LISTÍSSSSIMUSSSS 25
Lo mejor del 24
2ª ENTREGA
Hay películas buenas y malas, pero también están las necesarias; esas son las imprescindibles. El aprendiz (La historia de Trump) de Ali Abbasi es una de ellas si se quiere entender el origen del mal que rige el mundo en la actualidad. El mal es un sistema económico inventado por los magnates para reducir a esclavos a la población y acumular la mayor cantidad de riqueza en el menor tiempo posible. Esto es el capitalismo o la mente de Donald Trump. Abbasi, un novedoso director con títulos interesantes (The border, Shelley) se atreve con tal vez uno de los temas más complejos a tratar en el cine del siglo XXI: el poder. Son infinitas las películas que han tratado el tema, pero muy pocas las que han resumido en alguien concreto el génesis del terror.

Al igual que Robespierre en el siglo XVIII o Nixon en el siglo XX, Trump se ha convertido en el demonio de los nuevos tiempos, abanderando la mentira, la violencia y el egoísmo por encima de todo valor ético. El dinero es su única fe y el miedo su peste. El aprendiz nos cuenta cómo se crea a este monstruo, su terrible relación familiar, la desgracia de su hermano, su encuentro transcendental con Roy Cohn -el abogado más corrupto y poderoso de EEUU-, su primer matrimonio, sus primeras ambiciones, la historia de la Trump Tower y su ascenso al dominio de N.Y. y el ejército de cadáveres que deja a su paso para conseguirlo.

El aprendiz nos cuenta una pesadilla resumida en un niño pijo con ansias de independencia. La vida vista desde un punto superficial, soberbio y resentido. Todo lo que hace Trump fue por todo lo que le hizo daño alguna vez. Sus decisiones son venganzas, sus cruzadas son delirios de grandeza. El actor Sebastian Stan encarna a este villano de la realidad de una manera impecable: se podría decir que el 50% de la eficacia del fin reside en su meticulosidad de los gestos, en su presencia auténtica. Se trata de un autor-camaleón: siguiendo su trayectoria, es sorprendente descubrir su versión de Tommy Lee (Pam & Tommy, 2022) o su inmersión en la persona de Andy Pearson (Un hombre diferente, 2024), el hombre de rostro deforme.
La otra mitad de película se sustenta con la superactuación de Jeremy Strong, una simulación del mismo Nosferatu en modo abogado del diablo. Muy fuerte. Pero de hecho, la complejidad del personaje es aún mayor por el hecho de su homosexualidad, hecho que le llevará a contraer el SIDA y por tanto al rechazo de su amigo y socio, Donald Trump. La crueldad del futuro presidente se dibuja de una manera tan clara que el hecho documental parece inundar la ficción del biopic, doblegando las dimensiones hasta el punto de conectar con lo real de una manera directa; ¿dónde acaba la película y dónde la vida? ¿no se trata de un túnel de continuidad paradójico?
Todas estas razones conducen a considerar The apprentice como una de las candidatas del año a coronar lo alto de las listas. La cultura anglosajona ha sabido mezclar conceptos inconexos como la felicidad, el arte y el éxito hasta crear una falsa cultura de los negocios que hoy domina las mentes de cualquiera, ¿no ocurre a menudo que parece que toda actividad -sea de la naturaleza que sea- debe ser productiva, rentable? La filosofía de la Bolsa -si a eso se le puede llamar así- ha infectado las sociedades occidentales convenciendo al personal de que el tiempo libre sólo sirve para cuando uno esta agotado: reducir el ocio a maratones de series, televisión y comidas-basura infinitas. Como suelen denominar el presente los analistas neoliberales: el paraíso en la tierra. La gente -el público- se muere de abundancia y miseria al mismo tiempo. Las migajas son el cine comercial y la música pop.
Si hay peli, para qué leer el libro.
Si hay peli, por qué no verla a 5x de velocidad.



Para Donald Trump, el único fin de la existencia es la riqueza, el poder sobre los demás y el éxito a toda costa. La mentira construyó desde sus inicios EEUU y la mentira se perpetúa en él como un príncipe relativista, el Gran Sofista -o aprendiz de sofista- que domina y dirige el mundo como un niño de 3 años. Trump hoy no es más que un jubilado tuercebotas que no sabe hacer otra cosa que el mal: el mal es su oficio y la manipulación de la verdad su única satisfacción.
Él es un dios de inflación económica, un vejestorio mugriento que expande su podredumbre a lo largo de un planeta asombrado ante tal prodigio de la naturaleza humana. Y el cine lo cuenta a través de los ojos de Ali Abassi y esperemos que a través de muchos otros.
Quede El aprendiz como una muestra objetiva de lo malo.
Un ejercicio de imitación llevado al extremo.
El cine como espejo.

Pero Trump no fue el primero en someter a los débiles: la historia de Roma lo atestigua. Ridley Scott en su cruzada personal por rentabilizar sus grandes éxitos, ha estrenado Gladiator II, una especie de remember, continuación, segunda parte... de aquella historia protagonizada por Russell Crowe en el 2000. Paul Mescal (La hija oscura, Aftersun) es tal vez lo mejor de la cinta, diferenciándose de Crowe en que no hay drama en un personaje épico: la actuación funciona por el hecho de que Lucio (Mescal) es una especie de Aquiles a la romana, medio inmortal, que el público contempla alucinado por su infinita resistencia, por la ausencia de dolor. Lo segundo mejor de la película es el mensaje pacifista del final de la historia, un mensaje de unión, de cese de la violencia. Para ello, la cinta está llena de alusiones al emperador-filósofo Marco Aurelio y sus enseñanzas:
1. El verdadero modo de vengarse de un enemigo, es no asemejársele.
2. Lo que no es útil para la colmena, no es útil para la abeja.
3. Si no conviene, no lo hagas; si no es verdad, no lo digas. Sé dueño de tus inclinaciones.
4. Realiza cada una de tus acciones como si fuera la última de tu vida.
5. No obres como si fueras a vivir mil años; obra como si el fin estuviera muy cerca.
6. La dulzura, cuando es sincera, es una fuerza invencible.
7. El arte de vivir se asemeja más a la lucha que a la danza.
8. El mundo no es más que transformación, y la vida, opinión solamente.
9. Te embarcaste, surcaste mares, atracaste: ¡desembarca!
10. En ninguna parte puede hallar el hombre un retiro tan apacible y tranquilo como en la intimidad de su alma.
11. El tiempo es como un río que arrastra rápidamente todo lo que nace.
12. Una sola es la luz del sol, aunque la obstaculicen muros, montes, incontables impedimentos.
13. Contempla de continuo que todo nace por transformación, y habituate a pensar que nada ama tanto la naturaleza del Universo como cambiar las cosas existentes y crear nuevos seres semejantes.
14. No permitas que tu memoria se enajene de las cosas que tienes, sino de las que te hagan falta.
15. Concibe sin cesar el mundo como un ser viviente único, que contiene una sola sustancia y un alma única, y cómo todo se refiere a una sola facultad de percibir, la suya, y cómo todo lo hace con un sólo impulso, y cómo todo es responsable solidariamente de todo lo que acontece, y cuál es la trama y contextura.
16. Todas las cosas se hallan entrelazadas entre sí y su común vínculo es sagrado y casi ninguna es extraña a la otra, porque todas están coordinadas y contribuyen al orden del mismo mundo.
17. La naturaleza del universo, valiéndose de la sustancia del conjunto universal, como de una cera, modeló ahora un potro; después, lo fundió y se valió de su materia para formar un arbusto, a continuación un hombrecito, y más tarde otra cosa.
18. Pues hemos nacido para colaborar, al igual que los pies, las manos, los párpados, las hileras de dientes, superiores e inferiores. Obrar, pues, como adversarios los unos de los otros es contrario a la naturaleza.
Por último, aclarar sobre Gladiator II, que las polémicas con respecto a la fidelidad histórica son tan infantiles como ignorantes. Aquellos que se quejan o que les fastidia que una película se salga del relato oficial de los historiadores o de la tradición histórica, seguramente han leído poco o muy poco de historia. No vale leer Wikipedia y creerse un catedrático. La Historia es una pseudociencia llena de cruces de caminos, de ambigüedades, de desconocimientos. Los muy enardecidos con el tema, lean aquel libro tan provocador de E. H. Carr titulado ¿Qué es la Historia?
Lean y vean.
El conocimiento nunca está en el cine.
En el cine sólo hay movimiento y sonido, o sea, pensamiento y atmósfera, ideas y sugestión.
Se trata como de un número de magia de índole filosófico; si las cartas y los conejos en la chistera se convirtieran en símbolos sugestivos para la mente y no meros asombros, la prestidigitación podría llegar a ser cine.
En todo caso, la película de Ridley Scott no es más que un plagio de sí misma, una réplica del éxito que vagamente se supera por dejar de ser una tragedia y convertirse en pura épica.
Por lo demás, pelillos a la mar.
Mucha depravación, mucha pompa y pornografía.
Sin sorpresas.
KK.
Lo que sí ha sido una sorpresa ha sido Anora de Sean Baker, una de esas historias tan frecuentadas los últimos años centradas en stripers, barras de pole dance y burdeles de moda. Sean Baker (The Florida project, Tangerine) ha cogido ese género y lo ha convertido en una comedia ácida llena de tiempos muertos y personajes colocados, entregados a los placeres fútiles de la contemporaneidad. Dinero, videojuegos, drogas raras, bebidas en cascada, Las Vegas, rusos, armenios, curas y una promesa hecha realidad: salir de la miseria.
Anora sigue la vida de una joven bailarina erótica que conoce a un niño rico que acaba por encapricharse de ella. Con mucha educación la seduce y se casa con ella. A partir de ese momento, el artefacto Anora comienza a estallar de la manera menos evidente. Lo que en la mayoría de los casos se hubiera convertido en un film de drogas, sexo y rock&roll en modo dramón de dolor y lágrimas, Baker lo convierte en una jugosa fábula sobre lo auténtico y lo falso, sobre lo evidente y lo oculto.
El sexo y el deseo son dos polos opuestos divididos entre la verdad y la mentira. Un personaje secundario interpretado por Yura Borisov, se convierte en el aliciente fílmico para llevar a otra dimensión una historia que iba para bagatela. El personaje se llama Igor (guerrero en ruso) y parece una versión del famoso Stalker de Tarkovski, no sólo por su apariencia (el parecido es indiscutible) sino por una actitud casi de ángel, dotado de una paciencia y una ternura ausente en los demás personajes, incluyendo a Anora. Así, Sean Baker nos presenta una historia de extrema sensibilidad a través de lo cómico, filtrando un drama en relato metafísico sobre lo que no se ve en una película de desnudos múltiples y piel desnuda a todas horas.
Anora es así fiel candidata a la cúspide de las listas.
Una dulce sorpresa.

De la sensibilidad real a la sensibilidad manipulada: The brutalist de Brady Corbet es seguramente la película que inicialmente tendría las de ganar el premio gordo del año, con su excepcional dirección, un gran Adrien Brody y un cuento delicioso basado en la arquitectura brutalista... sino fuera porque el film es como un bombón Mon Cheri: primero rico, luego sugerente, para acabar en un asqueroso sabor a guinda que destruye la experiencia. En términos generales, El brutalista va superando todos los obstáculos que a un cineasta joven (1988) como Corbet podrían detener. No desarrolla clichés, da a las tramas su tiempo justo, no es demasiado dramático, no es pomposo, tiene muchas virtudes en la relación con la imagen -de hecho, si se hablase menos, la película ganaría- y la historia principal es tan poderosa que le permite ensancharse de una manera fresca, colocándose en su sitio, ocupando su lugar en la pantalla, en la mente. Por momentos recuerda a películas tan bien construidas como The master (2012) o Zodiac (2007).
De hecho, está llena de sus influencias.
Por otro lado, la duración del film es de más de 3 horas y media, lo cuál la transforma en un desafío más para una obra ambiciosa que a partir de la mitad, comienza a centrarse demasiado en la telenovela de los sentimientos y comienza a adolecer el buen ritmo inicial. El título de la película alude a un estilo arquitectónico inglés desarrollado entre los 50' y los 60', caracterizado por dejar a la vista la naturaleza de los materiales, la de desmarcarse del modernismo decorativo e invocar un estilo más realista, más crudo -más depresivo a fin de cuentas-, basado en la Bauhaus alemana y la estética industrial. Todo edificio que tenga pinta de una escultura de Oteiza o Chillida es brutalista: es el concepto de edificio como escultura, la idea de la película como construcción, pero ¿de qué?

Sin darnos cuenta, El brutalista es una cinta que va diseñando un plan infalible, un volumen fantasmagórico empujado por la heroína, la grandilocuencia y la farsa. Sólo nuestra confianza en la brillantez del arquitecto nos salva de abandonar la historia. Enfrentarse a lo imposible, a lo nuevo, a la fe de la belleza acerca la mirada al abismo nietszchiano que se convierte en mármol, en cantera, en precisión, en perfeccionismo. Hay algo en el personaje de Brody que nos empieza a cascar cuando vemos que no actúa con el amor que nos demostró en la primera parte. El actante se cansa, pierde la paciencia, la hermosura y se bestializa, ¿puede barbarizarse un artista?
Brady Corbet supera todos los envites de fondo y sigue su maratón infatigable. Ingobernable. A medida que el edificio encargado a Adrian Brody se va levantando, la película también parece erigirse muestran su verdadera cara. Pronto descubrimos que el artificio de Corbet es también un encargo con mensaje subliminal.
La película se revela hacia el final como una obra sionista de ensalzamiento pro-israelí en un momento delicado en el mundo de la vieja Palestina.
El giro final es inviable y el mensaje oculto, un veneno negro.
La ficción se politiza, Brady se vende.
Tal vez fue la única manera de levantar el edificio, pero un montaje más ético, menos manipulado, generaría un film digno de vencer en las listas, pero la perversidad intuida en el seno del film, la mano negro que comienza a sobrevolar por la escena es tan insultante que demuele todo el diseño a pesar de las más de tres horas y media de película.
Todo era una trampa, como en Trap de Shyamalan, a pesar que la del indio se queda incompleta con un final frívolo.


Otra de las favoritas a coronarse es Oh, Canada de mr. Paul Schrader, siempre decepcionante, siempre estimulante. Schrader es como una droga engañosa que te excita para luego aburrirte o matarte de aburrimiento. Nos gustaría hablar largo y tendido de este film aparentemente interesante y armonioso, casi testamental del viejo cineasta de Michigan, protagonizado por un Richar Gere misterioso en principio y profundo en teoría. Pero las apariencias engañan y todo acaba siendo de una pretenciosidad de palurdos en el que se alude a Susan Sontag -como si fuese una referencia culta de alto nivel estético- y se realiza una especie de regresión psicológica sin interés alguno. Paul Schrader comenzó siendo crítico, algo así como el Miguel Marías español, medio pedante, medio genio, un tipo que consiguió hacer películas en el país de las películas y que lo ha intentado incesantemente. En los últimos años con E·l maestro jardinero, El contador de cartas o con El reverendo, pareció llegar a algo, agudizando ese estilo de película que inauduró en 1985 con Mishima. Pero parece que no: ha querido hacer un American Gigolo psicoanalítico que le ha salido verdaderamente mal, además de incompleto. La película se detiene. Se rompe. Desaparece. Falta la otra mitad, ¿dónde está señor Schrader?

Para terminar tenemos tres películas menores: Wicked, Coclave y Juror #2.
La primera es el nuevo fenómeno infantil a lo Harry Potter, basado en el mítico musical. La película es una pericia imaginista llena de colorido y videojuegos visuales, sobrecargada de canciones y personajes. Contrasta todo esto con la breve novela de Lyman Franck Baum y la minimalista novela de Flemming, la cuál, a este paso, van a enterrar en el olvido. Es Wicked (Malvada) una película de sepultura de la tradición intentando reescribir un imaginario prexistente, ambicionando sustituirle. Aquí hay un problema de perspectiva. La cultura audiovisual se ha propuesto revisar todos los clásicos desde hace un siglo del cine rentable y esta superponiendo ficciones espectaculares encima de prodigios de época como El mago de Oz (1939). Wicked sería -de momento- la precuela de la llegada de Dorothy, pero pronto comenzará la saga que arrasará los antiguos imaginarios.
Mientras siga dando pasta, la fábrica no va a parar.
Rescatable es la escena de un lemur tocando la batería y un mono narigudo dándole al bajo; un baile arrastrándose por los suelos de Galinda (Ariana Grande, -por cierto, actriz de lo más repulsivo y forzado) en modo fregona-serpiente y un baile misterioso -tal vez lo único verdaderamente original- de la protagonista (Cinthya Erivo) deteniendo una fiesta atronadora, instaurando una coreografía fuera de moda, arítmica, silenciosa.
Todo lo demás, bodrio club.
Llegando al final nos encontramos con Cónclave de Edward Berger que pasa de lo bélico a lo vaticano, aunque en realidad no hay tanta diferencia. Lo único presumible es Ralph Fiennes que en realidad está algo sobreactuado: lo mejor, los decorados, la arquitectura. La trama se hace por momentos tediosa y el giro final, aunque impredecible, convierte a la película en una más que se vende a los temas de género gratuito.


Para terminar, una linda candidata al top 10: Juror #2 del eterno Clint Eastwood. Da la impresión que le echaremos de menos cuando ya no quede nadie para hacer estas historias sencillas que esconden problemas complejos: lo humano bajo la claridad. No es su mejor película, pero supera a Gran Torino y Million Dollar Baby. Juror #2 está en la línea de Richard Jewell (2019) y Mystic River (2003), films donde lo privado se convierte en universal y el secreto, en un dolor incurable. Desde que Eastwood aprendió a hacer películas hace un par de décadas -pues antes, a pesar de los brillos puntuales, jugaba en campos de minas- ha logrado hacer unas cinco películas respetables, curiosamente, nunca mencionadas y valoradas muy por debajo de su valor real.
Se sigue confundiendo el precio y el valor de las cosas y mientras esto no se solucione no saldremos de este asqueroso siglo de prodigios y menudencias.