domingo, 18 de abril de 2021

 

3B

Una nueva ola

J-L. G.

 


 

Querido Jean-Luc:



después de Berlin, del niño suicida de Rossellini, los pasillos hablan de sus secretos: una pareja y un museo. Una historia de Amor. Una Bella y una Bestia entrando en un jardín. Jaques Tati apareciendo en forma de fantasma. Un mundo gótico y un mundo realista dialogando sobre lo mismo, en el mismo lugar, huyendo de lo inevitable mientras soplan las cortinas al viento. Los nuevos tiempos: el nuevo capítulo de la civilización. Pasillos aristocráticos en decadencia, una galería de formas desmanteladas. Paisá. La política como argumento. La Resistencia como protagonista. Habrá que combinar a Hitchcock, a Fellini y a Bresson para ver si nos sale el monstruo que inventó Frankenstein. ¿Cuándo comienza el siglo XX, Jean-Luc? En la catedral moderna: en la ciudad. Scholem afirma que la verdad de ese lugar imaginario es transmisible, pero ¡Helas, por moi!, la criatura deambula renqueante por las calles de Alphaville sin saber a dónde va, confundiendo las enseñanzas bazinianas con la pintura de Tintoretto, recordando a Niepce y a Lumiere, conversando junto a Cocteau: “sí, esta película es muy buena, pero no es cine”, pero entonces, ¿qué es el cine, Jean-Luc?, ¿una película de Marilyn Monroe dirigida por Einsenstein?, ¿el metraje censurado de Un verano con Mónica?, ¿el payaso abatido por el dinero y la fortuna de la Fábrica de los sueños, interpretado por Jerry Lewis? Él era millonario y tú no, Jean-Luc, a todos los que admirabais tú y tus amigos de Cahiers lo eran, cuando empezasteis a ir al cineclub de Froeschel en el Barrio Latino: algunos sólo amabais el cine, otros sólo el dinero. Era un principio pero también un final. El guardián de la ciudad no entiende que se pueda vivir para otra cosa que no sea la moneda. La carroza de oro no es de oro en realidad: elige, ¿dios o el dinero? Se podría dividir la historia del cine entre los que hicieron películas sobre dios y los que gastaron celuloide en lo segundo. Creer o no creer. Asociar y disociar para contar de nuevo, desarmar al monstruo, despeinar la Tradición: la historia del cine es una historia descompensada en la que la balanza se ha partido. Pero el capitalismo no tuvo en cuenta que la verdad no es transmisible, que es un secreto viviendo a través de jeroglíficos, una fuerza débil que mueve montañas. La Fe. Por ejemplo, como tú muestras, Jaques Becker hizo perder la guita y la cordura a Jean Gabin: el dinero arde en la ciudad de los fantasmas, pues la cuarta pared deviene en film y el mundo se ve absorbido por una película. La mentira tiembla, a la representación le da un telele. Hay un robo, un monstruo y una violación. Tres elementos para resumir una historia entre lo nuevo y lo viejo. Mientras, Jaques Tati sólo sube y baja para jugar con las formas, para revelar su presencia de una forma invisible en la que sólo los niños y los animales puedan ver pero, ¿en qué consiste? Todos somos ciegos ante lo extraordinario. Mira, Ana Karina está dormida en la grúa y asciende a los cielos despreocupada del mundo, pues James Stewart vigila atentamente a Hitler y entonces, en este estado de cosas, un susurro comienza a mecer a las nuevas almas y en El evangelio según san Mateo, Pasolini revelará el camino, el viejo camino del que hablaba Scholem pero sin palabras, sólo con formas pensantes y revolucionarias que llegan al corazón como espadas, hasta hacer arder al viejo cine francés, al viejo cine norteamericano, al dinero de Gabin y de Edison; el primero se parece tanto a John Wayne que es imposible no imaginarlo protagonizando Centauros del desierto (la traducción supera al original). Pero ese era el cine visible, el cine para todo el mundo: Langlois os contó que había películas invisibles y clandestinas donde se encontraba la esencia, la verdad que ni Scholem ni Gaumont pudieron entender. Era una esperanza que se proyectaba sobre tu memoria, Jean-Luc, más allá de la cinefilia donde Welles espiaba a Janet Leigh, preconizando el mensaje de los hijos de la Liberación y del Museo. Tú hiciste una película, tal vez la mejor por ser la más sencilla y lúcida (Banda Aparte) en el que tus personajes corrían a travésde las galerías de la gran pinacoteca, del gran almacén de delirios acumulados por el mundo de la existencia. Tú filmaste junto a Coutard esa película en el escenario de lo real, durante días nublados y felices, agachándote en los jardines, invadiendo los museos y la felicidad. El legado del cine estaba en tus manos y en la de él: Truffaut, el pequeño salvaje, fue el primero en empezar a dar golpes, auspiciado por Bazin, dio muchos más que 400 y estableció la igualdad y la fraternidad entre lo real y la ficción. Cocteau ya lo anunció: los niños terribles vendrán algún día, ya lo profetizó Jean Epstein: algo nuevo estaba llegando desde el mar, empujado por una fuerte tempestad. Adiós Lumiere, se acabó tu idea: comenzaba el Museo de lo Real ideado por Malraux, aquel que fraternizó las metáforas y os abrió los ojos. Junto a él, resucitasteis el espíritu de Vigo y de Stroheim sin advertir que a ellos les mataron. Ese fue el error: creer que os dejarían cambiar el cine, avivar al niño. “A partir de cierto momento no hay retorno”, dices y Epstein habla de la mano-ojo y del cine-pensamiento. Lo táctil y lo mental. El cine, ¿pero quién era el cine? Hubo un hombre que fue el cine, que inventó el cine-memoria: de Langlois heredaste la maldición de adorar las obras, no a las personas, de apilar películas en la ducha para no perder el mundo. No se podía perder algo tan bello. había que hacer películas para sacar al cine de su parálisis: “El trabajo puede filmarse, no el corazón”, la verdad se esconde porque es secreta y sólo se lleva en la memoria: los relatos de Antonioni, la poesía de Durás, el Napoleón de Gance, las películas imposibles de Delluc y Canudo. Todo estaba dentro, ardiendo con el fuego interno. Jaques Tati era un fantasma cruel dentro de una película infantil. Había que liberar las formas prisioneras del dinero. Y de ello salió la Nouvelle Vague -de un invento de Malraux-, fue un parto fortuito al contemplar Johnny Guitar y descubrir el otro cine, la otra cara de la esperanza, reabsorber la cuarta pared para vivir otra dimensión. Fue como filmar a Marilyn Monroe paseando entre cirios místicos, ¿o no fue así Jean-Luc? Vosotros soñasteis y al despertar, las películas ya no eran como antes. No podía volverse atrás. Una Nueva Ola. Efímera, pero verdadera para la que hubo que amar de memoria: “La Naturaleza supera al Arte” y desde la crítica, desde la cinefilia, viajasteis de Muybridge a Murnau para aprender que el cine es un arte puramente romántico, que no tiene nada que ver con la realidad, sino Pagnol o Durás, con Epstein o Welles. Así filmó la originaria Nouvelle Vague, creando lugares que no existían antes, empujados por una fuerza sin pasado, cabalgando las metáforas de Malraux quien luego os llevó a Cannes, donde montasteis el pollo, hipnotizados por ese espíritu que mató a Virginia Woolf: el terrible don de sentirlo todo. Vivir la utopía: no imaginarla sino filmarla. La verdad dice que en el pasado mataron a todos los que intentaron cantar, pero la pasión viene de la Pintura y la Inmortalidad crece en un árbol del jardín de Vértigo donde el guardián de la ciudad sigue sin entender por qué si hay demasiadas manos sólo consiguen hablar de la esperanza unos pocos corazones: Becker, Rossellini, Franju, Demy, Truffaut, Melvile. Nunca existió una época en la que no hubiese empleo para todos los corazones: el arte carece de paro. James Stewart siempre tendrá que lanzarse al mar para salvar a la señorita Novak. Suena a nuevo, a nouvelle. Una nueva ola que pasó y volvió a cubrir todo de sal; aún los haluros palpitan en ciertas zonas de la realidad, en ciertas zonas de la piel, del cine. 




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