lunes, 26 de abril de 2021

 
 
 4A

El Control del Universo
 
J-L. G.
 








Querido Jean-Luc:


en la recta final aparecen las musas del siglo del delirio, aparece Camille, Lou, Simonne, Hanna, Virginia, Colette, Sara y tu amada Ane-Marie. Ella lee sobre los rostros femeninos del pensamiento, palabras de aquel hombre que tú conociste en la infancia, Paul, el amigo de tu abuelo. Un matemático asceta que leía sus versos en los jardines de los ricachones. La poesía siempre te persiguió en el jardín de los veranos suizos. En los ecos de la aristocracia suenan sonetos que maldicen como conjuros a los niños. El cementerio marino. Palabras como recuerdos trayendo imágenes como bultos de paja, como viejas olas que se renuevan en la espuma. Todo se emborrona: pornografía antigua y tan perversa como la de hoy, tan ridícula que da vergüenza ajena, sucediéndose ante los ojos. El ser, si aún se lo merece, necesita de otras fuerzas para vivir o caerá como Kim Novak bajo el puente de San Francisco. En realidad no es el puente más bonito de esa horrorosa ciudad llena de pendientes donde James Stewart se enamoró de forma irracional de un animal milagroso. La Razón enloqueciendo ante la vida. El Deseo. Palabras de Valéry mojándose sin más, pues esta serie, este nuevo capítulo trata del agua, de las corrientes alternas y sumergidas, de esas historias paralelas que mueven el mundo sin darnos cuenta. Los pies de las esclavas se mojan porque tienen que trabajar. Los esclavos no existen a causa del odio sino del dinero. Estamos atrapados entre una película de John Ford y un ensayo sobre Mozart, ¿lo recuerdas, Jean-Luc? Fue sin duda tu peor película, pero tú sigues amándola y la reivindicas pues te acuerdas de Elie Faure, de Alexander Nevski, de El ángel exterminador y entiendes que todos pensásteis con las manos para llegar al mismo sitio: a la creación. A pensar con las manos: una mano, un cuerpo, un espíritu, la policía, la propaganda, el Estado. Varias trilogías que se encadenan para hacernos pensar que la amistad puede ser destruida. En realidad se puede salir de la habitación, sólo hay que encontrar la puerta. Debemos encontrar de nuevo las palabras que dijimos sin querer y verlas errar como Welles pensando en cómo pudo perder a Rita, la bella Rita, caminando junto a las sombras de las grúas. Él estaba maldito como tú, Jean-Luc y a los malditos se les echan chorros de agua a discrección para que vuelvan en sí, para que despierten. El agua golpea a la miseria del mundo, al estado actual de las cosas y sólo podemos repetir el alfabeto de arriba abajo hasta llegar a la M de Lang y a la navaja de la fatalidad hasta darnos cuenta del chantahje de la vida. La miseria como último argumento de la película real. Metrópolis inunda las cabezas de los pobres; Los pájaros, invade las calles de los niños. Una imagen de tu Nouvelle Vague como símbolo de la belleza, del arte. El Arte es un gesto humano, no un espectáculo de variedades. El rey sigue sentado en las rocas frente al mar, el agua suprema, el dios del azar. El poema prefigura el pensamiento y el acto al mismo tiempo, la dualidad nunca demostrada del alma y el cuerpo. Nuestras manos se están haciendo débiles y hay que levantar el ánimo del espíritu hasta el reino de la ausencia donde el lector o el espectador leerá en voz alta una película imposible con palabras nuevas. El poeta siempre será el falso culpable de esta guerra de monos donde unos llevan a su mujer muerta en brazos sin decirle “Te quiero” y otros levantan con violencia artística a la pasión y a la libertad. Hay dos historias que se suceden a velocidades distintas: una en dirección este y otra en dirección oeste. En la primera sólo hay miseria y en la segunda, sólo perversión y fanatismo. Los dos ejes del mundo nacieron enloquecidos. Una película de John Ford y una película de Dovjenko. El alpha y el omega, ¿de qué? De una triste historia. Pero tú, Jean-Luc, para paliar el desastre traes a tus fuerzas especiales: Robert, Fritz, Eric, Jacques, Phillipe, Rainer y Francois, todos ellos soldados de las formas pensantes que redimirán al mundo a una bella idea que vivirá para siempre. Convertir a las cosas en mundo, a las personas en Universo. El infinito. Un nuevo alfa y nuevo omega. Pintura y cine: pues el cine es una forma nueva de pintar las ideas, de ser eterno. Un bote de tinta, la espiral, el vaso de leche, la llave, la partitura, la botella y el mechero: cosas como reliquias fundando la nueva religión con un mejorado mesías: Alfred Hitchcock, el Leonardo del siglo XX, el capitán, el único poeta maldito que tuvo verdadero éxito en la civilización moderna. Lo celebras con fuegos artificiales, brillante luz para el gran creador nacido en el siglo del delirio, en el siglo de los muertos secretos, en el siglo de las vanguardias nihilistas, en el siglo de las mentiras mundiales. El estilo no es una forma sino un autor, el espíritu humano que mueve los dedos en una sala de montaje. El control del Universo. Él dice: “Ellos no se dan cuenta pero lo que sucede entre imagen e imagen les asombra”. El cine es Hitchcock. El cine es perversión nocturna. Luz inmensa. Blanco y negro. El cine es Rembrandt cuando el mundo se convierte en una lona donde se sucede otro tiempo que acontece a otra velocidad para contar otra cosa distinta. Luces y sombras durante un siglo para filmar un par de milagros, para conseguir asistir a dos resurrecciones muy distintas, pero igual de fascinantes. Dreyer, Hitchcock. Una dualidad. Cuerpo y alma. El cine: un ser total. Rembrandt, Velázquez, Goya: una civilización. Elie Faure lo sabía. Valéry lo sabía. Las chicas lo sabían. Un mundo hecho de nieve y noche donde Macbeth, Hamlet y el demonio corren juntos hacia un enorme rostro de Marilyn del que salen pájaros negros: parecen el famoso poema de Poe. Un animal que habla del horror. De la tragedia. El mundo es un drama. Él sonríe. Tú sonríes. Estás en la recta final de tus historias, Jean-Luc, rozando el final del jeroglífico y sueltas amarras, resucitando al viejo Welles, dejando filmar a Karina en la grúa, dejando que respire, que filme aquello que no le dejaron, pues la luz cae donde se hace necesario y no en otro lugar. El cine, si sobrevive, sólo podrá hacerlo como una estatua, conjurado en las palabras de Marienbad, en los colores humanos del primer Kandinski, pues el cine es nosotros mismos y tú nos has enseñado a mirar nuestro propio monumento, no para adorarlo, sino para aprender quiénes somos en realidad. Somos Historia. Somos historias. Corrientes paralelas donde las tildes se deslizan y los rótulos cobran vida hasta aparecer y desaparecer, pues lo importante es la infinitud del mundo, la moviola de la existencia acelerando y retrocediendo, jugando con las imágenes para disfrutar de un pensamiento que se hace con las manos y no con la cabeza, con el instinto y no con la Razón. El Yo del Yo Pienso deja de ser el Yo del Yo existo. Pensar, existir. Otra dualidad. La misma guerra. Cuerpo y espíritu. Norman McLaren y los lobos asesinados desde un helicóptero. Chris Marker, tu amigo invisible. Los lobos corren todo lo que pueden, pero la tecnología del mal sobrevuela el desierto con un rifle cargado. El aire tiene un color, pero no se parece al del agua. Dices: “una película imposible que nace de mí, pero no en mí”.
 
 
 
 
 


No hay comentarios:

Publicar un comentario