miércoles, 7 de febrero de 2024

 
Fortini / Cani
(1976) 

Straub / Huillet 
 




Un libro. Un locutor. Un programa televisivo. Un artículo. El conflicto árabe-israelí. Una mujer fumando en la terraza. Silencio. Colores del norte de Italia. Racismo. Ideologías. Pensamiento antiárabe. Oscuridades sobre las que se leen palabras. Es esta una película de voces, de fantasmas intelectuales, de mensajes anticapitalistas. Cuidado: se trata de un film subversivo. Un canto por la libertad. Su protagonista es Franco Fortini, un lector de Goethe y de Élouard que ahora se lee así mismo, que alguien le propone leer su propia autobiografía, un cuento donde se narra la historia de su familia, la intrahistoria de la 2ª guerra mundial, una confesión personal frente al infinito tema judío y sobre todo, una reflexión sobre la verdad y sobre la mentira. Fortini, alentado por los cineastas Straub / Huillet, afirma: "La historia es una trampa inmunda de monumentos, de piedras, de recuerdos". Tras la palabra, la película muestra documentos, poemas, palabras escritas.

Fortini dice: "Cuando se ve el presente desde un lugar que está fuera del presente, se convierte en el lugar en el que se proyectan los espíritus pasados o por venir". Y entonces la película se convierte en una meditación sobre lo cinematográfico, sobre lo artístico cuando incide en el mundo de las ideas. Ideas filmadas, vidas filmadas, lecturas filmadas. La potencia del acto de lectura es de tal calibre que se convierte en un tipo de resistencia, aunque nadie lo hubiera percibido con anterioridad. De repente, todo se apaga. Entramos en un hueco de la mente.


Fortini dice: "Dentro de unos años ya nadie comprenderá lo que fue la guerra de Vietnam y el conflicto israelí-árabe. Hemos olvidado muchas otras cosas. Sólo quedarán las conmemoraciones televisadas y los libros de historia". Y con estas palabras escritas en 1978, posteriores al rodaje y publicadas por Anne-Marie Faux en 1999, Fortini profetiza una realidad muy fresca, muy pesada. Anuncia que el mito judía pervivirá como pervive el capitalismo, de una forma cruel y absurda. Recordemos que las guerras y los supermercados son los pilares de un sistema que no tiene cerebro, sólo estómago; sin ellas, habría que inventar otra cosa. Hay que inventar otra cosa.

"Me parece que todo eso se ha previsto claramente en la película de Straub-Huillet. Ya no puedo identificarme con su interpretación crítica, ni siquiera con la genial reescritura de mi texto. Lo que he escrito, para bien o para mal, se encuentra en las páginas de este opúsculo con portada amarilla, en su puntuación y en su ritmo. Y no es el yo quien lo ha escrito, y quien escribe, que es ese señor en la foto de Straub-Huillet, cuidando una existencia derrotada, y leyendo, casi incrédulo, lo que otro sí-mismo ha escrito, con un énfasis repercutido por los silencios o por los brillos del presente", dice Fortini. Pero en la película no sólo aparece el intelectual leyendo su propio libro, sino que aparecen los lugares reales donde habita el espíritu de la letra, de la libertad, de la vida. Valles verdes llenos de villas, barrios obreros, una ceremonia judía con toda su pompa. El ritual como una ópera, como un espectáculo para disfrazar una ideología inmunda, un cuento chino. La diáspora judía. Mitología social.

Dice Fortini: "Y hoy muchos de nosotros aceptamos la imagen mentirosa a la que algunas películas querrían acostumbrarnos: la imagen del caos y de la extravagancia. Nuestros enemigos sólo se hacen fuertes con nuestra debilidad". El marxismo teórico que Fortini desarrolló en los años que fue miembro de la revista Il Politecnico, es aplicado a lo literario, a lo fílmico y captado en toda su grandeza, digerido de una forma crítica por la mente de un hombre que luchó como oficial en el ejército italiano en el principio de la guerra y que acabó luchando con los partisanos en Valdossola. Toda esa acción, toda esa carrera contra la injusticia se fraguan en el libro que lee ante la cámara de Straub/Huillet, Los perros del Sinaí.

 
Asegura Fortini: " [...] a partir de ahora ya no cuenta lo que ocurre en casa del vecino, porque no somos vecinos de nadie, ni siquiera de nosotros mismos, y no existe ninguna cuestión judía o árabe, de la misma manera que ya no existe ninguna cuestión cristiana o marxista o blanca o negra o roja: no existe nada. Pero el verdadero orgullo me dice que no es así". El problema de la ideología se plantea así en la cabeza de aquel que fue amigo de Sartre, Lukács, de Brecht. Hoy, dentro del fenómeno alentada por Fukuyama, los principios parecen perderse en la repetición, si nada es eficaz, ¿para qué luchar por el mundo?, ¿o no será que el sistema vigente permite el horror para subsistir, la cultura de clases para funcionar?, ¿no será que todos somos víctimas y verdugos dentro de un perverso status quo?
 
 

 
Fortini dice: " [...] y si Straub ha comprendido y ha dicho todo eso tal y como un músico dice su música a partir de un libreto, es así porque él mismo está dominado por la ausencia, porque él y yo podemos esperar anunciar un futuro (es eso lo que queremos) simplemente señalando, con exactitud, las fosas de la ausencia, las lagunas de lo real". La película se mete en esas grietas que el lenguaje escrito deja a la vista. Pues toda película de Straub/Huillet plantea otras muchas preguntas: ¿qué es lo que vemos?, ¿cómo lo vemos?, ¿la película es la realidad o un teatro?, ¿es amnesia o memoria?, ¿para qué sirven las películas? Fortini escribe: "Straub ha alejado y cerrado para siempre no sólo un episodio de la interminable Judenfrage, sino también un intento (el mío) de ajustar ciertas cuentas, de deshacerme de ellas. La película va más allá".
 
 
"No aquí sino en otra parte» es el pensamiento dominante de la película. Pero esto significa en verdad: «No hoy, sino ayer y mañana». Su intención profunda no es diferente de la que había sido la mía. Se dice con otros instrumentos, se dilata hasta una mayor significación". La interrelación de disciplinas crea puentes fantásticos que inciden en la imaginación, en el pensamiento. Las imágenes del film son como páginas del lenguaje de un dios que sueña, que da vueltas a los conceptos, que ilustra de forma abstracta hechos concretos a los que no acude de manera explícita sino por alusión lumínica, sonora. El cine, ese arte que trabaja con los sentidos inmediatos, intenta tocar la emoción a través de las ideas, sucediéndose en el presente de la lectura.
 
 
"Y lo que hemos buscado escribir contra el mundo se repite hoy distraídamente contra nosotros y contra las verdades en las que seguimos creyendo". La Naturaleza, la arquitectura de las ciudades en la lejanía, la fisonomía de los seres humanos en quietud, el humo del tabaco, el sonido de los pájaros, las respiraciones, la concentración del lector Fortini que también fue traductor de Weil, de Gide, de Proust. Los planos certeros de Straub/Huillet, esa serenidad fílmica que muy pocos, por no decir ningún cineasta consiguió de manera tan plena, todo eso ronda de manera volátil alrededor del holocausto, del infierno de las guerras, de la instrumentalización de las religiones como ideologías políticas, convertidas en tiranías xenófobas. Israel no es ni será un Estado por pleno derecho. La comunidad judía fue y será como todas las demás. Franco Fortini lo demuestra con el argumento de su vida, leído desde un patio de la isla de Elba filmado por Straub/Huillet, esa dupla fílmica que fue y será la horma en el zapato del terrible capitalismo que sigue devorando víctimas, hablando por boca de los medios pervertidos por el dinero, convirtiendo la realidad en una excusa barata para enfrentarnos a unos con otros, utilizando los cuerpos y las almas como moneda de cambio de su mercado ficticio de bienes terrenales.
 




 


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