sábado, 15 de noviembre de 2014





INTERESTELLAR
(2014)

Christopher Nolan





Los poetas siempre han perseguido a los pájaros a pesar de todo. Nacer con el don de desear el cielo es también una maldición. Algo te repite en el corazón que esta perpetua residencia en la tierra no es para siempre y así, el valor se transforma en fe y el destino en una aventura sin límites. ¿Quién no se ha tumbado bajo una noche estrellada y ha intentado imaginar qué esconde ese enorme suceso que gobierna la oscuridad? Ante los delirios de grandeza de los que aún persisten en sostener que la humanidad está destinada a habitar el cosmos, el hombre común tiene en su mano una herramienta mayor que cualquier otra máquina: su capacidad de generar una ilusión. Los contadores de historias tienen el poder de hablar de lo que no existe; lo que sólo puede ser imaginado. Ellos son los que instauraron la ficción como un estado mental donde suceden hechos inverosímiles y reales al mismo tiempo. La evolución del relato de ficción es enorme y parte desde la vieja epopeya del Gilgamesh hasta, por ejemplo, dado este caso, Interestellar. El arte de la ficción no depende de una progresión lineal, sino que corresponde a estados de conciencia del mundo y a ideas contradictorias sobre qué hay que contar y cómo. Por eso, Homero sigue siendo el gran poeta y Dante el gran alucinado. Por eso caben en el mismo saco D´Anunzio, Torrente Ballester, Thomas Pynchon, Virgilio, Montaigne, Rabelais, Rimbaud, Joyce, Carroll, Duchamp, Roussell, Marcial, Celine, Rilke, Bartholomeus Strobel, John Ashbery, Van Dick, Pisarro, Chagall, Goya, Velázquez o Borges. Todos ellos han intentado atravesar nuestra imaginación para despertar ese espejo que hace doble al universo y que pliega el pensamiento para llevarnos al otro lado, allí donde se esconden los tesoros que siempre buscamos, sin saber a qué se parecen, sin saber por qué los buscamos. Por eso, ahora Nolan consigue situarse en esa tradición de puros generadores de ilusión.
Interestellar no es una película sobre el espacio, ni un caprichoso ensayo sobre nuestras impensables posibilidades de conquistarlo. Nolan nos ofrece un sofisticado relato al estilo más borgiano posible. Es una historia que engaña y que oculta una verdad como todas las buenas historias. Es un cuento de tres horas lleno emoción y amor por el simple arte de contar. Todos y cada uno de los elementos que aparecen, son piezas meticulosamente ordenadas para llegar a hacer surgir una feliz anagnórisis del público. Esto no tiene nada que ver con la complacencia o la claudicación. Nolan es muy exigente con la materia que trata y entiende que cada frame del film -como cada palabra era en la Antigüedad- es de naturaleza sagrada y definitiva; todo está ordenado sin que se perciba, todo tiene un sentido secreto y lúcido. Por eso, su actitud y su talento le encauzan en el camino de aquellos que también contaron y que sacrificaron su vida por llevarnos mucho más allá de nuestras comunes expectativas. Interestellar casi no tiene fin y se diría que puede verse de seguido, incluso varias veces sin que apenas el espectador haga un amago por levantarse o pestañear; estamos frente a un acontecimiento grandioso, tan hipnótico como el mar o una rosa. Christopher Nolan es uno de los directores más valientes de su generación, adentrándose hasta lo más profundo de un cuento, utilizando un nivel de ficción casi inasumible, en un aparato tan complicado de utilizar como lo es del cinematógrafo. Cada imagen de Nolan parece una palabra, cada suceso es un capítulo de una brillante novela. Atrás queda una estela de películas irregulares como Contact (1997) o 2001: Odisea en el espacio (1968), un rastro que sobrevuela títulos como la apasionante Stargate (1994), la incompleta Dark City (1998) o el inigualable The Truman´s Show (1998). Extrañamente, permanece en el espectador la sensación anacrónica y paradójica de que en todas ellas hay algo de Interestellar, pero que dentro de Interestellar solo queda Interestellar
El film no trata de que el ingenioso piloto Cooper salga sano y salvo de esta nueva Odisea -si aparentemente llega a ser así, es un triunfo más para Nolan y un éxito mayor para su excepcional relato- pues el que tiene que llegar al final de la ilusión sin caer, es el propio Nolan. Para ello, el director inglés se ayuda de mundos fantásticos a lo Swift, de inteligentes virajes stevensionianos llenos de secretos, de paisajes maravillosos y de divertidísimos robots dignos de una colaboración entre Asimov y Groucho Marx. El encargado de ser el canal de todo ello, es un excelente Matthew McConaughey, uncido últimamente por la buena estrella del bienhacer y el entendimiento de un oficio.
En los últimos tiempos, películas como Europa Report (2013), Gravity (2013) o la curiosa Moon (2009), han intentado dar otro cariz a ese mito del espacio exterior, pero sin duda, Interestellar -gracias a sus múltiples virtudes- acaba siendo muy superior en todos los niveles, pues está centrada en algo invisible e irrepetible: el efecto de la pura ficción
Tal vez Nolan es como el profesor Brand, una especie de prestidigitador, que con la simple justificación de algo meramente racional, nos convence de que sigamos adelante, a pesar de que en su interior, sabe que todo lo imposible es también imposible en la realidad. Ya lo enunció el joven Rimbaud como uno de sus principios sagrados: ¿qué mentira debo mantener? Y es lícito, ya que Nolan es un artista con mayúsculas y conoce perfectamente el pacto tácito que existe entre la ficción y la realidad. Para realizar el film, Nolan ha intentado filmar la materia real de las cosas para expresar algo invisible. Puede parecer sorprendente en esta época de la dictatorial posproducción, que Nolan haya optado por decorados reales, paisajes reales y gente de carne y hueso con lágrimas en los ojos.; Interestellar es real porque el sueño consigue ser real. A Nolan no le interesa mostrarnos lo que comen los astronautas o cómo vuelan o cómo duermen o cómo funcionan esas máquinas que les hacen dormir durante años. Nolan decide pasar a la acción misma del relato, para arrastrar con fuerza su argumento sobre nuestra curiosidad, alimentándonos de inquietud y desasosiego, consiguiendo llenar nuestras pupilas de perplejidad y admiración. Los detalles rodean cada escena, pero lo importante es la escena misma, no los objetos ni las curiosidades ni las vanas explicaciones de las que están repletas otras películas.
Christopher Nolan ha ido muy lejos con esta película, aunque no por azar, pues finalmente, si se pone un poco de atención, se comprobará que ha construido su carrera como si se tratase de una conspiración estética que ha desembocado felizmente, en esta maravilla. Si revisamos su primera película, Following (1998), nos sorprenderá descubrir que el protagonista es un escritor que persigue obsesivamente a la gente para buscar historias en lo más profundo y oscuro de su intimidad; no explicaré la evidente metáfora, para no insultar la inteligencia del lector. Memento (2000) trata de una nueva e invertida búsqueda; una epopeya sin memoria hacia un yo sin identidad, un yo inmerso en un agujero negro sin salida posible. Pasando por The Prestige (2006) donde el interés de Nolan por los trucos mágicos es más que evidente, llegamos a The Dark Knight (2008), una vivencia que acontece en lo más oscuro de nosotros mismos, donde el bien y el mal se confunden y donde el espectador no sabe qué hacer. Nolan somete a Interestellar al mismo tipo de juicio, una inédita decisión que acaba proyectando la película hacia una solución prodigiosa e inteligente. El penúltimo invento de Nolan fue Inception (2010), un relato también muy borgiano -al menos el final-, aunque se acaba haciendo demasiado confuso y barroco en su desarrollo, pero que es igual de clarividente en cuanto a su carrera: en Inception se busca algo que está en lo más profundo de lo más profundo; un secreto inviolable. 
Esta es la razón por la cuál, en Interestellar, Nolan se embarca en el navío más ambicioso de sus viajes, tal y como Homero se aventuraba en las embarcaciones fenicias para recorrer el mediterráneo, él lo hace con un puñado de astronautas desesperados por arreglar los designios de un supuesto fatídico destino que concierne a la humanidad. Vuelve, como lo hacen los grandes artistas, a repetir sus obsesiones una y otra vez, como lo hacía el joven Van Dyck pintando una y otra vez sus famosos Jerónimos, para adentrarse de nuevo en lo más profundo de nuestra realidad, para quedarse ciego frente a la oscuridad. ¡Que se apaguen las máquinas por un momento! ¡Que el espectador se quede solo frente a la vida o frente a muerte, que es lo mismo! Que todo se pague por un segundo, para vernos reflejados en lo imposible.
Por estas razones apasionadas, Interestellar nunca podrá ser simplemente una película sobre el espacio y por eso no le debe nada a eso que llaman la ciencia ficción o el spectacular mainstream, que no cesan de alimentar torpemente, directores como Zemeckis, Spielberg, Soderberg, Lucas, Scorsese, James Cameron, Clint Eatwood, Ridley Scott u Oliver Stone, los cuales, durante varias décadas hicieron creer al público que las historias sólo se podían contar de una manera, con una apariencia determinada y un único fin. El cine como lenguaje tiene infinidad de usos y de funciones y, a diferencia de los anteriores directores mencionados, Nolan sí está al tanto de su oficio y de su corazón y por eso sus películas forman ya parte de la Historia de las historias
Como película, Interestellar se emparenta más a ilusiones como Solaris (1972), Aguirre, la cólera de Dios (1972)The Master (2012), Being there (1979), Love streams (1984), The night of the hunter (1955), Close-up (1990), Fargo (1996), Easy Rider (1969), Apocalipse now (1979), Adaptation (2002), Wild at heart (1990) o Andrei Rublev (1966) que a cualquier película de naves voladoras.
Al espectador medio le sorprendería conocer los verdaderos influjos que llevan a este director inglés a construir sus relatos y en especial este, tan literario como fílmico, tan total como ilusorio. Ya sea que este trabajo haga entender al público de una vez la potencia real de las ficciones y a valorar con más criterio aquello que ven sus ojos, pues lo que vemos, entra hasta nuestro interior y ahí se transforma en una cosa incontrolable que nunca sabremos identificar hasta que nos coloquemos ante un espejo y veamos en qué nos ha transformado. Que el espectador no se equivoque y que no busque falsa filosofía o espectacularidad, que no busque entretenimiento ni vacío, que no busque ciencia ni esperanzas; sólo hay en este film una satisfacción sublime, generada por una ilusión llena de amor. Quien busque algo más, está perdido; como diría Verlaine: et tout le reste est littérature.