EL AÑO PASADO EN MARIENBAD
(1958)
Alain Resnais
Él me dijo que nunca lo había leído y yo no me lo podía creer. No
pierdas un solo minuto, le dije, consigue La
invención de Morel y léetela. A mí no me gustaban las novelas de Bioy
Casares, pero ésta era especial: es como si la hubiera escrito una mente prodigiosa en el momento más lúcido de su hacer, le conté. Él también me preguntó por el film de Resnais y yo le
dije que no se preocupara, porque lo iba a encontrar justamente en ese libro. A
los días, se compró la novela y desapareció del mapa sin dejar rastro; aún hoy
sigo sin verle. El año pasado me llegó una de sus cartas, diciéndome que por
fin había encontrado Marienbad, sobretodo gracias al informe de Morel. Entre
otras cosas, me confesó que ahora se dedicaba exclusivamente a tratar la cuestión
de cómo salir vivo de allí. Adjunto un fragmento de su carta para que quien
guste, conozca mejor ese extraño lugar del que parece que nadie logra salir del
todo.
A partir de la segunda página, la carta sigue así:
[…] por fin la isla fue descubierta. Marineros franceses llenos de tatuajes entraron en el museo cuando las mareas todavía estaban bajas y el Informe todavía estaba ahí, sobre la mesa del comedor, lleno de tachaduras y humedecido por las algas, pero lo que importaba estaba en él y, de alguna manera, lo que importaba llegó a Resnais: Morel llegó a Resnais, también Faustine, también él, el narrador del Informe, al igual que Marienbad y el tiempo; su reconstrucción. Los pajonales de la colina se han cubierto de gente que baila, que pasea y que se baña en la pileta, como veraneantes instalados desde hace tiempo en Los Teques o en Marienbad. Así reza el texto de Casares y por eso la única premisa es que hay que creer y, por lo tanto, la única premisa que hay que aceptar es que Resnais creyó (que Resnais cree) y que de esa forma llegó a la última plegaria del Informe, su última constatación de realidad, cuando habla al hombre que inventará definitivamente la MÁQUINA, en una clara y desesperada súplica: búsquenos a Faustine y a mí, hágame entrar en el cielo de la conciencia de Faustine.
[…] por fin la isla fue descubierta. Marineros franceses llenos de tatuajes entraron en el museo cuando las mareas todavía estaban bajas y el Informe todavía estaba ahí, sobre la mesa del comedor, lleno de tachaduras y humedecido por las algas, pero lo que importaba estaba en él y, de alguna manera, lo que importaba llegó a Resnais: Morel llegó a Resnais, también Faustine, también él, el narrador del Informe, al igual que Marienbad y el tiempo; su reconstrucción. Los pajonales de la colina se han cubierto de gente que baila, que pasea y que se baña en la pileta, como veraneantes instalados desde hace tiempo en Los Teques o en Marienbad. Así reza el texto de Casares y por eso la única premisa es que hay que creer y, por lo tanto, la única premisa que hay que aceptar es que Resnais creyó (que Resnais cree) y que de esa forma llegó a la última plegaria del Informe, su última constatación de realidad, cuando habla al hombre que inventará definitivamente la MÁQUINA, en una clara y desesperada súplica: búsquenos a Faustine y a mí, hágame entrar en el cielo de la conciencia de Faustine.
Será un acto piadoso.
Búsquenos, búsquenos, pero buscar ¿dónde?, encontrar ¿dónde? Por eso es tan valiosa la tarea de Resnais. Su film no propone una
adaptación, porque quizá, no hay nada que realmente tenga que adaptarse.
Resnais busca y soluciona, como en dos planos paralelos a nivel de imagen:
todos los visitantes de Marienbad son los mismos
de la misma forma que el Quijote
de Borges es el mismo y no lo es (te digo esto porque Bioy Casares dedicó la
novela al argentino y Borges, a su vez, se la leyó a Resnais para que solucionara
el Informe. Aquí, en Marienbad, todos los saben).
Ahora Morel juega al Nim y es invencible, vestido de esmoquin en lugar
de shorts y zapatillas de tenis. La
mirada de Morel representa la dura consecuencia de lo que fue su plan, y en
Marienbad vive como ese marido que en la isla nunca fue. Él es el impenetrable, el guardián, el merodeador: invencible,
porque desde el principio de la partida ya ha ganado: todos están allí para
pasar unas vacaciones eternas.
Los gestos de Faustine parecen distorsionados. Es la manera en la
que sus manos quedan posadas en el aire como en la dejadez de un recuerdo que ella
no recuerda, y de qué manera iba a recordar
si nunca le había visto, si nunca había visto el jardín de flores que él
preparó en su honor, allá en la isla. Faustine es la dama del amor provenzal
que pasea por los jardines de Marienbad sin saber qué ocurre.
Ya no es la Dama, porque ha olvidado lo que era el Amor. El interior de la conciencia de Faustine es el lugar donde habitamos
en Marienbad, por la pura y simple petición del narrador del Informe. Por eso él es intruso allí, de la misma forma
que ellos lo fueron en la isla (Faustine, Morel, intrusos de su vida y de su
fuga de la sociedad). Él es la fuerza, la única de todo el film. Es la fuerza
de la memoria en la conciencia del otro: recuerda, recuerda, la respuesta de
ella: lessez moi, lessez moi, con la voz cansada del que no puede hacer otra cosa. Él es la fuerza de ruptura del panorama que Morel-Nim había creado
para todos en ese lugar. Él es la única consciencia dentro de la conciencia: él
es el deseo, y todos los demás sólo están de vacaciones en Marienbad como
veraneantes instalados desde hace tiempo en un palacio de bienestar y buenos
modales. Él es el deseo, sí, pero, ¿el deseo de qué? No sólo de ella, de
Faustine, sino de una acción: salir, escapar, huir de Marienbad. Y ahí, cuando
él plantea el deseo que muchas otras veces ya se ha frustrado, es cuando el
film comienza a tornar en pesadilla, ¡de qué otra forma iba a ser, si lo que él
pide es salir de su propia conciencia!
La pesadilla se repite y vuelve: el vaso que cae al suelo y
estalla una y otra vez; el ansia del intruso en las esquinas de los pasillos, vivida
como una persecución; la violación imaginada, supuesta; los murmullos
vigilantes que son a la vez los de su conciencia y los de Morel; los cambios de
una habitación anodina llena de espejos que reflejan ¿qué?, el asesinato de
Faustine a manos de un Morel sabedor de que todo puede cambiar.
La pesadilla vuelve una y otra vez a Faustine, pero no hay cambio
posible. Eso Resnais me lo dijo en el jardín y nunca lo olvidaré: Marienbad es el tiempo de la repetición,
la misma repetición que él (del que aún
no sé su nombre) contempló en el museo, la misma que describió en el Informe
sobre la isla y de la que, como en un sacrificio por la Dama, decidió formar
parte.
La repetición de una
máquina de imágenes.
¡La máquina!
El tiempo repetido, las palabras repetidas, las imágenes repetidas.
La Dama que olvidó amar.
Resnais me lo dijo en el salón: había tomado una de las frases del
Informe y la había dado la vuelta, igual que él, como narrador, tuvo que hacer
para entrar en Marienbad. Me dijo: Las
imágenes no viven, esa es la frase (y se lamía y se estrujaba el bigote al
decirlo), es lo que él dice, en su pesar por la pérdida de Faustine como
realidad. Pero qué realidad. Las imágenes viven, pero en otro sitio, y ahí está el misterio (de
nuevo, siempre), de la misma forma que la imagen vive en el Informe, en la
novela y en su film. Viven transformadas, hablando entre ellas y dialogando
como fuerzas que se vuelven unas contra otras, entrelazadas en distintos planos,
pues no es igual el Morel de la isla que el Morel de Marienbad, aunque sí son
los mismos, al menos en ese mundo donde Resnais busca y Resnais encuentra. Te lo aseguro, no te equivoques: no es una adaptación, ni siquiera
una reconstrucción. El año pasado en
Marienbad es una resurrección. Es el acto piadoso: otra oportunidad para que
todas ellas sigan viviendo, constante y eternamente.
Una resurrección de imágenes.
Así termina su carta. Pasado un año, aún no he vuelto a recibir
noticias de él. Por las noches leo en alto la novela para comprobar si me oye,
para saber si sigue vivo, aunque nunca llego a la página final, por si las moscas. Cuando veo el film, intento buscarlo entre los
personajes, entre las sombras, simplemente para intentar indicarle el camino.
Imagino que, pasado el tiempo, en Marienbad se te olvida casi todo y te quedas
atrapado sin saberlo, así que no espero que él retorne de una forma que yo
pueda comprender fácilmente.
Con la colaboración del sr. Budd.