jueves, 14 de marzo de 2013




SINECDOQUE, NUEVA YORK
(2008)

Charlie Kaufman



Ver una película escrita por Charlie Kaufman es toda una experiencia de purificación, de vaciado, de plácida deriva; disfrutar uno de sus films es contemplar la libertad de un creador en toda su extensión, para bien o para mal, por encima de todos los gustos, contra toda indicación. Es curioso que el país que imaginó el cine como un negocio, también fue el que, en su propio seno, crió a sus propios redentores. Así, Charlie Kaufman es una especie de piedra falsa, al igual que lo fue Zeus para Kronos, una piedra venenosa que Hollywood tragó gustosa, creyéndolo inofensivo; un guionista talentoso a sueldo. En la sombra, Kaufman tenía otros planes y en algún lugar que nadie conoce -lleno de sufrimiento y soledad- el espíritu de Kaufman creció libre y valiente, muy alejado de todo aquello impuesto por el parnaso hollywoodiense del contar dólares. Así él, así su cine -dirigido por otros o por él mismo- siempre gira en torno a una sola cosa, a un sentimiento de soledad e incomprensión, envuelto en un humor absurdo que juega con la imaginación como con un juguete, en un intento por comprender la crueldad del mundo y su sin sentido. Él parece dejar al film correr a sus anchas, para poder mostrar eso, su propia obsesión, su destello en este mundo, a través de su propia forma; el relato de un enfant terrible, dando vueltas a su propio infierno.
En todas sus historias, Kaufman crea una superficie vacía de elementos que va llenando a placer de forma rizomática, sin exclusión, apropiándose de sus niveles más catárticos, hasta hacerlos explotar en vertiginosas narraciones llenas de imperfecciones y sorpresas que no a pocos sorprenderá, pues todo lo que hace Kaufman no es más que una versión, una relectura del cuerpo clásico de las ficciones. Kaufman coge ese cuerpo y lo vacía sin piedad para que se convierta en un flujo puro, para que una sensación de eterna continuidad invada nuestros ojos y los llene de pesadillas y de amor, de imágenes que se repiten con diferentes rostros, de bocas que hablan de lo mismo, una y otra vez, agotando todas las posibilidades en favor de su obsesión. Si analizásemos en profundidad trabajos como Synecdoque, New York (2008), podríamos caer en el hecho de que Kaufman es mucho más tradicional de lo que sus formas indican. Repasando algunos de los más famosos cuentos de Borges, podemos encontrar uno de apenas cinco páginas llamado El tema del traidor y del héroe (1944), en el cuál sucede algo extraordinario: un hombre pacta su muerte a partir de una representación que coincidirá exactamente con la realidad y que purgará su castigo y al mismo tiempo ensalzará su fama. La rocambolesca idea parte de los legendarios Fespiele suizos, colosales representaciones teatrales en las que participan miles de actores y que se realizaban en los mismos lugares donde habían ocurrido los argumentos de las obras. Kaufman necesitaba crear Nueva York para poder vivir en ella y así, en esta peculiar película, lo consigue. Kaufman es un héroe que quiere ser un dios y para ello ha extendido este espacio de multiplicidad y paranoia, un cuerpo que sólo entiende la obsesión como huída, como subterfugio y objetivo. Todo su cine es un intento de buscar la identidad y el hogar. Por eso, en el camino hacia su salvación, Kaufman no es más que una hoja seca que vuela perdida sien encontrar su árbol. Desde sus inicios, a Kaufman no le quedó otra que crear un cine nómada,  depravado e irregular, lleno de trampas para cogernos in fraganti. Todo, en su cine, acaba siendo miserable y triste de alguna manera y sólo el héroe, el que acepta la imperfección de la realidad y lucha por su obsesión, aquel que aprende el camino por sí mismo y acepta no saber, es aquel que puede comprender que sin duda somos un laberinto imposible de cruzar. Aquí también se cruza con Borges y sus laberintos bifurcados. Borges creía que el libro era el laberinto más complejo urdido por los hombres; Kaufman cree que las películas pueden llegar a serlo. Por eso sus relatos no lineales, sus  estructuras incómodas, sus personajes neuróticos y débiles. La vida del héroe debe ser una complicada aventura que le lleve, incluso, a traicionarse. Con su cine, Charlie Kaufman demuestra nuestro inmenso poder de creación y advierte, como lo hacía el escritor argentino, la posible incidencia de la ficción sobre la realidad y cómo ésta puede llegar a cambiarnos. La historia de las ideas podría figurarse como el acto de lanzar un flecha al cielo hasta perderla de vista, creyendo firmemente que algún día alguien podrá recogerla para volver a lanzarla con la misma fuerza o con suerte, con una obsesión mayor. Él cogió la de Borges y con él sigue intentando crear un mundo personal, dentro del propio mundo. Tal vez Borges ya lo tenía previsto, parafraseando la última linea de su diminuto y a la vez, infinito cuento.




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