jueves, 3 de abril de 2014






THE MOSQUITO COAST
(1986)

Peter Weir





Él dice: vivamos una aventura, aunque sea la última cosa que hagamos. pues si miras alrededor, algo ha provocado que todo huela a letrina, que pisemos inmundicia y mentira que nos hace beber tragos de veneno del bueno, en vez de llenar gozosamente nuestra locura. La idea de la huída se construye a partir de la historia de los héroes, ese cuento tan antiguo, que trata de la voluntad y del valor que ha tenido que recorrer la historia de la humanidad hasta hoy; Robinson Crusoe, Juana de Arco, Thoreau, Mowgli, Pierrot el Loco, Billy Bones, John Silver... todos ellos han intentado escapar de la trampa que encierra la existencia y que hoy nos sigue envolviendo. El lugar hacia el cuál dirigirse, se acerca más a la ciencia de la ilusión que a la de la geografía. Allí en medio, Fox es un hombre valiente que está cansado de ver cómo el sistema nos aburre con sus tretas y su falsa conciencia del trabajo (¿vivir para trabajar o trabajar para vivir?). Fox no para de repetir: si aparece en el mapa, no me sirve y sigue adelante porque sabe que la aventura ya está en marcha y que un solo paso, le llevará al peligro. Que se queden los platos sin fregar y la alfombra sucia, que se nos vacíe la barriga, que se nos limpien los ojos del espíritu. Fox es un nómada que se ha dado cuenta del río, por eso Fox es un santo loco que hace que los sueños se conviertan en realidad, transformándose en un cachito de hielo donde permanece dormido un universo fascinante. Fox inventa lo invisible para que todos lo vean, para que persigan al ánimo como si fuera un animal salvaje y les hace correr y llorar, zambullirse y sentir la vida tal y como fue dada al hombre: cruel, dura y bella. La vida no para de sonreír cuando siente que Fox la persigue y que todos la persiguen con él, confiando en ese hombre sin fatiga hacedor de milagros; aquel  que no conoce la sed, ni el hambre, ni el frío, pues sólo quiere sonreír de la misma manera que lo hace un dios.
Debido a su espíritu arrollador, Fox nunca viaja solo y convierte el devenir en una rolling stone familiar de lo más arriesgada, tomando una dirección que todos creen equivocada y que él ignora, siguiendo una sola certeza: la vida se encuentra río arriba. Flotando sobre la victoria, los días pasan, respirando el mundo, creciendo a lo grande, ensanchando el espíritu que cada vez se siente más cerca. Todo arde y ahora es libre. Fox ya no tiene que cargar con Fox, ahora sólo es libertar y la libertad fluye allá donde viva. Amanece y ya están lejos de la civilización. Fox sonríe orgulloso, pues sabe que todo ha desaparecido a lo lejos y que ahora sólo quedamos nosotros; lo que queramos hacer o no depende de nuestra elección. 

Fox dice: romped la jaula.
Fox dice: inventar vuestro reino.
Fox dice: amaos, pero no claudiquéis.
Fox grita: el fracaso no existe, es el camino de la libertad.
Fox clama: no desfallezcáis.
Fox se despide: mirad a vuestro alrededor y sed honestos; no me traicionéis.

Peter Weir nunca traiciona a sus personajes, pues tiene una curiosa ley fílmica, sólida e infranqueable: la obsesión de filmar la ruta de la pasión. No hay una sola película en su filmografía que no esté llena de voluntad por llegar más allá (El show de Truman, 1998), por inventar el mundo (Los coches que devoraron París, 1974), por vivir los sueños (El club de los poetas muertos, 1989) o por viajar sin pan hasta el otro lado del fin del mundo (La última ola, 1977). Existe un uso del cine que se encarga de desarrollar la épica que lamentablemente, se ha diluido tanto en artificios dentro de nuestra época y que es ahora ya irreconocible o para hablar en términos más justos: ilusoria. Nadie cree ya en las hazañas ni en las aventuras y se toma como ficción, lo que en otro momento fue pura brecha vital, puro aliento; una forma de ver la realidad con ingenio y ternura, buscando cauces imposibles por conquistar la imaginación (pues sólo la imaginación nos salva en este laberinto odioso). El héroe, al que alguna vez llamaron antihéroe, vive hoy clandestino y feliz en algún lugar muy distinto a este, un lugar sin control, sin previsión, con lucha y alegría. No queda otra para aquel que quiere vivir el peligro. Por eso Weir nos lleva de viaje por los ríos de la emoción, a la grupa de esa vida invivible pero insustituible, derramando el secreto de la acción en todas y cada una de las visiones sobre esa práctica tan curiosa, que trata de aprender a sobrevivir en la confusión que no paramos de llamar existencia. Weir toma elementos del primer Bergman (Un verano con Mónica, 1953) y del fin del idealismo godardiano (Pierrot le Fou, 1965), pasando por las alucinaciones primigenias de Malick (Badlands, 1973) hasta llegar al final de los 80, cuando la ola hippi parece agotarse y su espíritu queda encerrado en las multinacionales del mal, que han aprendido a empaquetarlo y hacerlo rentable. Al igual que Hal Ashby, Milos Forman o el primer Coppola, Peter Weir intenta contar desde dentro lo que hay fuera siendo una extensión de su película, explicando las cosas de la manera más sencilla, procurando apartarse lo más posible del sistema, aunque la imagen que practica, fue inventada por ese mismo sistema. Sus historias son más arriesgadas que su estética (enfermedad muy corriente entre los directores hollywodienses), pero hay que elegir entre crear o contar, y él elige contar.

Fox repite: nos están lavando el cerebro.
Fox vuelve a gritar: los maté para ser libre.
Fox dice: seguidme o retrocederéis.
Fox canta: voy a inventar el mundo.
Fox dice: nos chupan la sangre, no les tengas lástima; lucha.
Fox sonríe: seré un animal salvaje.
Fox os pregunta: ¿navegáis río arriba o río abajo?








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