viernes, 4 de abril de 2014



PEQUEÑA GUÍA 
DE VISIONADO 
de John Ford





Es complicado entrar en el mundo de John Ford. A veces, uno se pregunta qué tendría que pasar para que algo aparentemente obsoleto, resucite útil y hermoso. La vida es así y el cine de Ford lo es. Privaremos al lector de estas lineas con gran parte de su obra, pues el arduo problema de abarcar su filmografía, es su vastedad. Nada es tan dispar e infinito como la lista de títulos que se convoca a su alrededor y se entiende que nadie (o casi nadie) entre de forma absoluta, más que nada, por miedo a perderse. A continuación se intentará resumir en una pequeña lista de leyes que ayudaran al novato y al experto parcial, a encontrar a ese magnífico Ford que todo el mundo imagina cuando ve una película de Ford.
Primera ley: no ver sus cortos.
Ford empezó su carrera en 1917 con una peliculita llamada El tornado que, a día de hoy es muy improbable de encontrar (a veces el olvido nos hace un favor). Desde esa fecha, realizó más de 70 películas hasta 1930, año en el que se recomienda una primera parada: Up the river, un filme en el que se encuentran reunidos algunos de los primeros elementos representativos de la esencia de Ford: la aventura, el humor, el ingenio, el escupitajo, las apuestas y la Biblia en todas sus multiplicidades.
En los años 30´, Ford busca impaciente un aliado. Siente sus primeras certezas en la práctica del cine y planea ya crear a su propio héroe. Por un lado, lo intenta con el famoso y dicharachero cómico Will Rogers (Doctor Bull, 1933 -con la que supera todo el concepto neorrealista-, Judge Priest, 1934 y Steamboat round the bend, 1935) y por otro, con el tosco y bonachón Victor McLaglen (The lost patrol, 1934 y El delator, 1935), pero ninguno se ajusta al tempo irredento que Ford convoca y construye a cada paso; necesita algo más épico. Bien es cierto que Ford aún no ha madurado con brillantez su engranaje. Esta primera fase que se podría llamar, iniciática, acaba curiosamente como empezó, pues si su primera película se llamó El tornado, la última película de este periodo, fue bautizada como El huracán (1937).
En la mayor parte de esta fase, predomina un abigarrado personaje coral que lo acapara todo, una irreverencia natural ante lo clásico y de alguna manera, un desajuste de temas y personajes dignos de cualquier lúcido aprendiz. Con todo, Ford ha rodado mucho, antes de llegar a los 40 y seguramente, mucho más que cualquier director de su generación. Aunque la cantidad nunca asegura la calidad, se puede imaginar que su pericia posterior viene de esta primera compulsiva y dispar etapa.

Segunda ley: haga lo que se haga, no dejar nunca de ver La diligencia (1939).
Esta película es el gancho vital de toda la obra de Ford. Si se pudiera decir que su estética estuvo aletargada hasta la fecha, se podría afirmar sin miedo que Stagecoach es el arranque ineludible y definitivo del estilo fordiano y de una forma de ver y hacer cine. No sería excesivo decir, que La diligencia representa un buen motivo para engancharse a la enorme ola que surge a partir de este momento desde el interior del director norteamericano; su ojo crece como la espuma y pronto será una verdadera ola. Si somos sinceros, habría que saltar directamente hasta The long voyage home (1940), para ver a ese estilo en un proceso de ascensión ininterrumpida. Si en Stagecoach, Ford encuentra el fluir del desierto hacia el que más tarde se dirigirá, en 1940, lo encuentra navegando sobre un barco de delirio y alcohol sin rumbo fijo. Si fuera real toda la bebida que se consume en las películas de Ford hasta la fecha, todos los personajes sin excepción, estarías más que muertos o ingresados en hospitales de desintoxicación. Lo curioso del tema es que de aquí en adelante, la costumbre del trago se hace más y más obsesiva en las imágenes de Ford, pues de alguna manera, el cine de Ford es un trago de desesperación hacia un canto indefinible.
La buena forma de su obra en esta década, se confirma en la adaptación de Tobacco Road (1941), una película casi extraterrestre, de esas que dejan marca más allá de cualquier catalogación. Se trata de una película altamente subversiva, repleta de absurdos y giros paranoides que conducen a una inexplicable sonrisa por parte de un alucinado espectador que no sabe si está viendo una película de mitad de siglo o un film del siglo 3000. Hay que advertir que dicha película es una rotunda excepción en su obra, una isla de locura como lo es también la extraordinaria y paradójica, The trouble with Harry (1950) de Alfred Hitchcock.
Los años 40´ se completan para Ford con dos privilegiadas e hipnóticas películas: My darling Clementine (1946) y Three Godfathers (1948). En la primera quizás, logra su película más completa. Sin complejos, desarrolla sus recientes habilidades para el wenstern, combinadas con el peso del relato clásico de una leyenda local (Wyatt Earp) junto a un talento casi prodigioso para conjugar el sentimiento shakespiriano y la omisión de la sensación dramática en sí misma. Si My darling Clementine puede apostar sin miedo por ser la mejor película de Ford, es por eso, por su sencillez complicada, por su multiplicidad de personajes, por su relato claro y sobretodo, por su falta de dramatismo, incluso en los momentos más críticos y frágiles. Hay pocas películas en las que elementos tan corrosivos como la muerte o el amor, no consigan desdibujar el verdadero sentido de la cuestión. En ella, Henry Fonda realiza su papel más honesto y divertido, y el enigmático Victor Mature, traduce inexplicablemente en pura presencia, la imagen de lo eterno. Sé que lo que digo son sólo palabras, pero aquel que se atreva a enfrentarse a esta película, podrá comprobarlo con sus propios ojos y toda cábala quedará en certeza.



(Proximamente... años 50´y 60´)










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