La victoria final dependerá de los corazones
y las mentes de la gente que realmente vive ahí fuera
Lyndon B. Johnson
y las mentes de la gente que realmente vive ahí fuera
Lyndon B. Johnson
Coppola hizo su película como los americanos hicieron la guerra —en este sentido, es el mejor testimonio posible— con la misma desmesura, el mismo exceso de medios, la misma monstruosa candidez y el mismo éxito. La guerra como atrincheramiento, como fantasía tecnológica y psicodélica, la guerra como una sucesión de efectos especiales, la guerra convertida en película incluso antes de ser filmada. La guerra se autoabolió en su prueba tecnológica, y para los americanos fue principalmente eso: un campo de pruebas, un territorio gigantesco para probar sus armas, sus métodos, su poder. Coppola no hace otra cosa que eso: probar el poder de intervención del cine, probar el impacto de un cine que se ha convertido en una maquinaria inmensa de efectos especiales. En este sentido, su película es realmente la extensión de la guerra por otros medios, la cúspide de esa guerra fallida, y su apoteosis. La guerra se convirtió en película, la película se convierte en guerra, las dos están unidas por su hemorragia común en la tecnología.
La guerra real la libra Coppola como la libraba Westmoreland: sin contar la ironía inspirada de tener bosques y aldeas filipinas bombardeadas con napalm para recrear el infierno del Vietnam del Sur. Uno lo repasa todo a través del cine y uno empieza de nuevo: la alegría moloquiana de filmar, la alegría sacrificial de tantos millones gastados, de semejante holocausto de medios, de tantas desventuras, y la notable paranoia que desde el principio concibió esta película como un evento histórico, global, en el que, en la mente del creador, la guerra de Vietnam no habría sido otra cosa que lo que es, no habría existido fundamentalmente —y es necesario que creamos en esto: la guerra de Vietnam "en sí misma" quizás de hecho nunca sucedió, es un sueño, un sueño barroco de napalm y de trópicos, un sueño psicotropico que no tenía como objetivo una victoria ni una política en juego, sino, más bien, el despliegue sacrificial, excesivo, de un poder que ya se filmaba a sí mismo a medida que se desarrollaba, quizás esperando nada más que la consagración de una superpelícula, que completa el efecto de espectáculo masivo de esta guerra.
Ninguna distancia real, ningún sentido crítico, ningún deseo de "conciencia" en relación con la guerra: y en cierto sentido esta es la cualidad brutal de esta película —no estar podrida con la psicología moral de la guerra. Coppola puede ciertamente adornar a su capitán de helicóptero con un ridículo sombrero de caballería ligera, y hacerlo aplastar la aldea vietnamita al son de la música de Wagner —esas no son señales críticas, distantes, están inmersas en la maquinaria, son parte del efecto especial, y él mismo hace películas de la misma manera, con la misma megalomanía retro, y el mismo furor no significante, con el mismo efecto payasesco a toda máquina. Pero ahí está, nos golpea con eso, está ahí, es desconcertante, y uno puede decirse: ¿cómo es posible semejante horror (no el de la guerra, sino el de la película estrictamente hablando)? Pero no hay respuesta, no hay veredicto posible, e incluso uno puede regocijarse en este truco monstruoso (exactamente como con Wagner) —pero siempre se puede rescatar una pequeña idea que no es desagradable, que no es un juicio de valor, pero que te dice que la guerra de Vietnam y esta película están cortadas por la misma tijera, que nada las separa, que esta película es parte de la guerra —si los americanos (aparentemente) perdieron la otra, ciertamente ganaron esta. Apocalypse Now es una victoria global. Poder cinematográfico igual o superior al de los complejos industriales y militares, igual o superior al del Pentágono y de los gobiernos.
Y de repente, la película no carece de interés: ilumina retrospectivamente (ni siquiera retrospectivamente, porque la película es una fase de esta guerra sin fin) lo que ya era una locura en esta guerra, irracional en términos políticos: los americanos y los vietnamitas ya están reconciliados, justo después del fin de las hostilidades los americanos ofrecieron ayuda económica, exactamente como si hubieran aniquilado la jungla y los pueblos, exactamente como están haciendo su película hoy. Uno no ha entendido nada, ni de la guerra ni del cine (al menos este último) si no ha captado esta falta de distinción que ya no es ni ideológica ni moral, de bueno y malo, sino de la reversibilidad de la destrucción y la producción, de la inmanencia de una cosa en su propia revolución, del metabolismo orgánico de todas las tecnologías, de la alfombra de bombas en la tira de película.
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