THE ROSE Y LO DEMÁS
Yéndonos hasta 1979 encontramos a Bette Midler interpretando a Rose, una cantante fulgurante que sintetiza a toda una generación de jóvenes artistas que se enfrentaron a las normas del sistema para acabar claudicando en sus cloacas. Inicialmente el director Mark Rydell quería realizar una película sobre Janis Joplin, pero la negativa de la familia a vender los derechos de sus memorias obligaron a reinventar el film e imaginar a Rose, una cantante muy parecida a la vetada, interpretada por una Bette Midler majestuosa que nunca jamás volvería a alcanzar este nivel supremo de interpretación. A su lado, un soberbio Frederic Forrest (Houston) complementa un biopic de toda una generación que acabó siendo una leyenda.
Pero los rebeldes aparecen en todas las épocas: The delicate delincuent (1957) vuelve a demostrar que Jerry Lewis nunca -o casi nunca- fue gracioso. Los mitos se crean, pero si están basados en una fama circunstancial, acaban destruyéndose, la cuál, en el caso de Lewis abarcó casi toda su vida. Los años 50', una época en la que la figura del tonto debía generar una catarsis popular de tal grado que alzó a este cómico a lo más alto de la historia de un tipo de cine que hoy adolece en gran medida. En el film, volvemos al equívoco como motor de una trama donde las apariencias nunca son lo que parecen, esta vez visto desde la perspectiva del idiota sin gracia.
Hablando de tontos llegamos a Ship of fools (1965), una película que sí es, en cambio, una película con gracia. Abocada a ser un producto meramente comercial, hoy puede verse como un formato eficaz, de una funcionalidad envidiable y un entretenimiento reconfortante. El formato viaje en barco ha sido utilizado profusamente en la historia del cine hasta dar artefactos tan raros como El triángulo de la tristeza (2022) de Ruben Ostlund o Y la nave va (1983) de Federico Fellini. La película de Stanley Kramer no es tan performática ni tan soez como la de Ostlund -ni tan mágica como la de Felini-, fijándose más en modelos psicológicos como Lifeboat (1944) donde se tratan dilemas morales y emocionales, al margen de la crítica sociológica. Una brillante Vivien Leigh se conjuga con un atormentado Oskar Werner, en una peli coral donde la caricatura (Lee Marvin) y la confusa identidad (Simon Signoret; Casque d'or, 1952 ) vuelven a mezclarse.
Un año después, Alan Parker filma Birdy, un film crítico con la guerra a partir de un chaval que se cree un pájaro. La extrema interpretación de Mathew Modine no puede superar la de su compañero de aventuras, un joven Nicolas Cage lleno de frescura que en realidad acaba siendo el héroe de un drama que no acaba en tragedia.
Un chiste que bascula entre Alguien voló sobre el nido del cuco (1975) de Milos Forman y El regreso (1978) de Hal Ashby.
Películas como Ruthless people (1986) son películas que comenzarán a introducir ese ambiente postmoderno, frívolo y vacío que irá contagiando a gran parte del cine mundial. La mirada cínica de este tipo de películas llenará de vaguedades sin sustancia -durante décadas- las carteleras infinitas que harán desfallecer a un público que, hoy, ya está insensibilizado y digiere banalidad con facilidad inaudita. Lo infantil y perverso se apodera de la pantalla y las historias chorra comienzan a bullir en una industria corrompida por lo vago. Bette Midler, sólo siete años después de su impecable The Rose, hace un papel insignificante y tonto que marcará toda su carrera posterior. Por su parte, Danny Devitto desarrolla un tipo de papeles neuróticos y malvados que le harán famoso con el tiempo. Por último, mencionar a un Bill Pullman soso y fuera de contexto que extrañamente será el patrón que repetirá Lynch en Carretera perdida (hombre rubio, excitante), casualmente en una historia de corrupción y cintas de video. Es más que inevitable pensar en la fatal endogamia de una industria que se deglute a sí misma y que poco a poco va convirtiendo a sus actores en chistes de sí mismos, estéticas pop que luego se replicarán en nuestro país con otras formas -y destinos dispares- en Mujeres al borde de una taque de nervios (1988) o Muertos de risa (1999).
En 1987 y 1990, se hacen respectivamente, dos películas: Angel Heart de Alan Parker y Reversal of Fortune, de Barber Schroeder, ambas destinadas a ser dramas serios, la primera tira por la fabulación diabólica y la otra por la diabolización fabulosa. En la de Parker, Mickey Rourke hace lo de siempre: nada. En la de Schroeder, Jeremy Irons hace lo de siempre: de Jeremy Irons. Es curioso que quizás por primera vez, el actor no sea el mayor problema de una cinta que promete una narración interesante que se va perdiendo por culpa del montaje. En la de Parker, lo peor, las uñas largas de Robert de Niro que aparece unos cinco minutos. Ambos films demuestran la parálisis de una industria que entraba de bruces en los 90'.
En Guarding Tess (1994) Nicolas Cage comienza a interpretar este tipo de papeles sobreactuados que le harán tan famosos. La película no la salva ni la genial Shirley Maclaine. En 1997, Siete años en el Tibet y Amistad confirman que los grandes relatos se terminan. Uno sobre la experiencia mística y otro sobre la esclavitud; EEUU intenta abrirse al mundo, pero su doble moral queda patente. Jean-Jaques Annaud por un lado, Spielberg por otro. Este sentimiento de culpa aún latente en el corazón de Hollywood, se ha traducido estos últimos años con el movimiento woke y con películas -demasiado tardías- como Los asesinos de la luna (2023), una película importante por su tema, no por su tratamiento o intención. EEUU mantiene intactos sus tabúes y sus genocidios internos; se trata de un país con un cáncer incurable provocado por las mentiras más terribles de nuestra civilización. La pregunta es: ¿por qué nadie habla de Robert Kramer y ya no se ven películas como Ice (1970), Milestones (1975), Guns (1980), Unser Nazi (1984) o Route One USA (1989)?
En el año 2000, Stephen Frears estrena High Fidelity, una película original que muchos adoran por su melomanía implícita pero que en realidad no tiene nada que ver con la música; se trata de una película sobre el complejo de Peter Pan. Esta película popera adolece en muchas de sus partes, pero se cuenta a través de una narrativa que debe mucho a la subjetividad de Woody Allen en temas y formas. Se trata de una reactualización de Annie Hall, una infantilada condescendiente con una visión tontorrona y nihilista de la pérdida de la juventud que, gracias a John Cusack, se hace potable.
La metaficción salva una historia de estereotipos noventeros, antes de las teorías poliamorosas.
Pasando por encima películas como El patriota (2000), El nuevo mundo (2005) y Lincoln (2012) -una hecha por un director de ciencia-ficción, otra hecha por un falso autor de culto y la última, realizada por un pretencioso patán- llegamos al 2016 donde nos encontramos con Mimosas de Oliver Laxe, un cineasta independiente intentando hacer una película comercial. En 2025 estrena Sirat que es lo mismo, pero más conceptualizado. Por supuesto, exceptuando The Store, The Rose, Woman in hidding y Ship of fools, es mucho mejor que todas las demás mencionadas. En todo caso, ¿que hay de Mad Max en Oliver Laxe, qué hay de Terry Gilliam? y sobre todo, ¿por qué ese ambiente hanekiano y no rouchiano? ¿por qué optar por lo inorgánico en medio de lo orgánico? ¿qué pretenciosidad sigue latente en este joven director?¿Será que se ha olvidado -en las nuevas generaciones de cineastas- que el verdadero cine nunca vino de Hollywood, sino de las cosas, de la imaginación, de lo marginal en el sentido de descubrimiento? ¿qué hace ahí Sergi López? La cosa es pensar por qué llegado un momento, los autores jóvenes se van convirtiendo en comerciales y no hacen caso a ejemplos como el de Frederik Wiseman que incide en su idea sobre lo real desde sus inicios, sin complejos, sin sumarse a modas, sin claudicar ante lo pop, lo comercial, la taquilla.
Y no lo deja hasta la tumba.
La persistencia de las ideas.
¿Es en realidad Mickey Rourke un payaso disfrazado de detective maldito? ¿o es en realidad una versión de Mickey Mouse de carne y hueso?
Vale.
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