martes, 26 de marzo de 2024




DUNE II 
(2024)
 
Denis Villeneuve
 

Tal vez, la mejor película épica de todos los tiempos. Ahora, todas las pseudocopias de la saga que comenzó a publicar Frank Herbert desde 1965, se reducen a partículas de polvo, a infantiladas ridículas del tamaño de un átomo, comparadas con este monumento al cine narrativo. Dejen paso al nuevo imperio de Dune. Las ramploneras sagas de Star Wars, Alien o Blade Runner (incluso teniendo en cuenta que la última versión de la fallida distopía de Ridley Scott la firmó Villeneuve, padre de la nueva saga Dune), incluyendo Stargate, Star Trek, Matrix, Conan o El señor de los anillos -por poner ejemplos ilustres- enmudecen y se avergüenzan ante una epopeya enorme y delicada, lejos de las condescendencias y el infantilismo. El novelista Frank Herbert imaginó durante la Guerra Fría (al igual que lo hizo Alan Moore con Watchmen durante los 80') una especie de Ilíada más allá del año 10 mil e instauró un hito dentro de la ciencia ficción, tan enorme, que múltiples libadores avezados la exprimieron creando mundos similares, aventuras idénticas. Uno de los más ávidos fue el famoso George Lucas, quien solía evitar mencionar en sus entrevistas la novela de Herbert para justificar la creación de sus películas en libros de la edad antigua. Terrible. Vivimos inmersos en una copia extravagante que se repite a sí misma, evitando la originalidad, mas cuando emerge lo singular, lo auténtico, todo lo demás desaparece, se disipa. Siempre hay un modelo, un punto de inflexión donde todo gira. Villeneuve crea un nuevo paradigma de películas, un nuevo tipo de cine comercial, más digno, más serio. Así, experimentar Dune es beber de un líquido distinto de existencia, un líquido que nos induce al pensamiento mágico confrontado al mundo matérico, a la contradicción humana de lo tecnológico y lo espiritual, al mundo de lo orgánico y lo artificial, de la delicadeza a la bestialidad. En realidad, todo Dune es un teatro de arquetipos, de alegorías con patas que pasan a través de nuestros ojos en forma de destellos, de ideas, de sueños. La historia de las culturas filtradas en el embudo del tiempo. La Belleza y el Horror. La bella y la Bestia. Dune es un desierto del que apenas se habla pero que invade los ojos, un misterio que empuja sin fuerza, que arrastra sin querer. Todo son susurros, guerrillas, escondites, huellas sobre la arena. Algo tiembla bajo nuestros pies: lo sagrado. Occidente ha impuesto un mundo nihilista, apático, escéptico, analfabeto, pero las fuerzas naturales del conocimiento son más poderosas que el cinismo. Dune es un film lleno de saltos de fe, de supersticiones, de fuegos fatuos, de espíritus, de visiones. Se podría definir como una película religiosa, una película humanista. Decir esto en un mundo decididamente ateo y milenial parece una herejía, una vaguedad, pero hay cosas que deben ser dichas, filmadas. Villeneuve coloca sus cartas sobre la mesa, adapta el texto de Herbert y da vida a un mundo más allá del espectáculo, más allá del efectismo. Detrás de sus imágenes hay una idea, o mejor dicho, muchas ideas, muchos pensamientos reunidos por millones de proyecciones mentales a través de los siglos. La diferencia con otras épocas del pasado es que en la nuestra podemos ver construcciones invisibles de la mente, imaginarios, ponerlos en común, verlos en comunidad, experimentarlos de forma simultánea junto a otros. El cine es un juego colectivo para otros colectivos. El cine es un arte humanista, quizá el último, una ventana al mundo del interior donde reina la oscuridad. Dicha oscuridad es el hueco llenado por los artistas, convertido en formas, colores y tramas que envuelven a la emoción de desafíos y ambigüedades, de dudas,, sorpresas y milagros. Dune es un reino milagroso, un viaje hacia la cruda realidad. El hálito sekspiriano se mezcla con las estéticas que Jodorowski (quien no llegó a realizar el film esperado) y Lynch (quien filmó una extravagancia por encargo y sin ganas, a cambio de poder filmar su anhelada Blue Velvet) crearon con anterioridad en torno a Dune, hundido todo ello en sopas de mesianismo, guerras santas, libros sagrados, eugenesias, totalitarismos y arcaísmos culturales. Dune avanza para retroceder: no se puede caminar en línea recta. Todo es un baile de sombras, un duelo mano a mano en el que sólo uno puede sobrevivir. Las respuestas vienen de los sueños, el milagro brilla sobre la arena, porque, ¿qué es la especia en definitiva?, ¿no es más que un dios efímero que flota efímero en la soledad?, ¿no es la voluntad humana nada más que un error obsesivo que intenta sustituir dicho misterio?


Somos hormigas surcando el rostro de un emperador malvado. Somos ratones diminutos que limosnean gotas de agua, escondiéndose en agujeros miserables. El mundo es demasiado poderoso como para poder  comprenderlo, pero queremos convertirlo todo en ciencia. Occidente decidió hace siglos que había que seguir la senda de lo racional. Animal racional. Pero resulta que todo era una entelequia. Hay que volver a la Edad Media y más atrás para entender el ovillo en el que estamos enredados. Toda nuestra agonía y desesperación, toda nuestra impotencia se traduce en máquinas, en objetos, en placeres irrisorios. Olvidamos la Belleza porque tenemos miedo de enfrentarnos a lo verdadero. Preferimos ahogarnos en la repetición, en la frivolidad y en la apariencia para esquivar la emoción, la pasión, la sensibilidad. Por mucho que se ignore, ahí fuera hay un cosmos entero lleno de riqueza y complicaciones, de complejidad y misterios que se hacen inalcanzables a lo humano. En su idiocia, el individuo cree que puede saciar su debilidad en el poder, en el engaño, en el control. No se puede controlar nada en la realidad y por eso muchos enferman. La única manera de avanzar es la lucha, el honor, la sinceridad, valores clásicos muy poco de moda en una sociedad maliciosa, perversa y egoísta. Así, ver esta película es un gesto de amabilidad al mundo y a nosotros mismos, un relato fascinante sobre nuestro interior y los símbolos que nos rodeas. Los peligros y pesadillas son los obstáculos de la libertad, de la felicidad.
Villeneuve nos devuelve al desierto para que sobrevivamos por nuestra cuenta, por la dicha de descubrir el espejo que muestra la imagen que no vemos, la imagen de la que estamos hechos.
Pasará mucho tiempo hasta que alguien pueda superar esta epopeya espiritual.
Quizá sólo un arte colectivo podía hablar de lo común, como anhelaba Heráclito, de una nueva razón que nos involucre a todos en una aventura de altos vuelos, de altas miras, de grandes pasiones.
 

Tras una primera entrega en 2021, Villeneuve continúa en un segundo asalto su intrusión en el dilatado texto de Herbert, una biblia interminable llena de historias y contrahistorias de donde el cineasta extrae flashes de una abstracción de palabras donde todo ocurre, donde todo calla. Comparada con la primera entrega, Dune II se impone (a pesar de ser teóricamente la misma cinta) como un paso de gigante respecto a su hermana primera, ya que utiliza un tono distinto, una atmósfera singular y una forma de relato lo suficientemente original como para considerarse autónoma. Villeneuve ha creado un monstruo, algo abominable. La primera parte queda así como una especie de preludio grandilocuente, como un susurro de una obra mayor que brilla en esta segunda entrega donde la estética helenística y la philipkadikiana se unen en un verso bíblico-coránico con trazos saharauis y alienígenas por un lado, políticos y poéticos por otro. Se podría asumir que Dune II es una especie de desagüe de miles de cintas, de miles de estéticas usurpadas durante el siglo XX y parte del siguiente y que aquí se reúnen de forma homogénea, límpida, única. Una síntesis, no un palimpsesto. Se acabó la posmodernidad, el milenarismo. Hay un adjetivo para esta película y es pureza. Villeneuve descubre el cine puro que no consiguió en Blade Runner 2049 (2016) o La llegada (2017), recuperando la locura narrativa de Enemy (2103), la eficacia narrativa de Prisioneros (2013) y la realidad cruda de Politécnico (2009). Su filmografía es extraña pero elocuente al mismo tiempo: una intuición tras otra que llega a buen puerto. No hay muchos cineastas capaces de llegar en menos de diez películas a este nivel. Un nivel superior. Se trata de una ficción distinta, de un aullido refinado hacia otro viento, otro soplo. Llegan nuevos tiempos de la mano de grandes artistas. Todo lo demás quedará relegado por inútil. Y esto es extensible a todo arte. Todo lo que no tenga pasión y sensibilidad desaparecerá por su propio pie. No hay hueco para más chorradas. El vaso está lleno. 
 
Comienza una época de talento y corazón. 
 
Si no lo sientes, no podrás sobrevivir.