lunes, 5 de abril de 2021

 

 2A

Sólo el cine

J-L. G.



Querido Jean-Luc:


En su rapsodia séptima, Homero canta sobre el cíclope, aquel gigante que veía por un solo ojo. Las tradiciones órficas hablaban de ellos como seres de luz, protectores de la sabiduría de la naturaleza; pastores diabólicos del conocimiento. Se trataba de un engendro siciliano llamado Polifemo, el cual vigilaba los rebaños de las formas, protegiéndolos de Ulises, aquel ser ingenioso que asociaba las ideas para sobrevivir. Polifemo, el gigante salvaje, devora todo lo que tiene que ver con el héroe de los artificios. Tú, Jean-Luc, también entablas un diálogo con un monstruo, ¿o tal vez eres tú mismo aquel que se come a los hombres y se emborracha con el vino negro de las tinieblas? La historia se escribe con las manos y se lucha con la espada: el último esgrimista del cine escrito fue Sergey Daney, el único que podía describir el límite de lo que intentabas hacer: ¿salvar a tus compañeros o devorarlos?, ¿resucitar la historia del cine o enterrarla?, ¿cuál era el objetivo de esta empresa de delirios indescifrables? Dos seres conversan y uno engaña al otro para continuar la aventura; el héroe clava su estaca en la mirada del escritor hasta cegarle. La televisión, el cine y las historias son tus compañeros de viaje, Jean-Luc, tú, el cineasta más famoso y más desconocido del mundo. Por eso, perseguido por la ira Neptuno, padre de Polifemo, invocas a Drácula, a Jerry lewis, a Sigfrido y a Fellini armado con su látigo domando mujeres, para poder encabronar al cíclope (Daney) con tu verdadero nombre, con una verdadera historia del cine, la tuya, echando al barro sus razonamientos idealistas, sus míseras y caducadas ideas de la nueva historia: la Historia proyectada. El cine es otra cosa muy diferente a la que se cree e incluso Sergey Daney lo ignora, él que tantas horas perdió en las salas, que tanto tiempo le costó parecerse a un cahiers. Hoy todos le adoran y él mismo es una leyenda, pues ha pasado a formar parte de la pantalla, mientras tú, Jean-Luc, te escapas bajo la tripa del carnero. Hay un antes y un después de la imagen, de la sociedad, de lo humano: el aburrido Antonioni, la herencia monstruosa del clasicismo, el Quijote, Homero, Cervantes, Joyce: toda esta pléyade divina arrastró en su momento a toda la cultura oficial hacia la deriva, sintetizando las artes para contar una sola historia y fraguar una leyenda. El cine es una leyenda desde sus inicios. Ser cineasta también incluye ser un creyente. Dices que tenemos diez dedos para señalar diez películas que simbolicen la idea del siglo XX, pero en realidad hay veinticuatro capítulos en La Odisea, uno por cada hora del día, uno por cada uno de los fotogramas que generan el movimiento. El cine. Cada fotograma es una película, cada película, un montón de formas saltando, respirando, cambiando de espacio y de tiempo. A partir de un punto, Daney comienza a entender que el héroe se asemeja a su propia historia y que sin hacer una antología personal de la historia del cine, uno no puede conocer su propia historia, la historia del Yo: al final, el cineasta es en realidad el cine mismo y su talento pasa por entender los mensajes de la abundancia. No hay distinción. La historia de un cinéfilo es la historia de un amante a medias. Por eso la desesperación. Por eso la obsesión por hacer películas. Hay una manía muy francesa que es la del análisis, la de investigar el lenguaje del tiempo: Diderot, Baudelaire, Malraux, Truffaut o Ulmer redescubrieron a Poe, a Faulkner, a Hitchcock y a Hawks tal y como Michelet inventó la historia moderna, como un sortilegio, una resurrección; pues la Historia es un relato de acontecimientos, una nueva Biblia en la que se ponen unas formas delante de otras, ordenadas, colocadas para ofrecer un sentido común que se pierde en la traducción. El lenguaje nos engaña. Babel. Pero Jean-Luc, tú siempre lo repites: “a la gente no le gusta la Historia, le gustan las historias”. Quieren un conocimiento implícito, no dogmático, no académico. Estructurar la vida es como estructurar el mar. No hay manera. Adiós al lenguaje. Sólo el Cine. Un ejemplo: a la gente no le importó ignorar el hecho de que no se filmasen los campos de concentración, de que no se supiera con certeza qué sucedió allí, pero en cambio, sí le gusta que le cuenten por qué Turner escupía sobre sus cuadros o por qué los niños huyen de Robert Michum en La noche del cazador; esa sobrevalorada película de diseminados aciertos. Los niños se quedan dormidos sobre una barca y escapan del asesino -son los héroes-, luego aparece un sapo que es el autorretrato de Charles Laughton en modo Esopo: un ser asqueroso y noble al mismo tiempo que quiere hablar de la infancia del Arte, que quiere destacar su posible extinción. El sapo de la noche canta sin miedo mientras el público espera historias y no discursos: saber cuántas mujeres se follaba Klimt, dónde aprendió a bailar Fred Astaire, cuál fue la marca del coche en el que murió James Dean. Todos están encerrados en la gruta de Polifemo y sólo el héroe Jean-Luc, intenta salvarlos de la muerte segura, conduciéndolos a las profundidades de la Eternidad, pero el cíclope, cuando tiene hambre, devora sin piedad. Orson Welles asevera: Todo es verdad, todo lo que veis es la realidad y entonces Rivette (que fue también entrevistado por Daney) puede permitirse hacer películas larguísimas y no claudicar más de treinta segundos de metraje, se puede filmar El Gatopardo como si nada -acostando a un enorme perro sobre la cama-, Chaplin puede viajar a islas exóticas, tener cien mil hijos y soñar con películas que nunca podrá realizar -películas sobre una tribu en puro éxtasis-, Ozu revela negativos con sake envenenado para transformar el anquilosado Japón y Fuller dispara su revolver al inicio y al final de cada toma porque quiere convertir todo en una guerra perpetua y todo esto para construir una historia de leyendas que capturen al espectador, que le rapten durante la sesión -fuera y dentro-, durante el transcurso de la Historia, creando mitologías que nunca podrán ser igualadas, constelaciones de imágenes que surfean unas sobre otras, abriéndose y cerrándose, solapándose, violándose: pues esta es la historia de las relaciones entre nosotros. Somos signos, pero lo ignoramos. Daney te dice que hoy se hacen muchas más películas que antes, a lo que tú respondes sin temblar que dicha afirmación es mentira: “Hoy se hacen muy pocas películas, lo que hay son muchísimas imitaciones, un oasis de horror, el desierto del aburrimiento”. No se puede mirar hacia atrás, hay que seguir adelante para salvarse, hay que huir en el barco de los sueños como si fuésemos niños creyendo en la historia que inventó el cine: la única que se puede proyectar eternamente. Eurídice. Orfeo. Uno canta y otra llora. Dos bobinas para marchar en barco muy lejos de aquí. El arco y la lira. Uises y polifemo. Jean-Luc y Sergei.

 

 

 

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