sábado, 16 de noviembre de 2024

OCTUBRE

 



DE PSICÓPATAS E IGNORANTES 

(Breve viaje hacia el País de Nunca Jamás)

 

Octubre

 


En 1984 se estrena una de las películas más importantes del siglo: Streetwise. Martin Bell, su director, retrata lo inasible, lo imposible, de la manera más bella. Preadolescentes viviendo en las calles, prostituyéndose o limosneando, engañando a los repartidores de pizzas, creciendo en el país de Nunca Jamás de la manera más naif, más infernal. Peter Pan es una novela de terror: Street Wise también. Una novela que puede verse, que puede proyectarse. Tal vez la infancia se ha desvirtuado y en otro mundo, en otra época, ser un niño era ser un mendigo del ser; un cuerpo-marioneta con la mente de una polilla milagrosa. Martin Bell, filmando mediante teleobjetivos, llega a tocar la intimidad de estos niños llenos de autenticidad y descaro, adolescentes prematuros salidos de las imágenes de Helen Lewitt o Diane Arbus, ¿qué hacen esos niños en la calle, siendo violados por pervertidos cincuentones, ocupando hoteles abandonados, patinando por pasillos, muriendo de enfermedades incurables, viviendo una bohemia venenosa de la que jamás podrán salir? Todas las películas underground de Andy Warholl, Los olvidados de Buñuel o el brillante documentalismo de los hermanos Maysles queda reducido a casi una anécdota al lado de estos chavales hiperlúcidos, devoradores de la desesperanza, ignorantes y sabios, soeces y angelicales, ¿son tal vez un tipo de monstruos?

No pueden crecer.

No quieren crecer.

El mundo es un silbido y ellos bailan dentro de la pesadilla. Como también bailan los personajes de las películas de Mateo Garrone: Gomorra, Reality, Dogman o Primer amor, películas de psicópatas pero que van sobre personas buenas transformadas o arrastradas a la fuerza hacia el mal. La crueldad conduce a los héroes de Garrone a la perdición, de hecho, sin advertirse, el cine de Billy Wilder es muy parecido al del italiano. El ingenioso Wilder, que acabó su carrera haciendo baratas películas en Corfú al estilo setentero cutre del tipo Hooper (1978) o Taxi Driver (1973), trabajó la decadencia como un valor fundamental de lo contemporáneo, de la vida. En el libro publicado por Quentin Tarantino Cinema Speculation, se muestra la pasión del cineasta desde sus inicios por este cine, siendo él un preadolescente al que su madre llevaba todos los fines de semana a los cines de Los Ángeles para ver sesiones dobles del llamado cine hippie -fundado por Easy Rider y compañía- mientras ella se enrrollaba con sus novios negros. Paz y amor y unos petas. Black Power. Lo cool. Venganza. Kun fu. El cine de Tarantino en pañales. Por un momento, el cineasta de Knoxville imagina una Nueva Ola norteamericana compuesta con nombres como Sam Pekinpah, Martin Scorsese, Paul Schraeder, John Boorman, Brian de Palma, John Flynn, Alan Arkin, Ted Kotcheff y Peter Bogdanovich. El problema de estas producciones -a medio camino entre la serie B y la peli guarra o de terror-, es que el espíritu que movía a estos directores era tan pobre y superficial que convirtieron la ficción en una broma demasiado pesada, enmascarada en una violencia exagerada y un cine donde la aventura se convierte en vaga perversión. Los héroes de estas películas son burgueses de poca monta que se ven envueltos en venganzas incontrolables, en problemas del primer mundo. La mirada de la juventud yanki de los 70', o al menos de esta hornada de cineastas, era tan vulgar como sus ficciones. Por otro lado, hay que decir que el libro de Tarantino es delicioso: sus cientos de recomendaciones y su origen cinéfilo, su mitificación de los 70', su amor por el cine de Don Siegel se lee como historia del cine heterodoxa, aunque a la hora de la verdad, toda esa exaltación no es más que una basura demasiado adolesceste, demasiado psicópata, demasiado friki. No es un secreto que la mayoría de estos directores filmaban deseos reprimidos, traumas, violencias injustificadas, derivadas de una sociedad contradictoria y cínica. Películas como Deliverance, Three little murders, The Yakuza, The Rolling Thunder, What's up doc?, Leo the last o Bullitt, demuestran que la mitificación atolondrada de las películas es sólo un proceso de nostalgia o trauma (habría que realizar un análisis freudiano al fenómeno de la historia del cine: ¿por qué ciertos directores acaban siéndolo, cuál es su motivación secreta, su tabú?). El cine de Tarantino adolece de referencias tan miserables, por mucho que su memoria quiera entronarlas como iconos, imaginarlas como una ola que nunca fue. Armas, tetas y sangre es la única herencia que los wensterns y el cine de terror dejó para los frívolos 70' en la tierra del Tío Sam.

Sólo Jonas Mekas, Cassavettes y Joseph Losey son los culpables de una nueva visión cinematográfica en la tierra de Hitchcock y Chaplin.

Tarantino ni los menciona.

Su cine, pasadas unas generaciones, se irá diluyendo, aunque tal vez, si sigue escribiendo libros, llegue a aportar algo interesante a la aburrida historia de las películas.

Cambio y corto.

Lo cinematográfico se olvida y las películas comienzan a tomar la estética de la televisión, el ritmo de la caja tonta. Se pierde la inteligencia y se opta por lo macabro como única salida de una sociedad abocada a la guerra. El cine norteamericano sólo tiende a lo bélico: empieza o termina en lo bélico,  ¿no será por que Hollywood siempre funcionó como la mejor propaganda del imperialismo yanki? Evidente.

Evidencia.

En una película como Leave the world behind (2023) Sam Esmail -después de la maravilla de Mr. Robot- nos invita a un juego apocalíptico donde las nuevas tecnologías confunden a lo humano hasta sumirle en un infierno sin salida; la tecnología no es el camino de las personas. El sistema no funciona, ha llegado a su colapso.

El absurdo es tan enorme que la desconfianza se hace un arma.

El capitalismo ha llegado a un punto de implosión.

No sabe qué hacer y por eso se replica sin razón.

Todo es un bucle.

Un dato. Un meme.

La gente joven no sabe qué hacer sin un aparato en la mano.

Por eso tal vez el cine mismo está regurgitándose, creando pelis como Wolfs (2024) donde los intocables George Clooney y Brad Pitt encarnan una película noventera bastante fuera de onda, haciendo caso omiso a las últimas tendencias, ya tan manoseadas que prefieren hacer productos vintage llenos de cinismo e ironía que cualquier chorrada futurista o romanticona. La peli es de palomitas, un film minimal dirigido por John Watts que no aguanta más de un visionado. De hecho, parece el capítulo de una serie. Las series no pertenecen a lo cinematográfico sino a lo audiovisual, al espectáculo rocambolesco de los valores capitalistas: la mentira, la violencia, la pornografía. 

Eso es el audiovisual, eso y la idea del dinero como única razón verdadera. O sea: Breaking Bad.

Droga y poder.

El racionalismo ha muerto: vivimos en el dinerismo ilustrado.

Tal vez, la época más chorra de toda la civilización.

Un meme temporal lleno de locos ridículos.



La vida burguesa es cada vez más estúpida: habrá que inventar otra cosa o inventar films como Joker: Folie à Deux (2024) de Todd Phillips, la cuál, a pesar de no ser una gran película, juega con la percepción del público comercial y les anuncia un orgasmo que acaba en coitus interruptus. Un poco, arte conceptual, pero ¿qué es el cine sino un concepto, una abstracción? En realidad se trata de un artefacto soso, predecible y bastante aburrido, aunque mucho más interesante que la primera parte. El hecho de subversión narrativa, tal vez ha sido el único motivo para Joaquin Phoenix, un actor que ha protagonizado verdaderas obras de creación en los últimos años: Beau tiene miedo (2023) y C'mon C'mon. Siempre adelante (2021). Pasando por encima a Napoleón, obra del catatónico Ridley Scott. Las cuentas acaban saliendo. 
El juego del sistema, en definitiva, la locura por la locura, adelgazar por adelgazar. Hollywood hoy está tan escuchimizado como el Joker, tan catatónico como él. Hollywood es Joaquín Phoenix: una apariencia deforme de un éxtasis agotado. Una muerte segura.
La depresión del sistema industrial contrasta cada vez más con el poder del cine autoral de Pedro Costa (Las hijas del fuego, 2023), con el documental Godard, seul le cinema de Cyril Leuthy, con el recuerdo de las imágenes de Streetwise, del cine de Raymond Depardon o el documental Ken Loach: un activista de cine de Chassagnieux. Ken Loach fue un genio en los años 70': Kes, Family life, Days of hope. Palabras mayores. Pero Tarantino no habla de él; sólo menciona muy brevemente una referencia de Almodovar, un cine que para él, a los 13 años, era el no va más en una Norteamerica puritana y fanática. 
Por último, mencionar el documental This is the Zodiac Speaking es la única película yanki de relevancia en este año 2024: la historia de los hermanos de la familia Seawater, quienes se criaron sin saberlo con Arthur Lee Allen, el psicokiller más famoso de EEUU. Una pasada.
 

Uno recuerda la serie de Flash Gordon (1936) de Ray Taylor y no sabe dónde quedó toda esa inocencia, esa frescura, cuándo se interrumpió la libertad de este pueblo bárbaro que acabó gobernando el mundo mediante guerras teledirigidas y palomitas con emanens.
Occidente está en coma y los malos se aprovechan para destruir el mundo. Ahora, ser tonto es un valor; ser malo, una virtud.
Occidente sólo es un cebo, un museo en miniatura: ejércitos de personas inocentes empujados por psicópatas.
La ignorancia se abre paso, el cine la proyecta.
 
Buenas noches y buena suerte.
 






 

 

 

 

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