sábado, 18 de enero de 2014




EL AÑO PASADO EN MARIENBAD
(1958)

Alain Resnais





Él me dijo que nunca lo había leído y yo no me lo podía creer. No pierdas un solo minuto, le dije, consigue La invención de Morel y léetela. A mí no me gustaban las novelas de Bioy Casares, pero ésta era especial: es como si la hubiera escrito una mente prodigiosa en el momento más lúcido de su hacer, le conté. Él también me preguntó por el film de Resnais y yo le dije que no se preocupara, porque lo iba a encontrar justamente en ese libro. A los días, se compró la novela y desapareció del mapa sin dejar rastro; aún hoy sigo sin verle. El año pasado me llegó una de sus cartas, diciéndome que por fin había encontrado Marienbad, sobretodo gracias al informe de Morel. Entre otras cosas, me confesó que ahora se dedicaba exclusivamente a tratar la cuestión de cómo salir vivo de allí. Adjunto un fragmento de su carta para que quien guste, conozca mejor ese extraño lugar del que parece que nadie logra salir del todo.
A partir de la segunda página, la carta sigue así:  

[…] por fin la isla fue descubierta. Marineros franceses llenos de tatuajes entraron en el museo cuando las mareas todavía estaban bajas y el Informe todavía estaba ahí, sobre la mesa del comedor, lleno de tachaduras y humedecido por las algas, pero lo que importaba estaba en él y, de alguna manera, lo que importaba llegó a Resnais: Morel llegó a Resnais, también Faustine, también él, el narrador del Informe, al igual que Marienbad y el tiempo; su reconstrucción. Los pajonales de la colina se han cubierto de gente que baila, que pasea y que se baña en la pileta, como veraneantes instalados desde hace tiempo en Los Teques o en Marienbad. Así reza el texto de Casares y por eso la única premisa es que hay que creer y, por lo tanto, la única premisa que hay que aceptar es que Resnais creyó (que Resnais cree) y que de esa forma llegó a la última plegaria del Informe, su última constatación de realidad, cuando habla al hombre que inventará definitivamente la MÁQUINA, en una clara y desesperada súplica: búsquenos a Faustine y a mí, hágame entrar en el cielo de la conciencia de Faustine.
Será un acto piadoso.
Búsquenos, búsquenos, pero buscar ¿dónde?, encontrar ¿dónde? Por eso es tan valiosa la tarea de Resnais. Su film no propone una adaptación, porque quizá, no hay nada que realmente tenga que adaptarse. Resnais busca y soluciona, como en dos planos paralelos a nivel de imagen: todos los visitantes de Marienbad son los mismos de la misma forma que el Quijote de Borges es el mismo y no lo es (te digo esto porque Bioy Casares dedicó la novela al argentino y Borges, a su vez, se la leyó a Resnais para que solucionara el Informe. Aquí, en Marienbad, todos los saben).
Ahora Morel juega al Nim y es invencible, vestido de esmoquin en lugar de shorts y  zapatillas de tenis. La mirada de Morel representa la dura consecuencia de lo que fue su plan, y en Marienbad vive como ese marido que en la isla nunca fue. Él es el impenetrable, el guardián, el merodeador: invencible, porque desde el principio de la partida ya ha ganado: todos están allí para pasar unas vacaciones eternas.
Los gestos de Faustine parecen distorsionados. Es la manera en la que sus manos quedan posadas en el aire como en la dejadez de un recuerdo que ella no recuerda, y de qué manera iba a recordar si nunca le había visto, si nunca había visto el jardín de flores que él preparó en su honor, allá en la isla. Faustine es la dama del amor provenzal que pasea por los jardines de Marienbad sin saber qué ocurre.
Ya no es la Dama, porque ha olvidado lo que era el Amor. El interior de la conciencia de Faustine es el lugar donde habitamos en Marienbad, por la pura y simple petición del narrador del Informe. Por eso él es intruso allí, de la misma forma que ellos lo fueron en la isla (Faustine, Morel, intrusos de su vida y de su fuga de la sociedad). Él es la fuerza, la única de todo el film. Es la fuerza de la memoria en la conciencia del otro: recuerda, recuerda, la respuesta de ella: lessez moi, lessez moi, con la voz cansada del que no puede hacer otra cosa. Él es la fuerza de ruptura del panorama que Morel-Nim había creado para todos en ese lugar. Él es la única consciencia dentro de la conciencia: él es el deseo, y todos los demás sólo están de vacaciones en Marienbad como veraneantes instalados desde hace tiempo en un palacio de bienestar y buenos modales. Él es el deseo, sí, pero, ¿el deseo de qué? No sólo de ella, de Faustine, sino de una acción: salir, escapar, huir de Marienbad. Y ahí, cuando él plantea el deseo que muchas otras veces ya se ha frustrado, es cuando el film comienza a tornar en pesadilla, ¡de qué otra forma iba a ser, si lo que él pide es salir de su propia conciencia!
La pesadilla se repite y vuelve: el vaso que cae al suelo y estalla una y otra vez; el ansia del intruso en las esquinas de los pasillos, vivida como una persecución; la violación imaginada, supuesta; los murmullos vigilantes que son a la vez los de su conciencia y los de Morel; los cambios de una habitación anodina llena de espejos que reflejan ¿qué?, el asesinato de Faustine a manos de un Morel sabedor de que todo puede cambiar.
La pesadilla vuelve una y otra vez a Faustine, pero no hay cambio posible. Eso Resnais me lo dijo en el jardín y nunca lo olvidaré: Marienbad es el tiempo de la repetición, la misma repetición que él (del que aún no sé su nombre) contempló en el museo, la misma que describió en el Informe sobre la isla y de la que, como en un sacrificio por la Dama, decidió formar parte.
La repetición de una máquina de imágenes.
¡La máquina!
El tiempo repetido, las palabras repetidas, las imágenes repetidas.
La Dama que olvidó amar.
Resnais me lo dijo en el salón: había tomado una de las frases del Informe y la había dado la vuelta, igual que él, como narrador, tuvo que hacer para entrar en Marienbad. Me dijo: Las imágenes no viven, esa es la frase (y se lamía y se estrujaba el bigote al decirlo), es lo que él dice, en su pesar por la pérdida de Faustine como realidad. Pero qué realidad. Las imágenes viven, pero en otro sitio, y ahí está el misterio (de nuevo, siempre), de la misma forma que la imagen vive en el Informe, en la novela y en su film. Viven transformadas, hablando entre ellas y dialogando como fuerzas que se vuelven unas contra otras, entrelazadas en distintos planos, pues no es igual el Morel de la isla que el Morel de Marienbad, aunque sí son los mismos, al menos en ese mundo donde Resnais busca y Resnais encuentra. Te lo aseguro, no te equivoques: no es una adaptación, ni siquiera una reconstrucción. El año pasado en Marienbad es una resurrección. Es el acto piadoso: otra oportunidad para que todas ellas sigan viviendo, constante y eternamente.

Una resurrección de imágenes.

Así termina su carta. Pasado un año, aún no he vuelto a recibir noticias de él. Por las noches leo en alto la novela para comprobar si me oye, para saber si sigue vivo, aunque nunca llego a la página final, por si las moscas. Cuando veo el film, intento buscarlo entre los personajes, entre las sombras, simplemente para intentar indicarle el camino. Imagino que, pasado el tiempo, en Marienbad se te olvida casi todo y te quedas atrapado sin saberlo, así que no espero que él retorne de una forma que yo pueda comprender fácilmente.





Con la colaboración del sr. Budd.




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