lunes, 20 de septiembre de 2021

 

 
 
BOY MEETS GIRL
(1984)

Leos Carax
 



Cuando se mitifica el cine suele acudirse, en el campo teórico-crítico, al todopoderoso Bazin, personaje subterráneo y cuasilegendario que marcó un antes y un después en la consideración de la ontología cinematográfica. Justo después de su muerte, acaecida en 1958, sus discípulos publicaron sus obras completas en cuatro volúmenes, con el abrumador título de ¿Qué es el cine?. El motivo de este raquítico preámbulo historiográfico podría servir para cuestionarse si dicha pregunta es la correcta a la hora de abordar una disciplina fenomenológica como lo es el séptimo arte. Tal vez para un cinéfilo recalcitrante la conjetura se haga pertinente, pero ¿no contiene una enorme imposibilidad dentro del mero planteamiento? Pensado con sobriedad y sentido, preguntarse sobre la esencia del cine podría ser tan complicado como plantearse dilemas del tipo: ¿qué es el hombre?, ¿qué son los dioses?, ¿qué es el universo? En principio, podría parecer una exageración o una boutade la intención de destruir todas las opciones de llegar a la respuesta de una pregunta de dicha índole, pero ¿no son todas las cuestiones esenciales irresolubles por definición? Cuando aparece en el panorama de los 80' una película como Boy meets girl, el tapete de la mesa se vuelca y las cartas se revuelven para romper todos los esquemas consabidos o al menos, para demostrar que desde los años 50', la pregunta estaba mal planteada. Cuando el revolucionario filósofo del lenguaje Ludwig Wittgenstein reniega de su famoso Tractatus (1921) para entregarse al océano infinito de su originalísimo Investigaciones filosóficas (1953) lo que consigue es pasar del callejón sin salida de qué es el lenguaje al liberador entendimiento de sus múltiples usos. Un jovencísimo Leos Carax aplica el cuento en su ópera prima y consigue mostrar de la manera más hermosa, que el cine no sólo es un arte, sino que puede ser un poema, una emoción, un texto vivo. Si como afirmó en su momento Jaques Rivette, "el cine no es un lenguaje", ¿de qué diabólico material están hechas películas tales como Boy meets girl?
Siempre es un placer escribir sobre un film valiente y talentoso, un film de hallazgos, riesgos y locuras que se aparte de todo lo demás, de toda cinefilia, de toda tradición y explore la noche en soledad, asumiendo todos sus peligros. Hija del simbolismo más romántico, la mente de Carax inventa un artilugio decadente, tan preciso y sofisticado como una pipa de agua o una gárgola gótica. Un mundo grotesco se acerca cuando la noche se ve poblada por poetas malditos, amantes empedernidos, suicidas, mujeres desesperadas y personajes esperpénticos. Es esta la prole que habita la isla de Carax, un islote en medio de la nada donde aún se tiene fe en la transmutación de la realidad y en la latencia de lo humano. A pesar de su tono macabro y en ocasiones pesimista, esta primera obra de Carax respira un humor milagroso y un amor irresistible hacia todo aquello a punto de desaparecer (la juventud, la vida, los sentimientos), haciendo de la melancolía existencial un juego de formas y sombras que hablan a través de versos, de balbuceos, de casualidades, de equívocos. La imperfección es para Carax la condición sine qua non para acceder al umbral de lo sublime: el viaje en soledad de un joven pasional a través de sus experiencias humanas sirve de partitura metafísica, de abstracción compositiva de una pieza llena de imágenes milagrosas y sonidos paradisíacos. La conjunción de las dos caras de la moneda da como resultado una de las mejores películas de los pobres años 80', década donde la crisis del arte comienza a acentuarse estrepitosamente debido a un vacío emocional y a una falta de contacto con lo real derivada de un sistema vital basado en el capital. La realidad, tan importante para una recta comprensión del fenómeno cinematográfico, no es sólo lo que se ve sino también lo que se siente. Carax sabe que sólo el coraje transformará el mundo, que sólo enfrentarse a los miedos servirá de bálsamo y catapulta a una civilización cada vez más confundida, más aterrorizada. En Öszi almanach de Bela Tarr o en Liberté, la nuit de Philippe Garrel se nota una sensación parecida a la de Boy meets girl; desde la profunda oscuridad quiere reinventarse al alma humana mostrando su lado oculto, despojando de disfraces a una realidad que desea ser revivida, zarandeada, emborrachda, envenenada. Lo importante es la dosis: la que ofrece en su caso Carax, es tal vez la más eficaz por ingeniosa, la más bella por auténtica. Existen pocas películas en la historia del cine que hablen desde un lugar tan profundo y a la vez tan desapegado, jugando entre la indiferencia y la solemnidad, entre la pasión y la frialdad. Una visión única, amasada entre las levaduras más modernas de la pantalla: Godard, Murnau, Kaurismaki, Truffaut, Dreyer, Ackerman o Fassbinder, dando como resultado un pan de oro de una calidad insuperable por única, deliciosamente eterna gracias a una sensibilidad muy particular. Una influencia subterránea que contagiará a muchos cineastas del futuro y que lo seguirá haciendo de una y mil formas diferentes mientras existan pantallas y voluntades que proyecten este extraño lenguaje al que unos llaman lenguaje y al que otros denominamos simplemente, cine.