domingo, 16 de marzo de 2025

MARZO 25

 

 

LISTÍSSSSIMUSSSS 25

Lo mejor del 24

3ª ENTREGA 

 

Si quitamos el dramatismo a una tragedia, ¿qué nos queda?, ¿una comedia o un artefacto extraño lleno de ambigüedad donde cualquier exageración del tono destruiría el conjunto? La dificultad de esta sutileza se desarrolla en Volveréis de Jonás Trueba, quizá la primera película clásica del autor, síntesis de todo su cine anterior, una maduración extraordinario del estilo que desemboca en una pequeña joya de gran valor. Si recordamos La soga (1948) de Hitchcock, advertiremos que es el origen de este género de películas inquietantes donde lo muerto está presente en toda la duración de la película, creando un extrañamiento tal en la atmósfera que acaba convirtiendo a la película en un doble juego de una riqueza estratosférica. En el film de Trueba lo decrépito es una relación apagada por el aburrimiento o la cotidianidad. Parece ser que lo burgués evite lo fatal a partir de la lógica racionalista cuando en realidad somos emociones con patas. Por eso esta película es tan importante en la carrera de Trueba, ya que por fin se ha entendido un tipo de humor que si no es fino y no está acompañado de una interpretación justa, aparece como ineficaz y artificioso. No es este caso el de Volveréis, tal vez una de las primeras obras de Trueba de sesgo optimista y guión complejo, a pesar se su caparazón sobrio, su apariencia trapense.

Es una gozada por escribir sobre una película de Jonás Trueba que claramente cambia un rumbo en su trayectoria sin aparentemente cambiar nada. Jonás Trueba es un poco así. Gran conocedor de los mecanismos y leyendas del cine, el cineasta ha vuelto a enmarcar en Madrid una historia de sentimientos tomando elementos de Iosseliani, de Iván Zulueta, de Jose Luis Guerin, de Mario Llinás, de Adolfo Aristaráin y por supuesto de Bergman y Kierkegaard. Por extensión es afín al Woody Allen de finales de los 70'. En definitiva, Jonas Trueba encaja a la perfección en ese patrón de artista urbanita lleno de referencias, melancólco y cínico al mismo tiempo. La diferencia es que Allen comenzó como humorista y Trueba como crítico cinematográfico amante de las nuevas olas europeas de los 60'.



Uno de los grandes aciertos de la película es el actor Vito Sanz, fuente de todo el verdadero naturalismo de las películas de Jonás Trueba. La inocencia adolescente de su presencia a la manera de Gabino Diego y su honestidad emocional, dotan a las escenas de un realismo peculiar que en este caso ha fraguado en una experiencia fílmica gloriosa. No hay porqué no decirlo: es una de las mejores películas del 2024. Sin duda alguna, muy por encima de muchas que han sido galardonadas por todo el mundo.



La precisión en las referencias (Stanley Cavell, Kierkegaard, Blake Edwards) sumado al amor de Trueba al incluir una aparición estrella de su padre, dan cuenta de una claridad de ideas y un salto cualitativo en el ejercicio narrativo, que no sólo trata de contar, sino de deleitar y reflexionar.

Cosa distinta ocurre con la extravagante La substancia de Coralie Fargeat, ambiciosa producción que posee el reclamo de Demi Moore, pero que no consigue levantar el vuelo a pesar del despelote acaecido en la pantalla. Sólo es destacable un fenómeno que no es aislado y que cada vez se está extendiendo con más intensidad; los antiguos directores de terror jóvenes se están haciendo un hueco en las primeras posiciones de parrilla de Hollywood, incorporando géneros y perspectivas grotescas que parecen atraer a un público acostumbrado ya a las barbaridades de las series y a los géneros masoquistas. La democratización estética es hoy total y el refinamiento ha quedado obsoleto en un mundo enfermo de narcisismo y pornografía.

 

El hombre elefante (1980) de David Lynch, El almuerzo desnudo (1991) de Cronenberg y quizás The Bad and the Beautiful (1952) de Vincente Minneli son algunos de los pilares que sostienen esta frikada exultante que tiene que ver más con Alien: Romulus que con con Todo sobre Eva (1950) de Mankiewicz. Lo mágico y lo sobrenatural se une a una demasiado obvia crítica a la superficialidad y a la crueldad del tiempo, que va dejando atrás a los personajes que han condicionado su vida a algo tan efímero como el cuerpo.



El cuerpo e suno de los grandes problemas de la actualidad: la autoseducción, el neofeminismo, la filosofía striptis pasada por el filtro onlyfans, lo sexual, lo orgiástico, lo anal, lo animal, lo corporal, el sudor, en definitiva, la mente realista aplicada al deseo de las bajas pasiones surcan el terreno de la envidia y la frustración en un puñado de seres gobernados por la mentira, la fama y el horror. La sustancia es una película-oásis como podría serlo American Spycho (2000) en su momento, un oasis de horror, de momentos vomitivos. Ambas películas han sido hechas por mujeres y ambas tratan temas de poder y narcisismo extremo.

 
Las Tierras del cielo es una película nefasta, bendecida por críticos saludables, que no es más que un ejemplo de que el teatro filmado nunca funciona en el cine. El factor de verosimilitud que necesita captar la cámara no llega al mínimo en esta propuesta mínimal que acaba desfalleciendo casi antes de nacer. Películas como Afire, Oh, Canada, Here, Parthenope, Camboya, 1978 o Trap, les ocurre lo mismo; no llegan a cruzar el umbral.
 

 
Volviendo al cuerpo, hay una película remarcable llamada Love lies bleeding de Rose Glass, cineasta que también viene del terror y que construye una fábula oscura de cierto ingenio y relaciones heterodoxas que, a pesar de ciertas convenciones narrativas, descubre un tipo de emoción extranjera, rarificada que entroncaría con la también musculada The iron claw.
 
¿Son en realidad todos estos cuentos del cuerpo pesadillas en vida de espíritus atrapados en jaulas de músculos, de cuerpos vaciados que se venden al no valorar el mundo que les rodea? ¿No serán todas estas infelicidades productos de una sociedad empastillada y espectacular llena de frivolidades e ignorancia? ¿no serán estas precariedades emocionales resultado de una educación capitalista que defiende sólo el interés en el otro y que ha olvidado la ética kantiana de los valores universales? ¿será cierta la ética de Nietzsche en la que todo ser es un esclavo o un amo? ¿no serán todas estas criaturas esclavas de sí mismas?
 





 
En todo caso, Love lies Bleeding aporta un lado mágico, fabuloso, extraordinario que la separa de las demás películas de su género, retorciéndose en nuevas narrativas, en una estética en transición que lo mezcla todo o que se atreve a probar todo para ver qué ocurre cuando una película de violencia y crueldad se acaba convirtiendo en un cuento de Las mil y una noches o en un cuento de Rabellois.
Lo que sí está claro es que lo monstruoso y lo extraordinario están cogiendo mucho peso en el cine industrial, anunciando la obsolescencia de las viejas narrativas, afianzando una larga época de transicción donde aparecerán mil sorpresas conjugadas con ambiciosos proyectos. Lo que antes era un coto privado de cines excéntricos e independientes está invadiendo los imaginarios de las grandes productores, expandiendo lo siniestro y lo raro, presintiéndose de esta manera la venida de una nueva era gótica, llena de misterios, horrores y nuevos humores, desconocidos desde hace al menos un siglo.
 







Beetle Juice Beetle Juice de Tim Burton es un poco lo que se esperaba pero no tan malo. Siempre en los remembers de cualquier película de este tipo, las copias o remakes o continnuaciones sulene ser un fracaso anunciado. En este caso, a pesar de Dafoe y Bellucci, la película sale a flote con el uso de una animación vintage y el mantenimiento de un tono entretenido que facilita el poder terminar el embrollo con ciertas sorpresas curiosas. La crítica a la sociedad contemporánea y a la sociedad burguesa en particular, destacan en una cinta llena de bromas macabras y chistes de gusanos.

Otra continuación es Gladiator II del nonagenario Ridley Scott, que supera su primera entrega y crea una verdadera épica con héroe semidivino al modo clásico. La polémica por las inexactitudes históricas, ¿en realidad son tan importantes para una parte del público que no para de leer libros de Roma escritos por polemistas, periodistas y escritores sensacionalistas? Quien quiera leer que lea y quien quiera ver pelis, que se siente ante una pantalla, pero dejen de joder.

La literatura y el cine son dos cosas distintas.

La historia también.

Lo curisoso es que en una sociedad tan ignorante como la actual, haya tanta gente de piel fina ante variaciones históricas que a nadie interesan y que poco importan en una película que habla de la paz de los pueblos y el cese de las guerras.



Otra continuación de saga es Alien: Romulus -por cierto, producida también por Ridley Scott- del cineasta Fede Álvarez y que casualmente hace un guiño al mundo de los césares y otro al mudo de los aliens. Monstruos ambos. Imperios del mal, especies del mal. Destrucción por destrucción, por interés y supervivencia suicida. Los aliens tal y como los dinosaurios o los vampiros son seres de nuestro tiempo, personajes creados en el imaginario colectivo contemporáneo para aterrorizar las mentes de un público que se cría con ellos y muere con ellos. Estas sagas interminables e insidiosas incuban las arañas del miedo en un inconsciente social cada vez más atemorizado del otro, de la diferencia.

En el caso concreto de Aliens: Romulus se puede decir que la primera medio hora hace un ehjercicio de vintage muy eficaz que llega a emular la atmósfera de aquella mítica Alien, el octavo pasajero (1979). El mensaje pesimista que niega la posibilidad real de colonizar el espacio sigue vigente, al igual que el miedo a lo diabólico, a aquello que se nos mete dentro e incuba a violencia irracional. Los robots también son el punto de mira de una incompatibilidad que hoy se vende con la alta tecnología y se resume en eso de la IA.



 

El 2024 ha traído un par de películas intimistas, sencillas, que a pesar de pecar por defecto, de explotar sobremanera aquello de película menor, destacan por su lado humano. Una es A real pain del actor Jesse Eisenberg, asunto familiar y nostálgico que conduce a dos medio hermanos a emprender un viaje hacia los orígenes de su familia; la narcotización de uno de ellos (Kieran Culkin) generará una disrupción narrativa de alto voltaje. En el film de Mike Leigh, Hard Truths, también se abordan secretos problemas familiares que llevarán al colapso a la protagonista (Marianne Jean-Baptiste) hasta extremos imposibles. Ambos filmes realistas presentan un diagnóstico depresivo del individuo aferrado a traumas y síndromes, rodeado de paranoias, información y drogas de todo tipo. Sólo el humor de ciertos personajes salva la ficción y convierte en digeribles estos dos bombones envenenados saturados de realidad.
¿Para qué más realismo en un mundo escaneado por los medios de masas? ¿Para qué seguir haciendo películas-espejo o películas-evasión si se pueden hacer películas-imaginación, o lo que es lo mismo, cine?




Babygirl de Hallina Reijn es una muestra más de lo monstruoso encarnado en el mundo empresarial, en la idea de la juventud perdida de los sonetos de Shakespeare. Parece que aquellos 156 poemas de pacotilla han influido más en la cultura anglosajona que los tratados económicos de Keynnes. Nicole Kidman, a la par que Demi Moore, interpreta un papel existencial, un rol que se interna en un conflicto común de las actrices mayores, marginadas de las grandes producciones al no poder ocupar roles de tía buena. Digamos. Aunque esto suene algo casposo tiene su miga y por eso, tanto La Sustancia como Babygirl abordan dos historias que inciden directamente en las vidas reales de sus protagonistas, por lo que, por momentos, estas ficciones de sobremesa se convierten en parte en falsos documentales de sus propias vidas, añadiendo un punto de morbo a sus escandalosas historias. Lo mejor de Babygirl es el personaje-stalker interpretado por Harris Dickinson, quien ya salió en El triángulo de la tristeza de Ostlund y que aporta una carga de misterio y perversidad al relato que se podría decir que es el verdadero protagonista.







Para cerrar esta tercera entrega, nada mejor que comentar otra película española de interés: Salve María de Mar Coll. De primeras, un film de corte social a lo Ken Loach que va cogiendo tintes de Marc Recha y que acaba casi en una cinta de Nacho Vigalondo. Me explico: los tildes hitchconianos que imprime al principio del film (el cuervo) y el uso de una música digna de Bernard Herrmann, unido a esos prólogos godardianos (vehementes) y a una temática muy sensible y frágil, generan un dramatismo que de alguna manera se va de las manos, pero que por momentos acaricia la sublime oscuridad de un Carlos Vermut o Isabel Coixet. El problema del film que, en general, se va haciendo espléndido, es el final. La misma Mar Coll afirma que estuvo a punto de cerrarlo sin epílogo, peor al final lo puso. El problema de esta conclusión es que afecta a todo el significado construido y nos muestra un lado frívolo de la protagonista que al margen de cualquier opinión es objetivamente gratuito e irresponsable. Se puede entender  la intención, pero el resultado intoxica a la cinta de una inhumanidad que va más allá de una depresión postparto o trauma similar.
Hitchcock también hacía finales terribles y gratuitos, pero por cosas de la vida, a larga, no han infectado al resto del metraje y sus películas -o muchas de sus películas- se han salvado de la quema. 
De Salve María hay que quedarse con el elemento de la ventana -que en realidad es un símbolo que podría haberse potenciado aún más- y la falta de fuerza del título, el cuál no representa -como tampoco lo hace el de Babygirl- el meollo de la obra. Tal vez hay un guiño a Godard respecto a su película de 1985, Yo te saludo, María, aunque parece que tiene más que ver con el saludo de los césares o el protocolo religioso. Sea como fuere, Salve María de Mar Coll acaba siendo una película camp por la introducción de ese final obtuso que convierte el oro en arena y produce el efecto del milagro pero al revés.






domingo, 23 de febrero de 2025

FEBRERO 25

 

LISTÍSSSSIMUSSSS 25

Lo mejor del 24

2ª ENTREGA 


Hay películas buenas y malas, pero también están las necesarias; esas son las imprescindibles. El aprendiz (La historia de Trump) de Ali Abbasi es una de ellas si se quiere entender el origen del mal que rige el mundo en la actualidad. El mal es un sistema económico inventado por los magnates para reducir a esclavos a la población y acumular la mayor cantidad de riqueza en el menor tiempo posible. Esto es el capitalismo o la mente de Donald Trump. Abbasi, un novedoso director con títulos interesantes (The border, Shelley) se atreve con tal vez uno de los temas más complejos a tratar en el cine del siglo XXI: el poder. Son infinitas las películas que han tratado el tema, pero muy pocas las que han resumido en alguien concreto el génesis del terror.

Al igual que Robespierre en el siglo XVIII o Nixon en el siglo XX, Trump se ha convertido en el demonio de los nuevos tiempos, abanderando la mentira, la violencia y el egoísmo por encima de todo valor ético. El dinero es su única fe y el miedo su peste. El aprendiz nos cuenta cómo se crea a este monstruo, su terrible relación familiar, la desgracia de su hermano, su encuentro transcendental con Roy Cohn -el abogado más corrupto y poderoso de EEUU-, su primer matrimonio, sus primeras ambiciones, la historia de la Trump Tower y su ascenso al dominio de N.Y. y el ejército de cadáveres que deja a su paso para conseguirlo.

El aprendiz nos cuenta una pesadilla resumida en un niño pijo con ansias de independencia. La vida vista desde un punto superficial, soberbio y resentido. Todo lo que hace Trump fue por todo lo que le hizo daño alguna vez. Sus decisiones son venganzas, sus cruzadas son delirios de grandeza. El actor Sebastian Stan encarna a este villano de la realidad de una manera impecable: se podría decir que el 50% de la eficacia del fin reside en su meticulosidad de los gestos, en su presencia auténtica. Se trata de un autor-camaleón: siguiendo su trayectoria, es sorprendente descubrir su versión de Tommy Lee (Pam & Tommy, 2022) o su inmersión en la persona de Andy Pearson (Un hombre diferente, 2024), el hombre de rostro deforme.

La otra mitad de película se sustenta con la superactuación de Jeremy Strong, una simulación del mismo Nosferatu en modo abogado del diablo. Muy fuerte. Pero de hecho, la complejidad del personaje es aún mayor por el hecho de su homosexualidad, hecho que le llevará a contraer el SIDA y por tanto al rechazo de su amigo y socio, Donald Trump. La crueldad del futuro presidente se dibuja de una manera tan clara que el hecho documental parece inundar la ficción del biopic, doblegando las dimensiones hasta el punto de conectar con lo real de una manera directa; ¿dónde acaba la película y dónde la vida? ¿no se trata de un túnel de continuidad paradójico?






Todas estas razones conducen a considerar The apprentice como una de las candidatas del año a coronar lo alto de las listas. La cultura anglosajona ha sabido mezclar conceptos inconexos como la felicidad, el arte y el éxito hasta crear una falsa cultura de los negocios que hoy domina las mentes de cualquiera, ¿no ocurre a menudo que parece que toda actividad -sea de la naturaleza que sea- debe ser productiva, rentable? La filosofía de la Bolsa -si a eso se le puede llamar así- ha infectado las sociedades occidentales convenciendo al personal de que el tiempo libre sólo sirve para cuando uno esta agotado: reducir el ocio a maratones de series, televisión y comidas-basura infinitas. Como suelen denominar el presente los analistas neoliberales: el paraíso en la tierra. La gente -el público- se muere de abundancia y miseria al mismo tiempo. Las migajas son el cine comercial y la música pop. 
Si hay peli, para qué leer el libro.
Si hay peli, por qué no verla a 5x de velocidad.





Para Donald Trump, el único fin de la existencia es la riqueza, el poder sobre los demás y el éxito a toda costa. La mentira construyó desde sus inicios EEUU y la mentira se perpetúa en él como un príncipe relativista, el Gran Sofista -o aprendiz de sofista- que domina y dirige el mundo como un niño de 3 años. Trump hoy no es más que un jubilado tuercebotas que no sabe hacer otra cosa que el mal: el mal es su oficio y la manipulación de la verdad su única satisfacción.
Él es un dios de inflación económica, un vejestorio mugriento que expande su podredumbre a lo largo de un planeta asombrado ante tal prodigio de la naturaleza humana. Y el cine lo cuenta a través de los ojos de Ali Abassi y esperemos que a través de muchos otros.
Quede El aprendiz como una muestra objetiva de lo malo.
Un ejercicio de imitación llevado al extremo.
El cine como espejo. 








Pero Trump no fue el primero en someter a los débiles: la historia de Roma lo atestigua. Ridley Scott en su cruzada personal por rentabilizar sus grandes éxitos, ha estrenado Gladiator II, una especie de remember, continuación, segunda parte... de aquella historia protagonizada por Russell Crowe en el 2000. Paul Mescal (La hija oscura, Aftersun) es tal vez lo mejor de la cinta, diferenciándose de Crowe en que no hay drama en un personaje épico: la actuación funciona por el hecho de que Lucio (Mescal) es una especie de Aquiles a la romana, medio inmortal, que el público contempla alucinado por su infinita resistencia, por la ausencia de dolor. Lo segundo mejor de la película es el mensaje pacifista del final de la historia, un mensaje de unión, de cese de la violencia. Para ello, la cinta está llena de alusiones al emperador-filósofo Marco Aurelio y sus enseñanzas:
 
1. El verdadero modo de vengarse de un enemigo, es no asemejársele.
2. Lo que no es útil para la colmena, no es útil para la abeja.
3. Si no conviene, no lo hagas; si no es verdad, no lo digas. Sé dueño de tus inclinaciones.
4. Realiza cada una de tus acciones como si fuera la última de tu vida.
5. No obres como si fueras a vivir mil años; obra como si el fin estuviera muy cerca.
6. La dulzura, cuando es sincera, es una fuerza invencible.
7. El arte de vivir se asemeja más a la lucha que a la danza.
8. El mundo no es más que transformación, y la vida, opinión solamente.
9. Te embarcaste, surcaste mares, atracaste: ¡desembarca!
10. En ninguna parte puede hallar el hombre un retiro tan apacible y tranquilo como en la intimidad de su alma.

 
11. El tiempo es como un río que arrastra rápidamente todo lo que nace.
12. Una sola es la luz del sol, aunque la obstaculicen muros, montes, incontables impedimentos.
13. Contempla de continuo que todo nace por transformación, y habituate a pensar que nada ama tanto la naturaleza del Universo como cambiar las cosas existentes y crear nuevos seres semejantes.
14. No permitas que tu memoria se enajene de las cosas que tienes, sino de las que te hagan falta.
15. Concibe sin cesar el mundo como un ser viviente único, que contiene una sola sustancia y un alma única, y cómo todo se refiere a una sola facultad de percibir, la suya, y cómo todo lo hace con un sólo impulso, y cómo todo es responsable solidariamente de todo lo que acontece, y cuál es la trama y contextura.

 
16. Todas las cosas se hallan entrelazadas entre sí y su común vínculo es sagrado y casi ninguna es extraña a la otra, porque todas están coordinadas y contribuyen al orden del mismo mundo.


17. La naturaleza del universo, valiéndose de la sustancia del conjunto universal, como de una cera, modeló ahora un potro; después, lo fundió y se valió de su materia para formar un arbusto, a continuación un hombrecito, y más tarde otra cosa.


18. Pues hemos nacido para colaborar, al igual que los pies, las manos, los párpados, las hileras de dientes, superiores e inferiores. Obrar, pues, como adversarios los unos de los otros es contrario a la naturaleza.

 
 
Por último, aclarar sobre Gladiator II, que las polémicas con respecto a la fidelidad histórica son tan infantiles como ignorantes. Aquellos que se quejan o que les fastidia que una película se salga del relato oficial de los historiadores o de la tradición histórica, seguramente han leído poco o muy poco de historia. No vale leer Wikipedia y creerse un catedrático. La Historia es una pseudociencia llena de cruces de caminos, de ambigüedades, de desconocimientos. Los muy enardecidos con el tema, lean aquel libro tan provocador de E. H. Carr titulado ¿Qué es la Historia?
Lean y vean.
El conocimiento nunca está en el cine.
En el cine sólo hay movimiento y sonido, o sea, pensamiento y atmósfera, ideas y sugestión.
Se trata como de un número de magia de índole filosófico; si las cartas y los conejos en la chistera se convirtieran en símbolos sugestivos para la mente y no meros asombros, la prestidigitación podría llegar a ser cine.

En todo caso, la película de Ridley Scott no es más que un plagio de sí misma, una réplica del éxito que vagamente se supera por dejar de ser una tragedia y convertirse en pura épica.

Por lo demás, pelillos a la mar.

Mucha depravación, mucha pompa y pornografía. 

Sin sorpresas.

KK.

 

 
 
Lo que sí ha sido una sorpresa ha sido Anora de Sean Baker, una de esas historias tan frecuentadas los últimos años centradas en stripers, barras de pole dance y burdeles de moda. Sean Baker (The Florida project, Tangerine) ha cogido ese género y lo ha convertido en una comedia ácida llena de tiempos muertos y personajes colocados, entregados a los placeres fútiles de la contemporaneidad. Dinero, videojuegos, drogas raras, bebidas en cascada, Las Vegas, rusos, armenios, curas y una promesa hecha realidad: salir de la miseria.
Anora sigue la vida de una joven bailarina erótica que conoce a un niño rico que acaba por encapricharse de ella. Con mucha educación la seduce y se casa con ella. A partir de ese momento, el artefacto Anora comienza a estallar de la manera menos evidente. Lo que en la mayoría de los casos se hubiera convertido en un film de drogas, sexo y rock&roll en modo dramón de dolor y lágrimas, Baker lo convierte en una jugosa fábula sobre lo auténtico y lo falso, sobre lo evidente y lo oculto.

 
 

El sexo y el deseo son dos polos opuestos divididos entre la verdad y la mentira. Un personaje secundario interpretado por Yura Borisov, se convierte en el aliciente fílmico para llevar a otra dimensión una historia que iba para bagatela. El personaje se llama Igor (guerrero en ruso) y parece una versión del famoso Stalker de Tarkovski, no sólo por su apariencia (el parecido es indiscutible) sino por una actitud casi de ángel, dotado de una paciencia y una ternura ausente en los demás personajes, incluyendo a Anora. Así, Sean Baker nos presenta una historia de extrema sensibilidad a través de lo cómico, filtrando un drama en relato metafísico sobre lo que no se ve en una película de desnudos múltiples y piel desnuda a todas horas.

Anora es así fiel candidata a la cúspide de las listas.
Una dulce sorpresa. 






De la sensibilidad real a la sensibilidad manipulada: The brutalist de Brady Corbet es seguramente la película que inicialmente tendría las de ganar el premio gordo del año, con su excepcional dirección, un gran Adrien Brody y un cuento delicioso basado en la arquitectura brutalista... sino fuera porque el film es como un bombón Mon Cheri: primero rico, luego sugerente, para acabar en un asqueroso sabor a guinda que destruye la experiencia. En términos generales, El brutalista va superando todos los obstáculos que a un cineasta joven (1988) como Corbet podrían detener. No desarrolla clichés, da a las tramas su tiempo justo, no es demasiado dramático, no es pomposo, tiene muchas virtudes en la relación con la imagen -de hecho, si se hablase menos, la película ganaría- y la historia principal es tan poderosa que le permite ensancharse de una manera fresca, colocándose en su sitio, ocupando su lugar en la pantalla, en la mente. Por momentos recuerda a películas tan bien construidas como The master (2012) o Zodiac (2007).
De hecho, está llena de sus influencias.


 

Por otro lado, la duración del film es de más de 3 horas y media, lo cuál la transforma en un desafío más para una obra ambiciosa que a partir de la mitad, comienza a centrarse demasiado en la telenovela de los sentimientos y comienza a adolecer el buen ritmo inicial. El título de la película alude a un estilo arquitectónico inglés desarrollado entre los 50' y los 60', caracterizado por dejar a la vista la naturaleza de los materiales, la de desmarcarse del modernismo decorativo e invocar un estilo más realista, más crudo -más depresivo a fin de cuentas-, basado en la Bauhaus alemana y la estética industrial. Todo edificio que tenga pinta de una escultura de Oteiza o Chillida es brutalista: es el concepto de edificio como escultura, la idea de la película como construcción, pero ¿de qué? 

 


 
 
Sin darnos cuenta, El brutalista es una cinta que va diseñando un plan infalible, un volumen fantasmagórico empujado por la heroína, la grandilocuencia y la farsa. Sólo nuestra confianza en la brillantez del arquitecto nos salva de abandonar la historia. Enfrentarse a lo imposible, a lo nuevo, a la fe de la belleza acerca la mirada al abismo nietszchiano que se convierte en mármol, en cantera, en precisión, en perfeccionismo. Hay algo en el personaje de Brody que nos empieza a cascar cuando vemos que no  actúa con el amor que nos demostró en la primera parte. El actante se cansa, pierde la paciencia, la hermosura y se bestializa, ¿puede barbarizarse un artista?
 



 
 
Brady Corbet supera todos los envites de fondo y sigue su maratón infatigable. Ingobernable. A medida que el edificio encargado a Adrian Brody se va levantando, la película también parece erigirse muestran su verdadera cara. Pronto descubrimos que el artificio de Corbet es también un encargo con mensaje subliminal.
La película se revela hacia el final como una obra sionista de ensalzamiento pro-israelí en un momento delicado en el mundo de la vieja Palestina.
El giro final es inviable y el mensaje oculto, un veneno negro. 
La ficción se politiza, Brady se vende.
Tal vez fue la única manera de levantar el edificio, pero un montaje más ético, menos manipulado, generaría un film digno de vencer en las listas, pero la perversidad intuida en el seno del film, la mano negro que comienza a sobrevolar por la escena es tan insultante que demuele todo el diseño a pesar de las más de tres horas y media de película.
Todo era una trampa, como en Trap de Shyamalan, a pesar que la del indio se queda incompleta con un final frívolo.
 



 
 

Otra de las favoritas a coronarse es Oh, Canada de mr. Paul Schrader, siempre decepcionante, siempre estimulante. Schrader es como una droga engañosa que te excita para luego aburrirte o matarte de aburrimiento. Nos gustaría hablar largo y tendido de este film aparentemente interesante y armonioso, casi testamental del viejo cineasta de Michigan, protagonizado por un Richar Gere misterioso en principio y profundo en teoría. Pero las apariencias engañan y todo acaba siendo de una pretenciosidad de palurdos en el que se alude a Susan Sontag -como si fuese una referencia culta de alto nivel estético- y se realiza una especie de regresión psicológica sin interés alguno. Paul Schrader comenzó siendo crítico, algo así como el Miguel Marías español, medio pedante, medio genio, un tipo que consiguió hacer películas en el país de las películas y que lo ha intentado incesantemente. En los últimos años con E·l maestro jardinero, El contador de cartas o con El reverendo, pareció llegar a algo, agudizando ese estilo de película que inauduró en 1985 con Mishima. Pero parece que no: ha querido hacer un American Gigolo psicoanalítico que le ha salido verdaderamente mal, además de incompleto. La película se detiene. Se rompe. Desaparece. Falta la otra mitad, ¿dónde está señor Schrader?



 

Para terminar tenemos tres películas menores: Wicked, Coclave y Juror #2.
La primera es el nuevo fenómeno infantil a lo Harry Potter, basado en el mítico musical. La película es una pericia imaginista llena de colorido y videojuegos visuales, sobrecargada de canciones y personajes. Contrasta todo esto con la breve novela de Lyman Franck Baum y la minimalista novela de Flemming, la cuál, a este paso, van a enterrar en el olvido. Es Wicked (Malvada) una película de sepultura de la tradición intentando reescribir un imaginario prexistente, ambicionando sustituirle. Aquí hay un problema de perspectiva. La cultura audiovisual se ha propuesto revisar todos los clásicos desde hace un siglo del cine rentable y esta superponiendo ficciones espectaculares encima de prodigios de época como El mago de Oz (1939). Wicked sería -de momento- la precuela de la llegada de Dorothy, pero pronto comenzará la saga que arrasará los antiguos imaginarios.
Mientras siga dando pasta, la fábrica no va a parar.

Rescatable es la escena de un lemur tocando la batería y un mono narigudo dándole al bajo; un baile arrastrándose por los suelos de Galinda (Ariana Grande, -por cierto, actriz de lo más repulsivo y forzado) en modo fregona-serpiente y un baile misterioso -tal vez lo único verdaderamente original- de la protagonista (Cinthya Erivo) deteniendo una fiesta atronadora, instaurando una coreografía fuera de moda, arítmica, silenciosa.

Todo lo demás, bodrio club.





 
 
Llegando al final nos encontramos con Cónclave de Edward Berger que pasa de lo bélico a lo vaticano, aunque en realidad no hay tanta diferencia. Lo único presumible es Ralph Fiennes que en realidad está algo sobreactuado: lo mejor, los decorados, la arquitectura. La trama se hace por momentos tediosa y el giro final, aunque impredecible, convierte a la película en una más que se vende a los temas de género gratuito.
 



 
 

Para terminar, una linda candidata al top 10: Juror #2 del eterno Clint Eastwood. Da la impresión que le echaremos de menos cuando ya no quede nadie para hacer estas historias sencillas que esconden problemas complejos: lo humano bajo la claridad. No es su mejor película, pero supera a Gran Torino y Million Dollar Baby. Juror #2 está en la línea de Richard Jewell (2019) y Mystic River (2003), films donde lo privado se convierte en universal y el secreto, en un dolor incurable. Desde que Eastwood aprendió a hacer películas hace un par de décadas -pues antes, a pesar de los brillos puntuales, jugaba en campos de minas- ha logrado hacer unas cinco películas respetables, curiosamente, nunca mencionadas y valoradas muy por debajo de su valor real.
Se sigue confundiendo el precio y el valor de las cosas y mientras esto no se solucione no saldremos de este asqueroso siglo de prodigios y menudencias.