miércoles, 23 de noviembre de 2022
NOVIEMBRE-DICIEMBRE 22
viernes, 18 de noviembre de 2022
Ruben Ostlund
Sólo la apariencia parece brillar en lo contemporáneo.
martes, 1 de noviembre de 2022
ISAKI LACUESTA
lunes, 17 de octubre de 2022
OCTUBRE 22 GODARD
De Numéro deux se ha escrito mucho aunque no lo suficiente, ya que nunca se ha explicado por qué es una película pornográfica, una película explícita donde la política pasa a ser un folleteo existencial, por eso es tan importante saber que lo que se cuenta se ve y se oye y que esa dualidad crea una mirada que reflexiona: ¿Papá era una fábrica o un paisaje? Suena el jazz para dar paso a la imagen del público, un ejército de devoradores de sexo transmitido, pero entonces, ¿para qué hacer música? Para ver lo increíble, o sea, lo que no se ve. Un cine para ciegos donde una niña escribe con tiza en la pizarra: "antes de nacer estaba muerta". Pero, ¿dónde estabas antes de nacer? En un paisaje o ¿Mamá es una fábrica? A las mujeres se les habla de la menstruación, de la desconfianza en los hombres, de su naturaleza desagradable: sodomía, reproducción, sodomía, reproducción. Entonces, ¿por ese agujero que todo lo experimenta sale la memoria? El sistema configura esos recuerdos, esas experiencias para crear un paisaje donde hay una fábrica; la fábrica debe sustituir al paisaje. El trabajo debe demoler a la mujer ya que ha conseguido demoler al hombre que a su vez, ha paralizado a la mujer; la mujer debe anular al hombre para destruirse a sí misma. El trabajo quiere destruir todo, hacer del mundo una sola cosa: papel. ¿Debemos morir por el papel, desaparecer como el buen papel? Dinero. Cálculo. Pero los cuentos verdaderos se cuentan dos veces: los pájaros y los niños cantan en el recreo y siempre suenan igual. La Anarquía no es una bomba, es la canción de Pinelli, comer y bailar, comer y bailar y no aburrirse y no tomar cereales que acaban con la líbido. Ahora el contraplano invade la palabra y en una sola imagen conviven los dos polos, pero no sólo es el hombre y la mujer, sino la infancia y la vejez. Hay un papel que es de fumar, uno que al quemarse deja ceniza y otro que simplemente desaparece; el bueno es el que se esfuma. La infancia no entiende a la vejez, el hombre no entiende a la mujer, la mujer no entiende el mundo: no la dejan evadirse, escuchar su propia música. Siempre decide la fábrica, no el paisaje. La injusticia a largo plazo genera aburrimiento, infidelidad, impotencia. Entonces, sólo queda la máquina: los dos mirando la lavadora. Ninguno sabe cómo funciona. El sistema funciona por que nadie entiende el funcionamiento.
El sexo es un sistema de miradas, un campo de perspectivas: privilegios, humillaciones, poderes. Cuando el sexo es un trabajo comienza la pornografía. No son dos sino uno. La pornografía la inventa el capitalismo, el aburrimiento existencial. La gente en paro no para de masturbarse. Se anula a uno de los dos. Sodomía. Comienza la era de la masturbación, la era de las destrucción de los sentimientos. Meadas en el lavabo, insultos, discusiones, mentiras, ladridos, felaciones, ¿quién tiene la razón? Melancolía, gritos, chantajes, peleas y el final de la sinfonía, ¿quién ofende a quién? ¿no se convierte todo en una película de Bergman? El sistema convierte todo en una ficción sueca: fría y degenerada. Se produce un extreñimiento existencial y el acto de cagar se convierte en el síntoma del desajuste, una metáfora de la existencia. A un marido se le puede dejar pero, ¿y a un Estado? ¿Cómo se separa el individuo del sistema? A través del lenguaje, definiendo las cosas. Viendo lo que no se ve. hablando de lo increíble. Hablar de sexo hasta llegar al amor, hasta llegar al concepto de muerte, ¿por qué no se dice esa palabra en las escuelas? MUERTE. El sistema tiene miedo a esa realidad y por eso la ha convertido en un negocio, insensibilizando al público, a la sociedad. Los cementerios son supermercados. El sistema genera una pornografía educativa donde los hombres odian a las mujeres; ellas se conforman con llevar bisones de piel, contribuyendo a la muerte prematura. El círculo infinito que hoy se va desvaneciendo. Pero sólo un poco. Todo lo real muere, pero en verano hay tantas flores que la fábrica no se ve. La vejez, aburrida, da vueltas a la sopa, sin historias, sin música, paralizada por el fútbol, los concursos, la mercancía y la infancia perdida sin poder ver el mundo como se ve lo increíble.
Godard, en la coda de la película, desiste del cine como medio para cambiar las cosas, pues llega a la conclusión de que la fábrica y el paisaje son los mismo. Amor y aburrimiento. Follar y ser follado. No se pueden racionalizar estas cosas, pero el sistema nos racionaliza. Aristóteles fue el primero que mintió. Animal racional no, animal racionalizado. Politizado. El trabajo se aprovecha de nuestros conflictos: él siempre gana. Ver la tele te convierte en su cómplice. Entretenerte en internet se vuelve un acto masturbatorio, narcisista. Un acto del capital. Lo complicado es fácil. El placer es angustia. Vuelve el sonido del tráfico, se acaba la ilusión, el cineasta se derrumba. La película colpasa. El instante de fascinación está a punto de terminar. El plan parece irrealizable. El cine sigue siendo la última utopía. Luego suenan los pájaros y por último, su música.
miércoles, 12 de octubre de 2022
OCTUBRE 22 GODARD
Un texto sobre Bande à part (1964)
jueves, 29 de septiembre de 2022
Philip Haas
THE MUSIC OF CHANCE
sábado, 24 de septiembre de 2022
SEPTIEMBRE 22
DEBES CAMBIAR TU VIDA
De Jonás Trueba y lo irreal
Debes cambiar tu vida.
sábado, 27 de agosto de 2022
AGOSTO 22
EL REBOOT Y LA PARANOIA
Crónicas de las cuatros esquinas
Empezaré aludiendo a una película muy menor, caricaturesca, llamada Jay and Silent Bob Reboot (2019) donde se aborda un tema peliagudo: en una sociedad de mentalidad pop, o sea, de repetición continua y originalidad cero, ¿cuántas décadas han de pasar para que no haya nada que copiar? ¿La abundancia del plagio ha llegado a un colpaso y está tomando conciencia de su propio absurdo? Así como la época del renacimiento se acabó por agotamiento crepuscular y estilización de formas rococó -hasta que el chicle se rompió-, la era pop en la que habitamos comienza a crepitar desde sus débiles andamios, sufriendo una crisis ridícula, mirandose el ombligo con cara de póker. Cohabitamos en una etapa cinematográfica donde los géneros de terror, los revival de mitos de los 80' (Samaritan, 2022; Top Gun Maverick, 2022; Jurassic World Dominion, 2022), las comedias absurdas (Me Time), los dibujos animados fabulosos (Superpets), las carreras de coches y las zonas muertas se expanden por el universo interestelar donde, de nuevo, el sistema ficcional ha insistido en ahondar en ese viejo sentimiento de abandonar un plantea que en realidad es demasiado grande para que la conciencia colectiva asuma que no conoce nada. Parece que es mejor autoconvencerse de que la Tierra es una esfera limitada donde ya no se puede hacer ni descubrir nada. Para eso están películas tan torpes como Moonfall (2022), Dune (2021) o la pretenciosidad propagandística de series como For all mankind (2019), las cuales transforman la distopía en peligrosas proyecciones sociales pagadas por aquellos gobiernos interesados en que dicha idea persista como si fuera una esperanza posible. La Guerra Fría ha vuelto en forma de remake. La conspiración ha vuelto. Los OVNIS han regresado. La juventud de hoy vive confundida por la falsa promesa del espacio y el apocalipsis del cambio climático. El terror y la mentira siempre funciona. La película The forgiven (2017) vuelve a reficcionalizar el fenómeno del apartheid; The Looming Tower (2018), The Comey Rule (2020), The Report (2019) o The mauritanian (2021) son un conjunto de ficciones que ahondan en el terrorífico devenir de la política estadounidense desde el 11-S, reficcionalizando los detalles de unos procesos corruptos y de unos gobiernos irresponsables que juegan al parchís con el mundo de la manera más banal, de la forma más deshumanizada. Actores como Jeff Daniels, Tahar Rahim o Adam Driver muestran su fuerte compromiso bordando unas historias que explican el desastre de Occidente y su efecto en el mundo. Así, quitando los viajes al cosmos y las políticas del terror, nos quedarían los superhéroes, los cuáles están a punto de implosionar al verse tan estrujados y expuestos, caducándose de la manera más terrible (Morbius, 2022), transformándose en videojuegos y copias de copias que dan como resultado a The Batman (2022), un engendro milenial con ínfulas de autoría, cuando sólo consigue ser un reboot más lleno de vacío e intenciones malogradas. Doctor Strange in the Multiverse of Madness (2022) se convierte en una desdibujada secuela en manos del agotado Sam Raimi, viéndose superadas por una auténtica rareza: Everything Everywhere All at Once (2022) de los prometedores Dan Kwan y Daniel Scheinert, quienes consiguen canalizar la paranoia y la parodia actuales en una versión de Matrix a lo loco, que pasa por encima a cualquier artefacto de los mermados y sepultados Wachowski y cuya desmesura, a pesar de su extrema originalidad y cinismo, se convierte en su mayor enemigo. El tiempo del juego ha terminado. Las cláusulas postmodernas del infantilismo y el peterpanismo ya no sirven para el nuevo espíritu que se acerca; algo que se debe construir a partir de lo humano y su emoción. Algo nuevo, algo esencial. Los videojuegos son una pesadilla sin fin, sin contenido, sin consecuencia. Todos los youtubers que se han enriquecido con dicha mentira son unos farsantes sin futuro; todas las empresas que quieren obligar al público a quedarse en casa y mirar una pantalla hasta convencerse de que el mundo es virtual y no real, arderán muy pronto en sus propias convicciones, pues la chorrada se hace inconsistente y la broma ya no es infinita. Se sabe, se huele. Las cosas dejan de hacer gracia y la tecnología acabará convirtiéndose en una herramienta, pero no en un mundo. En relación a lo cual se puede evocar la película de ciencia ficción Swan Song (2021) que trata el tema de los clones y de cómo, en un futuro, un cuerpo enfermo podrá ser replicado materialmente e insuflado por una copia del alma del cliente sin que nadie pueda notarlo. La oveja Dolly. Este film simboliza el anhelo de las nuevas generaciones por ser inmortales, por no pensar en la muerte, por nunca llegar al Game Over. Vivimos en la sociedad del To Be Continued, ese fenómeno siempre alcanzable, siempre prorrogable (deudas, créditos, exámenes, trabajos, matrimonios...) que en realidad oculta una incapacidad absoluta para afrontar los obstáculos de la vida y nuestra esencia misma que es la de desaparecer. Cuando lo verdadero pierde su validez se genera un mundo de evasiones sin salida, reflejada en comedias como Swiss Army Man (2016), una historia absurda y delirante que recuerda a clásicos como Weekend at Bernie's (1989) donde, en parte, ocurre exactamente lo mismo, pero sin el factor escatológico. Hoy todo es más explícito, más asqueroso, más caduco. En la cabeza de los creadores norteamericanos sólo caben profecías, política, chorradas y delirios irracionales. Películas como Red Rocket (2021) o Ambulance (2022) quieren forzar la máquina y volver a lógicas ficcionales de los años 90', emulando a Speed (1994) o El gran Lebowski (1998), aplicando una nostalgia de historias lineales e historias carnales, sin multiversos, tramas políticas o promesas utópicas. Un cine realista lleno de naturalismo pero, ¿qué ocurre en el cine norteameicano que no es capaz de alcanzar lo Real, ni siquiera una partícula de este tesoro, objeto principal de este oficio defenestrado llamado Cine? Este año se ha estrenado una película de ciencia ficción llamado Nope (2022) que aborda literalmente este asunto: lo imposible, el milagro y lo sobrenatural no se puede filmar, está vedado a los ojos y a las cámaras. El director Jordan Peele, conocido por sus anteriores películas de terror creppy, ofrece en su nueva obra una reflexión sobre lo que vemos, sobre las apariencias e incluso sobre el concepto que tenemos de lo extraño y cuál es nuestra relación con ello. Pertenecemos a una civilización tan materialista que sólo podemos establecer un diálogo de rentabilidad con lo desconocido, intentando aprovecharnos de lo inédito para sacar provecho. Se trata de una película original, con correspondencias inevitables con The incident (2008) o Jurassic Park (1993). La malvada influencia de Spielberg se ha alargado casi 50 años, pero el tiburón colea. Sólo hay que ver su revival West Side Story (2022) o su reboot Ready Player One (2021) para darse cuenta de que él ha sido el más fiel a su propia fórmula: remake, reboot, politic film, dibujos animados, adaptaciones y versiones han sido su mina de oro sin tener que tirar de originalidades ni creaciones autónomas. Un verdadero falsificador que ha marcado el camino de una forma de hacer que hoy se disipa al llegar al vórtice de su pobreza. De estos últimos años quedará muy poco para la posteridad, un fenómeno incontrolable que se va haciendo solo, apartando el grano de la paja. Experimentos aún sin resolver como Licorizze Pizza (2021) de Thomas Anderson, la intensa y olvidada Mass (2021) de Fran Kranz o la misteriosa The lost Daugther (2021) de Maggie Gyllenhaal, dan un soplo de esperanza a la ficción norteamericana, embobada en el reboot y el videojuego, jugando con ella misma de una forma terrible hasta altas horas de la estupidez. Mientras los actores se enriquecen haciendo bodrios, sueñan en hacer películas como las que hacían Tsai Ming Liang o Abbas Kiarostami, Hitchcock o Cassavetes. Habrá que esperar a que muchos se mueran para que todo cambie, mientras tanto, podremos disfrutar muy de vez en cuando con documentales tan valientes como el de Val (2021), una de las grandes sorpresas documentales llena de honestidad y naturalismo, desmitificando la industria norteamericana, dando aliento al espíritu dentro del infierno de los negocios a través de un Val Kilmer enmudecido. La vuelta del cine mudo planea por encima de las salas. Los ciegos y los mudos heredarán la tierra del Cine y volveremos a vibrar delante de las imágenes.
Vale.
sábado, 6 de agosto de 2022
LISTAS
DE LAS QUE NUNCA TE HABLARON
domingo, 19 de junio de 2022
JUNIO 22
EUPHORIA O MEMORIA
Una panorámica de lo efímero
Todo parece suceder muy rápido en las pantallas actuales, una velocidad innecesaria que conduce, por su irreflexibilidad y pobreza, a una amnesia casi lobotómica. Necesitamos memoria. No es éste un texto apocalíptico: el milenarismo no va a llegar. Tranquilidad. Lo que sí ha llegado desde hace un par de décadas y se ha asentado gracias a las plataformas de contenidos, es una forma de drogadicción calculada por especialistas -los mismos que diseñaron los diabólicos mecanismos de las ilustres redes que hoy consumen el tiempo de todo ser viviente sin un poco de consciencia en forma de tragaperras portátiles- y promovida como la panacea popular de nuestros tiempos. Perder la vida es el objetivo, perder la realidad en favor de la ilusión de poder verlo todo a cambio de una suscripción. La Naturaleza se queda a un lado para adorar al litio. Sin tener que ponerse estupendo, fácilmente, cualquiera puede recordar aquel pasaje bíblico en el que el diablo tienta con aquello de todas estas cosas te daré si, postrándote delante de mí, me adoras. Hoy, el consumidor adora (compra) las imágenes y todos los becerros de oro que le echen. No hay filtro. No hay resistencia. Hay compulsión. Poseer la sensación de tener acceso a "todas" las posibilidades ficcionales (o a las que las plataformas estimen que son las pertinentes para un momento dado) es la ley de hierro. La mayoría pasa por el aro pues parece que es el signo de los tiempos, el ritual de hincharse a telenovelas y melodramas seriales de lo más repetitivo y engañoso; y pensar que en los años 90' se ridiculizaba a las telespectadoras afines a los más absurdos e infinitos dramas de bajo nivel venidos de latinoamérica... La opinión general se llena la boca con eso de que ya nadie ve la tele y mucho menos los niños y los jóvenes que ni siquiera entienden cómo funciona una parrilla de programación o un mando a distancia; a ellos se les ha enseñado a "elegir" el contenido deseado entre una oferta sobrehumana, organizada y distribuída por algoritmos maléficos que sólo buscan la eficencia y la rentabilidad abusiva, y por eso, las nuevas generaciones creen estar liberadas de los yugos de los grandes medios. Es muy triste notar la ignorancia mezclada con la inocencia. A pesar de ello, es inevitable notar una extraña euforia o éxtasis entre las generaciones milenials, alegres y despreocupadas, como si ellas no fueran las más esclavizadas por un sistema industrial de imágenes que las estudia para generar estrategias pavlovianas de condicionamientos clásicos. La masa saliva cuando suena la campanita o ve el corazón. Salivar es igual a gastar. Las grandes empresas se han dado cuenta de que la producción ficcional proyectada al infinito es una garantía para la anulación de la personalidad del público y por tanto, una manera de manejar grandes masas de mentes con billetes en los bolsillos: mi reino por un puñado de historias. A colación de ello, en la exitosa serie Euphoria (2019-2021) de Sam Levinson, su célebre protagonista, bautizada como Rue Bennet (que además es la productora ejecutiva de la serie, o sea, la que pone el monto de la pasta), una joven drogadicta que hace lo que sea por meterse una pastilla, sirve como ejemplo de lo que ocurre con el espectador actual: un ser que anda zombi entre nosotros sin poder generar emociones, pues su cerebro está secuestrado por un insistente deseo de satisfacción inmediata que uno: le roba los recuerdos y dos: le mutila la emotividad. La miseria inmensa que contrae el hecho de exponerse ante una avalancha de series nocivas es irremediable, por eso no hablaré de las miles de series que no deberían verse antes de sufrir un ictus, sino sólo de algunas que podráimos denominar decentes, pero que no le llegan ni a la suela del zapato de una buena película:
1- Los diarios de Andy Warhol (2022): adaptación audiovisual del legendario libro de Pat Hackett, convertida en una exagerada serie llena de contenidos sensacionalistas la cuál, siempre que se aparta de ellos, aporta mínimas perlas sobre las fases más oscuras de pionero pop. La necesidad de la serie es irrelevante pues es una redundancia del texto y la figura de Warhol queda definida como la de un egoísta insensible que sólo le interesaba mantenerse en una jetset de la que a su vez, él se aprovechaba de manera diabólica. También se le define como un obseso de jóvenes vitalistas, un vampiro de la juventud perdida. El mensaje de la serie es bastante terrible y la imagen de Warhol queda menoscabada a pesar de la intención contraria. Bastante propagandística.
2- Tokio Vice (2022): una serie muy sorprendente si se tiene en cuenta su extrema simplicidad e inverosimilitud. Acaba de una forma muy extraña, casi evanescente.
3- Loki (2021): un cebo más para los maniacos de Marvel que comienza bastante bien y que acaba siendo una liendre bastarda de los clichés y el hartazgo sideral.
4- Devs (2020): quizás de lo mejor que uno puede ver en estos últimos años, a pesar de que acaba cayendo en la trampa de la psicología barata y las flipadas monumentales. Potable. Ciencia ficción.
5- The chair (2021): de temática original (un departamento de literatura), promete más de lo que desarrolla: acaba naufragando en cuestiones de género y corrupción. Flojeras.
6- Euphoria (2022): inicialmente una especie de American Pie serializado o lo que en España se conoció como Al salir de clase o Compañeros, pero en versión hardcore-porno, llena de imágenes explícitas que te borrarán el alma de un solo plumazo. Exagerada a más no poder, sigue la historia de un grupo de adolescentes problemáticos y pijos a más no poder, con conflictos familiares inimaginables e improbables a más no poder. Un delirio. Todos se desnudan y se amanceban como jabalíes menos Zendaya que es la jefa de la serie y por eso nadie la sopla el hombro. A la jefa ni mu. El director, que ya había trabajado con ella en la minimalista Malcom&Mary (2021), con resultados dispares, aunque ciertamente honestos y atrevidos, se salva. La serie está a punto de naufragar a la mitad del via crucis, pero la estética videoclip y la música atmosférica te llevan de la mano hasta el capítulo final, de estructura cervantina y por ende, compleja. Técnicamente interesante. Esperemos que no se convierta en modelo de futuras juventudes, ¿o sí? qué cojones.
Dejando a un lado el mundo maldito y sobrevalorado de las series y entrando en el de lo audiovisual-industrial, llegamos a Spiderman: No way Home (2022) de John Watts, donde se soluciona la contradicción de existencia de tres trilogías distintas con tres spidermans distintos. Guau. Como la anteiror, entra dentro de un planteamiento complejo y excéntrico, pero que en vez de derivar hacia lo cinematográfico, cae en la estética de videojuego. La mayor parte de los estrenos de cartelera de hoy se acercan más o menos, a ese tipo de ficciones lúdicas que a ficciones de creación cinematográfica strictu sensu. Cosas así son Uncharted, Encanto, La viuda negra, The tomorrow war, Muerte en el Nilo, Finch, Beeing the Ricardos, Madres paralelas, la mencionada Loki, Rise by Wolves o incluso Marry Me, todas ellas estrenadas entre el 2021 y el 2022. Después de estos pseudoproductos virtuales de pantalla, hay un grupo de ficciones decepcionantes y abrasivas como son El último duelo (potativa), The power of the dog (ridícula), Spencer (anecdótica), The french dispatch (imposible), Don't look up (terriblemente burguesa), París, distrito 13 (tendenciosa y oportunista) o The card counter (sólo para fanáticos religiosos del KKK).
Para finalizar este paneo cinelándico, acabaremos con una polémica en torno a la película de Hamaguchi basada en una novela de Murakami: Drive my car, la cuál ha despertado un inesperado furor entre la mayor parte de los críticos oficialistas y de autoría sin entenderse el motivo. Las novelas de Murakami no llegan a ser literatura y por eso nunca le darán el premio nobel: las películas de Hamaguchi son muy fieles a sus textos originales, por lo que por pura lógica, es difícil que viniendo de donde vienen, accedan al reino sagrado del cine. Abajo Murakami, ya. Es inentendible la pasión levantada a modo de viagra en el colectivo crítico especializado profesionalizado omnipotente, como si se tratase de pura viagra o éxtasis. Tal vez la euforia se está extendiendo por el universo en forma de detritus mental. Quién sabe. La película de Hamaguchi es ñoña, como todas las páginas del escritor japonés, artificiosa, fácil, pobre, posturera, dramatizante, depresiva y realmente inútil. Un desastre, ¿le darían algo a los críticos antes de la premier? ¿serán los programadores de festivales los culpables de las falsas percepciones?
Como coda, decir que nadie puede perderse Anette, lo mejor del año pasado, el nuevo milagro de Leos Carax, quien vuelve a reinventarse aunque sin Denis Lavant; Los diarios de Otsoga de Pedro Gomes, una auténtida delicia-experience; Mr. Bachmann y su clase, un documental sensacional en la línea de Ser y Tener (2002); C'mon C'mon de Mike Mills, un inesperado experimento junto a Joaquim Phoenix; Memoria, el gran pelotazo de Apichatpong Werasethakul; y por último, Licorizze Pizza, la última extraña película de Thomas Anderson que aún nadie ha conseguido descifrar, ¿por qué esto y por qué ahora y por qué así? Una especie de American Graffiti (1973) y The wonder years (1988) al mismo tiempo.
Recomendación clásica: la película de Jean Delannoy, Maigret tend un piège (1958), un auténtico antídoto contra lo banal y lo decadente. Una pura delicia llena de sensibilidad y misterio.
Para incrédulos y desorientados, dejo al final dos perlas extraterrestres, una del 2021: A glitch in the matrix de Rodney Ascher y otra del 2012: Ai Wei wei: Never Sorry. Pura resistencia, pura desobediencia.
Viva el cine, abajo lo demás.
Antes de dormir, apagad el móvil.
Dulces sueños.