domingo, 20 de mayo de 2012





DISTANT VOICES, STILL LIFES
(1988)

Terence Davis


                                                     



Si miras un espejo después de media noche, verás al demonio. Existen creencias, existen formas de vivir a través de la fe en las cosas, en las personas, en los espíritus y a veces esos espíritus cantan canciones del pasado para aliviar el futuro. ¿Quién puede soportar la vida cuándo las ventanas están cerradas? ¿quién puede sonreír cuando ha visto el mal y ese mal tiene la cara de su padre? Entonces cantaremos y cantaremos hasta el fin para que ese terror no nos coja dormidos y beberemos sin pensar, aunque no queramos, para que el porvenir no nos encuentre sobrios del todo y luego fumaremos todo lo que podamos antes de entrar, recordando la letra de la canción de mañana.
Mamá canta una canción en la cocina, eso es algo que perdura, que vuelve como el día.
Sólo en las canciones sobreviven los recuerdos felices o al menos, los recuerdos que no dañan cuando por ser algo, éramos otros y todo era enorme; el mundo debió ser bello, pero ahora, un extraño efecto nos dice que eso nunca ocurrió, nunca nada fue tan feliz como lo recordamos. Terence davis sabe que las canciones eliminan el mal del pasado y que se superponen a la oscuridad de las habitaciones, a los días en silencio, rompiendo los espejos para que no estemos tristes; su cine es un espejo del espacio donde nace el tiempo en toda su amplitud. Davis inventa el espacio como un escenario temporal lleno de grietas por las cuáles se cuelan momentos a los que llamamos memoria, por no llamarlos laberinto. Terence Davis es un director proustiano, afanado en construir un enorme lugar donde todo acontece sin un tiempo preciso, utilizando esa función simultánea del cine tan especial, dilatando las imágenes para romper la linealidad de la vida y de la mente; su cine es fantasmagórico e intrincado, repleto de apariciones y sonidos que van ordenándose para acabar dibujando una existencia concreta. 

Si miras un espejo después de media noche, verás al demonio. Se puede creer en muchas cosas, pero sólo se puede sobrevivir de una: escapando de lo que nos hace daño. Existe algo en la sociedad que se llama familia, venerada por las instituciones y la moral, alabada como la forma estable de supervivencia social, pero, ¿qué protege verdaderamente una familia? ¿la libertad? ¿el amor? ¿la fe? ¿el egoísmo? ¿el demonio? ¿cómo ser libres dentro de una familia? ¿cómo sobrevivir después de mirar un espejo, pasada ya la media noche? ¿Cómo huir si nos intentan enseñar que es imposible? Terence Davis nos muestra una familia como tantas otras, llenas de contradicciones y falsos movimientos. Todos los malos hábitos se juntan con las buenas formas y las apariencias. Davis sabe lo que ocurre y crea una imagen que todos guardamos en secreto; la íntima repugnancia de lo íntimo. 
Andando por la calle, aún puedo oír esas canciones; cantad, cantad, cantad hasta el final, pero los malos secretos de las familias, seguirán ocultos en la oscuridad, hasta que las canciones dejen de cantar mentiras que nunca existieron. 





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