viernes, 31 de enero de 2014





LA HUMANIDAD
(1999)

Bruno Dumont



"Hay un abismo absolutamente infranqueable entre un actor, que incluso trata de olvidarlo, que trata de no controlarse y una persona virgen para el cine, virgen para el teatro, considerada como una materia bruta que no sabe ni siquiera que os entrega 
todo lo que no quería entregar a nadie".

R. B.



¿Quién es en realidad Emmanuel Schotté? ¿un iluminado, un paria, un borderline, un outsider, un santo o una revelación a punto de estallar? La inmensidad geográfica que abarca un hombre en su interior es tan extensa y misteriosa que, en ciertos momentos sale a flote, empujada por un fuerte  sentimiento de delirio, un cañonazo espiritual que se hincha hasta crear un rostro iluminado por la bondad y la paciencia, por el paso lento o el silencio. Emmanuel Schoté es una estatua en movimiento que el cineasta Bruno Dumont acaricia con los ojos; luego, decide soltarlo en el espacio cotidiano, para seguir alucinando con lo que aparece ante su cámara, inventando sin querer, ese cine extremo que ahora llaman de los cuerpos o de las figuras autistas, llegando en esta ocasión, a su máximo acercamiento al cine o sea, a ese extraño arte que desarrollaban Bresson o Dreyer. Dumont es Dumont pero sin Schotté es nadie, pues Schotté es un prodigio de la naturaleza que nadie puede explicarse; un río, un huracán, un campo arado. Schotté es en sí la película, sus ojos, su quietud, su mirada, sus manos, su constante huida de la realidad, son el argumento del film. Él es la síntesis del cine, respirando en sus propias imágenes. Él es el eterno monumento del cine y el espectro absoluto del sentimiento que se apoya en cualquier lado a descansar, viendo pasar la vida y los días, siendo una inocencia imperceptible.
Bruno Dumont decide hacer L’humanité por el único motivo de filmar a este hombre, que no es un hombre sino un sentimiento, y lo encuentra en esta, su segunda película, en la que llega tan alto que su obra -o el interés verdadero de su obra-, inevitablemente se detiene aquí, a pesar de que siga haciendo películas con la creencia de que volverá a encontrar a otro Emmanuel Schotté. En el cine, la realidad pura, sólo se cruza un par de veces en la vida de un cineasta, por eso, exceptuando su película Hors Satan, en la que vuelve de alguna forma a conseguir ese aire mesiánico y ese ritmo alucinatorio de realidad, toda su carrera es una pobre sombra al lado de L’humanité.
Al terminar el film, uno piensa inmediatamente en su título e intenta vincularlo, casi como un concepto forzado, a lo que que acaba de ver; lo que se ha visto es tan prodigioso y difícil de comprender, ya la vez tan claro, que su ambigüedad nos llena de incertidumbre. La contradicción y  pureza de la película, nos dispara un nudo de dudas sin respuesta, dudas que van reconstruyendo el rostro que acabamos de experimentar en los ojos; sin querer, hemos topado con el infinito. La película no parece terminar nunca, pues la presencia total de Schotté dentro del espacio, es de tal profundidad que nos parece haber visto algo sobrenatural y mágico; un sueño. La suciedad extrema y la podredumbre que rodea a los personajes, es purificada en cada gesto de Schotté y atravesada por su propia y personalísima respiración, por su deriva, por su dolor.
Schotté persigue a un asesino de la manera más invisible que puede, para lo cuál, Dumont parece inventar sus rutas, imbuido en un delirio narrativo lleno de silencio y de espacio, un lugar atravesado por trenes, donde también juegan los niños.
El personaje de Schotté grita desesperado cuando nadie le ve y sonríe cuando nadie le ve y ensaya su canción personal de forma totalmente anónima, pues Schotté es un fantasma que tiene el poder de la materia y que se entristece al ver lo podrido que está el mundo. Él intenta inútilmente hacerlo fecundo con su mirada y su quietud, acariciando las paredes, contemplando la fatalidad de los cuerpos unos sobre otros, haciéndose daño una y otra vez, equivocándose sin termino, obstaculizando su camino hacia el Bien, pues si L’humanité tiene un aura, es la del amor absoluto, la del amor al ver crecer las cosas poco a poco y la de agarrar la tierra a puñados para saber que es tierra este sueño y no ilusión. La película nos hace mirar al cielo para comprender que somos un granito de arena dentro de un torbellino hambriento. El viento nos llevará, imagina Kiarostami, el viento nos llevará al infinito, escribe Torrente Ballester, el viento nos ama, susurra Emmanuel Schotté.
¿Quién es la revelación?







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