de Jaques Tati.

Hay gente a la que le gustan las películas que se entienden y hay gente a la que le gustan las películas que dejan espacio para que el espectador sueñe. A mí me gustan las que permiten soñar. La comprensión intelectual no tiene más importancia que la posibilidad de sumergirse en cada escena separadamente. Me encanta enamorarme de una idea y ver cómo se transforma en cine, qué va haciendo con esa idea el proceso de filmación.

Esto no lo cuenta Lim en su escasa biografía, pero si alguien le interesa verdaderamente la obra de David Lynch, debe retroceder obligatoriamente hasta sus primeros trabajos -como The Grandmother, Out of Yoner I y II, Iss, Disc of Sorrow, Laura Palmer, Coyote, Mouse, Intervalometer Experiments o Pig-, donde se encuentran todos los gérmenes de su obra y vetas experimentales que fueron quedando a un lado, pero que no desmerecen en nada a cualquier obra posterior. En los llamados trabajos menores de Lynch (cortos, mediometrajes, pinturas, canciones, esculturas, decorados...) se encuentran las claves de sus trabajos narrativos (películas) y se ve reflejada la verdadera mente lynchiana, un mundo oscuro e irónico que quiso pintar el mundo de otro color porque quizás la realidad, a partir de un momento, fue simplemente decepcionante.


 

Una nueva relectura de Lynch está en camino: las nuevas generaciones deben volver a experimentar toda su obra y hacer relecturas que aún no han podido hacer debido a la contemporaneidad del autor y a su dispersa obra que poco a poco va siendo cada vez más accesible y por tanto, homogénea. Lynch no es un cineasta sino un artista plástico con el corazón de un extraterrestre. Por eso, el título del ensayo biográfico El hombre de otro lugar de Dennis Lim, es tal vez lo más relevante de un libro que pasa por encima toda la profundidad de un obra mucho más vasta y extraña y que incomprensiblemente cae en errores garrafales: afirma que se encuentran letras recortadas en las narices de las víctimas de Twin Peaks cuando es debajo de las uñas; cuando habla de Ingrid Bergman, confunde la película Under Capricorn (1949) por Notorius (1946); y por último, cuando hace referencia a la película de Jonathan Demme, Something Wild (1986), dice que su punto de partida es una reunión de antiguos alumnos, secuencia que en cambio se sitúa a la mitad de la película. Lamentable. 


La obra de Lynch irá mutando en el tiempo: debido a su gran ambigüedad y riqueza, las generaciones venideras acabarán llegando a conclusiones que hoy se hacen impensables: que El hombre elefante es la mejor película realizada por Lynch, que Blue Velvet es realmente un bluff o una mal relectura de aquel libro de Baudrillard titulado América, que Mulholland Dr. es una telenovela erótica de mal gusto, que Corazón salvaje es una versión enfermiza de El mago de Oz, que Carretera Perdida es un cuento inédito de E. A. Poe,  que Inland Empire es un sueño lacaniano bautizado con el nombre de la tesis forestal de su padre Donald Walton Lynch, que Twin Peaks es una oda a la electricidad sacada de Cumbres Borrascosas de Emily Brontë, que Dune fue una película rodada por Lynch pero montada por un productor cobarde, que Una historia verdadera es una película de Disney y que Cabeza borradora es el laberinto del cine más tenebroso desde Beckett, película que influyó en todo el cine posterior, incluyendo a la saga de Star Wars (De hecho, George Lucas le propuso dirigir El retorno del Jedi, pero lo rechazó para hacer Dune, una superproducción de 40 millones de dólares que sólo consiguió recuperar 30, por la que se la tachó de fracaso y en la que además -como ya se ha dicho- sólo se le permitió rodar, no montar. Debido a lo cuál, Lynch nunca la aceptó dentro de su filmografía, a pesar de que vista hoy, su bizarrismo dadá gana con el tiempo y a pesar del bárbaro remake de Villeneuve, está considerada como una obra de culto).


Todas mis películas son acerca de mundos extraños, mundos a los que nunca podrías ir a menos que los construyas y los reproduzcas en una película. Eso es lo que verdad me importa de las películas a mí: ir a mundos cada vez más extraños.



David Lynch tuvo cuatro hijos -Jennifer Chambers Lynch (1968), Austin Jack Lynch (1982), Riley Lynch (1992), Lula Boginia Lynch (2012)- de cuatro mujeres distintas: Peggy Lentz (matr. 1967; div. 1974), Mary Fisk (matr. 1977; div. 1987), Mary Sweeney (matr. 2006; div. 2006) y Emily Stofle ( matr. 2009; div. 2023).

Mantuvo una relación con Isabella Rossellini (1986-1991) que acabó siendo imposible a pesar de su gran afinidad; cuando Lynch la conoció no sabía que era la hija del creador del Neorrealismo.

Fumaba 40 cigarrillos suizos al día, o sea, dos paquetes de Parisienne People, que a los 78 años le produjeron un enfisema pulmonar. Su mente era de otro mundo, pero no su cuerpo.


 
Hay que estar dispuesto a dejarse llevar por el mundo abstracto. Hay que querer perderse en él. Si no, se tendrá la sensación de frustración.
 

El misterio es lo que más amo, es el magnetismo de la vida, y me resulta maravilloso saber que de la mayoría de las cosas no conocemos absolutamente nada.

 

 

Es mejor no saber mucho sobre lo que significan las cosas o cómo pueden interpretarse, o tendrás demasiado miedo para dejar que las cosas sigan sucediendo.

 

 

No creo que la gente acepte el hecho de que la vida no tiene sentido. Creo que hace que la gente se sienta terriblemente incómoda. Parece que la religión y el mito se inventaron contra eso, tratando de darle sentido.

 


En definitiva, un artista que supo que era más importante cantar que cualquier otra actividad del mundo. Un poeta, un valiente en un campo de batalla rodeado de orejas llenas de hormigas.
Murió en Los Angeles, el 15 de enero de 2025.

 
Los treinta y tres años que llevo practicando al meditación trascendental han sido clave para mi trabajo en el cine y al pintura y en todos los aspectos de al vida. Han sido un modo de zambullirme más a fondo en busca del gran pez.

 
No me he saltado una meditación en treinta y tres años. Medito una vez por al mañana y otra por al tarde, durante unos veinte minutos en cada sesión. Luego me ocupo de los asuntos cotidianos. Y descubro más alegría al hacer las cosas. Más intuición. El placer de vivir crece. Y la negatividad remite.
 
 
Comencé como una persona normal, me crié en el noroeste. Mi padre era un investigador del Departamento de Agricultura que estudiaba los árboles. Así que yo pasaba mucho tiempo en el bosque. Y el bosque para un niño es mágico. Vivía en lo que suele considerarse un pueblo pequeño. Mi mundo se reducía al equivalente de una manzana urbana, tal vez dos. Todo ocurría en ese espacio. Todos los sueños, todos los amigos existían dentro de ese pequeño mundo. Pero a mí me parecía enorme y mágico. Tenía mucho tiempo para soñar y estar con los amigos. Me gustaba pintar y me gustaba dibujar. Y a menudo pensaba, equivocado, que cuando et haces adulto dejas de pintar y dibujar y te dedicas acosas más serias. En noveno curso mi familia se mudó a Alexandria, en Virginia. Una noche, en el jardín delantero de al casa de mi novia, conocí aun tipo llamado Toby Keeler.


Desde mediados de los años setenta hasta principios de al década de los ochenta acostumbraba a ir a diario al restaurante Bob's Big Boy. Me bebía un batido y me sentaba a pensar. Pensar en una cafetería es seguro. Puedes tomarte un café o un batido y alejarte hacia terrenos oscuros y luego regresar a la seguridad de al cafetería.
 

La idea es todo. Si te mantienes fiel a la idea, en realidad esta te dice todo lo que necesitas saber. Basta con que sigas trabajando para darle el aspecto que tenía la idea, la sensación que transmitía, el sonido que emitía, el modo en que era. Y es raro, porque cuando te desvías, lo sabes. Sabes cuándo estás haciendo algo que no es correcto porque lo notas. Te dice: No, no; esto no se como al idea dijo que era». Y cuando vas por buen camino, también lo notas. Es una intuición: te abres camino pensando y sintiendo. Empiezas en un lugar y, a medida que avanzas, vas afinando. Pero durante todo el proceso al que habla es al idea.

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