martes, 6 de marzo de 2018



HOLLYWOOD III


Los falsos chicos maravilla






¿Alguna vez había hablado de lo malo que es Michael Douglas? Sea como sea, no creo que nunca lo haya hecho como lo voy a hacer hoy. Conocido por la pervertida cinta de Instinto básico (1992) y otras florituras como Atracción fatal (1987) o la histérica Día de furia (1993), este vástago del titánico Kirk Douglas se ha dedicado en el cine a forjarse una imagen de yupi seductor a lo Don Johnson, mezclado con aires de gran magnate. Tal vez por eso, Oliver Stone le confió la saga Wallstreet, aprovechando esa curiosa vulgaridad pretenciosa de los hombres de negocios. Seamos serios: esa pose se basa en una vaciedad absoluta de instinto y una falta básica de talento, hecho asombroso para un tipo con una carrera tan extensa y un padre tan célebre, pero el mundo de la interpretación está lleno de infiltrados. Debe ser que de tal palo no siempre tal astilla; los refranes fallan. Al menos, hay que destacar que su padre logró hacer filmes memorables como Senderos de gloria (1957), Out of the past (1947) o la oscura The Fury (1978), aunque no sé si por casualidad, también llegó al flamante mundo del kitsch (del que su hijo es maestro) en basuras tan enormes como The Arrangement (1969) de la mano de un ya desquiciado Elia Kazan, en modo agonizante, que no sabía ni qué hacer con el cine que le quedaba después de haber perdido a todos sus amigos, por traidor o mentiroso. Este wonder boy griego se dejó engullir por la industria, así perdió lo que restaba de él. 
Imagínense que existiese una película en la que se cuente la historia de un escritor que de joven publica novelas famosas, que en edad madura, se dedica a la enseñanza del oficio, tutelando a jóvenes promesas mientras sigue escribiendo una obra interminable. Imaginen una película en la que ese profesor es Michael Douglas,  su alumno preferido es Spiderman y su lolita es la futura esposa de Tom Cruise. ¿Es esto un ejercicio kitsch? No, es la descripción de una película de CUrtis Hansosn dela año 2000, titulada Wonder Boys (Jóvenes prodigiosos)
A lo largo de su carrera, Michael Douglas ha desarrollado ese estilo vulgar y pretencioso al mismo tiempo, que irrita sobremanera al espectador mínimamente sensible, diremos que, en concreto, en esta película llega a una de sus cimas de estiércol: interpreta a un profesor de literatura que pretende parecerse al capitán Keating (Oh capitán, mi capitán...) de El club de los poetas muertos (1989), mezclado con un falso desparpajo y desaliño a lo Gran Lebowski. Escribe una novela de más de dos mil páginas que acabará perdiendo, flirtea con una de sus frívolas alumnas, se tira a la rectora de la universidad casada con uno de los decanos conocido suyo y vive en una casa desordenada pero flamante donde para ponerse a teclear en su máquina de escribir, se viste con un bata rosa y se fuma un porro. Más estereotipos sería imposible. En serio. El guionista de esta porquería infinita es Steve Kloves, autor de la mayoría de los guiones de las películas de Harry Potter, otra versión de un mundo de jóvenes prodigiosos, ¿qué les parece? aunque es cierto que el mundo de Harry no es de lo peor del vertedero. La historia Wonder Boys no es más que una especie de mini roadtrip sin gracia, repleto de momentos ridículos y vomitivos; se necesitaría un buen barreño para recoger los litros excedentes de bilis que esta estirada tontería provoca. Vamos, un desastre nauseabundo. De hecho, después de haber visto After hours de Scorsese, yo creí, ingenuamente, que nunca más iba a tener fiebre después de ver una película.
En medio de esta aburrida farsa, de este trampantojo chorra, Douglas intenta mantener la apariencia de un personaje intelectual, carismático pero al mismo tiempo canalla y solitario; incluso se atreve a insinuarse misterioso. ¡Qué osado! De hecho, por un momento el espectador percibe que Douglas intenta imitar a Sean Connery en su contemporánea Finding Forrester (2000), en la cuál se cuenta una historia llamativamente similar. 
¿Hollywood es capaz de repetirse incluso en un mismo año y hacerlo con toda naturalidad? ¿Existe alguien en el interior de la red hollywoodiense que espía y roba, que corta y pega, que miente y viola? La verdad y toda la verdad es que el resultado de Wonder Boys es de una artificiosidad deplorable, enfatizada por esa tendencia al mal gusto, que ya los primeros vanguardistas del siglo XX señalaron como "enemigo del verdadero arte", un frívolo insulto hacia la dignidad del público en general; es lo que ocurre hoy, por ejemplo con la música electrónica: la gente que la escucha la disfruta colocada para no pensar en nada, para no sentir nada, para no relacionarse con nada, para no emocionarse, para no vivir. ¡Viva el Soma! Es cuestión de conseguir un estado de coma semicontrolado mientras se consume de manera compulsiva e innecesaria.
Hollywood es eso, música electrónica que nos obliga a llenarles los bolsillos a cambio de nada.
En el filme, siguiendo el estereotipo de escritor bohemio, Douglas no para de fumar marihuana como un poseso, hecho que no parece afectarle lo más mínimo; como tampoco le afecta a su flequillo lacado el ajetreo "loco" de la película, ni aún enterándose de que la rectora se ha quedado embarazada de él, ni a pesar de tener un negro fan de James Brown tras los talones, intentando matarle después de robarle el coche, ni si quiera a pesar de que un pitbull ciego le ataque y le reviente el tobillo, por lo que cojee el resto de la película tal que John Silver; les aseguro que con todo esto, el flequillo no se mueve. Intuyo que estas son razones que el guionista encuentra para convertir a este personaje en un tipo singular, triste, complejo, que ha perdido sus suerte... pero lo único que el espectador ve es a Michael Douglas con una bata rosa, vaga imitación de Sra. Doubtfire (segundo intento de usurpar un personaje Robin Williams). El final no lo cuento porque es una repetición insultante de miles de finales, de esos que intentan arreglar el desastre con una última emoción que borre la sensación de nulidad por un buen sentimiento de última hora. Y a casa. Todos contentos. Pero si soy honesto no todo es cosa de Douglas (pobre Michael), el co-protagonista de la pantomima es Tobey Maguire, actor inquietante por su extrema insipidez y sosería (aunque bien es cierto, le funciona a la perfección en Pawn Sacrifice de 2014), que muchos conocerán por ser el pésimo Spiderman con el que Sam Raimi intentó inmortalizar al famoso hombre araña -pero que fue tan malo que tuvieron que inventarse una nueva trilogía, hoy pendiente de finalizarse-. Arañas, arañas y telas de arañas donde atrapar a un público pasivo y conforme con cualquier cosa. La estética hollywoodiense se aprovecha de la filosofía del todo vale, del cualquier cosa es buena si entretiene y sobre todo si da pasta.
De nada sirvieron las temibles profecías de los sensatos avant-gards del siglo pasado, pues aquí estamos, inmersos desde los años 80' en una oleada de vaciedad y despropósitos que ha intoxicado todas las artes... por eso os hablo de Michael Douglas y su película Wonder Boys, una película que aúna lo peor de lo peor de este mal de época, que fustiga las mentes inconscientes que no saben que poco a poco el cerebro se les va deshaciendo con pobres engendros como el realizado por Curtis Hanson, el director de esta maravilla de lo cutre. Como Hanson, existen en la industria norteamericana del cine, cientos de directores dispuestos y preparados para no cambiar la dirección de las cosas, para no mutar las formas y trabajar a placer realizando malas imitaciones y repeticiones infinitas hasta la saciedad,  muchos de los cuales se reseñan en este blog sin pudor ni lástima, pues ellos son los masters del universo de lo hortera, del control de la podredumbre espiritual, de la flaqueza de ingenio que infecta de lepra el entusiasmo y la imaginación del universo, insultando, con sus imágenes, el poderoso paraíso de la ilusión. Eso sí, wonder boys de este tipo hay de todas las categorías y gustos: por ejemplo Steven Soderberg, cuyo cine no es más que fiel testimonio de esta  parodia andante llamada Hollywood, un conjunto de chorradas burguesas emanadoras de una sensación de conformidad, confortabilidad y facilidad que, extrañamente, parecen acabar siendo atractivas a un gran público que no cesa de mastica burritos calientes con chili y nachos con queso fundido en la sala. Dentro de poco los cines serán enormes McDonals abarrotados de gente tirándose pedos y eructos. Si no me creen, al tiempo. La poca dignidad que le queda al cine comercial debería ser respetada para que no acabe desapareciendo ese estado de silencio y nocturnidad tan hermoso y necesario, para sumergirse en la ilusión de la luz. 
Soderberg, autor de magníficas patrañas como Traffic (2000), Ocean's Eleven (2001) o Magic Mike (2012) -obras construidas con un desasosegante tic industrial de atontamiento generalizado, eso sí, untadas con ese barniz aparente de películas coherentes- es el rey del kitsch y no porque yo lo diga,  su filmografía habla por sí misma, aunque si bien en sus inicios parecía apuntar hacia otras rutas con su Sexo, mentiras y cintas de video (1989) o su irregular pero valiente Schizopolis (1996); de hecho The informant (2009) y Bubble (2005) podrían salvarse de la quema en un momento dado. Pero cuando uno comulga demasiado con la industria se acaba creyendo las ostias y por eso, Soderberg se sube al dogma del cine chapucero, aunque tenga aptitudes para todo lo contrario. La cosa es que en el 2002, realiza su cagada por antonomasia al querer darle un toque de prestigio a su superficial carrera (no se sabe si por motivos narcisistas, de soberbia o de estupidez aguda), anunciando que rodará un remake de Solaris, la película que en 1972 realizara impecablemente el sin igual cineasta ruso Andrei Tarkovski. ¿Por qué hacer un remake de una película acabada? Difícil empresa la de plagiar a cualquiera pasando desapercibido o saliendo airoso, pero nada parece imposible para un maestro del kitsch como Soderberg que, ni corto ni perezoso, se marca un seudofilm cercenando todo lo valioso de la obra original, llevando todos sus valores a un nivel de pobrismo absoluto, enmascarando de drama psicológico barato el film, llevando una realidad asombrosa al ámbito más burgués posible y archiconocido, sin dejar espacio a la sorpresa y la emoción, sin otra intención que aprovecharse de la inherente profundidad del relato original de Lem (como si por sí misma la posible naturaleza de la película ya le otorgase al autor un status de honoris causa), sintiéndose más serio, siendo el dueño de un cine de calidad. El resultado es inefable, al nivel de Wonder boys, lleno de incoherencias y fingimientos de todo tipo que no se los cree ni su madre. De hecho, su versión (y la mayor parte de su cine) se podría definir como made in China por su factura menor, falsa, cutre y virtual. La asepsia demostrada es incalculable, el tedio y vacío dominantes son insoportables. Pero el público se lo ve y aplaude y ese es el problema en verdad, pues la gente debería decidir castigar a este tipo de personas, dejando de ir a ver sus películas. Es cierto. Todos los wonder boys están engañando al público; se aprovechan de su pasividad. Piénsenlo: no tiene el menor sentido, pero es que vivimos en una mundo masoquista y degenerado, y eso se nota de sobra, ¡vaya si se nota!, si no me creen, miren los resultados de la última gala de los premios Oscar en su 90 edición; por la calidad de las películas nominadas, al menos dos de ellas deberían haber sido las grandes triunfadoras: por un lado la rarísima Phantom Thread (2017) de Thomas Anderson y por otro, la épica Dunkirk (2017) del interesantísimo Chirstopher Nolan. Esa debería ser la apuesta, pero mira tú que a los medios les ha dado por promocionar una gran broma del cine "fantasioso" -lo denomino así por no poder otorgarle el prestigioso sello de lo fantástico- que se titula The shape of water
Es terrible averiguar qué razones han llevado a los mass media a promocionarla y ensalzarla como la favorita, en unas nominaciones en las que había más que talento suficiente como para ser justos: los medios son sus cómplices, forman parte de la trama y ayudan a que la gala se desarrolle a su manera. Ahora bien... ¿Son realmente importantes los Oscar?¿para qué?...en realidad son los premios de la nada (¿o qué es si no la forma del agua?). Se ha convencido al público de que los Oscar son el acontecimiento más importante del cine, cuando no dejan de ser unos premios nacionales, algo que solo debería interesar a un leñador de Oregón o a un granjero de Texas; ellos producen basura cinematográfica, pues que la premien y se la coman con patatas. No soy inocente, en Europa nos la comemos también: aquí se va a merendar al McDonalds, se escucha Rihana y se hace 'jogging' con deportivas Nike. 
Sé que los Oscars nunca fueron justos, su condición sectaria y dogmática, su mazo censurador y su rígida moral cuáquera salen a relucir cada año en la entrega de los premios y entonces, una enorme vergüenza ajena (la misma que producen Robert Altman, Scorsese, Soderberg o Curtis Hanson cuando filma 8 mile o L.A. Confidential pero sobre todo Wonder Boys) lo llena todo. Nos invade. Todo es silencio. Los mass media entran al trapo. El ojo de Mordor nos mira intensamente para que no perdamos su atención. Y seguirá luchando por este estado de supremacía, siempre. Las luces brillan en el techo y todos sonríen porque se han creído esa flagrante mentira de que Hollywood es la fábrica de los sueños. Da pena, pero uno empieza a pensar que se lo creen de verdad, todo es un cutrerío sumo donde el vestidito mono, la estatuilla y la foto, valen más que el trabajo en sí. El deseo de aparentar talento es la única regla a cumplir: lo importante es estar ahí y sonreír mostrando una falsa satisfacción y el espectador se relame en su sofá de sky sin sentir un solo latido, ignorando el paso del tiempo, alejándose de la belleza. 
Con este tipo de cine gobernando el mundo, la parálisis senil generalizada se mantendrá, sometiéndola a un mecanismo puramente interesado y práctico, ávido de dólares y poder. Nunca la incoherencia y el entretenimiento habían salido tan caros a la humanidad, nunca habían sido tan asumidos por la balsa dormida del patio de butacas; el "funeral home" del siglo XXI. 
Por cierto, hablando de oscars, la película de Curtis Hanson, a pesar de ser lo que es, ganó un óscar, eso sí, a a mejor canción original, gracias un tema de Dylan que aparece en los créditos y ante la que uno se pregunta si Dylan se merece, no este premio, sino muchos otros de los que posee, mejor ganados, más coherentes. Actualmente, la Filmoteca Española ha programado Wonder Boys dentro de un ciclo sobre Bob Dylan y su influencia en el cine... ahora habría que preguntarse quién miente, qué peligro conllevan los mitos y si el público debería cambiar de actitud para acabar para siempre con los "jóvenes prodigiosos" de nuestro tiempo.




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