EL SILENCIO DEL MAR
(1949)
Jean-Pierre Melville
Jean-Pierre Melville
Hay películas olvidadas en la memoria de la historia del cine que a veces resucitan por un instante, ideas perdidas, soluciones abandonadas y vías fértiles de autenticidad. Escarbar en la arqueología cinematográfica es bucear en una mina de tesoros cubiertos de polvo a los que hay que aplicar una atención especial para poder descubrirlos. La cada vez más frecuente manía del público de no visitar salas alternativas o filmotecas, va creando un hueco de ignorancia cinéfila en un imaginario, cada vez más sesgado y pobre de la mente actual. La generación milenial ya ni siquiera es capaz de acceder a estas maravillas del pasado, artefactos complejos y difíciles, mas únicos y necesarios. Para comprender cualquier arte, hay que poseer un conocimiento y una experiencia previas, indispensable para entender la cadena cultural que conforma el fenómeno fílmico. Finuras a parte, visionar El silencio del mar de Melville es un privilegio en sí mismo, pues además de tratarse de la ópera prima del director francés, es un ejemplo de austeridad y minimalismo -de economía de medios- de un nivel tan llamativo que uno se pregunta por qué el cine ha tenido que convertirse en algo tan opulento y elefántico. Para que el cine hable de cosas humanas, de cosas verdaderas, la imagen debe volverse pobre, silenciosa, hay que dejar paso a lo místico, a la magia de la luz, a la narración simple; huir del efectismo. Contar la vida, hincar el diente a los grandes problemas del presente y mirar con valor al público hasta estremecerle. Melville lo consigue con esta parca película llena de tensiones, terror y odio. El aburrimiento como ingrediente, se apoya en la repetición, el monólogo y la música sacra para conjurar un film que hoy se revela -en parte- caduco, pero sorprendente en ciertos instantes, en ciertos planteamientos. Melville inventa un film-libro, una novelita en movimiento (basada en el texto de 1942 del escritor conocido como Vercors) llena de invasiones, de psicología y nazismo. Una metáfota de la Resistance francesa que influiría en El ángel exterminador de Buñuel y por supuesto, en Casa tomada de Cortázar, escrito en 1946. Este film-libro va pasando sus hojas en forma de rostros, de miradas y presencias. Algo nos invade hasta controlarnos, pero imaginemos tener la suficiente paciencia como para no abrir la boca ante las tentaciones de un demonio que no cesa de hablarnos, de seducirnos. El mundo pudo ser muy diferente a partir de 1945 y hoy tal vez, sólo vivimos una dulce versión de lo que podría haber sido un incendio cruel de todos nuestros recuerdos, de todo el mundo conocido.
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