sábado, 8 de agosto de 2015





IDIOTERNE
(1998)

Lars von Trier




Saca el idiota que hay en ti. No te preocupes por lo demás, sácalo y no te dejes atrapar por la normalidad. En 1998, von Trier inventa una de sus travesuras más divertidas. Con la excusa del movimiento Dogma 95 -un cebo comercial puro y duro que oficialmente consolidaba cierta estética danesa que facilitó la promoción y el éxito posteriores-, directores como Thomas Vintenberg y Lars von Trier, se precipitan al rodaje de una serie de películas que rompen, no ya sólo con las formas, sino con algo mucho más importante: los contenidos. Pero no es simplemente una revolución temática, sino moral y política. Moral a causa de su dinámica destructiva de tabúes, de estereotipos y de juicios, en definitiva: de la inasumible cotidianidad. Von Trier nos da un golpe mental e inaugura o materializa esa vieja idea de que en el cine tienes que hacer, por encima de todo, lo que quieras, inventarte lo que desees filmar de la manera que te venga en gana; si no no estarás siendo tú y eso se llama traición. En cuanto a la revolución política que atentan, es sin duda a la del cine, a su acomodamiento de las formas, a su temática pétrea. El mensaje de von Trier es claro: lo clásico ya no nos sirve y debemos fundar un nuevo reino para ser felices, una nueva revolución que vuelva a fracasar, pero que nos haga mover el culo y la mente. Así inventa su concepto de idiota, para dar vida a un experimento fílmico de lo más  sugerente.
Un idiota es una persona que padece una debilidad mental que hace que su comportamiento sea infantil. Un idiota es un tonto, una persona insuficientemente lista, un imbécil que dice y hace imbecilidades, un bobo que hace cosas sin sentido. Von Trier nos invita a que asumamos este concepto en nosotros mismos y que dejemos de protegernos en las apariencias; estamos obligados a sacar nuestro lado más ridículo y elegir el papel más marginal para poder contemplar las cosas más claras, para ver cómo se empieza a derretir todo aquello que creíamos correcto e inamovible. Idiotizar a las personas, a las cosas, a las ideas, para darles la vuelta y conseguir su asombro ante nuestro nuevo status: el absurdo. Como Pirandello, Beckett, Ionesco o Arrabal, Von Trier atenta contra nuestro inconsciente, desterrando los modales, lo políticamente correcto, la moral, la ley y el orden, incluso el gusto oficial, para dejar paso a lo extraño, sucediendo ante nuestros ojos sin que apenas podamos entender qué va a suceder dentro de nosotros. Idioterne o Los Idiotas, es un artefacto altamente corrosivo, una subversión de las reglas, un intento de gritar más fuerte. Von Trier nos dice que debemos ser más sencillos en nuestra mirada y más ingeniosos que los demás y que no nos debe importar lo que otros piensen sobre lo que hacemos, pues lo que hacemos es único. Al margen de la polémica que siempre ha suscitado este director, nadie puede negar que sus inicios no son otros que los de un valiente, los de un tipo con una idea fija en la cabeza, que nadie se la va a poder quitar. Terquedad y simpleza es lo que nos demuestra en sus imágenes, sarcasmo y crítica emergen del fondo de la luz. Dogma 95 fue un movimiento que agrupó a una serie de señores que se propusieron dinamitar la sociedad burguesa, aplicándole el feismo, lo grotesco, la exageración y la inverosimilitud como condiciones de una apariencia puramente realista y sucia. Para criticar a la burguesía danesa, Idioterne da un mazazo brutal a la sociedad, utilizando temas claramente delicados: el argumento trata de un grupo de amigos que deciden hacerse pasar por retrasados mentales en lugares públicos para pasárselo bien y para conseguir sacar de sí mismos aquello que llaman: su idiota interior.
Está claro que el título en sí mismo, es una concesión de von Trier al hecho comercial, ya que en función al contenido, la película debería llamarse, más bien, Los retrasados o Los Subnormales. Este último título sería ideal para entender esta performance danesa de dos horas, ya que creo que el concepto de normalidad y tedio es el que ataca realmente esta película, con especial saña. La tesis del film propone que debemos idiotizarnos para sentirnos felices, debemos autoenfermarnos para conseguir la verdadera salud mental, debemos destruirnos para volver a nacer. Esta es la cuestión inicial, la cosa es que a Von Trier la película se le desborda o la desborda por voluntad, y comienza a tratar de otras muchas cosas: del vacío, de la imaginación, del sexo, de la conciencia de realidad, de la mentira, la verdad y sobretodo de la identidad, pues la identidad no nace sino que se construye y von Trier parece exponer que, con demasiada facilidad, nos dejamos guiar en nuestras decisiones y que esto condiciona nuestra forma de ser hacia clichés preestablecidos por la propia sociedad: ¿está la sociedad por encima del individuo? Idioterne se centra en la recuperación de ese valor individual y en la práctica de esa libertad. Los idiotas buscan una felicidad que no existe en este mundo, por eso hay que inventarla. Von Trier se inventa todo un nuevo discurso para el cine y a finales de los 90´, funda un camino nuevo para explorar. Hoy día, él ha abandonado ese camino por el de la psicología barata y el goticismo. En todo caso, films como Idioterne fueron y son necesarios para volver a vivir una experiencia en el cine, para volver a sentir que podemos hacer lo que nos plazca y que esta es la única ley a seguir: ser un idiota puede llegar a ser una maravilla, una llave que abra las puertas de tu imaginación y te haga descubrir cosas que nunca pensaste que habitaban en tu interior.










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