Jean-Pierre Melville
jueves, 3 de julio de 2025
JULIO 25
Jean-Pierre Melville
JULIO
Tardes de soledad
Albert Serra
martes, 20 de mayo de 2025
MAYO 25
Carry-on
Jaume Collet-Serra
¿Sirve una película para algo?, ¿tiene el cine alguna función actualmente o sólo forma parte de ese aparato entretenedor que se está comiendo todo, vaciando de significado y sentido cada rincón de lo humano? Consumir demasiada cultura contemporánea acaba teniendo consecuencias graves: tener un dieta fílmica basada en la cartelera y las series, leer exclusivamente bestsellers y escuchar sólo la última canción de moda, perjudica seriamente la salud; deberían obligar a colocar cartelitos con mensajes corrosivos antes de cada producto como en las cajetillas de tabaco. El tabaco es un droga, la cultura, un sistema lobotómico. Si el espectador-lector-oyente no crea su propio criterio, seleccionando del frutero las piezas que necesita, todo se convierte en un bufet libre indiscriminado de basura potencial.
El 90% de las películas de estreno son pura redundancia o simples contenedores virtuales de publicidad engañosa. La moralina barata, la violencia, la pornografía, la cultura de la mentira, la evasión gratuita, el humor zafio, el guión pobre y la falta de talento son ingredientes normalizados en la parrilla audiovisual proyectada en gran formato en los cines de todo el mundo. El mensaje fraudulento no debe parar de repetirse, la banalidad debe seguir en marcha para que el mundo del ingenio, del arte, de la virtuosidad, en definitiva, del humanismo cultural, se olvide o quede relegado a un rincón oscuro a modo de reliquia donde pocos se asoman y sólo por curiosidad. Hay que reducir a las personas a productos, a fenómenos de usar y tirar, ¿qué es si no la pornografía, qué es si no una rentabilización del cuerpo, la conversión de la carne en cash, de la intimidad en vouyerismo de pago?
El cuerpo se convierte en moneda de cambio y las imágenes son sus portadoras. Cada fotograma -cada pixel- establece una relación de consumo con un público que se siente inocente al degustar las mayores barbaridades por un módico precio -que cada día aumenta-. ¿Qué son las grandes plataformas audiovisuales sino supermercados de imágenes transgénicas, tóxicas, manipuladoras y constructoras de falsas identidades, predicadoras de falsas ideas sobre el ego, el destino y el Yo? ¿No han creado un sistema especulativo de simulacros donde una autoayuda perversa se dispara a cañonazos hacia la mente de miles de millones de espectadores intentando hipnotizar a una masa que se cree invulnerable sentada en el sofá de su habitación?
Todo tiene un precio y la vida occidental lo está pagando con crecres: depresión, narcisismo, ultraviolencia, analfabetismo, ignorancia, materialismo desatado, confusión, avaricia, conspiranoia y lujuria enfermiza. Traumas crónicos en definitiva. El borreguismo ilustrado se refleja en las tragaderas del personal generalizado y acrítico, consumiendo cualquier tipo de sustancia audiovisual, sin importarle la calidad del solomillo fílmico o el vacío decrépito repleto de florituras vacuas, insubstanciales. Hoy, más que nunca, sería muy importante revisar las teorías de Noël Burch sobre los sistemas de representación institucionales (Hollywood) y replantearse si los objetivos de desinformación y adormecimiento siguen vigentes o incluso, han sido superados por estrategias aún más fatales que las de cine clásico.
Todo el mundo es consciente de haber sido escolarizado, de haber pasado por procesos de lecto-escritura, pero nadie parece darse cuenta de que nadie nos ha enseñado a leer imágenes. Noël Burch nos habla de la necesidad de desnaturalizar el hecho de relacionarnos con las imágenes; si fuésemos conscientes, nos daríamos cuenta de lo vulnerables que somos. Por otro lado, la idea de la evolución cinematográfica está popularmente vinculada al progreso tecnológico, concepto totalmente equívoco y materialista. Las máquinas no saben contar historias, no saben nada de lo humano.
Hoy las películas son más que nada juegos de niños destinados a un público infantilizado que no quiere demasiada complejidad y sólo demanda emoción rápida y aparatosa: por eso los directores de terror están teniendo tanto bombo en la actualidad y por eso los subgéneros están cobrando una importancia desconocida. Apartada del tablero toda película profunda o demasiado sensible, intelectual o demasiado seria, el campo de batalla está disponible para todo tipo de tontas monstruosidades, asesinos en serie, violaciones, guerras, mafiosos y hackers superdotados dispuestos a mostrar el cartón de la realidad a través de una tecnología fantástica que lo puede solucionar todo.
Hay una película bastante mala -dirigida por Kathryn Bigelow- llamada Strange days (1995) en la que su protagonista trafica con laser discs como si fueran cocaína. Este antecedente ciberpunk de Matrix y otras películas finiseculares, nos muestra torpemente cómo una sociedad imbuida en el caos y la precariedad necesita de experiencias virtuales para sentir placer, para reconciliarse con ella misma. Sólo la ficcionalización de emociones fuertes, de momentos improbables, puede generar una catarsis existencial en un mundo que ha reducido a cero su empatía, su imaginación.
El control de lo imaginario lo ejerce hoy Hollywood: son los sumos sacerdotes de las temáticas y la estética de la imagen. Han convertido lo comercial en la única alternativa del mundo audiovisual, generando un mundo digital -muy alejado del arte cinematográfico- frío, lúdico e insultantemente inverosimil. Una cosa es clara: dentro de 50 años, el 99% de las producciones serán olvidadas para siempre, pero no por su abundancia o inactualidad, sino por su naturaleza efímera, circunstancial, irrisoria. Por eso no pertenecen al mundo del arte -si es que alguien se lo estaba preguntando-. El supermaterialismo que inunda el mundo con su exclusiva función práctica de las cosas, hace que todo se conciba para usarse una sola vez lo más rápido posible. Han convencido al personal que hay que vivir todas las experiencias, estar en todos lados, conocer todas las opiniones, opinar de todo, pensar en nada y que la vida sea un tiovivo inútil, carente de todo sentido. Así, han convertido a las películas en un videojuego o en su mejor versión, en un panfleto para retrasados.
En su mejor versión, Hollywood permite estrenar títulos que son copias de grandes éxitos, ya sean remakes -The bikeriders (2023)- o formatos narrativos de éxito como puede ser Carry-on (2024) de Jaume Collet-Serra -trasunto de Última llamada (2002)- o Locked (2025) de David Yarovesky -versión automovilística de Buried (2010) que a su vez es heredera de La cabina (1972) de Antonio Mercero-. Pero la cuestión de la influencia no es el problema, sino la cercanía del referente, la ausencia de pasado. La historia del cine no comienza en el siglo XXI, sin embargo, la mentalidad del puro presente ha endiosado la actualidad y ha transformado en reliquia todo hecho anterior. Para la mentalidad milenial, todo pasado es sinónimo de caducidad; sólo lo nuevo es presente y válido. La gravedad del problema reside en la falta de conocimiento, en la interpretación del presente, de las películas, a partir de vagas opiniones y perspectivas de una actualidad cegada por EEUU, en un eclipse cultural de una magnitud que se estudiará con preocupación en el futuro.
A pesar de todo esto, aún hay obras en las que reside un cierto tipo de mensajes críticos, de guiños al espectador inteligente, que aluden a las enfermedades de la realidad, a las trampas propuestas al individuo y que cuestionan la integridad de lo humano y llevan al límite la idiosincrasia occidental. Una de esas películas es Carry-on (2024), pero también The friend (2024) o Mickey 17 (2025): cualquiera de ellas es dueña de momentos reflexivos que detienen al espectador en temáticas trascendentales como la muerte, la fidelidad o el amor. Aunque rápidamente disuelven los planteamientos, hay aún momentos insignificantes de audacia, loables y -aunque casi imperceptibles- sorprendentes.
Hace poco escribía un notable crítico español que tal vez películas como Ezra (2023) o Eletric State (2025) lleguen a ser en la posteridad el patrón de película comercial del siglo XXI, ficciones puras sin funciones panfletarias o políticas, engendradas con el viejo espíritu de contar historias, de hacer de la ficción un arte, como lo consiguieron en su día films como The Trouble with Harry (1955) de Hitchcock o Sunset Boulevard (1950) de Wilder. Se ha perdido una aresanía, una tensión que hacía del cine una llanura de ilusiones que estaban siempre por encima de los prejuicios o las presunciones. Si hoy podemos seguir hablando con pleno derecho de estas películas es por la única razón de que -aún siendo productos comerciales- supieron ser fieles al Humanismo, a la esencia que nos hace vulnerables, mortales, que nos enseña lo que somos en verdad y no lo que pretendemos ser, que aparta las apariencias y descorre el velo que hoy mantiene opaca a la luz. Las obras maestras de cualquier arte no son infinitas; la basura sí lo es. Acérquense a las grandes películas de la historia, vean maravillas como las animaciones de Betty Boop de los años 30' y 40', vean Cycling The Frame (1988), vean France Tour Détour Deux Enfants (1977), Groundhog Day (1993), Mickey One (1965), Mundo Grúa (1999), Queridísimos verdugos (1977), Anonymous (2011), Beetlejuice (1988), Sauve qui peut -La Vie- (1977), Motel Destino (2024), The Apprentice (2024), Welfare (1975), Tirez sur le pianiste (1960), Secret Ceremony (1968), Dial M For Murder (1954) o La Grande Guerra (1959); vean esto y comenzarán a sentir unas cosquillas en el estómago que les transportarán a un sentimiento distinto, a un lugar diferente de la realidad, donde la misma realidad se hace alimento, pensamiento, placer verdadero.
Los mensajes del futuro vienen del pasado.
miércoles, 14 de mayo de 2025
MAYO 25. DAVID LYNCH
DAVID LYNCH
Es una gran tristeza pensar que hemos visto una película en nuestro puto teléfono
Breve glosa al libro El hombre de otro lugar de Dennis Lim
La reproducción de las cosas no es más que la ociosa industria de alguien que no valora sus sensaciones, y que terminó con sus imaginaciones cuando dejó atrás la infancia y descubrió que el caballo que había cabalgado en aquellos días felices no era más que un palo de escoba roto.
El viejo Walt Whitman, hasta sus últimos días, fue como un niño en la dulzura y la plenitud de su fantasía. Unas pocas flores en el alféizar de su ventana bastaban para despertar en él las sensaciones más agradables y la filosofía más profética.
Walt Whitman era tal como he propuesto que debe ser el verdadero estudiante de arte. Su obra es una autobiografía, no de desventuras y percances, sino de su pensamiento más profundo, de su vida.
No se nos puede dar un tesoro mayor. Confesiones como las de Rousseau o las de Marie Bashkirtseff son endebles en comparación con esta vida expresada por Whitman, que es tan hermosa, en cuya lectura nos encontramos.
Como todo el mundo sabe, Lynch comenzó haciendo cortos. En realidad eran pinturas y esculturas filmadas que luego se exponían a la vez, proyectadas unas sobre otras, creando solapamientos ilusionistas: Seis hombres enfermos (1967), Absurdo encuentro con la nada (1967), El Alfabeto (1969) o La abuela (1970) son pasos esenciales que hacen avanzar por la escalera del extraño mundo de David Lynch. Así Lim, entre otras cosas, nos cuenta que lo primero que amó Lynch fue Filadelfia, las obras de Francis Bacon, de Oskar Kokoschka y Marcel Duchamp, un libro infantil de los 40' y una película idealista de los años 50' y la publicidad idealista de los 80'. Le encantaba fumar Marlboro, ver cadáveres, los ruidos industriales y hacer fogatas en el campo. Fue alumno de Maharishi Mahesh Yogi, el gran gurú indio de la meditación en California; el gurú de los ricos. Practicó la meditación trascendental desde los años 70' y viajó por el mundo dando conferencias para promover su práctica y conseguir la paz mundial.
¿Qué podría salir de un mejunje de este tipo?
¿Cuál es el verdadero misterio de Lynch? Que no hay misterio, sólo pasión y una fidelidad férrea a los propios principios: su insistencia en una extraña concepción del amor que le llevó a romper cuatro matrimonios (Emily Stofle, Mary Sweeney, Mary Fisk y Peggy Reavey), su peculiar gusto que le hizo incluir en su colección personal piezas tan excéntricas como el útero de Raffaella de Laurentis, aferrarse a su curioso destino artístico llegando a realizar una exposición de pintura de la mano del poderoso Leo Castelli en 1989 o a ganar la Palma de Oro de Cannes por la heterodoxa Corazón Salvaje, a inventar la Garmonbozia (extraña comida de la que se alimentan los oscuros habitantes de la Logia Negra en Twin Peaks) y a perpetuar su constante impostura ante todo lo normalizado, o sea, a ser un verdadero artista a pesar de su fama.
El único proyecto que se le quedó en el tintero fue Ronnie Rocket, una historia que quiso filmar tras Cabeza Borradora. El subtítulo de la película versaba El absurdo misterio de las extrañas fuerzas de la existencia, el cuál resume todo el leit motiv de la obra de Lynch. Se trataba de dos historias paralelas: la de un detective que intenta entrar en una nueva dimensión y la de un enano que tiene el don de la electricidad y puede usarla para cualquier cosa; este enano es Ronnie Rocket. Todo el que haya visto Twin Peaks -en todas sus extensiones- podría identificar múltiples elementos que Lynch fue haciendo realidad en sus ficciones, pertenecientes a este proyecto inacabado: los detectives, los enanos, las electricidad, la estética industrial, las postura gestuales extrañas. Parece ser que quería haberle dado la forma de una película de Jaques Tati.
Hay gente a la que le gustan las películas que se entienden y hay gente a la que le gustan las películas que dejan espacio para que el espectador sueñe. A mí me gustan las que permiten soñar. La comprensión intelectual no tiene más importancia que la posibilidad de sumergirse en cada escena separadamente. Me encanta enamorarme de una idea y ver cómo se transforma en cine, qué va haciendo con esa idea el proceso de filmación.
Esto no lo cuenta Lim en su escasa biografía, pero si alguien le interesa verdaderamente la obra de David Lynch, debe retroceder obligatoriamente hasta sus primeros trabajos -como The Grandmother, Out of Yoner I y II, Iss, Disc of Sorrow, Laura Palmer, Coyote, Mouse, Intervalometer Experiments o Pig-, donde se encuentran todos los gérmenes de su obra y vetas experimentales que fueron quedando a un lado, pero que no desmerecen en nada a cualquier obra posterior. En los llamados trabajos menores de Lynch (cortos, mediometrajes, pinturas, canciones, esculturas, decorados...) se encuentran las claves de sus trabajos narrativos (películas) y se ve reflejada la verdadera mente lynchiana, un mundo oscuro e irónico que quiso pintar el mundo de otro color porque quizás la realidad, a partir de un momento, fue simplemente decepcionante.
Una nueva relectura de Lynch está en camino: las nuevas generaciones deben volver a experimentar toda su obra y hacer relecturas que aún no han podido hacer debido a la contemporaneidad del autor y a su dispersa obra que poco a poco va siendo cada vez más accesible y por tanto, homogénea. Lynch no es un cineasta sino un artista plástico con el corazón de un extraterrestre. Por eso, el título del ensayo biográfico El hombre de otro lugar de Dennis Lim, es tal vez lo más relevante de un libro que pasa por encima toda la profundidad de un obra mucho más vasta y extraña y que incomprensiblemente cae en errores garrafales: afirma que se encuentran letras recortadas en las narices de las víctimas de Twin Peaks cuando es debajo de las uñas; cuando habla de Ingrid Bergman, confunde la película Under Capricorn (1949) por Notorius (1946); y por último, cuando hace referencia a la película de Jonathan Demme, Something Wild (1986), dice que su punto de partida es una reunión de antiguos alumnos, secuencia que en cambio se sitúa a la mitad de la película. Lamentable.
La obra de Lynch irá mutando en el tiempo: debido a su gran ambigüedad y riqueza, las generaciones venideras acabarán llegando a conclusiones que hoy se hacen impensables: que El hombre elefante es la mejor película realizada por Lynch, que Blue Velvet es realmente un bluff o una mal relectura de aquel libro de Baudrillard titulado América, que Mulholland Dr. es una telenovela erótica de mal gusto, que Corazón salvaje es una versión enfermiza de El mago de Oz, que Carretera Perdida es un cuento inédito de E. A. Poe, que Inland Empire es un sueño lacaniano bautizado con el nombre de la tesis forestal de su padre Donald Walton Lynch, que Twin Peaks es una oda a la electricidad sacada de Cumbres Borrascosas de Emily Brontë, que Dune fue una película rodada por Lynch pero montada por un productor cobarde, que Una historia verdadera es una película de Disney y que Cabeza borradora es el laberinto del cine más tenebroso desde Beckett, película que influyó en todo el cine posterior, incluyendo a la saga de Star Wars (De hecho, George Lucas le propuso dirigir El retorno del Jedi, pero lo rechazó para hacer Dune, una superproducción de 40 millones de dólares que sólo consiguió recuperar 30, por la que se la tachó de fracaso y en la que además -como ya se ha dicho- sólo se le permitió rodar, no montar. Debido a lo cuál, Lynch nunca la aceptó dentro de su filmografía, a pesar de que vista hoy, su bizarrismo dadá gana con el tiempo y a pesar del bárbaro remake de Villeneuve, está considerada como una obra de culto).
Todas mis películas son acerca de mundos extraños, mundos a los que nunca podrías ir a menos que los construyas y los reproduzcas en una película. Eso es lo que verdad me importa de las películas a mí: ir a mundos cada vez más extraños.
David Lynch tuvo cuatro hijos -Jennifer Chambers Lynch (1968), Austin Jack Lynch (1982), Riley Lynch (1992), Lula Boginia Lynch (2012)- de cuatro mujeres distintas: Peggy Lentz (matr. 1967; div. 1974), Mary Fisk (matr. 1977; div. 1987), Mary Sweeney (matr. 2006; div. 2006) y Emily Stofle ( matr. 2009; div. 2023).
Mantuvo una relación con Isabella Rossellini (1986-1991) que acabó siendo imposible a pesar de su gran afinidad; cuando Lynch la conoció no sabía que era la hija del creador del Neorrealismo.
Fumaba 40 cigarrillos suizos al día, o sea, dos paquetes de Parisienne People, que a los 78 años le produjeron un enfisema pulmonar. Su mente era de otro mundo, pero no su cuerpo.
El misterio es lo que más amo, es el magnetismo de la vida, y me resulta maravilloso saber que de la mayoría de las cosas no conocemos absolutamente nada.
Es mejor no saber mucho sobre lo que significan las cosas o cómo pueden interpretarse, o tendrás demasiado miedo para dejar que las cosas sigan sucediendo.
No creo que la gente acepte el hecho de que la vida no tiene sentido. Creo que hace que la gente se sienta terriblemente incómoda. Parece que la religión y el mito se inventaron contra eso, tratando de darle sentido.