jueves, 13 de abril de 2023


 



Memorandum Febrero-Marzo

El cambio, lo Real y la salud mental



 




Richard Brody, el crítico cinematográfico del New York Times, días antes de los premios Oscar, publicó una lista alternativa a la oficial, según su criterio profesional:



Benediction

Amsterdam

Armageddom time

Both sides of the blade

The cathedral

The eternal daughter

Hit the road

No bears

Nope

Saint Omer


Quién podría dudar que esta lista es muy distinta y más interesante, si la comparamos con las verdaderas nominaciones de la ceremonia 2023:


All quiet on the wenstern front

Avatar: the way of water

The banshees of Inisherin

Elvis

Everything everywhere all at once

The fabelsmans

Tár

Top gun: Maverick

Triangle of sadness

Women talking


Aunque las diferencias son significativas -en gran parte a causa del bajo nivel de la selección oficial-, la llamativa ausencia en la lista de Brody del ingenioso film Tár y de la singular Everything everywhere all at once, son hechos gravemente injustificados. Alarmantes. Por muy crítico del New York Times que se sea, Brody se sigue dejando llevar por falsas producciones independientes y un cierto aroma cultureta de pensamiento débil; de ahí su adoración por James Gray y Kelly Reinhardt. Aunque a fin de cuentas hay que comprenderlo, teniendo en cuenta que este mismo crítico de abultada barba y presencia solemne, es la misma persona que eligió -por ejemplo- la terrible y torpe The Irishmen como mejor película del 2019. Vaya tela marinera. Por otro lado, introduce con gran acierto en su selección la película Nope, una rareza de seudohorror a la que podríamos bautizar como trémolo movie, con todos los galones para ganar un premio comercial de este tipo; el terror será un género popular en un par de décadas, mucho más que el género romántico o el bélico. El tino de Brody se basa en la exclusión pero no en la inclusión de películas; saca la basura, pero no introduce lo mejor del año. De un plumazo elimina a las vacas sagradas de Spielberg y Cameron (totalmente prescindibles), se saca de encima a Luhrmann (el cineasta que sigue confundiendo una película con un videoclip), después a Tom Cruise (sin comentarios) y por último, al pesado de Ruben Ostlun, quien se cree el mejor cineasta del mundo por tener dos Palmas de Oro, cuando sólo es un autor satírico del montón venido de Suecia, el país de la moral, cosa que a Cannes le sulibella (¿sulibela?); ¿o por qué si no los hermanos Dardenne son tan aclamados en dicho festival? La cosa: un coñazo burgués de espanto. Hasta ahí bien pero, ¿por qué eliminar películas como The banshees of inisherin? Un misterio, y ¿por qué no añadir The whale? Una pena.

Es cierto que esto de los Oscar es un poco una verdulería -y tomárselo demasiado en serio es de memos-, un lugar donde de lo que menos se habla es de cine y donde importa más el famosete de turno o el vestido de Versache que cualquier otra cosa. El certamen de los Oscars, si nos ceñimos a las últimas veinte películas ganadores de los últimos veinte años, se hace bastante vergonzoso o problemático tomárselo con cierta formalidad. Tal vez Birdman (2015) -con muchos peros-, No es país para viejos (2008) y American Beauty (2000) se salvarían -por los pelos-, pero aún así, si comparásemos estos films con otros de su misma quinta en otros certámenes, la diferencia sería abismal. La popularidad de los Oscars es un asunto tan naif y ridículo que cuando se leen artículos de críticos profesionales llevándose las manos a la cabeza porque una película tan innovadora y fresca como Everything everywhere all at once se lleva una estatuílla (de hecho 7) y Spielberg no -o ninguna-, a uno le dan ganas de comprarse una botella de whisqui y meterse en la cama. Este es el caso del crítico Jose Luis Losa, del periódico La Voz de Galicia, una persona irritable por naturaleza y ofensiva por defecto, que se comporta como un auténtico reaccionario ante lo desconocido, ante lo diferente. Lo distinto. Se trata de un xenófobo cinematográfico. Sin argumentos demasiado elaborados, tirando de ira acumulada, abomina sin complejos de Dan Kwan y Daniel Schinert, los autores de la singular Everything everywhere all at once, dos valientes y singulares cineastas responsables de locas comedias como Swiss army man (2016) o Omniboat (2020), creadores de un estilo propio y en cierto sentido, mutante. El crítico aludido, fuera de sus casillas, define el film vencedor de los Daniels como “atropello, insultantemente victorioso, experiencia extravagante, grimoso, freaks rompetechos (los Daniels), latosísimo engendro, no-película, 24 cantinfladas por minuto, toxicidad anticinematográfica”, y no quedándose a gusto aún, escribe un segundo artículo -en la misma tirada- donde perdiendo aún más los papeles y la decencia, especula sobre las producciones de Netflix y la productora A24 (responsable de Everything everywhere all at once), negativizando todo lo que no comulga con lo que él cree que debería ser el cine. Un tipo como él debería estar al tanto de que culturalmente nos hayamos en medio de un cambio de paradigma y por tanto, en una transición estética que como todas, es una montaña rusa en la que lo mejor es disfrutar del espectáculo y no cerrar los ojos hacias las nuevas formas -que nadie dice que sean definitivas-, pero que deben existir para dar voz a nuevos ojos con los que mirar a un mundo que las vacas sagradas de la industria ya ni entienden ni quieren entender. Tal vez se necesitaría una crítica más fresca también, más abierta, más joven (en amplio sentido). Así, vamos a esbozar a continuación qué es lo que según Jose Luis Losa debería ser la cosa de los Oscar en forma de lista:


The fabelsman (Mejor película)

Elvis (Mejor director)

Top Gun: Maverick (Mejor actor)

Avatar: the way of water (Mejor guión)

...etc.


Vamos, un desastre espantoso. Mente cerrada con candado. Lo que le ocurre a Jose Luis Losa es que llegada una edad, el cambio se convierte en un problema y Losa no quiere que la industria del cine cambie, entre otras cosas, porque además de cronista, él es director de un festival llamado Cineuropa donde dan premios a películas tan deprimentes y mediocres como Drive my car (2021), el Murakami de la pantalla; ¿donde se dejó la sensibilidad aquella casta crítica que alumbraba el camino del público hacia lo mejor?

La nostalgia, a algunos, les causa estragos.

Lo peor es que intenta defender el cine desde cuestiones banales como el glamour, la taquilla y un puñado de vainas que no solamente no tienen que ver ni por asomo con las películas y su calidad, sino que además son de una superficialidad tremenda. Su ceguera es tal que incluso infravalora de alguna forma el trabajo de Brendan Fraser en The whale, definiéndolo como alivio menor, cuando en realidad, el sólo hecho de la vuelta de Fraser es la demostración de la validez del cine como arte de trascendencia. Pero él no piensa así porque se centra en un mundo muy antiguo que agoniza en el lodo, agarrándose al palo de lo muerto. Pobre Jose Luis. Arenas movedizas.

Dejando esto a un lado, frente a la abundante basura que llueve en las pantallas y las filmografías en general, y hablando de cine norteamericano en concreto, me gustaría recomendar -para mentes hábiles-, un nuevo visionado de las películas de Michael Moore:


Farenheit 9/11 (2004)

Sicko (2007)

Capitalism: a love story (2009)

Trumpland (2016)

Farenheit 11/9 (2018)


Vistas desde el 2023, las películas de Moore cobran una importancia plus, como de relato continuado, como de crónica sobre la barbarie de su país, un infierno que condiciona al mundo entero, un imperio que ha condicionado nuestras mentes y que es necesario curar si queremos ser libres; debemos ser mensajeros como en The Postman (1997) de Kevin Constner. Si no atendemos a las advertencias de Moore, algún día no muy lejano, puede que en Europa ocurran las barbaridades que viven los norteamericanos y que ellos mismos, en su esquizofrenia social, han llegado a normalizar: la ausencia de sanidad pública, la corrupción política naturalizada, la economía del miedo, la tapadera de la felicidad, el imperio crediticio. Todos estos temas son encrucijadas presentes que las sociedades deberán confrontar o ser esclavas de ellas. Todas las películas de Moore advierten de lo mismo: somos esclavos porque queremos, porque no luchamos, porque estamos hipnotizados. Somos más pero tenemos miedo. Salir de ese encantamiento de la mentira es el objeto de su cine. Y es que el documental hoy, como siempre -desde The drifters (1929) de Grierson, A propósito de Niza (1930) de Vigo o Shoa (1985) de Lanzmann- es una de las maneras de sobrevivir a la tendencia virtual del presente, dictadura estética que se lleva intentando imponer por las majors (hoy plataformas omnipotentes) desde chorradas infumables como Polar express (2004) o Avatar (2009), de la que hoy vivimos su ridículo remember nominado a la estatuílla; Cameron sólo hizo una buena película que se titula Aliens. El regreso (1986). Hoy, films tan personales como My octopus teacher (2020), El mochilero del hacha (2023) o la inimaginable Free solo (2018) responden a ese espíritu que va más allá de la ficción y que conserva intacta la promesa del cine que no empieza con los hermanos Lumiere sino con verdaderos artistas como Janssen (Revólver astronómico, Marey (Fusil fotográfico), Muybridge (Cronofotografía) o Reynaud (Teatro óptico); todo el rollo de que el cine comenzó en las fábricas es un invento capitalista para justificar una industria y desprestigiar al cine como un arte de total, un arte de síntesis.

Hoy parece inevitable consumir cierto número de films norteamericanos debido a su desbocada producción tendente al infinito, por lo que hay que elaborar dietas adecuadas y películas de compensación para básicamente no volverse tarumba. Piensen que la ficción comercial estadounidense se centra en unas pocas tramas y unos pocos mensajes que van calando en las sociedades de diferentes maneras. La ultraviolencia, la adoración por el dinero y el poder, el machismo, el feminismo militante, la homofobia, el racismo y la idea de la sociedad de clases son algunos de los somas a los que someten al público día a día hasta generar hordas de enfermos mentales crónicos.

El cine es muy peligroso.

Para ser libre y sano como cinéfilo se recomienda visionar Love streams (1984) de Cassavetes, esa última locura de uno de los cineastas más atormentados y divertidos de todos los tiempos. Para limpiar los ojos y el cerebelo hay que ver más a menudo sus películas. Ver Otra ronda (2020) o Colectiv (2019) –obra maestra del film político- también son maneras eficientes de ordenar el alma y volver a las buenas sensaciones del iris. Revisar Holy Motors (2012) o Annette (2021) es como tocar un sueño posible y efímero, una flor que existe como prueba del paraíso. Viva Leos Carax y su resistencia. Su existencia. El sistema le impide generar nuevas películas pues su potencia más regular anularía toda la mentira y mediocridad reinante,

Por lo demás, ni se les ocurra perder el tiempo con películas como las siguientes, o comenzarán a sufrir secuelas mentales como la depresión o la indiferencia:


The ritual killer (2023)

Marlowe (2022)

Sin novedad en el frente (2022)

True story (2015)

Sharpers (2022)

Triangle of Sadness (2022)

La Flor (2015)

Vivarium (2019)


Si alguien comete la insensatez de ver las películas anteriores de una sola sentada, temdrá que desintoxicarse. Para empezar a recuperar el aliento, películas de media tabla, sugerentes y de altas expectativas, aunque no lleguen a surtir el efecto deseado, son las siguientes (para ir remontando el entusiasmo):


The eternal daughter (2022)

Plaza Catedral (2021)

Living (2022)

The empire of light (2022)

Saint Omer (2022)


Si el espectador ve que no hace efecto y se empeña en ver cine norteamericano -porque el mono es lo que tiene, céntrese en los clásicos narrativos:


Dune (2021)

Interestellar (2014)

Érase una vez en Hollywood (2019)

Foxcatcher (2014)

The master (2012)


Y si lo que se quiere es aliviarse mediante la nostalgia, recurrir eventualmente a:


Cuatro noches de un soñador (1971)

Big (1988)

Werckmeister harmonies (2000)

Las noches de Cabiria (1957)


Para finalizar el tratamiento, se recomienda consumir ciertas píldoras milagrosas:


Fireball visitors (2020)

The Whale (2020)

Ted Lasso (2020-2023)


Como coda y cura, tomar pizcas de How to change your mind (2022) de Michael Pollan y aprender a descubrir que los nuevos mundos somos nosotros mismos. Nosotros somos el cine, no ellos. Hay que cuidar la mente y cuidarse de los críticos oficiales que son como espectros enamorados del pasado o de lo puro. Ningún extremo conviene. Para terminar con el artículo, no puedo despedirme sin agradecer a Richard Brody una recomendación impagable y desconocida llamada Kajillionaire (2020) de la cineasta Miranda July, una de las grandes creadoras de hoy, aún oculta por los resabiados y por la industria, pero brillante por sí misma, emocionante por su talento.

No se la pierdan.




Chao.

 

 

   Jose Luis Losa.