miércoles, 14 de junio de 2023


 

 



Miscelánea de Mayo
SOMOS PECES DORADOS
 






«La risa procede de algo que se espera y que de pronto se resuelve en nada.»

Inmanuel Kant

 
 
Quién no podría amar a Ted Lasso: una mezcla entre Groucho Marx, Andy Bernard (The office) y Mr. Belvedere. Se trata de un personaje creado para sanar, para guiar a otros desde la debilidad y no desde el poder. En esta ficción no existe la tiranía, sólo una persona con un enorme trauma que esconde con infinitos chistes y refranes -que llevan a confluir en moralejas útiles e inútiles- un enorme temor, una gran pérdida. Ted Lasso, además de un ser un ente de ficción, es una serie que -como casi todas-, debería haber durado menos y haber diversificado también menos. La ambición de solucionar todas las tramas creadas complica los argumentos principales y por tanto, desdibuja el sentido de la serie; es el pecado de la producciones actuales. Maldita industria. Malditas series, ¿es la nueva Fiebre del Oro? Pese a todo, hasta la mitad de sus capítulos, Ted Lasso es una revelación ficcional, una comedia abocada a la risa fácil que acabó siendo, tal vez, la primera serie de autoayuda como tal, una máquina del tiempo hacia los años 90', ese paraíso de happy endings y de buenas intenciones que han sido barridas en este nuevo siglo de escepticismo y pesimismo. Hoy, los cómicos, están empeñados en demostrar que la comedia es algo más que hacer el payaso para que los demás se rían y por tanto, han convertido la risa en pseudofilosofía, o sea, en una cosa muy peligrosa en la que la gente pierde demasiado tiempo. La comedia no es una cosa seria por mucho que la reivindiquen y más allá de la sonrisa, no es más que una versión cutre del pensamiento débil. Hoy los cómicos escriben libros, dan conferencias, presentan programas,protagonizan series, hacen anuncios de cereales, de bebidas, de neumáticos y siguen predicando al personal como si este oficio fuese algo más que un simple entretenimiento. Quieren ser Klaus Kinski en modo Jesus. Ya lo dijo Jim Carrey -el rey de todos los comediantes-: "sólo me queda ser Jesucristo". Tal vez hay un tipo de humor que se está acabando pero que, como todo lo que triunfa, se resiste ha desaparecer. Todo esto es una tradición que viene, como todo lo malo, desde EEUU, imperio donde la comedia se ha convertido desde hace medio siglo, en una verdadera rama del poder. Allí los cómicos son dioses y multimillonarios, poseen el aplauso, la voz y la verdad. El famoso stand-up es una especie de ritual donde un puñado de sofistas se sube a especular sobre la vida y sus costumbres, lanzando mensajes estrambóticos y caprichosos a un público enfermizo, ansioso de convulsión. La risa es un tipo crisis nerviosa a la que los más agudos profesionales, pueden inducir con la mayor facilidad. Pavlov y los perros: una vieja historia. Entre tanto, sólo decir que Ted Lasso, a parte del fútbol inglés y el couching milagroso, es una serie que trata sobre todo del lenguaje y de cómo éste nos sirve de máscara, de refugio, de búnker. Si se analiza la velocidad de las palabras de Ted en la evolución de su andadura, se podrá observar un aumento de pulsaciones en sus vocalizaciones hasta llegar a un punto casi indescifrable: Ted llega a casi vomitar palabras sólo para ganar tiempo, irse del trabajo y encerrarse en casa a llorar. Vive sumido en la nada a la que le ha llevado la mentira del humor. Hay algo muy negativo y que se acaba haciendo profundamente aburrido en el protagonista, un giro de guión que arrastra al público al abatimiento por pura depresión. Así como la mitad de la serie es un homenaje al optimismo más radical y radiante, la otra es un descenso al realismo más puro, un viaje del idealismo y la fantasía hasta la decadencia del ser, el agotamiento del entusiasmo, hasta el vacío existencial y la impotencia. De hecho, hay algo muy conservador y terriblemente tóxico en la decisión final de Ted; esa es la sensación se mastica en su última mirada.
Por otro lado y retomando aquello del stand-up, hace poco también ha terminado otra serie -cómo no, demasiado larga- llamada La maravillosa Mrs. Maisel, una historia original muy bien contada con un despliegue de medios que ya le gustaría tener a desmesurados como Scorsese o Wes Anderson. Se trata de una especie de distopía sobre la comedia a partir de los 50' en EEUU y que narraría el origen de la comedia actual a través de los ojos de una mujer que triunfa sobre los escenarios mofándose de la realidad y de los hombres. En el caso de este personaje, también pueden apreciarse dos caras, una, la de una niña pija de Manhattan que adora vivir con su familia y comprarse vestidos a lo Jackie Kennedy (muy Opus) y otra, más punki y deslenguada, que trabaja presentando cabarets, incendiando antros y enseñando las pechugas en público para ganarse un hueco en ese mundo en el que si no te vendes no mamas. La serie de Mrs. Maisel tiene muchas conexiones con la de Ted Lasso, con la creación de mundos imposibles, en su metáfora del menos es más e incluso del absurdo sueño americano, la competitividad, la locura y sobre todo, un sentido de la comedia más familiar que todas las producciones estrenadas en los últimos veinte años. En el siglo XXI se ha perdido la inocencia en pos de la pistola, la cocaína y la pornografía: al otro lado están estas dos ficciones donde nada de eso persiste, ninguna violencia sobrevive, ningún asesinato debe de ser resuelto, ninguna macarrada se impone ante el lujo de la historia bien contada, del reino de personajes originales. Una antigua sensación ha resucitado con ambas series que con sus más y sus menos, encarnan una nueva-vieja manera de afrontar la comedia más allá del narcisismo, el predicamento y la idolatría.
Dos peces dorados.









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