o
La voluntad milagrosa
Una pequeña reflexión: ¿no es suficiente ya? Desde 1962 que Terence Young estrenó su Dr. No dando vida al personaje de la mano de Sean Connery han pasado por la gran pantalla otros veinticuatro filmes sobre las aventuras y desventuras de James Bond. Todo esto ha generado un género en sí mismo, un tono, un prejuicio, un dogma. Existe un público fanático, imbuido por la banda sonora, las persecuciones de coches y las chicas Bond y otro eventual, que percibe estas macroproducciones como momentos de regresión, tal que objetos nostálgicos de un personaje mutante. A recordar: ha habido seis Bonds distintos, cada uno con una jeta y ademanes distintos, mas con una chulería y snobismo similares. Tal vez eso es lo que hizo famoso al personaje inventado por el escritor Ian Fleming, hijo d emillonarios que fue periodista y miembro del cuerpo de la Inteligencia Británica. O sea, los fans de James Bond engullen ficciones escritas por un pijo que además, trabajó de espía durante la Segunda Guerra Mundial, al que le encantaba la ginegra y fumar en pipa. Esto no es ni mucho menos una crítica sino un esclarecimiento del origen de las ficciones masivas: ¿quién construye lo que millones degustan como una imaginería fantástica? Habría que escribir varios libros sobre ello. Uno se queda pensando y se pregunta: ¿no estará entreteniéndose con diabluras aristocráticas una sociedad cínica y pop que sólo disfruta con la repetición de lo conocido? El problema de las eternas sagas como la de Bond (El señor de los anillos, Los Vengadores, Harry Potter, etc.) no es su fascinante germinación por esporas, sino el hecho de si es necesario prolongar las historias o ilustrar cada episodio de una serie de ficciones, por general, vacuas, infatiles y a mi entender, poco interesantes. Es cierto que todo este tipo de megapelículas abordan el género épico de alguna manera, encarnando el espíritu de La Ilíada homérica. Es bien conocida el dilema entre ésta y su hermana, La Odisea, y tal vez -si el público actual las leyese- se podría apreciar qué es más grato para el público: lo épico o lo poético. Me temo que vivimos en una época en la que la masa necesita sentirse parte de algo más grande que su precaria vida y por eso proliferan tantos ismos, tan peligrosos, tan dogmáticos. Diluir los problemas en un personaje como el de Bond es quizá una cura superficial, un lavado de cara ante una realidad compleja y confusa llena de obstáculos pero, ¿cuándo no fue así? De ahí, los autores de toda la tradición occidental que encontraron en las ficciones el canal para llevar a la catársis al espectador y al lector. Toda cultura es un amasijo de influencias, todo el arte es un dominó de copias fantasmales pero, a parte de eso, nuestro tiempo se ha pervertido de una manera curiosa: replicándose en sí mismo, volviéndose endogámico, reduccionista, pobre. Tal vez en eso se ha ido convirtiendo un fenómeno como el de James Bond, un tipo de ficción con normas insalbables llenos de tics manoseados, planos idénticos, paisajes similares, tramas reiterativas donde un cierto público parece apoyarse para aliviarse, como cuando un miembro vuelve a su familia cada cierto tiempo y respira como si aquello fuera un descanso de la realidad, una relajación del Infierno, cuando no es más que un espejismo, una sensación nostálgica de lo que una vez fue y nunca más será. Nunca somos los mismos, ni siquiera James Bond. Ójala todo se acabase en esta última entrega y se pasase página, dejando al espía petrificado en el museo del cine comercial para que otras generaciones lo vean y curioseen, pues tendrán material para rato, ya que el cine nunca muere: él es el verdadero espía.
Hitchcock / Lynch
Suspicion (1941) / Twin Peaks Fire Walk with Me (1992)
¿Estamos en el pasado o en el futuro?
Jim & Andy: The Great Beyond
Featuring a Very Special, Contractually
Obligated Mention of Tony Clifton
(2017)
Chris Smith
En el año 2009, Chris Smith -uno de los mejores cineastas del siglo XXI, en la línea de Errol Morris o Raymond Depardon- estrenó una joya inigualable y exótica: Collapse. El testimonio de Michael Ruppert, un antiguo agente de policía convertido en sociólogo-profeta, quien se metió de lleno en el análisis exhaustivo del mundo socioeconómico contemporáneo -hasta el punto de dejar todo para difundir el mensaje de su causa- construye todo el film: un aviso sobre las consecuencias del obtuso mundo capitalista y la sociedad industrial. Así, Ruppert se convirtió en una especie de mártir silencioso de la verdad; después de muchos años dando austeras conferencias universitarias sobre sus terribles teorías del futuro, decepcionado y arruinado, acabó siendo un ser marginal que decidió suicidarse en el año 2014, triste y frustrado, considerado un enfermo, un paria, un exagerado. Se trata de un ejemplo más de un discurso lúcido saboteado por un sistema escéptico y una sociedad frívola, ignorante y reprimida, aterrorizada. Parece haber llegado un momento en la existencia en la que los individuos globalizados de la actualidad no son capaces de digerir hechos claros, aunque los tengan delante de sus narices. Ven lo que les dicen, saben lo que les dicen, dicen lo que les dicen. El cerco está echado. El sentido común, ha sido entregado a los Medios, que -sin piedad alguna, desde la superioridad moral de una entelequia denominada “responsabilidad social de la información”- deforman y construyen una realidad que se acaba imponiendo al pueblo, beneficiando a los intereses del Poder ¿Qué es el Poder? Un grupo de psicópatas forrados de billetes verdes que quieren seguir dirigiendo el “juego” ¿Qué juego? El juego al que siempre han jugado los bancos desde el Renacimiento, interpretando su papel de usureros impunes y el de los políticos, más que nunca, convertidos en marionetas de un sistema que se mueve desde los mismos bancos, impotentes ante un mecanismo institucional que los trata como poleas, tuercas y tornillos de una máquina que baila sola al son de las “monedas invisibles”. La Bolsa. Los Bitcoin. Los drones. Los móviles de última generación. El mito de la Tecnología. El mito de la Ciencia -Ciencia = Religión-. Abstracciones incomprensibles. Siempre lo mismo. Las apariencias se han convertido en una superficie resbaladiza que va y viene, como un péndulo, como la llamada posverdad (creada para definir la inverosimilitud de toda información, vamos, la propaganda de toda la vida extendida a su mayor magnitud). La información se ha convertido en una maraña inasumible por la limitada mente humana, y los poderes especulativos lo saben bien: la usan de la manera más vil. Cuando aparece el dato, comienza el caos -el viejo Calímaco decía que un libro muy extenso era una enorme calamidad-. Hay muchos más datos sobre cualquier cosa de los que desearía cualquier persona si no estuviera alienada, pero hoy... ¿quién no lo está? Sólo el que se aparta, sólo el que aprende a diferenciar y asociar, sólo el que descubre las reglas del juego y decide por sí mismo. Fuera de la inercia. Pero eso conlleva un sacrificio de trabajo y tiempo muy exigente, lejos de las posibilidades de la gran mayoría distraída con la publicidad, la pornografía y las interrupciones infinitas. Juegos de niños. Niños que saben nada. Analfabetismo global: un paraíso para los señores feudales. Todo esto y más es analizado por Michael Ruppert y filmado por Chris Smith. El problema comienza por el hecho de que hoy existe un rechazo directo al conocimiento en general, y del propio en particular. Así, las dos máximas más importantes heredadas de Grecia: “Sólo sé que no sé nada” y “Conócete a ti mismo” siguen vigentes como el primer día de ser acuñadas. Asignaturas pendientes que conducen al suspenso. El suspenso de la vida. ¿Quién podría ser capaz hoy de distinguir entre lo falso y lo verdadero? La complejidad de la abundancia generada en las sociedades de la Información y la Bolsa, hacen muy difícil que el ciudadano de a pie pueda pensar o como mínimo, entender algo de lo que sucede a su alrededor. El individuo sólo percibe anuncios, estímulos vacíos, violencia, grosería y vulgaridad: todo ello lleva a la desvalorización de la realidad, al nihilismo más tóxico, al escepticismo, a la depresión, a la miseria y pobreza humanas. La técnica no es nueva y ya pasaron las épocas del secretismo: volcar todos los datos en cascada para abrumar a una colectividad débil y sin herramientas, hiperocupada en trabajos basura destinados a vidas miserables. Internet fue el tobogán. De todo ello habla Michael Ruppert con una serenidad pasmosa ante la fiel cámara de Chris Smith, el cual desarrolla ese maravilloso arte de la escucha, del respeto ante la revelación de la existencia. El cine recoge lo maravilloso contenido en una mente solitaria. Así, una entrevista común deviene en puro cine, en puro arte, en pura revelación, en una cicatriz abierta de la psique donde parece vislumbrarse cierta luz, cierta honestidad, cierta sabiduría: una rara avis en nuestros tiempos. Un mensaje humano.
Nada más y nada menos que ocho años después de Collapse, Smith aborda un proyecto muy especial, con el mismo objetivo: plasmar un testimonio original y sincero sobre la extraña vida del siglo XXI. El humorista y actor Jim Carrey -quien pone a su disposición un metraje personal del rodaje “Man on the moon", inédito durante veinte años- será el protagonista. Carrey, que entre 2016 y 2020 desaparece prácticamente del mapa del show business -con el consiguiente y absurdo revuelo mediático-, tan sólo realizará dos proyectos muy personales. El primero de los dos fue la fascinante miniserie “Kidding” -basada en el maravilloso pedagogo Fred Rogers, emitida en dos temporadas y creada por Dave Holstein, la cuál acalla los falsos rumores de la retirada definitiva de Carrey- y el segundo, el prodigioso film de Chris Smith. Este último revela curiosos secretos a partir de la experiencia de la vida de una superestrella de Hollywood. En 1998, Carrey rueda un film dirigido por Milos Forman, basado en el ídolo maldito de la comedia norteamericana: Andy Kaufman. Excéntrico, naif, brutal, impredecible, sutil, basto, dramático, zen… Kaufman (1949 – 1984) simboliza al artista perfecto, un marginal brillante al que todos aman y desprecian al mismo tiempo, una presencia “camp” llena de virtudes catárticas: el chamán occidental de final de siglo, redimiendo en directo a la sociedad más enfermiza del planeta mediante el humor. Debido a la radicalidad de sus propuestas, Kaufman tendrá una carrera insólita y fugaz, como si se tratase de un poeta calculando su leyenda. El fuego del éxtasis arde con tanta intensidad que suele durar un tiempo muy breve. Jim Carrey (1962, Newmarket, Ontario, Canada), hijo de un saxofonista venido a menos, adoró a Kaufman desde su juventud como a un dios por eso, su participación como protagonista en "Man on the moon", fue más que un sueño hecho realidad: la oportunidad de su vida para ser aquel quien podía ser todos, el desafío más enorme de la carrera de Carrey siendo él mismo un imitador nato. Un imitador imitando a otro, imitando a todos sus personajes en una película donde él mismo hace de él mismo imitando a su mayor ídolo, o sea, a una idealización de su propia persona. La identidad. El metraje cedido por el actor al cineasta Chris Smith, muestra los avatares sucedidos tras las cámaras durante el rodaje del biopic, donde se muestra a un Carrey-Kaufman enloquecido, histriónico -ante un Milos Forman asustado y avergonzado ante la actitud irreal del actor-, mutando de un personaje a otro como si se tratase de una cadena de exorcismos, de abducciones pasajeras y descontroladas, de un actor asumiendo su oficio hasta el límite de lo real, rodeado de decenas de atónitos técnicos de rodaje, asistiendo a aquello como si se tratase de una broma, lamentablemente. El metraje de Carrey es mucho más que lamentable, una prueba de cómo la estrella intentó forzar la realidad para que no sólo fuese él quien replicase al personaje sino que la realidad se repitiera ante sus ojos para clocar la existencia y resucitar el pasado. Pero no funciona: Carrey es demasiado evidente y su número, a pesar de ser llamativo, no llega a trasmitir más que la impotencia de un ser incapacitado para trastocar la realidad. Sus intenciones son tan hermosas como las de Don Quijote, como las de Ignatius Reilly, como las de Hamlet, pero la realidad siempre es más curte que la imaginación y al rodar ese choque de colosos, el resultado es ridículo y vergonzante. El espectador, en su interior, ansía creer todo aquello, exagerar el hecho y hacer de ello algo único y exuberante, pero en su confesionario interno sabe bien que está viendo un pobre simulacro sin sustancia alguna, un suceso artificial. Otra cosa es la otra parte del film, la entrevista a Carrey frente a frente, mirándole a los ojos, oyéndole hablar muy cerca, con el corazón, de forma muy generosa. Lo sagrado aparenta ser una broma en una sociedad sin fe en lo extraordinario. Hoy, aquello que se sitúa fuera de lo convencional parece percibirse como malo, perjudicial y peligroso. La mente global está tan corrompida por el miedo que no es capaz de abrirse a lo personal, a lo imperfecto, a lo irracional, a lo irreal integrado en lo real. Los trasvases son cada vez más complejos, por eso hay que saber distinguir. Smith combina el metraje con la entrevista en la que el paciente, Jim Carrey, desde una serenidad pasmosa -muy parecida a la de Michael Ruppert- hace una regresión a aquel momento tan importante y decisivo para su carrera (Man on the Moon), que le lleva a deducir ciertas conclusiones sobre su profesión, sobre las personas, sobre la vida: ¿qué puede sentir un hombre que en realidad ha logrado todos sus sueños? Carrey habla de la jaula de la existencia, del hecho imposible de escapar, de tocar un techo artificial bajo el que vivimos todos: la identidad. El show de Truman. ¿Quiénes somos en realidad y por qué vivimos como vivimos?, ¿qué queremos que los demás vean de nosotros?, ¿cuándo somos nosotros mismos?, ¿estamos encerrados en nosotros mismos o en un mundo falso? En el año 2013, Carrey sufrió el momento más polémico de su carrera cuando, por unas subversivas declaraciones en un talk show, fue vinculado a ciertas conspiraciones ideológicas. Es cierto que tras los incidentes y la ola de basura mediática, Carrey trabajó poco: cuatro películas menores, la miniserie y algunas colaboraciones para programas de comedia. Y la película-documental de Smith. Nada más. Ahora, la pregunta es la siguiente: en el caso de existir superpoderes mundanos y esferas de control, ¿fue castigado Carrey al ostracismo por su actitud rebelde o simplemente él mismo fue el que se apartó del negocio después de haber sido la estrella mejor pagada de Hollywood durante años? La respuesta sólo la sabe Jim Carrey, un artista que decide ponerse delante de las cámaras de Smith para confesar su desencanto y manifestar su verdad, hablar de su singular experiencia, de su visión sobre la existencia mundana y sus aspiraciones de fundirse en el universo, bailando sobre placas tectónicas o en un planeta lejano a la farsa de la civilización. Carrey quiere volver a ser salvaje. Civilización o barbarie. Su mensaje es directo, pero hay que descifrarlo levemente: la vida es un juego hermoso donde hay que seguir los instintos; todo lo que te haga separarte de eso, es terrible. Una pesadilla en vida. Su tratamiento: intentar encontrar quién eres dentro de otra persona, del otro; salir del egocentrismo, del cascarón y abrirse al mundo: descubrir quién eres para dárselo a los demás. Nunca hacer caso a los demás, ser fiel a ti mismo. Dignidad como Libertad. Ya lo dijo el Tao: abrazar a la Hembra Negra, al Universo. Entregarse. Conseguir ser lo que cada uno es, hace que todo se cumpla, que las cosas ocurran por sí mismas. Carrey no es un gurú ni un coach última generación, simplemente es una víctima del espectáculo, un alma sensible que ha vivido una circunstancia particular: la fama y el éxito social. Money. Cómo redirigir ambas realidades y hacerlas coincidir en equilibrio parece ser un ejercicio tan complicado como entender las noticias del periódico y sacar algo en claro. Michael Ruppert y Jim Carrey son las dos caras de una misma moneda, dos seres que han desarrollado el pensamiento crítico y han liberado su sentido común ante la barbarie, al llegar al cartón del escenario. La burbuja no es real, no es verdadera. La fotografías mienten. La superficie nos engaña y hay que ir más allá. Abrir la puerta y caminar sin destino. Muy lejos. Distanciarse para ver el paisaje. Para ver toda la película, no sólo fragmentos de Instagram o Tiktok, celdas de castigo en miniatura, cubículos de banalidad masiva y perversión fugaz; hay que dar valor al tiempo para ver suceder las cosas a su ritmo. La película de Chris Smith excava en ese sentido, escuchando a la persona, al personaje, buscando la emoción en la palabra, manteniendo la distancia del oyente, la dignidad humana, tratando a Carrey como lo que es: un ser herido y valeroso en un mundo incomprensible. Carrey envidia a Kaufman, pues confiesa que cuando deja de ser él -y todos sus avatares- se siente vacío y su existencia carece de sentido. Kaufman fue el símbolo de un inconsciente colectivo en forma de delirio idealizado, Carrey, aquel que intentó resucitar el espíritu de aquella maravillosa demencia. Copia certificada, nunca auténtica. Jim Carrey es Jim Carrey. En un momento especial del film, narra con detalle el día en que se dio cuenta del estúpido carrusel en el que había vivido durante décadas y optó por el silencio: allí encontró la verdad, su verdad. La verdad de todos. Se hace emocionante poder ver algo así, aunque tal vez sólo sea una ilusión permitida por Netflix o por las esferas demoniacas. La fisura se abre y la ficción resulta ser así la única cura en un mundo donde la verdad ha sido desterrada y más aún, frivolizada, extirpada y mutilada hasta ser irreconocible. Sólo hay que parar, detenerse, apagar el televisor, desconectar el móvil, olvidar internet y quedarse en silencio sin hacer nada más. Alejarse de las hipotecas, los coches, los deseos, las inversiones y los negocios. Ya lo dijo Epicuro: “aléjate de los negocios, feliz en el presente”. Todo llega sólo si uno lo permite, si se olvida la discusión y el reproche y uno se centra en ser. Solamente en ser. En trabajar con el corazón. No hay más. Hay que empezar a tomarse las cosas en serio y a volver a confiar en lo desconocido, en lo extraordinario, en lo impredecible, en lo incierto. No es que nadie crea, es que nadie parece estar preparado para creer y esta es la situación actual que a partir de una trémula experiencia entre bambalinas nos ofrece Jim&Andy, una creación necesaria y verdadera en estos tiempos inciertos que Chaplin definió como modernos, pero que debió bautizar como abyectos.
2B
Fatal belleza
J-L. G.
Querido Jean-Luc:
mujeres mirando, mujeres escribiendo, mujeres enamoradas. Mujeres en los brazos de un hombre. Versos españoles cantados por cantautores. La resistencia sonora. Las canciones hablan de todo sin darse cuenta, pero luego se pierden. Hay grandes esperanzas en ti, Jean-Luc, sigue habiéndolas aún a punto de desaparecer. Tú serás nuestra música cuando seas el hombre sin atributos que habló de los mensajes del cine: la moneda del absoluto, los signos entre nosotros, el control del universo. Los muertos vivientes de este mundo vienen del pasado: Cocteau, Bonny&Clyde, Mamma Roma, Frank Sinatra, la furia de Cassavetes; no es extraño que le explote la cabeza al final del film. Cuando De Palma parecía tener algo que decir… Lees La Montaña mágica, adoras a Murnau, a Freund, ves Tener o no Tener y usas las manos para ordenar dichas ideas, dichos espasmos calientes llegando precipitadamente, desfilando ante los ojos, ante tu máquina de escribir, grabando el sonido de las teclas invisibles, como un piano mágico. Las manos sirven para pensar, pero también para esclavizar. Tú dices: el encuadre americano se inventó para mostrar la pistola del hombre, el plano medio se utilizó para filmar los pechos de las mujeres. La cigarra y la hormiga. El cine está poseído por el invento lacaniano de la lactancia inconsciente: los hombres buscan una madre, las mujeres, un hijo. Es el bucle de Proust, la esperanza de recuperar el tiempo perdido, vivir el tiempo recuperado, ¿qué hay detrás de la máscara de hierro de Marcel Pagnol, de las muchachas indolentes de Renoir, de la parálisis decorativa de Seurat? Cuando el sonido habla, quien escribe es el novelista que nunca llegaste a ser, Jean-Luc y todo por no poder pasar de la primera frase y todo por una obsesión: “ni un arte, ni una técnica: un misterio”. Proust creó a Albertine y tú creaste a Patricia Francini, a Nana Kleinfrankenheim, a Odile… por eso la belleza puede revelarse como una llama: quemar el cine, pero con el fuego interior. Langlois flota por el espacio y llora de felicidad al ver lo que has conseguido, haciendo un incendio del arte, concentrando todas las mil y una noches en un monedero falso, en una frase de Adorno, en un puñado de capítulos en pos de la belleza, pues ella es una hechicera hechizada con un poder demoniaco de absorción universal. La belleza es un juego que transforma al hombre en un símbolo, en una relación con las formas, en la única oportunidad de escapar. Sabine Azéma recita la música de las esferas. Tú eres música, Jean-Luc: siempre se han olvidado del sonido y eso es muy triste, pues representa la mitad del embrujo, la otra cara del truco. El juego de la fuga no se sabe cuando termina. Contar la historia de las historias para durar más que las edades, para superar la duración de la mano de Bergson y encontrar los cuerpos maltratados en la pantalla, humillados por el deseo. El sonido incorpora a la imagen y el cine es la medicina del mundo, pero nadie le hace caso pues la ciencia cree que se puede valer por sí misma. Hay que aprender a relacionar las cosas para llegar a las soluciones. Una imagen sola no vale nada. Einsenstein, El Greco, Caravaggio deben dar la mano a Vesalio, a Jean Fontaine; Delacroix debe morrearse con Pasteur. Mientras esto no suceda, todo esto no será más que la industria de la Muerte y ni el cáncer ni el sida hallaran cura. Todo está en todo. King Kong, Hitchcock y Bonnard son tus guardaespaldas personales, Jean-Luc, el ejército que lucha contra la desaparición de la Belleza: “hay cincuenta C. B. DeMille por cada Dreyer”. ¿Dónde están los poetas?, ¿dónde está Chaplin? Arruinado por las mujeres, desesperado, saliendo de la Cinemateca Francesa del brazo de Langlois, a punto de morir de senilidad e incomprensión. Un rey en Nueva York, un monarca de las sombras. Al final, una mujer baila como una mariposa, elevando los velos de la lírica por el aire. Chomón vive en tus manos pues la belleza, antes de ser vista, tiene que ser tocada.
2A
Sólo el cine
J-L. G.
Querido Jean-Luc:
En su rapsodia séptima, Homero canta sobre el cíclope, aquel gigante que veía por un solo ojo. Las tradiciones órficas hablaban de ellos como seres de luz, protectores de la sabiduría de la naturaleza; pastores diabólicos del conocimiento. Se trataba de un engendro siciliano llamado Polifemo, el cual vigilaba los rebaños de las formas, protegiéndolos de Ulises, aquel ser ingenioso que asociaba las ideas para sobrevivir. Polifemo, el gigante salvaje, devora todo lo que tiene que ver con el héroe de los artificios. Tú, Jean-Luc, también entablas un diálogo con un monstruo, ¿o tal vez eres tú mismo aquel que se come a los hombres y se emborracha con el vino negro de las tinieblas? La historia se escribe con las manos y se lucha con la espada: el último esgrimista del cine escrito fue Sergey Daney, el único que podía describir el límite de lo que intentabas hacer: ¿salvar a tus compañeros o devorarlos?, ¿resucitar la historia del cine o enterrarla?, ¿cuál era el objetivo de esta empresa de delirios indescifrables? Dos seres conversan y uno engaña al otro para continuar la aventura; el héroe clava su estaca en la mirada del escritor hasta cegarle. La televisión, el cine y las historias son tus compañeros de viaje, Jean-Luc, tú, el cineasta más famoso y más desconocido del mundo. Por eso, perseguido por la ira Neptuno, padre de Polifemo, invocas a Drácula, a Jerry lewis, a Sigfrido y a Fellini armado con su látigo domando mujeres, para poder encabronar al cíclope (Daney) con tu verdadero nombre, con una verdadera historia del cine, la tuya, echando al barro sus razonamientos idealistas, sus míseras y caducadas ideas de la nueva historia: la Historia proyectada. El cine es otra cosa muy diferente a la que se cree e incluso Sergey Daney lo ignora, él que tantas horas perdió en las salas, que tanto tiempo le costó parecerse a un cahiers. Hoy todos le adoran y él mismo es una leyenda, pues ha pasado a formar parte de la pantalla, mientras tú, Jean-Luc, te escapas bajo la tripa del carnero. Hay un antes y un después de la imagen, de la sociedad, de lo humano: el aburrido Antonioni, la herencia monstruosa del clasicismo, el Quijote, Homero, Cervantes, Joyce: toda esta pléyade divina arrastró en su momento a toda la cultura oficial hacia la deriva, sintetizando las artes para contar una sola historia y fraguar una leyenda. El cine es una leyenda desde sus inicios. Ser cineasta también incluye ser un creyente. Dices que tenemos diez dedos para señalar diez películas que simbolicen la idea del siglo XX, pero en realidad hay veinticuatro capítulos en La Odisea, uno por cada hora del día, uno por cada uno de los fotogramas que generan el movimiento. El cine. Cada fotograma es una película, cada película, un montón de formas saltando, respirando, cambiando de espacio y de tiempo. A partir de un punto, Daney comienza a entender que el héroe se asemeja a su propia historia y que sin hacer una antología personal de la historia del cine, uno no puede conocer su propia historia, la historia del Yo: al final, el cineasta es en realidad el cine mismo y su talento pasa por entender los mensajes de la abundancia. No hay distinción. La historia de un cinéfilo es la historia de un amante a medias. Por eso la desesperación. Por eso la obsesión por hacer películas. Hay una manía muy francesa que es la del análisis, la de investigar el lenguaje del tiempo: Diderot, Baudelaire, Malraux, Truffaut o Ulmer redescubrieron a Poe, a Faulkner, a Hitchcock y a Hawks tal y como Michelet inventó la historia moderna, como un sortilegio, una resurrección; pues la Historia es un relato de acontecimientos, una nueva Biblia en la que se ponen unas formas delante de otras, ordenadas, colocadas para ofrecer un sentido común que se pierde en la traducción. El lenguaje nos engaña. Babel. Pero Jean-Luc, tú siempre lo repites: “a la gente no le gusta la Historia, le gustan las historias”. Quieren un conocimiento implícito, no dogmático, no académico. Estructurar la vida es como estructurar el mar. No hay manera. Adiós al lenguaje. Sólo el Cine. Un ejemplo: a la gente no le importó ignorar el hecho de que no se filmasen los campos de concentración, de que no se supiera con certeza qué sucedió allí, pero en cambio, sí le gusta que le cuenten por qué Turner escupía sobre sus cuadros o por qué los niños huyen de Robert Michum en La noche del cazador; esa sobrevalorada película de diseminados aciertos. Los niños se quedan dormidos sobre una barca y escapan del asesino -son los héroes-, luego aparece un sapo que es el autorretrato de Charles Laughton en modo Esopo: un ser asqueroso y noble al mismo tiempo que quiere hablar de la infancia del Arte, que quiere destacar su posible extinción. El sapo de la noche canta sin miedo mientras el público espera historias y no discursos: saber cuántas mujeres se follaba Klimt, dónde aprendió a bailar Fred Astaire, cuál fue la marca del coche en el que murió James Dean. Todos están encerrados en la gruta de Polifemo y sólo el héroe Jean-Luc, intenta salvarlos de la muerte segura, conduciéndolos a las profundidades de la Eternidad, pero el cíclope, cuando tiene hambre, devora sin piedad. Orson Welles asevera: Todo es verdad, todo lo que veis es la realidad y entonces Rivette (que fue también entrevistado por Daney) puede permitirse hacer películas larguísimas y no claudicar más de treinta segundos de metraje, se puede filmar El Gatopardo como si nada -acostando a un enorme perro sobre la cama-, Chaplin puede viajar a islas exóticas, tener cien mil hijos y soñar con películas que nunca podrá realizar -películas sobre una tribu en puro éxtasis-, Ozu revela negativos con sake envenenado para transformar el anquilosado Japón y Fuller dispara su revolver al inicio y al final de cada toma porque quiere convertir todo en una guerra perpetua y todo esto para construir una historia de leyendas que capturen al espectador, que le rapten durante la sesión -fuera y dentro-, durante el transcurso de la Historia, creando mitologías que nunca podrán ser igualadas, constelaciones de imágenes que surfean unas sobre otras, abriéndose y cerrándose, solapándose, violándose: pues esta es la historia de las relaciones entre nosotros. Somos signos, pero lo ignoramos. Daney te dice que hoy se hacen muchas más películas que antes, a lo que tú respondes sin temblar que dicha afirmación es mentira: “Hoy se hacen muy pocas películas, lo que hay son muchísimas imitaciones, un oasis de horror, el desierto del aburrimiento”. No se puede mirar hacia atrás, hay que seguir adelante para salvarse, hay que huir en el barco de los sueños como si fuésemos niños creyendo en la historia que inventó el cine: la única que se puede proyectar eternamente. Eurídice. Orfeo. Uno canta y otra llora. Dos bobinas para marchar en barco muy lejos de aquí. El arco y la lira. Uises y polifemo. Jean-Luc y Sergei.