domingo, 26 de mayo de 2024

WENDERS



Anselm - Das Rauschen der Zeit

(2023)

Wim Wenders
 

 
Un vestido de princesa, una escultura en medio del bosque. Nostalgia de la época romántica. El decoro. El gusto alemán. Goethe. Un recuerdo. Maniquíes en forma de presencias; símbolos del tiempo. El Ser y el Tiempo. El Tiempo y el Ser. Musgo, una mañana, esculturas colosales imitando edificios, invernaderos llenos de ilusiones perdidas. El artista convierte los deseos en objetos palpables. Convierte la moda en una idea, el escaparate en un búnker. La apariencia sólo es un medio para llegar a otro lado pero, ¿hacia dónde soñó dirigirse Anselm Kiefer durante su vida? 
En medio del vagabundeo de la vida, el artista se guía por las señales de ciertos libros, de las espirales de las escaleras, de las manchas de los cristales, de números, de nombres, de alambres, de girasoles, de susurros de la historia, ¿por qué el tiempo humano se repite?, ¿por qué siempre acaba dominando el mal? Él que fue un muchacho brillante que dibujaba, él que fue la reencarnación de un mito.


En el enorme taller del artista, los cuadros inmensos se mueven como vehículos ante el pintor ciclista que los merodea, retocándolos, acariciándolos, en una circunstancia utópica, en medio de un sueño construido. La bici es un medio de expresión. Todo está animado. Aquí todo tiene un nombre, todo es un almacén, todo es un museo. La memoria es ese museo, una memoria palpable. Un escenario. Vitrinas, paisajes, nieve; el pasado se teatraliza, se fotografía para que retorne. No sabemos qué ocurrió, pero el artista rescata sensaciones, momentos sublimes, ilusiones. Una puesta en escena, una ruina estética compuesta de hábitats incómodos, desplomados. Una pintura nacida de poemas, de filosofía, de versos de Paul Celan; el artista sueña despierto, tendido en una cama del estudio. Es más importante cerrar los ojos que darle a la brocha. Es de noche. Hay mesas con libros abiertos, fantasmas de Heidegger, setas venenosas sustituyendo a las palabras, una expansión de seres silenciosos invadiendo la realidad. Aquí los lienzos se queman para acelerar el tiempo, las cosechas se siegan para iluminar el futuro. Hay fuego en la pintura, sobre la madera irreal, junto a los girasoles helados. El artista recuerda estudios anteriores donde calcaba el mundo, donde pintaba cuadros que luego ataba al techo del coche y llevaba de un lado a otro. Cargar con la imaginación de uno mismo, cargar con la imaginación de una cultura entera, de un solo recuerdo. La memoria pesa. Kiefer sostiene una rama, atraviesa la nieve, lucha junto a Beuys por proteger el paisaje, el bosque, la biblioteca. Se fuma un puro entre un montón de libros pintados, volúmenes de plomo que guardan la piel de la Tierra. Todo tiene su doble, su transmutación. Decide vivir en una fábrica de ladrillos en el seno francés, aunque él es alemán; el artista no es de un lugar concreto. El artista es del Arte y exclusivamente del Arte. Él sólo es un medio. El humo sale del suelo y el artista intenta conquistar el mundo con metáforas; el mayor mito es la propia raza humana. Diapositivas, aviones, túneles, catacumbas, constelaciones; todo es pintura. La representación habita junto a la carne. El espejo ha sido atravesado. Butacas de cine como estacas, bicis con alas, con banderas, cargadas de madera, de paja, de leche, de libros. Una bici también es una biblioteca, un museo, una memoria. Todo es ligereza. Un paseo. Camas llenas de agua, submarinos, museos, museos y más museos. Una cámara de las maravillas. Kiefer es un artista que desarrolla la polisemia metafórica. Todo es lo mismo, pero es distinto en el fuego. Wenders realiza aquí una de sus mejores películas -tal vez desde Tokio-Ga, 1985-, mostrando a la persona como un medio, como un poderoso canal para que el mundo se contemple a sí mismo.
El ruido del tiempo.





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