viernes, 8 de agosto de 2014



WATCHMEN
(2009)

Zack Snyder





El mundo está aburrido y todo parece banal. La acción se ha olvidado de la mano de los hombres y parece que sólo unos pocos pueden resucitarlo. La historia de Watchmen comienza -al igual que el famoso libro de Jan Potocki- con el descubrimiento de un diario anónimo, que cuenta los motivos de por qué el mundo ha llegado a ser lo que es; el film es la ilustración de dicho diario. El siguiente pliegue trata de comprender que ese diario nace de la mano de un personaje redentor, un alma herida que pretende escarbar en lo más profundo de lo real, para sonsacar la verdadera trama del pastel; es un héroe disfrazado de detective que ha conseguido liberarse de todo compromiso o lazo y que se ha sacrificado para liberar el espíritu de los hombres. Vive entre las sombras sin remordimientos, repitiendo sin parar: 
devuélvanme mi cara,
devuélvanme mi cara,
devuélvanme mi cara.
Tras esa máscara manchada se encuentra una de las diversas voces que forman el corrosivo mensaje de Alan Moore, el escritor que inventó esta historia de conspiraciones y la llevó a los cómics, para difundir su mensaje a la manera de los nuevos tiempos. Al igual que Jeremías, Baruc, Ezequiel, Daniel, Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías o Malaquías, Moore intenta pronosticar el futuro inminente y transforma sin reparos los hechos de la historia, para crear una nueva versión del Apocalipsis. La palabra ha vuelto para intentar salvar la realidad y resucita las imágenes para que podamos ver a qué se parece. Los viejos profetas chillaban en las plazas de Babilonia y Jerusalem para conseguir que su visión fuera útil a los hombres. Moore usa las viñetas de colores para remitirse a una sociedad en decadencia, donde es fácil advertir el horror de las cosas. El futuro y el pasado residen en los signos que nos rodean, pero hay que descifrarlos, pues nada acaba nunca.

El aburrimiento ha condenado al hombre de hoy a sentarse en un sillón para ver qué ocurre en la realidad, sin apenas mancharse. Aunque el mundo esté a punto de estallar, nadie se dará cuenta verdaderamente; si todo estallara en este mismo instante, muy pocos podrían llegar a entenderlo de una forma recta. Desde hace mucho tiempo, el mundo vive sumido en la ficción norteamericana, absorbiendo -de todas las maneras posibles- esa cultura escéptica y materialista que se hace tan fácil y grata; en todo caso, se advierte que no es éste un panfleto antiestadounidense, sino el intento de esclarecer una problemática de la ficción.
En los años 70, surge en EEUU una nueva ola de artistas y movimientos que dan la vuelta a las premisas preconcebidas de la realidad. De entre toda la amalgama de hippies y LSD, de Dylans y Nixons, de Vietnam y de Guerra fría, nace una corriente underground que agrupa a unos cuantos creadores en desacuerdo con el establishment oficial y comienzan a crear la historia que revela la cara oculta de Norteamérica. Desde Warhol hasta Crumb, pasando por Bukowski, los graffiteros, John Cage, Warhol, los coyotes de Beauys o los negros de Basquiat, llegamos a un tipo llamado Alan Moore, al que hoy se considera el mejor guionista de cómics de la historia. Fuera de alabanzas -pues poco importan- este consumidor de ácido lisérgico, dejó escritas para el porvenir, un centenar de páginas que hablaban de una verdad alucinada. Cuando digo verdad, hablo de destapar la mentira imposible de imaginar, que sin duda esconde el sistema bajo una paz ilusoria y concedida; la misma que ha llegado a nuestros días y que hoy respiramos. Cuando digo alucinada, hablo de una nueva perspectiva, de un cruzar el umbral sin reparos y hablar de lo importante, sobretodo de lo imaginario como una forma purificadora.
Moore transforma los hechos de la historia y se inventa a unos tipos con ganas de acción y mucho ingenio, héroes disfrazados que van por las calles ajustando las cuentas a cualquiera que no cumpla la ley, pero no la ley de las instituciones, sino la ley de los hombres. Ellos son capaces de ver el miedo escondido en los rostros de la gleba, y así, inspeccionando los gestos y las facciones, descubren que todo se basa en la estúpida actitud de nunca tener suficiente y de querer más y más sin motivo. La muchedumbre tiene la fatídica manía de esconderse tras las máscaras facilitadas por el sistema, pues todos se sienten amenazados por algo que no conocen. Viven al borde del precipicio, sufriendo -como dirá Rorscharch- en medio de un matadero para retrasados mentales, sin saber qué decir, repitiéndose una y otra vez, que alguien les ha engañado y que les volverá a engañar. Los Watchmen han visto el terror en el rostro de la gente y han querido ayudarles, pero se han dado cuenta de que lo único a lo que tienen miedo es a ellos mismos; el sistema ha llevado demasiado lejos su trampa mortal y ha conseguido que la gente crea que el error está dentro de ellos mismos y no fuera. 

Entonces, ¿qué le ocurrió al american dream?
Fácil respuesta: se hizo realidad.

La ficción funciona aquí como una verdadera descarga de ideales sulfurosos y dietilamida destilada que, puestos en boca de outsiders enmascarados, parece resultar más convincente que en los labios de alguien real; uno de los usos de la ficción, es la digestión de la realidad, es el pensamiento tras la máscara. Ese es el verdadero poder de la ficción: hacer real lo ilusorio a través de lo fantástico, transformar lo real para destilar una cosa específica del todo y sacar del caos un milagro que irrumpa en nuestra mente. Este tipo de relato, tiene la capacidad de esconder secretos y mensajes ocultos entre sus golpes y sus fuegos de taquiones y, es en ese momento preciso, cuando un simple cuento puede estar transmitiendo un nivel de realidad mayor (véase Shakespeare o Cervantes). Cuenta Michel  Foucault, que aún en la época de los estoicos, el lenguaje poseía un valor ternario y por lo tanto, tres niveles de significación: significado, significante y su coyuntura. Este tercer nivel se perdió en nuestra cultura desde el siglo XVII al hacerse simbólico y representativo. Este  coartado pensamiento es el que se sigue utilizando en las escuelas occidentales hasta hoy. Parece ser que las cosas se analizan simplemente desde el fondo y la forma por separado, como si diseccionáramos el lenguaje para que perdiera su poder y nunca creara pensamiento. Si no hay coyuntura, nunca podremos pensar a través de las cosas. El tercer nivel de significación, es aquel que une los otros dos, es el nivel donde se articula la semilla del pensamiento, donde la etimología y el uso se unen para producir en nosotros una tercera dimensión y donde el lenguaje desarrolla todo su poder sobre nosotros. Alan Moore inyectó este tercer nivel a su obra y por tanto, Watchmen contiene esa sensación de cara y cruz donde todo se dice veladamente, donde siempre nos parece que se está diciendo más de lo que se dice, a pesar de la apariencia espectacular de las imágenes de Snyder, de su ritmo de videoclip y sus infografías siderales; de una manera u otra, lo real palpita en dicho palimpsesto estructural, acelerándose o ralentizándose, deteniéndose en el espacio, contándonos la historia de una forma sofisticada pero efectiva, invocando voces que nos hablan de la coyuntura. 

La voz del Comediante dice: todo son vidas violentas que acaban violentamente, porque los hombres son de naturaleza salvaje y no importa todo lo que adornes esa realidad, pues la verdad es cruel en ellos; son sucios, egoístas, estúpidos. Quieren crear un paraíso, pero ese paraíso está lleno de horrores. El horror ha conquistado la mente de los hombres (recordemos al Kurtz de Coppola) y los Watchmen lo saben, pero incluso ellos han sucumbido a la pasividad con que somete el sistema a toda existencia. Sólo se puede sobrevivir en una intensa revolución interior donde nada quede sin desenmascar y donde se luche intensamente contra la fuerte alienación que sufre una humanidad, enajenada por el dinero y sus trucos. La mente debe quedar liberada, el lenguaje de las imágenes debe recobrar su poder; la misión ya no es conquistar el mundo, sino conquistar a los hombres, follarse a la mente de la multitud para hacer que abra su alma de par en par y curar, por fin, los males que la afligen. Las multinacionales trafican con las drogas a las que está enganchada la mayoría: el petróleo, la electricidad, la coca cola, la moda, el deporte, la información… Han transformado a la humanidad en el yonki del que luego hablará Burroughs y en el borracho que más tarde inventará Bukowski, en el suicida al que míticamente cantará el oportunista Ginsberg o en el vagabundo al que hará soñar un hermoso y valiente Jack Kerouac. 

Entre otras muchas voces, suena la onírica voz del Dr. Manhattan: ¿por qué salvar el mundo si yo ya no pertenezco a él? Las calles están llenas de muerte, sólo lo que puede suceder, sucede; nada se acaba, nada se acaba nunca. Pero he visto un milagro, oxígeno volviéndose oro y ese hecho tan poco probable, es motivo suficiente para no rendirse. Cuando el materialismo de Manhattan se convierte en sentimiento y se abre a lo irracional, al hecho improbable, de repente empieza a sonar dentro del film, la indomable música de Jimmy Hendrix, interpretando, no una canción cualquiera, sino esa que dice:

"Tiene que haber alguna salida” ,
Le dijo el comediante al ladrón,
“Hay demasiado caos, no puedo descansar”. 
Los hombres de negocios se beben mi vino,
los labradores escarban mi tierra,
Ninguno de ellos sabe lo que vale”

“No hay razón para enfadarse”,
respondió amablemente el ladrón,
“Hay muchos entre nosotros que sienten 
que la vida es una broma. 
Tú y yo ya hemos pasado eso y no es nuestro destino, 
así que dejémonos de historias, que se hace tarde”

En las atalayas, las princesas siguen atentas
mientras todas las demás vienen y van,
y también los sirvientes vienen descalzos.
Y fuera, en la distancia, un gato vagabundo chilló, 
mientras dos jinetes se acercaban,
justo cuando el viento empezó a soplar.

El signo esencial de Watchmen es una pequeña chapita sonriente, posesión del Comediante, casualmente el ser más cruel y más escéptico de toda la pandilla. Seguramente dicho personaje es el más banal, pues es el que representa el cotidiano pensamiento de la muchedumbre, el deseo viviente con dos patas que actúa en consecuencia con sus necesidades. La chapa sonriente manchada de sangre es el extraño símbolo de lo que Alan Moore concibe como el verdadero signo de los tiempos: una broma infinita que nos han gastado sin motivo. Por eso, Watchmen se plantea como una gran broma fílmica, pero que se empeña en dinamitar las conciencias a base de bien. El verdadero chiste de toda la trama son en definitiva, los Watchmen en sí, los vigilantes imaginarios de nuestra torpeza y nuestro egoísmo. Moore proyecta en sus antihéroes marginales, a los los monstruos que ha creado un alucinado, arquetipos puros y capitalistas, enfrascados en personalidades fijas y morales que luchan por utopías pegando saltos y matando a gente. Cada Watchmen es como una neurona de nuestra mente, formas de ver la realidad que crean confusiones en nuestra percepción. Al igual que ellos, estamos sumidos en todos los vicios, en todos los deseos y por eso el chiste funciona, pues a diferencia de Batman -del cuál Snyder está filmando una película: Dawn of Justice- o Superman -del cuál Snyder realizó la fallida Man of Steel-, viendo Watchmen, fácilmente empatizamos con la irracionalidad de personajes que nosotros mismos hemos sido o hemos creído ser en algún momento; el vengador, el mentiroso, el narcisista, el prepotente, el cínico, el orgulloso, el listo, el conformista, el ambicioso, el perezoso, el pasivo o el valiente. Watchmen es un film imbuido en un delirio de imágenes donde convergen todos los espacios y todos los seres: Marte, la Antártida, Egipto, el Infierno, Vietnam, las pesadillas, los reyes, la gleba, los detectives, los cantantes, los sueños, las pesadillas, el fin del mundo, el mando a distancia, las naves espaciales, las hamburguesas, los ríos de lava, el Valhalla de Odín; todo ello se mezcla en un cóctel donde el mundo analógico anuncia el futuro en un reloj que da vueltas, tal vez por última vez. 

Todo ya existía antes del ahora y cada momento es una escena que cabe en una de las tantas pantallas que vendrán en el porvenir, una de esas ventanas que se ha elegido para que una parte del mundo se muestre en coyuntura; al igual que las coloridas viñetas pop de Alan Moore, la realidad elige su propio color alucinado. Así en él, el Comediante seguirá repitiendo que nuestra naturaleza salvaje nos matará, pues el arma definitiva está en nuestras manos: es el mando a distancia de la profecía de los tiempos. Rorscharch seguirá aullando entre las sombras, buscando su verdadera cara. Veidt, el hombre más listo del mundo, seguirá sabiendo la verdad y estableciendo un pacto secreto: la paz tiene un precio llamado  silencio. Vivimos mecidos en una farsa en forma de chapa sonriente -o eso es lo que sostiene Moore- y la ficción nos lo recuerda desde la suya propia -o eso es lo que intenta Snyder, que tanto sabe se representar superhéroes-. Como decía Joseph Beauys, todo hombre es un artista y por ello, debemos encontrar en el arte, el sentido de nuestras capacidades, con el objetivo de encontar una sensación real de nosotros mismos. En esa linea, el dr. Manhattan se despide así: yo puedo cambiar casi todo menos la naturaleza humana. Me voy de esta galaxia a una menos complicada. Creo que quizá así crearé un poco... Existen otras dimensiones de la vida, otras fuerzas muy diferentes en el mundo que debemos conocer. El capital debe ser sustituido por la creatividad en el hombre, pues se le quiere aislar de este conocimiento precioso e innato, para hacer de los secretos algo verdaderamente productivo, espiritualmente útil o lo que es lo mismo: pensar Watchmen como un sueño paradójico de utopía real.





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