domingo, 2 de febrero de 2014





LOS SIETE SAMURÁIS
(1954) 

Akira Kurosawa






Los samuráis pasan hambre y pasan frío, igual que la vida pasa hambre y pasa frío cuando no se le hace caso. Ellos poseen el secreto de la supervivencia y llevan en el filo de la espada, esa muerte que tantas veces pudo ser suya. Saben con certeza que un día la encontrarán, pues es el premio glorioso de los héroes, pero ahora ni siquiera saben dónde encontrarla y vagan por los caminos, mendigando arroz; el pueblo se ha olvidado de ellos. ¿Para qué sirve un héroe si ya nadie cree en ellos? Los seres más poderosos de la tierra ya no saben qué hacer y caminan en silencio viendo pasar los días. ¿Dónde estás señora muerte, dónde estás? El samurái siempre está solo pues no puede engañar a su destino, pues ha de entregarse por completo a su legendaria desaparición, reconstruyendo su leyenda en cada uno de los combates. El samurái casi no se mueve, no parpadea, mira al enemigo como si fuera una estatua, esperando un único momento para partir el aire en dos mitades. Es el enemigo de todos y el amigo de todos, es el outsider, el salvaje, el alma resucitada del mundo. Nadie sabe en qué piensa un samurái pues un samurái no piensa, sólo fluye como un río y domina los gestos. Un samurái nunca huye, nunca miente, nunca tiene miedo pero el pueblo sí y además posee todos los miedos y por eso es casi imperceptible, inofensivo, tonto. El pueblo falta. El pueblo tiene miedo a la lluvia, al polvo, a la montaña. El pueblo tiene miedo al amor, a la alegría, al placer; sólo piensa en trabajar y a veces en la muerte, porque sobretodo tiene miedo a la muerte. El samurái enseña que el miedo no existe, que la mente es el vacío y que el mundo es una aventura. El samurái te obliga a ser valiente para resistir al tiempo y a hacer barricadas en ti mismo para detener la podredumbre que baja por la ladera, la barbarie de rueda incansable devorándolo todo. El samurái sabe que la defensa es más difícil que el ataque y por eso, cuando llega el peligro, el paria del mundo se transforma en la única esperanza del pueblo y entonces todos esperan a que hable para que invente un milagro. Así, ese mundo caducado que representa el samurái, vuelve a recobrar su sentido y demuestra su poder; ha nacido para ello. Todos esperan recetas mágicas, pero el samurái sólo puede enseñarles una cosa, tal vez, la única en la que es un experto: VIVIR.

Cuando aprendes a vivir, te das cuenta de que no estás solo aunque estés solo, te das cuenta de que estar juntos puede ser un milagro maravilloso y que la lucha por el siguiente día es el verdadero sentido de la existencia, sintiéndolo en su máxima intensidad a cada paso, en cada decisión. Correr de arriba abajo, saltar, caer, esperar, respirar, sentir dolor, sentir sueño; sentir estar viviendo. La vida es una lucha que Kurosawa nos regala en este film épicoexistencial, donde el individuo o la mano, tiene la misión de salvar al colectivo o al cuerpo, pues se ha transformado en un solo bloque que llora aterrorizado y perdido en medio del campo como un bebé. El cuerpo ya no sabe vivir y la mano tiene que ayudarle a despertar para que la vida siga adelante. Para mostrarlo, Kurosawa no sólo usa un samurái sino siete diferentes, siete héroes del destino que caminan sobre el futuro y que mantienen la templanza incluso en los morros de la muerte. Son dioses andantes viviendo su aventura y su amor, trazando en cada sablazo un haz de pensamientos que se diluyen en su contrincante, llenando las imágenes de Kurosawa de una densidad y una ligereza simultánea que acompaña a los movimientos que la historia va realizando en cada respiración y en cada secreto. Llenos de barro y desarmados, situados en medio de la batalla, miramos al cielo y pensamos por qué Kurosawa hizo esta película de ésta precisa manera y el cielo nos responde que al igual que los samuráis, el cine también tenía hambre y sed y frío, pues lo estaban aburriendo con otras cuestiones y lo querían dejar mendigando en los caminos. Hay un tipo de cine que siempre ha sido un samurái y que duerme bajo la lluvia sin quejarse y que muere en la batalla con todo su corazón. Para Kurosawa, el cine es un campo de batalla donde cabe todo, donde ocurre todo; un plano de pensamiento donde los seres expresan su verdadera agonía y su peculiar ingenio. Kurosawa dice: somos eso, un lugar donde unos se chocan con otros, un absurdo por el que hay que luchar y donde nacen cosas por las que vale la pena luchar, pero ojo, hay que luchar para saber por qué cale la pena sobrevivir. Hay un cine que quiere despertar al pueblo para que vuelva a vivir, un cine que quiere resucitar los cuerpos y la valentía del pueblo, para que por fin se tire de cabeza al lodo de la existencia; ese combate que se libra todos los días, aunque alguno cierre los ojos para no verlo.





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