martes, 12 de agosto de 2014




EL ACTO DE MATAR
(2013)

Joshua Oppenheimer







(13 anotaciones sobre la película)



1.
Cuando vivió en Sumatra del Norte, Joshua Oppenheimer tuvo un vecino muy especial del que descubrió por casualidad, una historia más que estremecedora. Antes de saber nada, en 2003, el director texano viajaba por Indonesia rodando la reivindicativa The Globalisation Tapes, cuando empezó a escuchar las terribles historias que se contaban en los pueblos sumatrinos, sobre las sangrientas matanzas anticomunistas que se sucedieron en el país en los años 60. Josh quiso saber quiénes habían sido los verdaderos verdugos de aquel holocaust y así, acabó persiguiendo con su cámara, a más de cuarenta gánsters anónimos, con la esperanza de encontrar una historia que aclarase este terrorífico suceso, promovido secretamente por la CIA. Pocos saben que en Sumatra se halla la más grande mina de oro y la tercera de cobre de todo el mundo, además de ocupar un lugar estratégico con respecto a potencias como Japón o Rusia. EEUU financió millonariamente durante los años 50 indistintamente, al gobierno y a las guerrillas de Sumatra, provocando una guerra civil inevitable que desestabilizó el país hasta imponer una autocracia disfrazada de efectiva normalidad. EEUU no podía permitir que Sumatra se hiciera comunista, pues la Guerra Fría se encontraba en uno de los momentos más tensos de su proceso histórico. Muchos jóvenes sin porvenir que trabajan en las plantaciones, se dejaban seducir por el dollar norteamericano y se convertían así, del día a la mañana, en auténticos gánsters de cine negro que asolaron el país matando chinos a diestro y siniestro. EEUU inició unas campañas de propaganda anticomunista para lavar el cerebro a la población e instalar su propia versión del estado de las cosas; aquí comienza el horror en sí mismo, basado en un método de sustitución del lenguaje como arma letal a base de manipulaciones culturales y espionaje barato.


2.
Aunque en la película se le nombra cientos veces, en este texto no se utilizará el nombre real del protagonista, por una cuestión de lenguaje y de poder; simplemente se le mencionará como el horror, para que su nombre no ascienda al imaginario colectivo fácilmente. Ya uno mismo se siente demasiado partícipe de la barbarie del film, como para colaborar en esta problemática película en todos sus niveles, tan contradictoria ética como estéticamente.
Aparentemente, el vecino de Joshua es un hombre mayor, elegante y educado. Una vez le contó al cineasta que él empezó a ser gánster cuando sus patronos del campo vieron que era el único capaz de matar a sangre fría a cuantos se resistieran a su autoridad; les ahogaba en las albercas, cerca del maíz.  Josh todavía no sabía qué estaba buscando entre los gánsters hasta que conoció a este vecino suyo que vivía a unos metros de su casa. Un día lo acompañó hasta una pequeña terraza, donde le confesó sin pudor que allí mismo había ahorcado a miles de personas con un simple cable. Después de la explicación, el horror se puso a bailar sobre la terraza como si fuera Fred Astaire y esa danza macabra inició la chispa de THE ACT OF KILLING.


3.
La vida es una farsa que incluye a la tragedia, al holocausto y al infierno al mismo tiempo y eso Joshua lo sabía perfectamente, pues había visto las películas que rodaron directores como Jean Rouch (Les maîtres fous, 1955), Claude Lanzmann (Shoah, 1985), Jean-Luc Godard (Ici et ailleurs, 1976) o Jirí Menzel (Ostre sledované vlaky, 1966). El cine ya había hablado de ello, pero una forma nueva de lo mismo estaba a punto de emerger de la realidad; el infierno es un teatro de variedades, una multitud aburrida representando un papel dentro del vacío. El horror, como el mismo hombre, esta poseído por el ego y desea hacerse famoso a toda costa, para buscar su propia salvación y poder controlar las palabras del porvenir; todo es una cuestión de lenguaje. Si eres un asesino y quieres que tu nombre perdure en la historia, deberás manipular los hechos; tendrás que salir en la televisión y mostrar lo que eres o lo que crees que eres, pues el horror posee el don de contar historias muy sencillas y la historia de la muerte es el acto más sencillo y rápido. 
Josh se dio cuenta de eso y de que -instintivamente-, la forma de actuar del horror, siempre había sido la del acto de matar. Concebía el asesinato como un gesto sin consecuencia, como bailar, cantar, beber, fumar marihuana, tomar éxtasis... algo que empieza y acaba rápido hasta la siguiente vez. Para hacerlo soportable, el acto de matar puede sublimarse hasta el sadismo y transformarse en un juego o un ritual mecánico que va perfeccionándose con la práctica. Ya lo dijo DeQuincey en El asesinato considerado como una de las bellas artes (1827) donde el horror toma un valor estético y donde la sustitución semántica vuelve a tener su efecto ineludible. 
El vecino de Josh es muy narcisista y muy coqueto. Se tiñe el pelo y viste trajes horteras de segunda, combinados al azar. Le gustan las chaquetas amarillas y los sombreros fuxias; se pone gafas de rastrillo para parecerse a Al Capone y tiene una dentadura de Drácula para salir guapo en las fotos. Todo es un disfraz para él, pues toda su vida a representado un papel de ficción, una ficción de la que no puede salir, porque no sabe cómo; vive una irrealidad rodeada de vulgaridad, pues la muerte es cutre en sí misma y adopta esa manera miserable y ridícula para manifestarla. El horror necesita volar para sentirse feliz y cuando lo consigue, aparece en escena como un viejo que baila por la calle acompañado de un gordo retrasado mental que ha matado a tantos chinos como él y que se lava los dientes como si fuera un jabalí emparrillado. Se viste de mujer porque ya no sabe qué hacer con esta vida en la que nada le divierte. En el pasado, el horror crió a un niño que hoy es el rey de Sumatra y que bromea constantemente con apuñalarle por la espalda; este niño es un putero y un traidor, pero todos le pagan sus diezmos sin rechistar. Ese pestilente rey dice: en este país tenemos gánsters y eso es bueno, porque la palabra gánster significa hombre libre. En ese instante, Josh empieza a entender que todo aquel entramado, se trata de algo más sofisticado de lo que realmente parece; alguien a sustituido las ideas comunes y ha trucado el lenguaje para que la realidad coincida con el absurdo. Entonces Josh entiende que vive en medio de una dictadura criminal. Pero, ¿cuál ha sido el motor que ha cambiado las palabras para ajustar la realidad a una pesadilla tan imaginaria como la de Sumatra?



4.
En los años 60, el horror trabajaba en un cine revendiendo entradas y matando a cualquiera en su tiempo libre para ganarse un plus y comprarse las chaquetas amarillas más cantosas de Indonesia; nos gustaban las películas porque nos enseñaban a vivir, pero cuando llegaron los comunistas, nos las quisieron quitar: nos robaron a Elvis, a John Wayne, a Al Pacino, a Robert de Niro, a Sidney Poitier y entonces nadie venía al cine y nosotros no podíamos vender entradas ni aprender cómo hacer las cosas. Cuando me hice gánster, mataba a tanta gente, que el cine era lo único que me hacía olvidarlo, porque necesitaba sentirme bien.
El cine le enseñó a actuar y su forma de actuar fue la de matar.
El horror y sus compinches están alienados por una mentira de la CIA que aún hoy, ignoran. Gracias a Hollywood, la misma CIA parece algo irreal, un elemento de pura ficción y película de sobremesa que alguien ha inventado para un guión de la Paramount, pero si se analizan los hechos históricos detenidamente, se descubrirá la terrible sorpresa de que el caso de Sumatra fue uno de los primeros experimentos del espionaje norteamericano liderados por Kissinger, en la lucha por la supremacía mundial durante la Guerra Fría (un germen que, poco después, se aplicó por ejemplo, en el caso Pinochet). Parece conspiratorio pensar que el lugar que ocupa hoy EEUU, es debido en su mayor parte, a dichas astucias imperialistas y secretas, y no, como se sigue obligando a pensar, a su cínico patriotismo y a su leyenda de pacotilla. EEUU ya inventó a través de John Ford, una parte de su historia, o mejor dicho, el origen de su mito como nación dominadora, luchando contra los indígenas americanos a base de séptimos de caballería. Esto Josh lo sabe porque nació en Texas aunque ahora vive en Copenhague, pero el horror no sabía ni sabrá nada, pues igual que EEUU, la identidad del horror también fue inventada, de alguna manera, en el cine. El asesinato cotidiano acabó siendo normal para sus manos, junto a unos tipos que acabaron cantando canciones de Louisiana en medio de las calles de Sumatra, sin saber muy bien qué decían o por qué cantaban aquello en aquel idioma tan extraño donde death significaba muerte y love, amor; pero esto ellos tampoco lo sabían. Los amigos del horror se creen cantantes folk, estrellas de cine, gánsters de New York, de Atlantic City o de Chicago. Se creen Al Capone, visten camisetas de Transformers, fuman tabaco norteamericano...
Eso es alienación.
McDonald es alienación.
Kennedy es alienación.
Nike es alienación. 
Las películas de gánsters son alienación
Starbucks es alienación.
Vietnam es alienación.
Afganistan es alienación.
Obama es alienación.



5.
EEUU ha conseguido alienar al mundo entero en su beneficio personal y a día de hoy, millones de muertos duermen perdidos sin saber por qué les mataron. Al igual que EEUU, el horror inventa su forma de actuar y normaliza la muerte para creer en la cotidianidad de los gestos, pero el horror siempre ha sabido de dónde vienen las pesadillas; el vecino de Josh mató una vez a un hombre, pero se le olvidó cerrarle los ojos, desde ese día, aquella mirada le perturba las noches que entretiene jugando con patitos de plástico. A ellos sí que les cuenta la verdad y les susurra que realmente, cuando era joven, tuvo mucho miedo y que por eso mataba chinos sin pensar como si fueran cucarachas y que por eso se drogaba como un mono de feria cada día; matar es fácil, lo difícil es encontrar un motivo que calme la culpa.



6.
El jefe del horror confiesa: ¿para qué hablar de él si no fue sólo uno, sino cientos de ellos que son lo mismo? Pero él engaña, pues oculta que era él, el gran verdugo que seleccionaba a las víctimas. Mentía para ofrecer un motivo real de castigo; la palabra vuelve a mostrar su poder. Él era otro tipo de horror, un horror de palabra. El jefe de los gánsters no se considera un gánster, sino el editor de un periódico: un hombre libre que dirige a hombres libres. Pero en Sumatra todo está corrupto hasta el nivel de lo cutre. Los militares dicen que hay demasiada democracia y que a los gánsters hay que dejarlos en paz, porque han de vivir su vida: RELAX/ROLEX o el american way of life. Necesitamos hombres libres que corran riesgos en los negocios, que usen sus músculos, que dirijan el país.



7.
Los hombres libres no cesan de hacer juegos de palabras con todo, pues la realidad se les ha hecho un lío en la cabeza y todo su lenguaje está enfermo y mutado para que el status quo se mantenga; pero eso, ni siquiera ellos lo saben. Finalmente, todo el problema reside en una cuestión de lenguaje; el horror ha conseguido por ejemplo, sustituir la palabra muerte por la de ley, enemigo, comunista o chino. Ha instituido el término hombre libre y ha eliminado el de asesino; dice democracia en vez de dictadura, periódico en vez de matadero, terraza en vez de sala de torturas, vida en vez de parodia... lo sádico es sinónimo de lo cruel, de lo violento, de la tortura, de la danza de la muerte; los ejemplos son incontables y la realidad está dada la vuelta en favor de la oscuridad. La sustitución de las palabras por falsas ideas, el trastoque de imágenes culturales y significados comunes o la imposición de nuevos símbolos sociales, representan el fatídico a, b, c de cualquier sistema dictatorial. A diferencia de la esvástica nazi, el águila franquista, las barras norteamericanas o la estrella marroquí, el horror en Sumatra no se representa por nada más que por el vacío. La verdad y la mentira, a nivel semántico, se alteran hasta construir un discurso digno de un Ionesco enloquecido, una verdad relativa donde el horror tiene mucho miedo. Fuera de allí, el país de Sumatra sólo se conoce por su belleza natural y por sus centros comerciales; el sueño de Kissinger se ha hecho realidad. La identidad de Sumatra está oculta bajo el poder del horror, pues nadie quiere contar que pasó en el año 1965. Josh está preocupado pues se da cuenta de que todo es absurdo en Sumatra hasta el punto en que los asesinos creen ser héroes sin pelos en la lengua que merecen ser glorificados por sus hazañas. Ante su falsa percepción, ellos son los nuevos Aquiles, Teseos, Ulises, Agamenones, Menelaos y Orestes de su país a los que se les debería venerar. Josh se ha ganado su confianza y por eso los gánsters le hablan de la muerte como si le hablasen del fútbol, relatando su pasado como si se tratase de un tiempo verdaderamente épico y glorioso. Entre ellos se llaman amigos, pero no son más que matones a sueldo, ratas sin estómago que se rindieron al oro norteamericano.



8.
Josh le muestra al horror lo que filmó junto él en la terraza, la primera vez que se conocieron y cuando parece que la catarsis del cine va hacer su efecto en la conciencia del malvado, todo se hace aún más sorprendente: el horror se pone a explicar el acto que acaban de ver y se queja de que no ha sido una buena interpretación, pues en realidad todo es más violento, más rápido, menos racional; no se puede matar a alguien vestido de picnic, se reprocha seriamente. Sólo puede ver su ficción, no su realidad. La significación de los hechos ha sido borrada de su sentido y por eso el horror es un ambiguo monstruo que ríe sin saber por qué tiene pesadillas por las noches. Para él, ver pasar la vida es como asistir a una película donde él siempre gana, donde él aplasta el cuello de un hombre bajo una mesa, ese lugar donde todos le respetan simplemente porque le temen y porque saben que en sus manos murieron miles de chinos en los años 60, supuestos comunistas que él liquidaba a sangre fría  porque se lo ordenaba su jefe, el tipo del periódico. Los llevaba a un portal frente del cine donde él trabajaba vendiendo boletos para ver The Searchers, y allí los liquidaba. 



9.
EEUU pagó la realización de una película de propaganda anticomunista en los años 50 en Indonesia. Esa película se reponía anualmente a todos los niños en las escuelas. El horror trabajaba en el cine donde se proyectaba aquel panfleto gore y el horror confiesa que los niños salían traumatizados, llorando, sin saber muy bien por qué debían odiar a los comunistas: yo fui más allá de lo que se ve en esa película, le dijo su vecino a Josh, y por eso dicha película es lo único que me hace sentir inocente a día de hoy. Esa es la única razón por la cuál el horror quiere hacer su propia película; nunca ha entendido la vida sino a través de un film, una ficción sellada en el tiempo, una forma fija que explica las cosas claramente en su cabeza. Josh comprende que la ficción cinematográfica es la metadona de este pistolero insomne sin escrúpulos y por eso se ha comprometido con él para hacer una película sobre la muerte, un film que baila dentro de la imaginación de un gánster sin escrúpulos. Josh utiliza esta argucia voluntaria -pues los gánsters son los que en realidad necesitan realizar el film para salvar sus enfermizas almas- para adentrarse en la oscuridad de su relato. Ellos le abren las puertas de la verdad; la historia se queda desnuda en sus palabras y los ojos del espectador permanecen atónitos ante su recreación de las hechos. El horror puede llegar a relativizarlo todo, barajando posibilidades fatídicas para dar respuestas contradictorias. La justificación de sus acciones se basa en un argumento infantil: yo no soy culpable, pues los demás también lo han hecho; las cosas cambian con el tiempo, lo que antes estaba bien ahora está mal y viceversa. Los gánsters relativizan una moral que ellos mismos se inventan y someten todo a ella en ese teatrito de muñequitos destripados e inocentes. Repiten sin cesar: hasta dios tiene secretos, casi como haciendo partícipe a un ser divino, de la barbarie que ellos mismos crearon. Mistifican cualquier elemento, con tal de proteger su mente del secreto pasado. Los gánsters son los ganadores oficiales de esta historia y por eso, según ellos, pueden inventar su propia versión de los hechos y controlar el lenguaje a su gusto, subidos a su coche amarillo, recordando lo buenos que eran asesinando a diestro y siniestro a todos los chinos que encontraban. No todo lo cierto es bueno, algunas verdades no son buenas



10.
Uno de ellos dice: si quieres empezar a condenar, ¿por qué te centras en las matanzas comunistas? ¿por qué no empiezas con las matanzas de indios americanos?
¿por qué la gente ve a James Bond?
buscan acción
¿por qué ven películas sobre los nazis?
 buscan poder y sadismo



11.
El horror sostiene que puede hacer una película que supere todo producto americano de violencia, ya que él considera que su horror es el más verdadero. Sin duda, confiesa, nunca jamás ninguna película usó nuestro método. El horror dice representar la verdad pues confiesa ser un artista. Aquí, el método de sustitución del que vengo hablando, llega a su clímax, pues torna la palabra holocausto por la de arte y así transforma al asesino en un artista mayor; paradójicamente llega a la misma conclusión que DeQuincey, aunque por una ruta muy diferente. El horror definitivamente, se ha apoderado del lenguaje y lo asume y lo controla naturalmente.
El horror exige que en esta nueva película, todo debería ser verdad y por eso son ellos los que dirigen y hacen sufrir a los actores, son ellos los que miran por detrás de la cámara, son ellos los que hablan confesando la verdad sin darse cuenta; quieren, sin saberlo, que el film se parezca a la muerte tal y como ellos la conocieron, escenificándola en su detalles, disfrazando inconscientemente a lo protagonistas, recreando los hechos de una manera inverosímil y alucinada. Sin darse cuenta, reconstruyen el curioso pasado que contiene el secreto de sus vidas y la verdadera razón por la cuál no duermen por las noches; una cajita donde aún está vivo el origen de su terror. Su percepción de las cosas está tan distorsionada, que las escenas de la película acaban siendo una especie de circo estrafalario donde se mezcla la estética de Humor Amarillo y las películas de Laurel y Hardy, con la hiperrealidad de La caída de los dioses de Visconti, Saló o los 120 días de Sodoma, La cinta blanca de Haneke o Blue Velvet de David Lynch, todo a un mismo tiempo.



12.
El vecino de Josh dice: somos actores de telenovela que interpretamos nuestra propia muerte y cuando lo hacen, se dan cuenta de que la muerte es de otra manera muy distinta a lo que ellos habían imaginado durante toda su vida. La imagen que se cierne sobre ellos, habla por sí misma y les hace comprender la verdad, porque la imagen no usa palabras que ellos puedan sustituir, sino sensaciones reales que se les meten por dentro. El horror confiesa apesadumbrado: no pensé que la muerte fuera a verse tan terrible; de repente veo esa oscuridad y es como si viviéramos el fin del mundo. Por fin sé que esto sólo es una película, pero ahora todo está volviendo sobre mí de una manera muy diferente; el terror, el miedo, el silencio me invaden. La verdad siempre vuelve porque es verdad y ahora ha regresado en forma de pura imagen, una imagen que habla del pasado sobre lo que ocurrió y sobre lo que ocurrirá. El film de Joshua, construye una imagen prodigiosa de un particular uso del cine que sólo puede conseguirse a través de una coincidencia entre un millón, pues la relación que se establece entre el director y los asesinos, es tan explícita y tan especial que parece mentira. Seguramente Josh se sintió de alguna manera como Leni Riefenstahl filmando El triunfo de la voluntad en 1934. Así, imaginar la posibilidad de que existiera una película donde personajes tan repugnantes como Rudolph Hess, Amon Göth, Oskar Dirlewanger, Ilse Köhler, Mengelle, Irma Grese o el sádico Martin Sommerque -donde contasen en vivo y en directo la técnica de sus torturas durante los años 40 y luego decidieran representarlas para demostrar su belleza y eficacia-, sería una auténtica paranoia de oscuridad fílmica y una opción poco probable de realizar. Por eso, esta película tiene una doble cara, ya que su eficacia es tan perfecta como la de sus protagonistas y el nivel de realidad que se maneja es de tal calibre, que asusta darse cuenta de repente, de que lo que vemos en la pantalla es totalmente real. Por un momento se llega a pensar de que no se trata más que de una pantomima muy sofisticada, un fake a la siglo XXI, donde al final, la sorpresa es que todo era una broma sin más; pero aquí nada parece ser un chiste y ni siquiera las escenas más excéntricas causan una carcajada en el abrumado espectador; la niebla del mal que cubre todo el film, recuerda la famosa y olvidada película de Resnais, Nuit et Brouillard (1955), un film que inició una nueva actitud frente a la historia, haciéndonos responsables de ella a los que la vivimos en el presente. Así, la película que acaba filmando Joshua Oppenheimer, cruza el umbral de la ficción de la manera más estrambótica, transformándose en un film nada común, pues el palimpsesto que consigue -a partir del carrusel de películas que van apareciendo en Act of Killing-, resulta ser una experiencia tan misteriosa y perturbadora, que acaba transformándose en un arma de doble filo, donde nadie gana ni pierde y donde se esclarece una verdad oculta de la manera más sorprendente. Finalmente, el film se nos  muestra como una pequeña historia que nos revuelve por dentro sin saber muy bien por qué, una sencilla historia contada sencillamente, que nos produce un sentimiento contradictorio, de la misma manera que nos sucede cuando visionamos La sangre de las bestias (1934) de Georges Franju, una historia cotidiana y tremenda, donde lo que vemos no es exactamente lo que se muestra. 



13.
Tal vez, los gánsters han conseguido en el film, inventar un sustituto de la realidad para encubrir un horror al que llaman vida y una culpa a la que llaman bendición, con el macabro objetivo de obviar a millones de víctimas, inventando un cementerio surreal, donde los muertos danzan sonrientes y felices junto a ellos, casi pidiéndoles perdón, esperando que nosotros mismos -los que vemos el film-, nos hagamos sus compinches también de alguna manera y les compadezcamos, participando con nuestras risas y nuestra curiosidad, en la sangrienta historia que han inventado exclusivamente para nosotros, sin saber nunca que realmente ellos mismos, han sido, son y serán pequeñas máquinas que otros -más listos y crueles-, inventaron en algún lugar de Norteamérica para dominar el mundo.






viernes, 8 de agosto de 2014



WATCHMEN
(2009)

Zack Snyder





El mundo está aburrido y todo parece banal. La acción se ha olvidado de la mano de los hombres y parece que sólo unos pocos pueden resucitarlo. La historia de Watchmen comienza -al igual que el famoso libro de Jan Potocki- con el descubrimiento de un diario anónimo, que cuenta los motivos de por qué el mundo ha llegado a ser lo que es; el film es la ilustración de dicho diario. El siguiente pliegue trata de comprender que ese diario nace de la mano de un personaje redentor, un alma herida que pretende escarbar en lo más profundo de lo real, para sonsacar la verdadera trama del pastel; es un héroe disfrazado de detective que ha conseguido liberarse de todo compromiso o lazo y que se ha sacrificado para liberar el espíritu de los hombres. Vive entre las sombras sin remordimientos, repitiendo sin parar: 
devuélvanme mi cara,
devuélvanme mi cara,
devuélvanme mi cara.
Tras esa máscara manchada se encuentra una de las diversas voces que forman el corrosivo mensaje de Alan Moore, el escritor que inventó esta historia de conspiraciones y la llevó a los cómics, para difundir su mensaje a la manera de los nuevos tiempos. Al igual que Jeremías, Baruc, Ezequiel, Daniel, Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías o Malaquías, Moore intenta pronosticar el futuro inminente y transforma sin reparos los hechos de la historia, para crear una nueva versión del Apocalipsis. La palabra ha vuelto para intentar salvar la realidad y resucita las imágenes para que podamos ver a qué se parece. Los viejos profetas chillaban en las plazas de Babilonia y Jerusalem para conseguir que su visión fuera útil a los hombres. Moore usa las viñetas de colores para remitirse a una sociedad en decadencia, donde es fácil advertir el horror de las cosas. El futuro y el pasado residen en los signos que nos rodean, pero hay que descifrarlos, pues nada acaba nunca.

El aburrimiento ha condenado al hombre de hoy a sentarse en un sillón para ver qué ocurre en la realidad, sin apenas mancharse. Aunque el mundo esté a punto de estallar, nadie se dará cuenta verdaderamente; si todo estallara en este mismo instante, muy pocos podrían llegar a entenderlo de una forma recta. Desde hace mucho tiempo, el mundo vive sumido en la ficción norteamericana, absorbiendo -de todas las maneras posibles- esa cultura escéptica y materialista que se hace tan fácil y grata; en todo caso, se advierte que no es éste un panfleto antiestadounidense, sino el intento de esclarecer una problemática de la ficción.
En los años 70, surge en EEUU una nueva ola de artistas y movimientos que dan la vuelta a las premisas preconcebidas de la realidad. De entre toda la amalgama de hippies y LSD, de Dylans y Nixons, de Vietnam y de Guerra fría, nace una corriente underground que agrupa a unos cuantos creadores en desacuerdo con el establishment oficial y comienzan a crear la historia que revela la cara oculta de Norteamérica. Desde Warhol hasta Crumb, pasando por Bukowski, los graffiteros, John Cage, Warhol, los coyotes de Beauys o los negros de Basquiat, llegamos a un tipo llamado Alan Moore, al que hoy se considera el mejor guionista de cómics de la historia. Fuera de alabanzas -pues poco importan- este consumidor de ácido lisérgico, dejó escritas para el porvenir, un centenar de páginas que hablaban de una verdad alucinada. Cuando digo verdad, hablo de destapar la mentira imposible de imaginar, que sin duda esconde el sistema bajo una paz ilusoria y concedida; la misma que ha llegado a nuestros días y que hoy respiramos. Cuando digo alucinada, hablo de una nueva perspectiva, de un cruzar el umbral sin reparos y hablar de lo importante, sobretodo de lo imaginario como una forma purificadora.
Moore transforma los hechos de la historia y se inventa a unos tipos con ganas de acción y mucho ingenio, héroes disfrazados que van por las calles ajustando las cuentas a cualquiera que no cumpla la ley, pero no la ley de las instituciones, sino la ley de los hombres. Ellos son capaces de ver el miedo escondido en los rostros de la gleba, y así, inspeccionando los gestos y las facciones, descubren que todo se basa en la estúpida actitud de nunca tener suficiente y de querer más y más sin motivo. La muchedumbre tiene la fatídica manía de esconderse tras las máscaras facilitadas por el sistema, pues todos se sienten amenazados por algo que no conocen. Viven al borde del precipicio, sufriendo -como dirá Rorscharch- en medio de un matadero para retrasados mentales, sin saber qué decir, repitiéndose una y otra vez, que alguien les ha engañado y que les volverá a engañar. Los Watchmen han visto el terror en el rostro de la gente y han querido ayudarles, pero se han dado cuenta de que lo único a lo que tienen miedo es a ellos mismos; el sistema ha llevado demasiado lejos su trampa mortal y ha conseguido que la gente crea que el error está dentro de ellos mismos y no fuera. 

Entonces, ¿qué le ocurrió al american dream?
Fácil respuesta: se hizo realidad.

La ficción funciona aquí como una verdadera descarga de ideales sulfurosos y dietilamida destilada que, puestos en boca de outsiders enmascarados, parece resultar más convincente que en los labios de alguien real; uno de los usos de la ficción, es la digestión de la realidad, es el pensamiento tras la máscara. Ese es el verdadero poder de la ficción: hacer real lo ilusorio a través de lo fantástico, transformar lo real para destilar una cosa específica del todo y sacar del caos un milagro que irrumpa en nuestra mente. Este tipo de relato, tiene la capacidad de esconder secretos y mensajes ocultos entre sus golpes y sus fuegos de taquiones y, es en ese momento preciso, cuando un simple cuento puede estar transmitiendo un nivel de realidad mayor (véase Shakespeare o Cervantes). Cuenta Michel  Foucault, que aún en la época de los estoicos, el lenguaje poseía un valor ternario y por lo tanto, tres niveles de significación: significado, significante y su coyuntura. Este tercer nivel se perdió en nuestra cultura desde el siglo XVII al hacerse simbólico y representativo. Este  coartado pensamiento es el que se sigue utilizando en las escuelas occidentales hasta hoy. Parece ser que las cosas se analizan simplemente desde el fondo y la forma por separado, como si diseccionáramos el lenguaje para que perdiera su poder y nunca creara pensamiento. Si no hay coyuntura, nunca podremos pensar a través de las cosas. El tercer nivel de significación, es aquel que une los otros dos, es el nivel donde se articula la semilla del pensamiento, donde la etimología y el uso se unen para producir en nosotros una tercera dimensión y donde el lenguaje desarrolla todo su poder sobre nosotros. Alan Moore inyectó este tercer nivel a su obra y por tanto, Watchmen contiene esa sensación de cara y cruz donde todo se dice veladamente, donde siempre nos parece que se está diciendo más de lo que se dice, a pesar de la apariencia espectacular de las imágenes de Snyder, de su ritmo de videoclip y sus infografías siderales; de una manera u otra, lo real palpita en dicho palimpsesto estructural, acelerándose o ralentizándose, deteniéndose en el espacio, contándonos la historia de una forma sofisticada pero efectiva, invocando voces que nos hablan de la coyuntura. 

La voz del Comediante dice: todo son vidas violentas que acaban violentamente, porque los hombres son de naturaleza salvaje y no importa todo lo que adornes esa realidad, pues la verdad es cruel en ellos; son sucios, egoístas, estúpidos. Quieren crear un paraíso, pero ese paraíso está lleno de horrores. El horror ha conquistado la mente de los hombres (recordemos al Kurtz de Coppola) y los Watchmen lo saben, pero incluso ellos han sucumbido a la pasividad con que somete el sistema a toda existencia. Sólo se puede sobrevivir en una intensa revolución interior donde nada quede sin desenmascar y donde se luche intensamente contra la fuerte alienación que sufre una humanidad, enajenada por el dinero y sus trucos. La mente debe quedar liberada, el lenguaje de las imágenes debe recobrar su poder; la misión ya no es conquistar el mundo, sino conquistar a los hombres, follarse a la mente de la multitud para hacer que abra su alma de par en par y curar, por fin, los males que la afligen. Las multinacionales trafican con las drogas a las que está enganchada la mayoría: el petróleo, la electricidad, la coca cola, la moda, el deporte, la información… Han transformado a la humanidad en el yonki del que luego hablará Burroughs y en el borracho que más tarde inventará Bukowski, en el suicida al que míticamente cantará el oportunista Ginsberg o en el vagabundo al que hará soñar un hermoso y valiente Jack Kerouac. 

Entre otras muchas voces, suena la onírica voz del Dr. Manhattan: ¿por qué salvar el mundo si yo ya no pertenezco a él? Las calles están llenas de muerte, sólo lo que puede suceder, sucede; nada se acaba, nada se acaba nunca. Pero he visto un milagro, oxígeno volviéndose oro y ese hecho tan poco probable, es motivo suficiente para no rendirse. Cuando el materialismo de Manhattan se convierte en sentimiento y se abre a lo irracional, al hecho improbable, de repente empieza a sonar dentro del film, la indomable música de Jimmy Hendrix, interpretando, no una canción cualquiera, sino esa que dice:

"Tiene que haber alguna salida” ,
Le dijo el comediante al ladrón,
“Hay demasiado caos, no puedo descansar”. 
Los hombres de negocios se beben mi vino,
los labradores escarban mi tierra,
Ninguno de ellos sabe lo que vale”

“No hay razón para enfadarse”,
respondió amablemente el ladrón,
“Hay muchos entre nosotros que sienten 
que la vida es una broma. 
Tú y yo ya hemos pasado eso y no es nuestro destino, 
así que dejémonos de historias, que se hace tarde”

En las atalayas, las princesas siguen atentas
mientras todas las demás vienen y van,
y también los sirvientes vienen descalzos.
Y fuera, en la distancia, un gato vagabundo chilló, 
mientras dos jinetes se acercaban,
justo cuando el viento empezó a soplar.

El signo esencial de Watchmen es una pequeña chapita sonriente, posesión del Comediante, casualmente el ser más cruel y más escéptico de toda la pandilla. Seguramente dicho personaje es el más banal, pues es el que representa el cotidiano pensamiento de la muchedumbre, el deseo viviente con dos patas que actúa en consecuencia con sus necesidades. La chapa sonriente manchada de sangre es el extraño símbolo de lo que Alan Moore concibe como el verdadero signo de los tiempos: una broma infinita que nos han gastado sin motivo. Por eso, Watchmen se plantea como una gran broma fílmica, pero que se empeña en dinamitar las conciencias a base de bien. El verdadero chiste de toda la trama son en definitiva, los Watchmen en sí, los vigilantes imaginarios de nuestra torpeza y nuestro egoísmo. Moore proyecta en sus antihéroes marginales, a los los monstruos que ha creado un alucinado, arquetipos puros y capitalistas, enfrascados en personalidades fijas y morales que luchan por utopías pegando saltos y matando a gente. Cada Watchmen es como una neurona de nuestra mente, formas de ver la realidad que crean confusiones en nuestra percepción. Al igual que ellos, estamos sumidos en todos los vicios, en todos los deseos y por eso el chiste funciona, pues a diferencia de Batman -del cuál Snyder está filmando una película: Dawn of Justice- o Superman -del cuál Snyder realizó la fallida Man of Steel-, viendo Watchmen, fácilmente empatizamos con la irracionalidad de personajes que nosotros mismos hemos sido o hemos creído ser en algún momento; el vengador, el mentiroso, el narcisista, el prepotente, el cínico, el orgulloso, el listo, el conformista, el ambicioso, el perezoso, el pasivo o el valiente. Watchmen es un film imbuido en un delirio de imágenes donde convergen todos los espacios y todos los seres: Marte, la Antártida, Egipto, el Infierno, Vietnam, las pesadillas, los reyes, la gleba, los detectives, los cantantes, los sueños, las pesadillas, el fin del mundo, el mando a distancia, las naves espaciales, las hamburguesas, los ríos de lava, el Valhalla de Odín; todo ello se mezcla en un cóctel donde el mundo analógico anuncia el futuro en un reloj que da vueltas, tal vez por última vez. 

Todo ya existía antes del ahora y cada momento es una escena que cabe en una de las tantas pantallas que vendrán en el porvenir, una de esas ventanas que se ha elegido para que una parte del mundo se muestre en coyuntura; al igual que las coloridas viñetas pop de Alan Moore, la realidad elige su propio color alucinado. Así en él, el Comediante seguirá repitiendo que nuestra naturaleza salvaje nos matará, pues el arma definitiva está en nuestras manos: es el mando a distancia de la profecía de los tiempos. Rorscharch seguirá aullando entre las sombras, buscando su verdadera cara. Veidt, el hombre más listo del mundo, seguirá sabiendo la verdad y estableciendo un pacto secreto: la paz tiene un precio llamado  silencio. Vivimos mecidos en una farsa en forma de chapa sonriente -o eso es lo que sostiene Moore- y la ficción nos lo recuerda desde la suya propia -o eso es lo que intenta Snyder, que tanto sabe se representar superhéroes-. Como decía Joseph Beauys, todo hombre es un artista y por ello, debemos encontrar en el arte, el sentido de nuestras capacidades, con el objetivo de encontar una sensación real de nosotros mismos. En esa linea, el dr. Manhattan se despide así: yo puedo cambiar casi todo menos la naturaleza humana. Me voy de esta galaxia a una menos complicada. Creo que quizá así crearé un poco... Existen otras dimensiones de la vida, otras fuerzas muy diferentes en el mundo que debemos conocer. El capital debe ser sustituido por la creatividad en el hombre, pues se le quiere aislar de este conocimiento precioso e innato, para hacer de los secretos algo verdaderamente productivo, espiritualmente útil o lo que es lo mismo: pensar Watchmen como un sueño paradójico de utopía real.





domingo, 3 de agosto de 2014





JLG/JLG -
AUTORRETRATO EN DICIEMBRE
(1995)

 Jean-Luc Godard





si hay algo de verdad en la boca 
de los poetas, viviré



La obra de Godard es un ave fénix que muere y resucita cada cierto tiempo, besando el clímax de las aventuras estéticas más radicales una y otra vez, sumiéndose en la oscuridad de las profundidades de sus propias imágenes, para renacer de nuevo. De seguro, Godard es consciente de que su cine es un pequeño milagro que le resucita de vez en cuando, dándole un hálito diferente y estremecedor de aspecto poco predecible; una catarata de luz sólo comprensible por el espíritu abierto y profético de aquellos que sepan leer el horizonte de una forma distinta a la estipulada.  
Mucho se ha escrito sobre Godard, demasiado se ha dicho ya. Se le ha intentado enemistar con Chris Marker o Truffaut, etiquetarlo como autor meramente político o narcisista, para acabar clasificándolo como una especie de gurú de la cinefilia. Se le quiso encajonar de la misma manera en el pop, en el intelectualismo, en el postclasicismo, en la nouvelle vague... pero ¿quién es él, sino finalmente un río solitario sin cauce fijo, una especie de monstruo salvaje del pensamiento que elige el cine para sobrevivir? Muchas veces se olvida el factor vital que empuja toda su obra, ese romántico leit motiv que le hace levantarse cada mañana y apretar el botón de rec de su ojo mecánico y prodigioso, muy distinto al del Vertov, a pesar de sus íntimas afinidades. Godard es tan extraño como un cóctel donde convivieran Kulechov, Warhol y Nicholas Ray en una sola voz. No hay muchos artistas que como Godard, hayan sabido sobrevivir al éxito y al fracaso y que aún así, hayan logrado crecer cada vez con más fuerza, cada vez más claros. Para un creador como él, no existe otra disciplina que aglutine todo lo que él concibe a la vez: las palabras, la música, la pintura, la danza... cada una de sus películas es una cajita de secretos chinos, un crisol de conocimientos y sensaciones que establecen la eterna lucha del arte por no someterse a la cultura establecida. El arte es una excepción, la cultura es la regla. Godard siempre luchó por la libertad y por el amor, objetivos infinitos y confusos en los que perderse con asiduidad, los cuáles ofrecen al aventurero una ruta desconocida por donde vagar. La excepción es una cuestión del arte, lo marginal reina en la invisibilidad; la verdad ronda a sus anchas en el extremo de las cosas que nadie visita, pues el arte siempre exige una sacrificio real para abrir las cosas, para seccionarlas y ver más adentro, para poder entender mejor de qué trata toda esta ficción que se ha inventado para el hombre de hoy, desde hace ya tanto tiempo.

Aquello que buscan sus películas no puede ser dicho de forma común y, aunque según el Génesis, lo primero fue el verbo, para Godard, lo primero fue el arte; es el arte. Existen las artes y existe la vida y todo ello es un pilar fundamental para comprender la existencia como algo bello y digno de experimentarse. Por eso, todo aquello que limita, todo poder autoritario y toda imposición, alaba lo comunitario para destruir la excepción; la excepción es el peligro para los que mienten, la excepción es un problema para la institución, para el gobierno, para la democracia. El sistema que hoy reina este feudalismo del XXI, en medio de esta Edad Media sin dignos cortesanos y via crucis sin sentido, teme fervorosamente las excepciones, lo distinto, el arte. Se quiere imponer una sola imagen del universo, para que como antes de Copérnico, todos crean que las cosas funcionan de una sola manera, o que sólo hay una manera de que las cosas funcionen. Han desterrado la materia, pues el espíritu se les hace demasiado vacuo, demasiado sofisticado. La materia es más fácil de falsear, es más vulgar, más sencilla, más comprensible. Ante esto, Godard propone una imagen dual -como mínimo- nacida del exiliado espíritu de los tiempos. Él coloca juntas las imágenes que encuentra, para hacer surgir realidades lejanas y justas con el cosmos que nos envuelve y nos permite seguir en la batalla.
Godard suele hablar de las confrontaciones, de los intereses, de la competición por el oro; la materia se deshace en nuestras manos, pero las imágenes permanecen. Entonces habla de la inutilidad de la creación, para emancipar una solución a los problemas del espíritu apagado de los hombres: queremos ser útiles. Los versos deben despertar a los hombres; la humanidad debe pegarse un buen susto con la pesadilla de ella misma...
El arte debe estar despierto si quiere vivir, pero el público también debe aportar su grano de arena o desierto y destruirse así mismo, para generar unos ojos nuevos que contemplen el nuevo futurolo que puede llegar, en sustitución de esta realidad monótona y aburrida en la que se ve inmersa la mayoría, donde ya sólo existe el presente; pero el presente no existe. Sólo vivimos mentalmente, sufrimos mentalmente. Somos demasiado lentos para apreciar algo que se al que nos empeñamos en llamar el ahora. Todo debe arder en una sola hoguera donde las cosas resuciten y vuelvan transformadas; el público debe aprender del arte una sola cosa: sólo resucitaremos el mundo si accedemos a quemarlo.

Godard pregunta preocupado: ¿de qué está muriendo Europa? y luego mira un retrato de Renoir, y se inventa un personaje que le cuenta trozos de la historia, mientras le arregla la habitación. Europa fue el centro del universo, la vanguardia del arte y la conciencia del mundo, pero ahora no es más que un negocio sospechoso y sucio que hace que todo esté dormido, como si reaccionar ante el sacrifico de todas galaxias, no fuese más que un vasto error.
Godard se empeña en lo contrario y sigue memorizando paisajes para escribir una historia en fotogramas que podamos ver en el centro de nuestra mente, una señal que pruebe nuestra tentación de vivir en el ánimo por respirar. Godard se toca la mano y está feliz pues la carne existe aunque no la miremos, está allí para reivindicar su valor, su importancia. Al cerrar los ojos, dentro de su mente, aparece un punto que representa lo visible; un lugar donde se forman las nuevas imágenes, los nuevos paisajes que quieren dialogar unos con otros. Allí dentro, Godard descubre una cosa curiosa: él ha desaparecido y ahora puede hablar con la voz de otros. Godard se hace consciente de su papel en esta opereta de sombras chinescas donde sólo quedan palabras y disolución en imágenes donde van pasando las estaciones, hasta que nace una ilusión de él mismo; ese es el paisaje del que nos habla sin parar.
Ha conseguido que lo veamos.
Estamos inmersos en él.
Ahora somos parte de un retrato de él mismo, que ya no es él, sino nosotros.

Godard se ha sacrificado como un poeta para que el amor exista en la Tierra. Ya no importa el retrato de Renoir, no importa el misterio de Fantin Latour, ni el de Passollini, ni Helas por moi, ni siquiera la imaginaria nouvelle vague... El acto romántico por excelencia ha sido realizado, la imagen de uno mismo ha sido consumida por el todo. Ahora resplandece un autorretrato de un hombre, nada más que un hombre. No mejor que ningún otro. Pero ningún otro mejor que él.







jueves, 31 de julio de 2014





CORRESPONDENCIAS
JONAS MEKAS / J. L. GUERIN





1.

Hay dos hombres que intentan vivir persiguiendo pequeñas películas del azar, empujados por un viento que sopla donde quiere, que les lleva caprichosamente de un lado a otro sin motivo aparente. Intentan reactivarse con la energía de la vida, con los sencillos hechos que les rodean; sacrifican su vida a una mística cotidiana de la luz y el movimiento. Todo gira ante sus ojos como un tiovivo infinito, estupefactos ante aquello que no se detiene por nada ni por nadie.


2.

Uno de los dos se pierde por los jardines y mira qué ocurre entre las rejas, qué vive sobre la hierba, qué se esconde bajo la nieve o cómo suena la nota improvisada de un piano. Atiende con la misma atención, a una voz anónima que canta o al quejido de un edificio de la esquina. Cualquier cosa puede encerrar el tesoro, pero sólo unas cuántas cosas mantienen ese privilegio. Estar alerta, caminar, seguir las huellas. Parado frente a un cartel, lee: Fui a los bosques porque quise vivir sin historias, quería vivir a fondo y extraer todo el meollo a la vida. Dejar de lado todo lo que no fuera vida para no descubrir, en el momento de la muerte, que no había vivido.


3.

El otro está en su casa y mira un árbol. El árbol es viejo pero hay algo nuevo en él; una nueva estación que llega y se va. Él colecciona todas las estaciones de la vida en una cajita oscura donde las ve una y otra vez, para divertirse, para emocionarse; en esas antiguas imágenes, aún se ve algo de la vida. Para viajar al pasado, estaría bien tener tres manos para poder coordinar todo lo que ha sucedido, lo que sucede y lo que sucederá. Sus imágenes respiran muy rápidas, pero se las mira de una forma lenta, casi congeladas. No para de repetir las mismas palabras, no para de ver las mismas estaciones; siempre distintas, siempre iguales. De repente, se encuentra con él mismo y se observa cara a cara, risueño, disfrutando de esa extraña realidad de verse a así mismo y el tiempo, por un momento, se hace real para desaparecer de nuevo. Lo siguiente que ve es un perro, lo cuál resume su oficio en ese solo hecho; esto es lo que hace un director de cine: mirar a un perro. Después de una vida persiguiendo lo imposible, decide imaginar una última película, juntando todos los restos que le quedan de sus paseos. Vuelve a la ventana y se da cuenta que en primavera los árboles se vuelven totalmente majaras.


4.

El tipo de los jardines navega ahora en un barco donde conoce a una chica que será asesinada en el futuro. Tiene una mirada hermosa y él se enamora de su ligereza, de su honestidad, de su mirada. Sobre las olas, él piensa en los festivales de cine y en su inutilidad para que el cine continúe. A él le importa el cine y busca motivos para seguir persiguiéndolo. Olvida los festivales y se pierde mirando hojas de árboles, turulato, observa su movimiento, su fragilidad, su fascinante facilidad para asumir los días. Luego piensa en la chica que mataron en Manila.


5.

El otro visita un cementerio, pero no se entretiene en las tumbas; ha descubierto que los cuervos roban los pétalos más hermosos de las criptas. Le roban algo precioso al mito de la muerte y a la parafernalia del eterno polvo. Mira los ataúdes y mira el volar de los pájaros; el negocio de la realidad y la poesía... Se da cuenta de que lleva toda su vida cazando detalles, manteniendo la necesidad de hacerlo, y al intentar explicar la razón se queda absorto, dándose cuenta que no puede inventar palabras para algo tan absoluto como eso. Es mi vida, se dice, sólo es eso. Esa es la grandeza de la vida: seguimos vivos y no podemos explicar por qué. La vida no requiere explicaciones, sólo hay que tirarse a la piscina que cada elija, pero nada más. Confiesa: Si sigo cazando es para mantenerme despierto.


6.

Vuelve el tipo de la chica asesinada, pero ahora está en otro sitio. Está obsesionado con el cine y su representación. Dice desconfiar de la tecnología, y confiesa que no sabe muy bien cómo enfrentarse a las cosas para que sucedan entre sus manos de la manera más justa; de una justa manera. Acepta los límites para perseguir e inventar historias. Quiere hacerlo; sin querer está inventando una pequeña forma donde todo sucede.


7.

En una habitación, el tipo que mira los árboles, habla de los sueños. Afirma que la realidad no puede salvarnos por sí misma, pues hace lo que quiere. Nuestra voluntad no es suficiente y hay que soñar para crear realidades verdaderas. Toda la realidad objetiva es una mera falsificación, una utopía de la percepción, una posibilidad que han convertido en un error. Hay que empezar a crear un nuevo diccionario para las cosas y revisar todas las palabras para empezar de cero. Hay que encomendarse a un fragmento del paraíso y volar sobre una paloma en medio de la noche. 


8.

Jonas Mekas es la imagen del cine que nunca dejaron crecer, el nuevo horizonte que se abre paso a pesar de los pesares. Jose Luis Guerin es la obsesión de ese niño indefenso que está perdido y solo entre la multitud, ¿en qué momento de la historia del cine los artistas han estado tan solos? El hombre obsesionado por el cine visita el cementerio de una isla donde las hormigas se comen a Yasuhiro Ozu. Allí descubre que el silencio del cine aún está vivo. Todo se mueve en las entrañas. Finalmente contempla el salvaje esfuerzo de dos diminutas hormigas por arrastrar algo impensable; si una de ellas suelta un extremo, todo se caerá.
Después mira un árbol y se transforma en el otro tipo, en el de los sueños y el de los sueños desaparece al mismo tiempo, pues uno parece ser el sueño del otro y los dos consiguen dejar de ser hombres y aparecer dentro de esa cajita oscura donde todo sucede de nuevo y siempre en una nueva película del azar.







viernes, 25 de julio de 2014






FANTASTIC MR. FOX
(2009)

Wes Anderson






Wes Anderson es una especie de Barrie, una especie de Carrol, una especie de Stevenson. También le gusta el cine francés de la nouvelle vague y las peleas de lucha libre. Parece un granjero del sur, pero es un titiritero de lo más sensacional. Anderson se ríe de todo: se ríe de las fábulas de Esopo, de los cuentos de Dahl, de la ñoñería "disney", del prestigio de Burton, del talento de Harryhausen y sobretodo, de la tonta moral que inventaron para la infancia y que sin duda, nos hicieron creer. Esta sonrisa maligna le sirve a Anderson para crear a un zorro que es su verdadero alter ego; un héroe paradigmático del que se sirve para vengarse del apestoso mundo. 

Mr. Fox es el símbolo del espíritu perdido de los tiempos, es el diminuto profeta que aún dice la verdad para que todos la oigan; un amante al que todos los días le amenazan con el divorcio. Nada de mentiras, nada de escrúpulos. Garras, mordiscos y hambre, mucha hambre de acción. Siguiendo la máxima natural de la Historia, para que nazca algo nuevo hay que destruir lo anterior. Mr. Fox destruye inconscientemente el mundo en el que vive, al realizar sus más escondidos secretos y produce una enorme bola de nieve que nos arrastra a todos a las profundidades. Así, de la misma manera, Anderson -con ayuda de sus marionetas diabólicas- nos precipita en un mundo muy pequeño y muy esencial, donde nos vemos -inevitablemente- identificados con un verdadero animal salvaje que lucha por su libertad. La vida capitalista, tal y como la conocemos, nos ha convertido en animales pasivos y débiles sin apenas sueños o ganas de sueños. Anderson, a través de Fox, nos abre los ojos de la desobediencia civil y nos trae el mensaje que Truffaut nos quiso revelar en su L´enfant sauvage (1969). La herencia que el director norteamericano contrae el cine de los 60 no es para nada baladí, pues se puede observar fácilmente, cómo Anderson también le hará un guiño fílmico a Godard tres años después de Fox, en su obra Moonrise Kingdom (2012), inventando un Pierot le fou (1965) muy personal, a la boy scout, y que cinco años antes del zorro, había realizado ya The Life Aquatic with Steve Zissou, un film cinéticamente felliniano, formalmente godardiano, con tintes dignos del Louis Malle más onírico. 
La estética de Anderson siempre ha sido un problema en sí para el espectador, pues su terca irrealidad se contrapone a la ontológica realidad cinematográfica y así, sus películas postpop -o como se quieran llamar-, acaban dejando frío hasta al más entusiasta, a pesar de conquistarnos en ciertas escenas. No hay duda de que Anderson es un gran constructor de estructuras y un virtuoso creador de rizomas narrativos, pero tal vez eso no es suficiente, o no lo únicamente necesario para que la cosa funcione; el arte no sólo es esa cosa mentale de la que hablaba Leonardo. Su estética plana y artificial, sus colores nítidamente limpios y su peculiar puesta en escena teatral -emulando muchas veces a Rohmer- no son suficientes para convencer a un público que siempre se queda con una paradójica sensación de vaciedad formal y un desequilibrio frío, aséptico y algunas veces, mortal. 
Sus películas siempre han seducido a medias hasta el día en que encontró a Mr. Fox. 
Esta película realizada a base papel albal y peluches de todos los tamaños, es el recipiente ideal para que la malicia y la violentia estética de este autor texano, explote como la dinamita ante nuestros ojos. Sin darse cuenta, Anderson encuentra por fin en el stop-motion, un lenguaje original adecuado a sus quehaceres y el canal perfecto para sus ideas estéticas. Su idea de la imagen cinematográfica se cristaliza perfectamente en los irreverentes movimientos y rostros de esos animales salvajes que llevan su cine hasta un climax antes no conocido en su obra. Además, Anderson consigue crear al héroe de su vida, una mano que hace y que deshace el destino a base de aventura y buen humor, pues si algo hace de Fantastic Mr. Fox una excelente cinta (por no decir la más entera), es la calidad inexacta del humorismo que se desborda a cada segundo en los gestos y las palabras de sus fabulosos personajes, de sus excéntricos movimientos, de sus magníficas decisiones. No hay melodrama ni repetición. No hay concesión ni niñería. La película es fuerte y no blanda, y conjuga el limpio con el sucio de forma equilibrada.
Fantástico Mr. Fox sólo deja hueco para el cambio, para el fluir de la vida, para la batalla infinita. Anderson se ríe de nosotros y nos incita para que levantemos el culo y nos vayamos de una vez a cazar pollos y a correr aventuras para conocer a eso que llaman peligro; el único tesoro que aún parece quedar en el mundo.
















domingo, 13 de julio de 2014





CRUMB
(1994)

Terry Zwigoff





¡Dios! La puta música rabiosa saliendo de cada coche, de cada tienda, de cada cabeza... si no tienen radios ruidosas, tienen auriculares chillando sin parar cosas como cabrón, hijodeputa, chupapollas... Es demasiada violencia, demasiada rabia, demasiada ira. Todo el mundo es un puto anuncio andante. Llevan anuncios en sus ropas; van caminando tranquilamente, con la palabra ADIDAS escrita en sus pechos, dios, es patético, miserable...
Toda la cultura está dirigida hacia la compra, la venta, el análisis del mercado... Antes de esto, la gente solía ser la que inventaba su propia cultura, con sus acciones, con sus propias palabras. Hemos tardado miles de años en hacerlo y fue evolucionando hasta este punto; todo eso se acabó en América. La gente aquí ni si quiera tiene el concepto de que una vez hubo una cultura muy distinta a esta cosa que alguien ha creado para simplemente, hacer dinero. No paran de precipitarnos hacia lo más grande, lo más nuevo. Lo piensas y después de un rato me compadezco de la humanidad, por no tener más que este tipo de vida sin curiosidad intelectual por lo que hay verdaderamente, detrás de esta enorme mierda...

A pesar de lo dicho, Robert Crumb es un tío muy simpático que no para de sonreír. Si te lo cruzas por la calle, pensarás que acabas de ver a James Joyce; el mismo andar, el mismo canotier, las mismas gafas de cegato. Al final será verdad que los que no ven ni un pijo son los que más profundo perciben la realidad; así Tiresias, así Borges, así Ray Charles, así Joyce, así Robert Crumb. Alrededor de todos ellos habita un misterio y una profecía. Las personas como Crumb pasean por la vida ligeramente, casi tanteando el suelo, casi delatando no ser procedentes de este miserable mundo tan rabioso e irascible. La tesis de Crumb es que la gente se aburre porque el mundo en el que vivimos no tiene, en realidad, mucho sentido. Su especial talento para el dibujo y lo que es más importante, su visión irónica de la existencia, hacen de él un artista valioso y estimulante que consigue transformar el universo.
Como los grandes artistas, Crumb supo elegir su disciplina desde un principio y se concentró sólo en dibujar. Al igual que Cartier-Bresson siempre hizo fotos o Bob Dylan sólo cantó canciones, Crumb decidió desde niño dedicarse exclusivamente a dibujar como única tarea en la vida.

La acción es la única forma de combatir el hastío de la eternidad.

Crumb intuyó esto y se puso manos a la obra, generando desde muy pronto una obra extensísima de viñetas y culos bien gordos. Robert Crumb quería transmitir algo a la gente, cosas sencillas como que le gustaban las chicas, las guarradas,  los chistes y las historias de sus dos hermanos Max y Charles, dos auténticos chalados que enriquecieron su mente con millones de imágenes de mundos paralelos, lascivias y obsesiones sexuales que más tarde, Crumb condensó en su particular tubo catódico para crear un mundo paralelo donde poder vivir y reír. Su vida se resumió en un pequeño trozo de papel donde iba apareciendo una extraña sinceridad, encubierta por el humor.
La obra de Crumb es una medicina para el alma, un budismo disfrazado de cómic corrosivo y delirante donde la inteligencia se pierde entre mujeres desnudas y penetraciones infinitas. En el mundo de Crumb la mujer es un animal bestial y erótico que devora todo lo que encuentra, y el hombre, un enfermo sin solución, con el cerebro lleno de agua. No hay nada sucio en él, todo es bufonería sideral y estética LSD para los nuevos tiempos, todo es vagar por cafeterías buscando el amor, pasando páginas de libros de fotografía antigua, donde poder copiar algo que sobreviva aún de forma pura en una servilleta o en un ticket. La belleza está por todas partes y Crumb está dispuesto a no dejarla escapar. Tal vez, Robert Crumb copia la realidad para eso, copiando insistente la apariencia de lo que somos en realidad: unas almas deformadas por un delirio llamado capitalismo, por un error llamado sociedad.

El mundo está chalado porque quieren que nadie se de cuenta del absurdo laberinto de los días.


lunes, 30 de junio de 2014







CIELOVIEK S KINOAPARATOM
El hombre de la cámara
(1929)

DZIGA VERTOV





Bajad el volumen y escuchad el ruido de la vida*. Éste es el run, run que hace mover el tic, tac del cuore. Ahora la película es la sangre que pone en marcha a los ojos y donde el cineasta se coloca en el horizonte de la mente para acercar la acción al espíritu. Vertov inventa la película de películas, el concepto de la caja negra donde reunir todo tipo de caprichos gustosos de ser vistos. Así, inaugura su experimento; la creación de un lenguaje más allá de la literatura o el teatro, más allá de la pintura o de la música. Sus palabras son imágenes que conforman el milagroso manifiesto de la celebración de la luz, del acto de ver y del hecho del vivir, pues todo lo visto, antes ha de ser vivido sin excusa. Existe una respiración indestructible que pasea de bloque a bloque, de pieza a pieza, presentando secuencias únicas en forma de dominó, en una nueva cadencia de ser y de ver, que irá constituyendo lo que ahora podemos llamar con cierta rutina, el hecho cinematográfico. Suena simple, pero había que hacerlo para que existiera y esto es lo grande del cine, que las cosas no son etéreas sino visuales y para que algo exista, debe realizarse en sí, el hecho ha de acontecer. 
El cine, tal y como lo inventa Vertov, es una voluntad incansable por perseguir lo efímero, el infraleve duchampiano y una resistencia ante la seducción del vacío que ya traían consigo los primigenios abstractos. El absoluto se da en Vertov de una forma pánica, aludiendo a ese amplio sentido que tan claramente explica Arrabal y que une el Todo y la Confusión. Dice Arrabal que para hacer cine, hay que celebrar la confusión, hay que batirse en duelo con la invertebrada realidad hasta destrozarla y conseguir una forma que no deje de moverse, un espíritu que devore. Vertov come a manos llenas y alimenta su cajita de imágenes con todo lo que se encuentra, aplicando un criterio estético altamente personal y una épica estricta y obsesiva que le lleva a surcar los cielos y las profundidades en busca de elementos que vayan construyendo este peculiar balbuceo imaginario que no cesa de crecer y de nacer al mismo tiempo. 
Dice Vertov: yo soy el Kino-Glaz, soy el ojo mecánico. Soy la máquina que muestra el mundo tal y como es, como sólo yo puedo verlo. Desde hoy me libero para siempre del inmovilismo humano. Me sitúo en un interrumpido movimientoEl ojo es una máquina que inventa la luz, para que las cosas puedan verse en toda su plenitud. Si el cine sigue existiendo, es por conseguir hacer claras las sombras, por hacer luz en las tinieblas. Todo  trata de ponerse manos a la obra y filmar con ánimo valiente y aventura, sin pensar, que para eso ya existen la escritura y los rompecabezas, que funcionan de otra manera y dan luz de otra forma. Pero la disciplina de Vertov pretende desde su nacimiento, ser autónoma y libre, sin permitir concesiones estéticas o préstamos de uso a otras artes. El Cine-Ojo (Kino-Glaz) es la gran religión de las apariencias, la fe en la visión como materialización de lo efímero, de lo vago, de lo pasajero. Vertov está cansado de ver las cosas pasar sin poder hacer nada, de notar cómo la vida se arremolina en su vacío impotente, por eso inicia su película desde la premisa de la quietud, de la ciudad cuando todos duermen y la vida es algo así como una estatua inmensa en medio de la existencia; pero aquello sólo es una ilusión de la debilidad humana, del aburrimiento, del cansancio. En este punto es cuando Vertov y sus películas enlazan perfectamente con del movimiento Surrealista, Futurista y sobretodo con el Dadá y su pretensión de despertar el alma durmiente del hombre moderno, del hombre alienado, despertar su alma para que viva y sienta que la vida es real si la transformamos, si por un momento somos capaces de imaginarla. 
Por eso la película es una máquina y la máquina es el ojo que pasea por las calles para experimentar la vida de una forma emocionante, sin viciarse, sin corromperse, sólo jugando a ese hermoso gioco del arte. El arte es un despertador del espíritu, del ansia por la acción, por llenar los vacíos que más tarde, verbigracia, Rothko o Klein tratarán de vaciar. El proceso del arte es una dinámica sucesiva de llenados y vaciados para buscar y encontrar lo mismo una y otra vez. Ahí está la cuestión del infinito en la búsqueda de la emoción, de las presencias, aquí es donde se destruye la falsa idea de la historia del arte y donde nace el concepto de la pura creación, insobornable, hermosa, individual.

Vertov inventa un estilo propio para llegar a todas las aristas, a todos los rostros; la geometría del caos construyéndose ad infinitum. Partiendo de la pionera senda de Walter Ruttman o Germaine Dulac, y de sus propias experiencias como operador del régimen, realizando los 23 capítulos del famoso Kino-Pravda estatal (Cine-Verdad), Vertov culmina con El hombre de la cámara un estilo que será sin duda más que un estilo; una auténtica filosofía de acción. 
Curiosamente, en 1929, Jean Vigo también despliega sus cartas sobre la mesa, con su A propós de Nicé, de una forma muy parecida, con una frescura similar. Los nuevos tomavistas de pequeño tamaño (el Sept y el Kinamo), crean la libertad técnica de la que carecía hasta ese momento el cineasta como artista. Estas protocámaras de las miniDv actuales, ya son en esencia la nueva pluma (stylo) para escribir imágenes ágiles y personales con un nuevo pensamiento de la mano, del gesto. Las enormes maquinarias sordomudas de los Lumiere, se transforman así en ligeros gorriones que pueden llevarse de aquí a allá, en máquinas portátiles que tienen la capacidad de coleccionar todo lo que ven, de respirar todo lo que tocan. El hecho en sí mismo es un milagro y muy pocos se dan cuenta de la revolución que se avecina.

El film de Vertov es una profecía en toda su magnitud. Desde la arriesgada elección de no insertar subtítulos ilustrativos, hasta la estructuración de la obra en un solo capítulo (por lo que se puede considerar toda la película como una única secuencia), toda la obra disfruta de un radicalismo y una vanguardia digna de ser un curioso oráculo, tejido a partir de la consciencia brutal del cinematógrafo en sí mismo. Todo en el film alude al hecho mismo de ver, todo se dirige a la idea de mirar lo mostrado, de iluminar lo oculto. Por eso la película comienza en una sala de cine vacía donde las mismas sillas se abren como una flor, para hacer aparecer al público. La idea de que es el cine por sí mismo el que imagina su público, ya es una actitud plenamente romántica del arte y que se dirige, como diría Godard, hacia una verdadera historia del cine.

La máquina de Vertov nos muestra el futuro en forma de imágenes, y enseña sin saber, que el mundo es infinito y que el hombre es libre de ir allá a donde quiera y Vertov va a todos lados en todos los niveles; sin duda se adelanta a lo que será la gran aventura del cinematógrafo del futuro. Así, en el film, sin duda ya está latente la irreverencia del prodigioso e irregular Welles (incorporando las salas de montaje como secuencias en sí mismas de la ficción), ya están Rossellini (Viaggio en Italia y sus secuencias en coche) o Fellini (Fellini´s Roma y la épica del rodaje), ya están las violentas y presentes imágenes de Kazúo Hara (partos en vivo), ya están las trazas de Malevich, las instantáneas cenitales de Moholy Nagy (porque Verov también paraliza la imagen para sublimar la naturaleza del cine y destacar que la fotografía es cine moviéndose), ya está la caja de cerillas de Kaurismaki, las manos escribientes de Godard, lo árboles de Ivens, las playas abarrotadas de Ensor, los animales caedizos de Muybridge, las famosas ideas de Kulechov, el Herakles de Herzog, los salvajes moteros de Easy Rider, el ajedrez de Duchamp, las arriesgadas acrobacias de Keaton, los gestos y caricias de Une femme marieé (ese film tan maltratatado), las calles y la frescura de A bout de soufflé, junto a la miradas esquivas de la falsa idea de la intimidad actual; ya está todo: está Chris Marker, Rouch, Flaherty (a su pesar), Griergson, Cavalcanti, Paul Rotha, Basil Writh, Harry Watt, Arthr Elthon, el O, Dreamland de Lindsay Anderson, el film The wave de Paul Strand, la provocación draqueeniana de Frank Simon, el lúcido y discreto (casi secreto) experimentalismo de Warhol (Sleep), la fuerza de las imágenes de William Klein (Ali the greatest), las bestias de Franju, Las hurdes de Buñuel, el realismo de Rouquier, las multitudes de Riefenstahl, los flotantes paisajes de Bela Tarr e incluso el misterio inconcebible de Bresson (siempre único, siempre sincero). Aunque en Vertov hay mucho más, algo innumerable e inmecionable, pues como se ha dicho, su cine es una caja negra, una magic box que aúna todo lo humano y lo divino, practicando un uso del cine altamente natural, firmemente obsesivo: el acto de ver. 
Tal vez, el momento más importante del El sol del membrillo de Erice, es la secuencia final en la que la cámara, por sí sola, filma los membrillos podridos en el suelo, el árbol en decadencia, la luz perdida en la muerte de las cosas. Erice nos habla de que la cámara es el privilegiado testigo de esa muerte, la resistencia ante ella, en la emoción de lo hermoso, sucediendo. Erice se olvida del torpe pintor, para ensalzar al cinematógrafo como la máquina que contempla y captura la verdad; esto, dicho sea demás, Erice también lo aprendió de Vertov.

El ruido de la vida se va acabando y la cámara, sola, nos ofrece su último baile; un ballet a tres patas, demostrando su versatilidad, su vida como máquina soñadora, su corazón, sus ganas. La sinfonía se acaba y es la más bella que se puede haber oído; acabamos de ver un fragmento de vida, un ritmo familiar que forma parte de nosotros, anterior a nosotros, posterior a nosotros; una sensación primitiva que nos acompaña desde antes del cine y las artes, algo que al contemplarlo sabemos perfectamente lo que es, pero que cuando nos invitan a explicarlo, apenas somos capaces de hacerlo.




*Se recomienda encarecidamente bajar el volumen de este film por completo y visionarlo en silencio. Los ruidos del entorno, compondrán por sí mismos, una melodía justa y única.