sábado, 6 de marzo de 2021

 

 ¿Quién es Tom Hanks?

 


Cuando se visionan las últimas dos décadas de un actor archiconocido como Hanks, una realidad escondida parece salir a relucir. Tanto en Greyhound (2020), A Beautiful Day in the Neighborhood (2019), Sully (2016), Saving Mr. Banks (2013), Capitán Phillips (2013), Charlie Wilson's War (2007) o La Terminal (2004), el actor californiano encarna lo que podríamos llamar héroes contemporáneos, personajes de acción engendrados en la fenomenología de la realidad y no en una novela. Este simple hecho que parece en apariencia costumbre común de ciertas estrellas de la gran pantalla, resucita una cuestión amarga para el gremio, jugosa para el pensamiento: ¿qué es en realidad un actor? Si dejamos a un lado el concepto shakespereano del término y centramos la atención sólo en la esencia del mismo, descubriremos que todo lo que un espectador busca en su interior al ver un film, es esa extraña verosimilitud a la que unos llaman ilusión y otros, autenticidad. En el mundo actual, reino por antonomasia de los simulacros, lo más complicado parece ser el poseer una identidad propia y original; una capacidad de proyectar lo verdadero, rodeado de mentiras. Así, Marlon Brando, Marylin Monroe o James Dean simbolizarían popularmente esa habilidad aprendida junto a Elia Kazan y Lee Strasberg en el prodigioso Actor's Studio de los años 50'. Stanislavski a la norteamericana. Todo exterior. Así podríamos decir que Víctor Mature o Jean Gabin fueron buenos actores, como lo fue James Stewart, Marlene Dietrich, Shirley MacLaine o Grace Kelly, pero ¿qué se repite en cada uno de ellos?, ¿qué hay en Orson Welles o Woody Allen, qué hay en Michi Panero o Pepe Isbert que logra consumar el efecto interpretativo? Parece ser que sólo hay una cosa que emparenta a todos estos actores y es el arte de ser uno mismo. La personalidad entendida como una de las Bellas Artes fue fundada y sublimada por Oscar Wilde desde el siglo XIX. No es el caso de Hanks, pero sí es cierto que es uno de los únicos actores de películas medias que ha conseguido mantener una fidelidad humana con el público, ya sea por la nostalgia que infunde una película como Big (1988) o la compasión masiva vertida por la sobrevalorada y dañina Forrest Gump (1994). Esta última es el ejemplo perfecto -junto a Cloud Atlas (2012)- de la inconsciente ambición de Hanks: ser todos y todo siendo él mismo. Seguramente nunca sabremos quién diablos es el extraño ser escondido tras la dulce careta de Tom Hanks, lo cuál no quiere decir que él haya logrado, sin ser un gran actor, un logro que sólo puede ser alcanzado por los grandes: un personaje para siempre. Actores como Charles Laughton, Cantinflas, Jerry Lewis, Juan Diego, Fernando Fernán Gómez, Héctor Alterio o Álex Angulo parece que consiguieron esto, construyendo un arquetipo de ellos mismos que se coló en el imaginario colectivo del público, generando la idea de la excelencia interpretativa a partir de una repetición insistente de una personalidad concreta. Pero, ¿qué misterio esconde la personalidad para ser posesión de sólo unos pocos? Para llegar a una respuesta, primero habría que comparar a estos ilustres titiriteros con otro tipo de actores como Emmanuel Schotté, Claude Hébert, Madeleine Desdevises, Martin LaSalle, Jackie Coogan o la pequeña Ana Torrent, para darse cuenta que tal vez, la raza actoral sólo es un manojo de tercas mentes obsesionadas con la experimentación psicoanalítica y los procesos dinámicos de la mutabilidad del Yo, cosa poco afin al cinematógrafo y más cercana al mundo lacaniano del divan flotante. Como todos los oficios del arte, el actor nace, no se hace y los que son tocados por esta suerte suelen ser fugaces, pues un alma está limitada a expresarse en su máxima plenitud en muy pocas ocasiones. Un actor real es un verso, un breve poema. Tal vez no existen los actores buenos o malos, sólo los famosos y los desconocidos, los repetitivos y los incapacitados, todos ellos destinados a fundar una personalidad que pueda venderse a lo largo de centenares de películas sin apenas variar su condición. Una fábrica de panes. Tom Hanks, sin ser auténtico, consigue repetirse como si fuese un novato, lo cuál conlleva una extraña inocencia que limpia su apariencia de todos los poderes propagandísticos e imperialistas que se esconden tras su figura y tras las películas que ha interpretado durante toda su vida, todas ellas repletas de una ideología subterránea y omnímoda, enmascarada en el dulce rostro de un hombre que sin querer, llegó a ser muchos otros, siendo él mismo. Creo que Robert Bresson, si le hubiera conocido, le podría haber ofrecido un papel de granjero.


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