jueves, 4 de marzo de 2021



 
 MARGARET TAIT FILM MAKER
(1983) 

Margaret Williams
 
 
 
 
La cineasta filma a los niños, filma a unos espíritus vagabundos sin saber qué hacer, inventando el mundo, echando la vida en la calle. Una esfera, una piedra, una tiza: son elementos típicos de la obra de Tait, la cineasta secreta que habla susurrando, la cineasta olvidada o perdida que usó el cine para encontrar poesía, practicando la alquimia de lo cotidiano a través de los versos. Su pelo blanco, su cara redonda y sus vestidos vintage, sólo son un tenue reflejo de aquella joven que desde los años 50' filmó más de treinta películas llenas de milagros, pájaros y nidos de cisne.


 
 
Doctora de profesión, tras pasar la segunda Guerra Mundial trabajando en el Oriente, escapó a Italia para estudiar en el prestigioso Centro Experimental de Cinematografía de Roma, donde fue alumna de Rossellini y donde aprendió lo etéreo de la realidad y, sobre todo, a tomar la lanza absoluta de la cámara para atrapar el universo sublunar. En un incorregible acento escocés, Tait explica sus fuentes primarias, ojeando libros de Lorca, aludiendo al barroquismo de Góngora. Pero su estilo sólo parece recoger ciertas sensaciones de dichos poetas, pues sus imágenes son límpidas y puras, muy silenciosas. Su pequeña obra es muy grande al demostrar, una vez más, que el cine no es cosa de megalómanos, sino de inspiradas hormiguitas alentadas por un ánimo desconocido, un fuego secreto. Manny Faber tenía razón y todavía parece que no se le hace mucho caso. Los seres ligeros y libres son los únicos que conectan con las realidades poderosas, pues se dejan llevar con su mísero y austero equipo hasta instantes prodigiosos, desapaercibidos por el común de los mortales. Todo es Arte, todo está invadido del arte. La Naturaleza ha claudicado y ahora todo se manifiesta como un sorprendente retablo de miniaturas donde nada deja de moverse y tomar distintas formas hasta saciar el caos. Los poetas ven el caos como una bendición, no como un fenómeno horroroso. Distinguir el orden de la jungla es su oficio, atrapar el brillo de lo irrepetible, su legado.


 
 
Si visionamos la obra de un gran narcisista como Abel Gance, entenderemos cómo el aburrimiento viene de la acumulación de errores, de la grandilocuencia y la vanidad heroica de un sistema industrial que se ahoga en un charco de agua, embebido en una falsa idea. El cine es muy peligroso y las primeras víctimas son los cineastas o peor aún, aquellos que orgullosos, creen serlo. El camino del cine es arduo y tenebroso, feliz, iluminador, obsesivo. No todas las mentes están preparadas para soportar el "mono" de la creación y salir ilesas, sanas, liberadas. Margaret Tait, armada con las herramientas más simples -ilusión e imaginación- noquea a la mayor parte de directores ilustres, enmohecidos por el tiempo. Su obra se hermana con la de gigantes visionarios como Jonas Mekas o Chris Marker, poetas sibilinos, profetas guerreros, soldados del aire destinados a descifrar los mensajes sobrenaturales de la existencia, en un solo soplo, generando brisas sólo perceptibles por esa sensibilidad que Friedrich Schiller intentó educar con sus famosas cartas durante el siglo XIX, soñando un futuro mejor, más cercano a la mirada de Margaret Tait que a la torpe senilidad de un Scorsese o un Coppola.



 




 

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