lunes, 12 de marzo de 2018




RENALDO&CLARA
(1978)

Bob Dylan






I. "Al principio iba en una alfombra mágica"

Todo comienza en el pequeño pueblo de Duluth, Minnesota, donde un niño, hijo de comerciantes judíos, empieza a golpear las teclas de un piano. A los diez años, sus padres le regalan una guitarra y una armónica. Son sus primeros juguetes. Se pierde en los bosques de coníferas y escribe poemas en el aire; en las orillas del río Mississipi, sumerge su cabeza en el agua y disfruta de la música negra que llega desde el sur. A los dieciséis años se enamora de una chica llamada Echo; a ella le gusta verle tocar canciones en el instituto junto a sus amigos. Muchos años después dirá: “para ser un buen artista no hay que morirse de hambre, sólo hace falta amor, un penetrante punto de vista e intuición”. Dos de esos tres requisitos ya los poseía en la adolescencia. Aunque el amor con Echo solo dura un año, al igual que sus invisibles poesías, ella flota ya en su mundo imaginario en la frontera de Canadá. Un año también será más que suficiente para decidir que la universidad no es el camino. Se convertirá en un joven bohemio que toca la guitarra en cafés por cuatro duros. Ahora tiene una novia que se llama Bonnie, cierra los ojos y duerme donde le dejan. Mientras, se alimenta del parnaso de dioses yanquis como Hank Williams, Elvis, Dean o Brando, aunque después de un tiempo se obsesiona con una sola cosa: el cantante Woody Guthrie. De hecho, a Bonnie, a veces la llama Woody sin darse cuenta. Una noche, hace una hoguera en algún lugar de Madison y de la enorme columna de humo que asciende a las estrellas, se le aparece Woody y le dice que viaje a Nueva Jersey para hablar con él. Va a verle y se hacen amigos, cantan canciones. A los veinte años descubre el folk y lo toca en baretos llenos de chicas; una de ellas se llama Suze Rotollo, pero él aun no lo sabe. 1962 es un año muy especial para él: su nombre empieza a sonar Nueva York, conocerá a John Hammond (ejecutivo de la discográfica CBS), a Joan (quien de momento no le hará mucho caso pues ella, a pesar de su juventud, es un mito viviente del folk) y a Robert Shelton, el crítico más importante del New York Times, quien escribirá un artículo elogiando su música y abriéndole las futuras puertas del cielo. Le contrata la CBS por 80 dólares al mes y le montan un concierto en el pequeño local más famoso de la ciudad: el Carnegie Chapter Hall. El concierto es un fracaso y sólo Suze, que ya es su novia, brilla en medio del vacío. Años después él dirá: "Sé que si uno trata de ser uno mismo y nada más, fracasa y que si no es fiel al corazón y a lo que siente también fracasa”. A cualquiera le hubiera afectado el varapalo, pero él coge sus juguetes de la infancia y se va a vivir con Suze. Ella le dibuja en medio de la soledad, porque Suze dibuja muy bien. A él le gusta. Quiere que esté a su lado, pero Suze tiene otros sueños: quiere viajar a Italia y estudiar pintura. En una libreta dibuja cientos de viñetas profetizando su vida y cuando termina, Suze decide emprender ese viaje; hay algo que no le encaja o simplemente descubre que el destino de su novio es distinto que el suyo.
El joven cantante o promesa de cantante, se puso a caminar por la ciudad, quizás pensando en nada, quizás preguntándose por qué Suze se había ido. De repente alguien le reconoce por la calle y le saluda de lejos; él se le queda mirando en silencio. Cuando se quiere dar cuenta, se ve frente al famoso Chelsea Hotel y casualmente recuerda que en una de sus habitaciones murió el poeta Dylan Marlais Thomas durante su última gira poética a los 39 años -Parece ser que en aquella fatídica noche de 1953, Thomas se bebió, unas dieciocho copas de whisky de un trago. Trago largo. La leyenda cuenta que al terminar confesó "Creo que este es mi récord”. Y murió a los pocos días debido a un fallo renal. Visionario maldito, salvaje y borracho insufrible; Thomas murió como un artista eterno-. Entonces, en ese mismo instante, el joven de Duluth entendió que Thomas había intentado con la poesía, lo que él pretendía hacer con la música: encontrar una originalidad y un ritmo singular que le hiciera único. Poco después, el joven decide cambiar su apellido judío, Zimmermman, por el nombre de pila del obsesivo poeta galés, nace así Bob Dylan "Hasta que yo muera él estará a mi lado". 


II. "Yo veo belleza donde otros no la ven, esa es mi idea"

El hombrecillo (como le llama la revista Times) ha cambiado de nombre y también de productor, Albert Grossman. Empieza a dar más conciertos, escribe más canciones y saca un nuevo disco; parece otro. Ahora Joan sí le presta atención y se enamora de su música. El chico tiene veintidós años y ya gana 2.500 al mes. Para los años 60’ es el sueldo de una superestrella. El hombrecillo pasa con Joan un tiempo en la playa. Nadie sabe qué ocurre en realidad entre los dos, pero todo el mundo dice que son pareja. Suze, que hacía un tiempo se había vuelto a reencontrar con él, abandona; lo dejarán al año siguiente. Ya nadie podrá dibujarle sinceramente y el chico lo sabe: la persigue por todo Nueva York para pedirle que se case con él, pero ella no puede más. Demasiados secretos para ser tan jóvenes. Toca en el Carnegie Hall y disfraza a sus padres para que nadie les relacione -más máscaras-; nadie debe saber quiénes son los Zimmerman. Su pasado debe permanecer en el pasado. Compra un Ford Ranchera y se va de gira con sus amigos en plan desfase. El folk, dentro de él, está mutando en rock&roll. Las drogas, la psicodelia y el nuevo pop inglés, seducen su alma hacia nuevas tierras. Viajando una noche con la ventana abierta, cuenta las estrellas mientras se olvida del mundo en el que está metido, y decide bandonar las reivindicaciones folkies, la pureza, el compromiso con cualquier cosa que no sean él mismo y su música… siente que está a punto de cambiar de piel: "Puede decirse que has de morir para cambiar y que por la fuerza de tu deseo puedes volver a tu mismo cuerpo”. El conjuro está hecho. El cielo le escucha. Un día de frío, Grossman le presenta a una chica llamada Sarah, una chica zen a la que no le gustan el barullo ni las cámaras; Sarah es perfecta para guardar sus secretos. Al besarla, nace el rock en sus venas y se compra unas gafas y un par de trajes negros, una chupa y unas botas de cuero. Nadie le entiende. Su dulzura se evapora y se compra una guitarra eléctrica; sus juguetes de la infancia ya no le sirven. Joan discute con él, pero al hombrecillo que se acaba de convertir en relámpago puro, parece no importarle. Todo se viene abajo, pero él continúa y aún canta en algunos conciertos con Joan, como despedida. Tocando en Inglaterra sus nuevos temas, los puristas le llaman Judas, pero su éxito sube como la espuma en cuanto a las ventas. El rock es pura electricidad, pura energía. Un cineasta comienza a filmarle. Tiene 24 años y ya gana 80.000 dólares al mes. En noviembre del 65’ se casa con Sarah -en secreto- y estarán juntos doce años más, de los cuáles se conservan muy pocas fotos; Sarah es un búnker. En 1966, el joven relámpago ya ha vendido diez millones de discos en todo el mundo. Un par de amigos suyos se suicidan y la idea de la muerte le visita. Recuerda a Dylan Thomas. Piensa en el agonizante Woody Guthrie al que le queda poco. Joan y otros amigos le acusan de ser un interesado. Él se defiende diciendo que sólo es un artista. En verano, dando una vuelta con su moto por los alrededores Woodstock, se estrella con una valla y está a punto de morir. Desaparece durante un año, mientras tanto se estrena la película dirigida por D.A. Pennebaker, el hombre que le persiguió con una cámara desde 1965: ”Cuando vi la película Don´t look back me di cuenta de que era una película sobre alguien que no era yo. Fue un contrato con una casa de cine pero yo no formé parte de ello. Me filmaron. Cuando la vi me frustré mucho. Era pura propaganda, un panfleto deshonesto.” Tras su reaparición en 1966, firma un contrato millonario con la CBS. Ahora para "ser un buen artista" ya no bastaban el amor, un penetrante punto de vista y la intuición..., el poder del dinero era esencial. Tiene tan solo veinticinco años. 


III. "Estar vivo es ya algo importante y se fracasa solo cuando cualquiera 
deja que la muerte se apodere de él"


Su experiencia cercana a la muerte le ha espiritualizado. Se refugia en la religión, el dinero y su familia. Apartado del mundo con sus cuatro hijos y su mujer, publica álbumes como Nashville Skyline (1969) donde canta al amor de toda índole  desde la serenidad y la calma. 
Después su talento parece desaparecer y graba sus peores discos, o al menos los más vapuleados por la crtítica, como Self Portrait (1970) o Dylan (1973). A los treinta años termina su novela "Tarántula", donde queda atrapado en su propia red. El día de su publicación, miles de fans se acercan a su casa para conseguir un autógrafo, sin embargo Dylan no aparece; se dice que se ha marchado a Israel en secreto para, supuestamente, apoyar la causa israelí. Los periódicos confirman el rumor publicando una imagen del artista en el Muro de la Lamentaciones. 
Ya es un mito pero su obra está resultando un fracaso estos últimos años lejos de la CBS después de un tiempo al margen de la discográfica y tratando de producirse él mismo, en el año 1975 retoma con Blood on the tracks, el contacto con la CBS, donde también se palpa la ruptura con Sarah. Filman una película sobre una de sus actuaciones, se titula Eat the document: “Miles de metros de basura en los que yo volví a ser la víctima. Sin embargo, viendo toda esa porquería fue cuando nació en mí la idea de hacer cine, auténtico cine según mis ideas. Mi concepto cinematográfico se formó en aquellos días, aunque tardé mucho en plasmarlo y desarrollarlo”. 
A los 33 años, el chico que ya no es tan chico, empieza a tener problemas graves con Sarah. Su arte no funciona, su matrimonio tampoco. Está paralizado aunque sus discos cada vez dan más dinero. Entonces se junta con sus amigos más locos y graba el disco de su resurrección: Desire, que será el disco más vendido del artista. En 1976 se embarca en una gira hippie-piscodélica con treinta músicos (entre los que estará invitada Joan) y que bautizará como Rolling Thunder Revue, en honor a un famoso médico cherokee. Esta gira simboliza una nueva reencarnación de Dylan y esta vez, decide filmarla él mismo: “Comencé a trabajar a diferentes niveles, aunque no sabía hacer lo que quería, porque el cine era un campo nuevo para mí. Una película la entiendo como una serie de acciones y reacciones. Juegas con ilusiones. Cuando voy al cine espero que lo que estoy viendo me mueva, me sacuda, porque eso es lo que el arte se supone que es y si no se consigue, es un fracaso para el artista."


IV. "El éxito no es una búsqueda ni una meta"

¿Es Renaldo y Clara un fracaso? Originalmente la película tenía un metraje de 292 min. y supuestamente era un collage fílmico donde se mezclaban secuencias musicales de la pintoresca gira Rolling Thunder Reveu, con momentos reivindicativos sobre el proceso del boxeador Hurricain Carter, junto a secuencias dispersas protagonizadas por personajes beat y gags que podríamos definir como "chistes caprichosos del Sr. Dylan". ¿Es esto el cine para Dylan?. La película que acabamos de describir, en realidad no existe, pues esta larga versión que se estrenó en 1978, fue brutalmente aplastada por la crítica cinematográfica y ni siquiera se distribuyó, porque Dylan se vio absolutamente condicionado por la negativa acogida y, de alguna manera, se forzó a re-editar el material y dejarlo en el actual metraje de 122 minutos, en el cual, todo de lo que hemos hablado, no existe: nbeats, ni boxeador encarcelado. Nuestra imaginación juega con creer que todo esto era lo más interesante de la película, pues los restos del naufragio no llegan a sintetizar, ni por asomo, lo que potencialmente pudo ser alguna vez esta cinta. 
Desde un principio el título despista, pues Renaldo y Clara, al igual que la película de Jodorowski Fando y Lis, nos sugiere una historia sentimental de dos personajes, en cambio, esto no ocurre. Lo que vemos son una veintena de actuaciones en las que Dylan se enmascara, o se pinta como un mimo, y en las que demuestra sus dotes sobre el escenario; entre gig y gig ensambla pequeños chistes, que imaginamos restos de historias más desarrolladas en la peli original, y un pobre psicodrama protagonizado por Sarah y Joan. Fuera de las interpretaciones de los fanáticos Dylanianos, sobre que esta película es una obra maestra, solo podemos decir, siendo honestos, que lo que vemos no es más que un cuerpo mutilado que todos quieren describir con halagos y cumplidos, pero esas virtudes que se empeñan en ensalzar, no existen y no son más que producto de la mitomanía. Dylan es como sus fans: un mitómano compulsivo y, esta manía paranoide le lleva a desarrollar su  propio mito a través del nuevo montaje,  centrándolo en el psicodrama de su relación con su futura ex-mujer y su pasado amor platónico. La crítica en general se centrs en el melodrama del metraje, para justificar su contenido y por ende el título. 


V. "Renaldo&Clara trata de la esencia del hombre alienado por sí mismo 
y de cómo se sale de sí mismo buscando renacer" 


Renaldo&Clara trata sobre el amor que Bob Zimmermann siente por Bob Dylan.
La relación con Sarah estaba prácticamente terminada y los papeles del divorcio preparándose. Joan es solo una excusa de su pasado para lanzarse hacia el futuro, lo arriesgado de esta peli es que él lo filma.
Dylan ha vivido la vida de mil artistas a la vez, todos los fracasos y todos los éxitos, ha dado la vuelta al mundo tantas veces que sabe cuántas estrellas hay en el cielo pero aún así se niega a resignarse, a aceptar que su vida se ha parado "todo el mundo está encarrilado y yo sigo dando vueltas"; como artista cree poder encontrar respuestas en disciplinas fuera de la música,  así se entrega al cine cual suicida o, mejor dicho, como un niño caprichoso, ansioso por cambiar la imagen que dan las películas que otros han hecho sobre él, y que el público ha asumido, o sea, desea destruir su mito para reconstruirlo, para volver a ser invisible, pero Dylan ya no tiene secretos y el cine no miente: no comprende que a pesar de todas sus máscaras, en el cine, la verdad se revela y, sin querer, el cine nos muestra como es él.
Mientras que en la primera sequencia lleva puesta una máscara que le hace irreconocible, en el última, en la que aparece tumbado sobre la alfombra, en silencio tras el último concierto, mirando de reojo a la cámara, no existe ninguna máscara, es solo el artista, es solo el personaje, es solo el hombre, es todo a la vez. "El espíritu le habla a la carne y la carne le habla al espíritu. Pero nunca sabes bien cuál es cual. No busco la verdad; nunca la he buscado".




martes, 6 de marzo de 2018



HOLLYWOOD III


Los falsos chicos maravilla






¿Alguna vez había hablado de lo malo que es Michael Douglas? Sea como sea, no creo que nunca lo haya hecho como lo voy a hacer hoy. Conocido por la pervertida cinta de Instinto básico (1992) y otras florituras como Atracción fatal (1987) o la histérica Día de furia (1993), este vástago del titánico Kirk Douglas se ha dedicado en el cine a forjarse una imagen de yupi seductor a lo Don Johnson, mezclado con aires de gran magnate. Tal vez por eso, Oliver Stone le confió la saga Wallstreet, aprovechando esa curiosa vulgaridad pretenciosa de los hombres de negocios. Seamos serios: esa pose se basa en una vaciedad absoluta de instinto y una falta básica de talento, hecho asombroso para un tipo con una carrera tan extensa y un padre tan célebre, pero el mundo de la interpretación está lleno de infiltrados. Debe ser que de tal palo no siempre tal astilla; los refranes fallan. Al menos, hay que destacar que su padre logró hacer filmes memorables como Senderos de gloria (1957), Out of the past (1947) o la oscura The Fury (1978), aunque no sé si por casualidad, también llegó al flamante mundo del kitsch (del que su hijo es maestro) en basuras tan enormes como The Arrangement (1969) de la mano de un ya desquiciado Elia Kazan, en modo agonizante, que no sabía ni qué hacer con el cine que le quedaba después de haber perdido a todos sus amigos, por traidor o mentiroso. Este wonder boy griego se dejó engullir por la industria, así perdió lo que restaba de él. 
Imagínense que existiese una película en la que se cuente la historia de un escritor que de joven publica novelas famosas, que en edad madura, se dedica a la enseñanza del oficio, tutelando a jóvenes promesas mientras sigue escribiendo una obra interminable. Imaginen una película en la que ese profesor es Michael Douglas,  su alumno preferido es Spiderman y su lolita es la futura esposa de Tom Cruise. ¿Es esto un ejercicio kitsch? No, es la descripción de una película de CUrtis Hansosn dela año 2000, titulada Wonder Boys (Jóvenes prodigiosos)
A lo largo de su carrera, Michael Douglas ha desarrollado ese estilo vulgar y pretencioso al mismo tiempo, que irrita sobremanera al espectador mínimamente sensible, diremos que, en concreto, en esta película llega a una de sus cimas de estiércol: interpreta a un profesor de literatura que pretende parecerse al capitán Keating (Oh capitán, mi capitán...) de El club de los poetas muertos (1989), mezclado con un falso desparpajo y desaliño a lo Gran Lebowski. Escribe una novela de más de dos mil páginas que acabará perdiendo, flirtea con una de sus frívolas alumnas, se tira a la rectora de la universidad casada con uno de los decanos conocido suyo y vive en una casa desordenada pero flamante donde para ponerse a teclear en su máquina de escribir, se viste con un bata rosa y se fuma un porro. Más estereotipos sería imposible. En serio. El guionista de esta porquería infinita es Steve Kloves, autor de la mayoría de los guiones de las películas de Harry Potter, otra versión de un mundo de jóvenes prodigiosos, ¿qué les parece? aunque es cierto que el mundo de Harry no es de lo peor del vertedero. La historia Wonder Boys no es más que una especie de mini roadtrip sin gracia, repleto de momentos ridículos y vomitivos; se necesitaría un buen barreño para recoger los litros excedentes de bilis que esta estirada tontería provoca. Vamos, un desastre nauseabundo. De hecho, después de haber visto After hours de Scorsese, yo creí, ingenuamente, que nunca más iba a tener fiebre después de ver una película.
En medio de esta aburrida farsa, de este trampantojo chorra, Douglas intenta mantener la apariencia de un personaje intelectual, carismático pero al mismo tiempo canalla y solitario; incluso se atreve a insinuarse misterioso. ¡Qué osado! De hecho, por un momento el espectador percibe que Douglas intenta imitar a Sean Connery en su contemporánea Finding Forrester (2000), en la cuál se cuenta una historia llamativamente similar. 
¿Hollywood es capaz de repetirse incluso en un mismo año y hacerlo con toda naturalidad? ¿Existe alguien en el interior de la red hollywoodiense que espía y roba, que corta y pega, que miente y viola? La verdad y toda la verdad es que el resultado de Wonder Boys es de una artificiosidad deplorable, enfatizada por esa tendencia al mal gusto, que ya los primeros vanguardistas del siglo XX señalaron como "enemigo del verdadero arte", un frívolo insulto hacia la dignidad del público en general; es lo que ocurre hoy, por ejemplo con la música electrónica: la gente que la escucha la disfruta colocada para no pensar en nada, para no sentir nada, para no relacionarse con nada, para no emocionarse, para no vivir. ¡Viva el Soma! Es cuestión de conseguir un estado de coma semicontrolado mientras se consume de manera compulsiva e innecesaria.
Hollywood es eso, música electrónica que nos obliga a llenarles los bolsillos a cambio de nada.
En el filme, siguiendo el estereotipo de escritor bohemio, Douglas no para de fumar marihuana como un poseso, hecho que no parece afectarle lo más mínimo; como tampoco le afecta a su flequillo lacado el ajetreo "loco" de la película, ni aún enterándose de que la rectora se ha quedado embarazada de él, ni a pesar de tener un negro fan de James Brown tras los talones, intentando matarle después de robarle el coche, ni si quiera a pesar de que un pitbull ciego le ataque y le reviente el tobillo, por lo que cojee el resto de la película tal que John Silver; les aseguro que con todo esto, el flequillo no se mueve. Intuyo que estas son razones que el guionista encuentra para convertir a este personaje en un tipo singular, triste, complejo, que ha perdido sus suerte... pero lo único que el espectador ve es a Michael Douglas con una bata rosa, vaga imitación de Sra. Doubtfire (segundo intento de usurpar un personaje Robin Williams). El final no lo cuento porque es una repetición insultante de miles de finales, de esos que intentan arreglar el desastre con una última emoción que borre la sensación de nulidad por un buen sentimiento de última hora. Y a casa. Todos contentos. Pero si soy honesto no todo es cosa de Douglas (pobre Michael), el co-protagonista de la pantomima es Tobey Maguire, actor inquietante por su extrema insipidez y sosería (aunque bien es cierto, le funciona a la perfección en Pawn Sacrifice de 2014), que muchos conocerán por ser el pésimo Spiderman con el que Sam Raimi intentó inmortalizar al famoso hombre araña -pero que fue tan malo que tuvieron que inventarse una nueva trilogía, hoy pendiente de finalizarse-. Arañas, arañas y telas de arañas donde atrapar a un público pasivo y conforme con cualquier cosa. La estética hollywoodiense se aprovecha de la filosofía del todo vale, del cualquier cosa es buena si entretiene y sobre todo si da pasta.
De nada sirvieron las temibles profecías de los sensatos avant-gards del siglo pasado, pues aquí estamos, inmersos desde los años 80' en una oleada de vaciedad y despropósitos que ha intoxicado todas las artes... por eso os hablo de Michael Douglas y su película Wonder Boys, una película que aúna lo peor de lo peor de este mal de época, que fustiga las mentes inconscientes que no saben que poco a poco el cerebro se les va deshaciendo con pobres engendros como el realizado por Curtis Hanson, el director de esta maravilla de lo cutre. Como Hanson, existen en la industria norteamericana del cine, cientos de directores dispuestos y preparados para no cambiar la dirección de las cosas, para no mutar las formas y trabajar a placer realizando malas imitaciones y repeticiones infinitas hasta la saciedad,  muchos de los cuales se reseñan en este blog sin pudor ni lástima, pues ellos son los masters del universo de lo hortera, del control de la podredumbre espiritual, de la flaqueza de ingenio que infecta de lepra el entusiasmo y la imaginación del universo, insultando, con sus imágenes, el poderoso paraíso de la ilusión. Eso sí, wonder boys de este tipo hay de todas las categorías y gustos: por ejemplo Steven Soderberg, cuyo cine no es más que fiel testimonio de esta  parodia andante llamada Hollywood, un conjunto de chorradas burguesas emanadoras de una sensación de conformidad, confortabilidad y facilidad que, extrañamente, parecen acabar siendo atractivas a un gran público que no cesa de mastica burritos calientes con chili y nachos con queso fundido en la sala. Dentro de poco los cines serán enormes McDonals abarrotados de gente tirándose pedos y eructos. Si no me creen, al tiempo. La poca dignidad que le queda al cine comercial debería ser respetada para que no acabe desapareciendo ese estado de silencio y nocturnidad tan hermoso y necesario, para sumergirse en la ilusión de la luz. 
Soderberg, autor de magníficas patrañas como Traffic (2000), Ocean's Eleven (2001) o Magic Mike (2012) -obras construidas con un desasosegante tic industrial de atontamiento generalizado, eso sí, untadas con ese barniz aparente de películas coherentes- es el rey del kitsch y no porque yo lo diga,  su filmografía habla por sí misma, aunque si bien en sus inicios parecía apuntar hacia otras rutas con su Sexo, mentiras y cintas de video (1989) o su irregular pero valiente Schizopolis (1996); de hecho The informant (2009) y Bubble (2005) podrían salvarse de la quema en un momento dado. Pero cuando uno comulga demasiado con la industria se acaba creyendo las ostias y por eso, Soderberg se sube al dogma del cine chapucero, aunque tenga aptitudes para todo lo contrario. La cosa es que en el 2002, realiza su cagada por antonomasia al querer darle un toque de prestigio a su superficial carrera (no se sabe si por motivos narcisistas, de soberbia o de estupidez aguda), anunciando que rodará un remake de Solaris, la película que en 1972 realizara impecablemente el sin igual cineasta ruso Andrei Tarkovski. ¿Por qué hacer un remake de una película acabada? Difícil empresa la de plagiar a cualquiera pasando desapercibido o saliendo airoso, pero nada parece imposible para un maestro del kitsch como Soderberg que, ni corto ni perezoso, se marca un seudofilm cercenando todo lo valioso de la obra original, llevando todos sus valores a un nivel de pobrismo absoluto, enmascarando de drama psicológico barato el film, llevando una realidad asombrosa al ámbito más burgués posible y archiconocido, sin dejar espacio a la sorpresa y la emoción, sin otra intención que aprovecharse de la inherente profundidad del relato original de Lem (como si por sí misma la posible naturaleza de la película ya le otorgase al autor un status de honoris causa), sintiéndose más serio, siendo el dueño de un cine de calidad. El resultado es inefable, al nivel de Wonder boys, lleno de incoherencias y fingimientos de todo tipo que no se los cree ni su madre. De hecho, su versión (y la mayor parte de su cine) se podría definir como made in China por su factura menor, falsa, cutre y virtual. La asepsia demostrada es incalculable, el tedio y vacío dominantes son insoportables. Pero el público se lo ve y aplaude y ese es el problema en verdad, pues la gente debería decidir castigar a este tipo de personas, dejando de ir a ver sus películas. Es cierto. Todos los wonder boys están engañando al público; se aprovechan de su pasividad. Piénsenlo: no tiene el menor sentido, pero es que vivimos en una mundo masoquista y degenerado, y eso se nota de sobra, ¡vaya si se nota!, si no me creen, miren los resultados de la última gala de los premios Oscar en su 90 edición; por la calidad de las películas nominadas, al menos dos de ellas deberían haber sido las grandes triunfadoras: por un lado la rarísima Phantom Thread (2017) de Thomas Anderson y por otro, la épica Dunkirk (2017) del interesantísimo Chirstopher Nolan. Esa debería ser la apuesta, pero mira tú que a los medios les ha dado por promocionar una gran broma del cine "fantasioso" -lo denomino así por no poder otorgarle el prestigioso sello de lo fantástico- que se titula The shape of water
Es terrible averiguar qué razones han llevado a los mass media a promocionarla y ensalzarla como la favorita, en unas nominaciones en las que había más que talento suficiente como para ser justos: los medios son sus cómplices, forman parte de la trama y ayudan a que la gala se desarrolle a su manera. Ahora bien... ¿Son realmente importantes los Oscar?¿para qué?...en realidad son los premios de la nada (¿o qué es si no la forma del agua?). Se ha convencido al público de que los Oscar son el acontecimiento más importante del cine, cuando no dejan de ser unos premios nacionales, algo que solo debería interesar a un leñador de Oregón o a un granjero de Texas; ellos producen basura cinematográfica, pues que la premien y se la coman con patatas. No soy inocente, en Europa nos la comemos también: aquí se va a merendar al McDonalds, se escucha Rihana y se hace 'jogging' con deportivas Nike. 
Sé que los Oscars nunca fueron justos, su condición sectaria y dogmática, su mazo censurador y su rígida moral cuáquera salen a relucir cada año en la entrega de los premios y entonces, una enorme vergüenza ajena (la misma que producen Robert Altman, Scorsese, Soderberg o Curtis Hanson cuando filma 8 mile o L.A. Confidential pero sobre todo Wonder Boys) lo llena todo. Nos invade. Todo es silencio. Los mass media entran al trapo. El ojo de Mordor nos mira intensamente para que no perdamos su atención. Y seguirá luchando por este estado de supremacía, siempre. Las luces brillan en el techo y todos sonríen porque se han creído esa flagrante mentira de que Hollywood es la fábrica de los sueños. Da pena, pero uno empieza a pensar que se lo creen de verdad, todo es un cutrerío sumo donde el vestidito mono, la estatuilla y la foto, valen más que el trabajo en sí. El deseo de aparentar talento es la única regla a cumplir: lo importante es estar ahí y sonreír mostrando una falsa satisfacción y el espectador se relame en su sofá de sky sin sentir un solo latido, ignorando el paso del tiempo, alejándose de la belleza. 
Con este tipo de cine gobernando el mundo, la parálisis senil generalizada se mantendrá, sometiéndola a un mecanismo puramente interesado y práctico, ávido de dólares y poder. Nunca la incoherencia y el entretenimiento habían salido tan caros a la humanidad, nunca habían sido tan asumidos por la balsa dormida del patio de butacas; el "funeral home" del siglo XXI. 
Por cierto, hablando de oscars, la película de Curtis Hanson, a pesar de ser lo que es, ganó un óscar, eso sí, a a mejor canción original, gracias un tema de Dylan que aparece en los créditos y ante la que uno se pregunta si Dylan se merece, no este premio, sino muchos otros de los que posee, mejor ganados, más coherentes. Actualmente, la Filmoteca Española ha programado Wonder Boys dentro de un ciclo sobre Bob Dylan y su influencia en el cine... ahora habría que preguntarse quién miente, qué peligro conllevan los mitos y si el público debería cambiar de actitud para acabar para siempre con los "jóvenes prodigiosos" de nuestro tiempo.