sábado, 9 de diciembre de 2023



 
 
Una historia del cine hasta el año 2000

Basado un libro de Geoffrey Macnab
 
 

 
Un inglés siempre comienza haciendo promoción de su país. El señor Macnab, cuando empieza a contar su historia de la gran pantalla, comienza con Muybridge, el inventor de la secuenciación y las carreras de caballos. Estamos a finales del siglo XIX, la fatídica época en la que el mundo industrial se abrió paso a través de lo humano. Se acabó lo humano. Luego, para ridiculizar lo francés, Macnab disfruta de una imagen de los hermanos Lumière haciendo ganchillo. Bueno, podría haber sido peor, de hecho, nadie puede negar que el mundo de la costura tuvo en aquellos días mucho que ver con la invención del cinematógrafo. De Inglaterra y Francia pasamos a EEUU, al asalto de los trenes y al ídolo empedernido de Griffith con sus fábulas sobre el fanatismo xenófobo de su país, para pasar al avaro de Edison y su estudio negro con forma de locomotora. Un reflejo de la estrella Florence Lawrence nos lleva a una postal de Mary Pickford y a una foto fundacional de la United Artist, aquella que Chimino arruinó en los 70'. Luego Joan Crawford, sellando la postura que Bardot imitará para Godard en los 60', se alinea con Capra recogiendo un Oscar; de mayor dejó el cine para perseguir extraterrestres. Viaje a los años veinte para ver a Stroheim de joven haciéndose pasar por el Duque de Baviera, rapado como un tapajoe. Del estilismo, Macnab nos sorprende al pasar a la película La Roca, éxtasis del cine noventero, untado a su vez por una estampa de Marlon Brando en Superman, con apariencia de farmaceútico jubilado. Para hablar de los años 40', inserta una imagen de Le chant de Bernadette en plan Bresson pureta, junto al rostro de la Garbo en versión orgásmica; nunca entenderé su dificultad en la transición al sonoro. Había algo más. En el estrado está sentada con chistera la Dietrich antes de parecer un monstruo alienígena. Valentino y Ginger Rogers cerrarían su idea sobre la época salvaje de Hollywood. Retrocedemos a 1902 con Mèlies hasta llegar a la Metrópolis de Lang, sólo para subir hasta la ridícula maqueta de King Kong y divisar la horrorosa tortuga gigante de Harryhausen. 
Del espacio de George Pal de los 50' vamos hasta el de Kubrick de los 60' hasta toparnos con los terribles 70' y sus Encuentros en la tercera fase -¿por qué no cuarta?- y la milagrosa Alien, de la que Ridley Scott sigue viviendo como auteur. Regresamos a 1922 con Nosferatu saliendo de la bodega de un barco donde el terrible vampiro tiene posado un ratón en su brazo. Murnau pudo haber sido el pre-Ridley Scott de los cuarenta, pero se la pegó y nunca sabremos qué tal se le hubiera dado el sonoro. Pasando de puntillas por Caligari, bajamos hasta M de Lang, la gran obra maestra de las primeras décadas del cine, hasta desmayarnos de aburrimiento a los pies de Bela Lugosi y Boris Karloff. Cat People de Tourneur es enfrentada a El exorcista de Friedkin y a la sanguinaria Toby Hooper. Avanzamos a 1925 y el carrito del Acorazado Potemkin se va al traste mientras Einsenstein no pasa de ser la gran promesa que tampoco pudimos ver relucir. James Stewart y Kim Novak vigilan a Ivan el Terrible para que no se mueva hasta que aparezca 1927 y la época del sonoro.
Al Jolson es una vergüenza absoluta al igual que DeMille o la Garbo tomando chupitos de agua. Hitchcock viaja en un vagón haciendo cameos mientras que los musicales y las chaplinadas se despliegan. Un año después, Buñuel corta la luna en dos y todo cambia o lo promete. Maya Deren se apoya en el cristal y Jean Vigo funda el cine documental. Ruttman y Vertov filman mejor que nadie y Michael Powell inventa el clasicismo. En 1930 se jode todo en EEUU con el código Hayss y las ninfas desnudas dejan de flotar en el agua. Comienza la mafia dura. Hedy Lamarr se pierde desnuda en el bosque, al igual que María Sneider y Sylvia Kristel. Las violaciones de Peckinpah, las torturas de Kubrick y las perversiones de Cronenberg dan paso a 1937 y a los bailes de Fred Astaire y Gene Kelly. John Travolta y Paul Mercurio junto a Jim Carrey y Patrick Swayze, esquematizan lo musical del séptimo arte. Un buen salto hasta 1970 nos llevará a Star Wars y una reminiscencia de Psicosis filtrada a través del Halloween de Carpenter, ese eterno cuasiautor que nunca fue. Transpointing y The Blair Wichtproject nos devuelven a 1939, a la Diligencia de John Ford; uno de los únicos clásicos que se salvan de la montonera yanki. El mundo del wenstern como la gran máscara tergiversadora del origen legítimo de lo norteamericano, la Iliada de Lincon, llega al rostro de Eastwood interpretando personajes de Leone. El señor Macnab no se corta y vuelve a 1946 donde el cine negro lo cubre todo. James Dean se mezcla con Bogart para enseñar a Elvis y a Paul Newman a disparar. En 1959, Chaplin ya está muy cansado y por eso Cary Grant corre como un poseso para evitar que le pille un avión. Regreso a 1940, a Lubitsch, Cooper y la Stanwyck, aunque Claudette Colbert es la que marca la senda. Se establece una relación entre Henri Fonda y Kevin Spacey que acaba enviándonos a 1953 donde un Cagney de los 30' golpea a una mujer durante el desayuno y Billy Wilder empieza a hacer de las suyas. Sin venir a cuento, el Al Pacino de Scarface acribilla a balazos a una mujer observada por Tom Neal. Robert Mitchum se pone la gabardina bien colocado de maría e imagina el Napoleón de Gance y al misterioso Vincent Price untado de cera. Pero pronto aparece Russel Crowe de gladiador y el volcán de Stromboli estalla; todo se va a la mierda. Todo el neorrealismo se abre paso hasta el Pixote de 1981, donde Babenco destruyó parte de la última realidad. El principio es oro. Max von Sydow juega al ajedrez con la muerte mientras Bergman dignifica el cine para que Woody Allen lo plagie. En 1960, Godard filma el fin de la cosa; después todo será una repetición, una deriva. Por eso Paris, Texas, por eso Easy Ryder. En los 50', Kurosawa saca a sus samuráis para que Kitano los copie sin gracia alguna en los 90'. Allen y Kitano son los grandes imitadores junto a Tarantino del cine-estilo, hasta que Al Pacino e Indiana Jones convierten todo en un asunto terrible. Nauseabundo. La bola cae, todo se destruye y tiene que venir un puñado de daneses perversos in extremis, a resucitar el séptimo arte, volviendo a la tragedia de las familias y las carreras de idiotas. Todo lo demás en adelante sólo será pornografía, violencia gratuita e información.
Vale.