Carry-on
Jaume Collet-Serra
¿Sirve una película para algo?, ¿tiene el cine alguna función actualmente o sólo forma parte de ese aparato entretenedor que se está comiendo todo, vaciando de significado y sentido cada rincón de lo humano? Consumir demasiada cultura contemporánea acaba teniendo consecuencias graves: tener un dieta fílmica basada en la cartelera y las series, leer exclusivamente bestsellers y escuchar sólo la última canción de moda, perjudica seriamente la salud; deberían obligar a colocar cartelitos con mensajes corrosivos antes de cada producto como en las cajetillas de tabaco. El tabaco es un droga, la cultura, un sistema lobotómico. Si el espectador-lector-oyente no crea su propio criterio, seleccionando del frutero las piezas que necesita, todo se convierte en un bufet libre indiscriminado de basura potencial.
El 90% de las películas de estreno son pura redundancia o simples contenedores virtuales de publicidad engañosa. La moralina barata, la violencia, la pornografía, la cultura de la mentira, la evasión gratuita, el humor zafio, el guión pobre y la falta de talento son ingredientes normalizados en la parrilla audiovisual proyectada en gran formato en los cines de todo el mundo. El mensaje fraudulento no debe parar de repetirse, la banalidad debe seguir en marcha para que el mundo del ingenio, del arte, de la virtuosidad, en definitiva, del humanismo cultural, se olvide o quede relegado a un rincón oscuro a modo de reliquia donde pocos se asoman y sólo por curiosidad. Hay que reducir a las personas a productos, a fenómenos de usar y tirar, ¿qué es si no la pornografía, qué es si no una rentabilización del cuerpo, la conversión de la carne en cash, de la intimidad en vouyerismo de pago?
El cuerpo se convierte en moneda de cambio y las imágenes son sus portadoras. Cada fotograma -cada pixel- establece una relación de consumo con un público que se siente inocente al degustar las mayores barbaridades por un módico precio -que cada día aumenta-. ¿Qué son las grandes plataformas audiovisuales sino supermercados de imágenes transgénicas, tóxicas, manipuladoras y constructoras de falsas identidades, predicadoras de falsas ideas sobre el ego, el destino y el Yo? ¿No han creado un sistema especulativo de simulacros donde una autoayuda perversa se dispara a cañonazos hacia la mente de miles de millones de espectadores intentando hipnotizar a una masa que se cree invulnerable sentada en el sofá de su habitación?
Todo tiene un precio y la vida occidental lo está pagando con crecres: depresión, narcisismo, ultraviolencia, analfabetismo, ignorancia, materialismo desatado, confusión, avaricia, conspiranoia y lujuria enfermiza. Traumas crónicos en definitiva. El borreguismo ilustrado se refleja en las tragaderas del personal generalizado y acrítico, consumiendo cualquier tipo de sustancia audiovisual, sin importarle la calidad del solomillo fílmico o el vacío decrépito repleto de florituras vacuas, insubstanciales. Hoy, más que nunca, sería muy importante revisar las teorías de Noël Burch sobre los sistemas de representación institucionales (Hollywood) y replantearse si los objetivos de desinformación y adormecimiento siguen vigentes o incluso, han sido superados por estrategias aún más fatales que las de cine clásico.
Todo el mundo es consciente de haber sido escolarizado, de haber pasado por procesos de lecto-escritura, pero nadie parece darse cuenta de que nadie nos ha enseñado a leer imágenes. Noël Burch nos habla de la necesidad de desnaturalizar el hecho de relacionarnos con las imágenes; si fuésemos conscientes, nos daríamos cuenta de lo vulnerables que somos. Por otro lado, la idea de la evolución cinematográfica está popularmente vinculada al progreso tecnológico, concepto totalmente equívoco y materialista. Las máquinas no saben contar historias, no saben nada de lo humano.
Hoy las películas son más que nada juegos de niños destinados a un público infantilizado que no quiere demasiada complejidad y sólo demanda emoción rápida y aparatosa: por eso los directores de terror están teniendo tanto bombo en la actualidad y por eso los subgéneros están cobrando una importancia desconocida. Apartada del tablero toda película profunda o demasiado sensible, intelectual o demasiado seria, el campo de batalla está disponible para todo tipo de tontas monstruosidades, asesinos en serie, violaciones, guerras, mafiosos y hackers superdotados dispuestos a mostrar el cartón de la realidad a través de una tecnología fantástica que lo puede solucionar todo.
Hay una película bastante mala -dirigida por Kathryn Bigelow- llamada Strange days (1995) en la que su protagonista trafica con laser discs como si fueran cocaína. Este antecedente ciberpunk de Matrix y otras películas finiseculares, nos muestra torpemente cómo una sociedad imbuida en el caos y la precariedad necesita de experiencias virtuales para sentir placer, para reconciliarse con ella misma. Sólo la ficcionalización de emociones fuertes, de momentos improbables, puede generar una catarsis existencial en un mundo que ha reducido a cero su empatía, su imaginación.
El control de lo imaginario lo ejerce hoy Hollywood: son los sumos sacerdotes de las temáticas y la estética de la imagen. Han convertido lo comercial en la única alternativa del mundo audiovisual, generando un mundo digital -muy alejado del arte cinematográfico- frío, lúdico e insultantemente inverosimil. Una cosa es clara: dentro de 50 años, el 99% de las producciones serán olvidadas para siempre, pero no por su abundancia o inactualidad, sino por su naturaleza efímera, circunstancial, irrisoria. Por eso no pertenecen al mundo del arte -si es que alguien se lo estaba preguntando-. El supermaterialismo que inunda el mundo con su exclusiva función práctica de las cosas, hace que todo se conciba para usarse una sola vez lo más rápido posible. Han convencido al personal que hay que vivir todas las experiencias, estar en todos lados, conocer todas las opiniones, opinar de todo, pensar en nada y que la vida sea un tiovivo inútil, carente de todo sentido. Así, han convertido a las películas en un videojuego o en su mejor versión, en un panfleto para retrasados.
En su mejor versión, Hollywood permite estrenar títulos que son copias de grandes éxitos, ya sean remakes -The bikeriders (2023)- o formatos narrativos de éxito como puede ser Carry-on (2024) de Jaume Collet-Serra -trasunto de Última llamada (2002)- o Locked (2025) de David Yarovesky -versión automovilística de Buried (2010) que a su vez es heredera de La cabina (1972) de Antonio Mercero-. Pero la cuestión de la influencia no es el problema, sino la cercanía del referente, la ausencia de pasado. La historia del cine no comienza en el siglo XXI, sin embargo, la mentalidad del puro presente ha endiosado la actualidad y ha transformado en reliquia todo hecho anterior. Para la mentalidad milenial, todo pasado es sinónimo de caducidad; sólo lo nuevo es presente y válido. La gravedad del problema reside en la falta de conocimiento, en la interpretación del presente, de las películas, a partir de vagas opiniones y perspectivas de una actualidad cegada por EEUU, en un eclipse cultural de una magnitud que se estudiará con preocupación en el futuro.
A pesar de todo esto, aún hay obras en las que reside un cierto tipo de mensajes críticos, de guiños al espectador inteligente, que aluden a las enfermedades de la realidad, a las trampas propuestas al individuo y que cuestionan la integridad de lo humano y llevan al límite la idiosincrasia occidental. Una de esas películas es Carry-on (2024), pero también The friend (2024) o Mickey 17 (2025): cualquiera de ellas es dueña de momentos reflexivos que detienen al espectador en temáticas trascendentales como la muerte, la fidelidad o el amor. Aunque rápidamente disuelven los planteamientos, hay aún momentos insignificantes de audacia, loables y -aunque casi imperceptibles- sorprendentes.
Hace poco escribía un notable crítico español que tal vez películas como Ezra (2023) o Eletric State (2025) lleguen a ser en la posteridad el patrón de película comercial del siglo XXI, ficciones puras sin funciones panfletarias o políticas, engendradas con el viejo espíritu de contar historias, de hacer de la ficción un arte, como lo consiguieron en su día films como The Trouble with Harry (1955) de Hitchcock o Sunset Boulevard (1950) de Wilder. Se ha perdido una aresanía, una tensión que hacía del cine una llanura de ilusiones que estaban siempre por encima de los prejuicios o las presunciones. Si hoy podemos seguir hablando con pleno derecho de estas películas es por la única razón de que -aún siendo productos comerciales- supieron ser fieles al Humanismo, a la esencia que nos hace vulnerables, mortales, que nos enseña lo que somos en verdad y no lo que pretendemos ser, que aparta las apariencias y descorre el velo que hoy mantiene opaca a la luz. Las obras maestras de cualquier arte no son infinitas; la basura sí lo es. Acérquense a las grandes películas de la historia, vean maravillas como las animaciones de Betty Boop de los años 30' y 40', vean Cycling The Frame (1988), vean France Tour Détour Deux Enfants (1977), Groundhog Day (1993), Mickey One (1965), Mundo Grúa (1999), Queridísimos verdugos (1977), Anonymous (2011), Beetlejuice (1988), Sauve qui peut -La Vie- (1977), Motel Destino (2024), The Apprentice (2024), Welfare (1975), Tirez sur le pianiste (1960), Secret Ceremony (1968), Dial M For Murder (1954) o La Grande Guerra (1959); vean esto y comenzarán a sentir unas cosquillas en el estómago que les transportarán a un sentimiento distinto, a un lugar diferente de la realidad, donde la misma realidad se hace alimento, pensamiento, placer verdadero.
Los mensajes del futuro vienen del pasado.