eres un solitario que ha intentado formar parte del rebaño, no un solitario que acepta su naturaleza; de ahí tu contradicción. Toda alma es una contrariedad, una oposición. Tú quisiste pensar para luego ver, pero en tu adolescencia sólo leíste novelas alemanas y escuchaste a tu rico abuelo recitar en francés los versos matemáticos de su amigo Valéry. Gran teórico, pobre poeta. ¿Quiénes son los poetas, Jean-Luc? Los que ven y luego piensan, pero entonces, ¿para quién está pensado el cine? Para los que se olvidaron de ser poetas, como Gauguin o Blancanieves. Los poetas siempre están solos, tanto, como también lo estuvo Cassavetes en Norteamérica, donde le humillaron hasta verle muerto, obligándole a representar cientos de papeles con el único fin de ahorrar fortunas para dirigir sus propios films. Sus hijos. Él fue contra el poder establecido que quiso imponer la televisión al público, que quiso convertir el cine en pura difusión. Cassavetes se sentía solo como tú y por eso gesticulaba de forma diabólica, por eso murió sonriendo y desesperado al no sentirse querido, al sentir el mundo como una jaula. Pero quedaron sus películas. Picasso tampoco claudicó y por eso aparece acompañado junto Brigitte Bardot, aquella estrella a la que tú dabas la mano en aquella película de Rozier que documentaba tu aburrido film “El Desprecio”; Picasso fue el punto final de un tipo de civilización, de un tipo de idea general del arte. La Nouvelle Vague pudo ser el comienzo de otro tipo de movimiento, el primer gran modelo del último tipo de arte, pero como tú mismo recuerdas: “creímos ser una puerta abierta, pero fuimos algo que se cerró pronto”. En el cielo vuelan los pájaros de Hitchcock y en los caminos perdidos, Glauber Rocha hace dedo para que alguien coja su relevo: la huella de la Nouvelle Vague es invisible, pero sigue presente. Al pensar en Kurosawa y en Joris Ivens, el viento comienza a soplar una historia que escribe lo que el propio viento se llevó, por eso no se nota, se cree que vuestro legado ha desaparecido, pero la tierra que arrastra el soplido son partículas de voluntad: Nietzsche en fragmentos cósmicos, olas de soledad con espuma de Faulkner y Bronte que hicieron al gran público creer que el mundo estaba allí, ante sus ojos. Pero vosotros también fuisteis Hollywodd, pues EEUU no sólo ganó la guerra sino que secuestró a la cultura Europea y sometió las películas a dos elementos coagulantes: el sexo y la muerte. El sonido y la imagen. Leonard Coen y Arnold Böcklin. El cine podría haber seguido siendo mudo, pero Hollywood intuyó la rentabilidad, destruyendo el alma, entregando los films al guión, a la palabra, dejando atrás las formas: verdadera esencia del arte filmado. Se abandonó el cine que no sabía nada del espectáculo ni del dinero, el cine de las máscaras inventado por el Mozart del séptimo arte, Charles Chaplin y su escudero, Buster Keaton, a quien condenaron al olvido mediante cláusulas infernales y abogados retorcidos. Al encenderse las candilejas, la luz tiembla y las apariencias se hacen relativas, cambiando ligeramente de forma, haciendo que la verdad baile y cante sin miedo a ser reconocida. Tras el telón, disfrazado de oso, aparece Jean Renoir, el hijo del pintor difuso, aquel heredero que pagó sus primeros films con los cuadros de su padre: él representa la vieja escuela, el cine antes de los italianos, antes de la Resistencia, antes de la modernidad. Él también se vendió a Hollywood para probar la corrupción, la diferencia -en comparación con otros- es que el seguía esperando sorpresas de la vida, él seguía creyendo en el espíritu documental. Jean-Luc, ¿qué es lo documental? Aquello que se acerca a la fotografía, aquello que pretende ser más verdadero que la propia vida, pero que a la vez no es una cosa sino una asociación. Una relación. Lo documental es Cézanne eligiendo manzanas en el mercado para después ir a su casa a ordenarlas y a pintarlas. Lo documental o lo Real no es un arte ni una técnica: es el corazón del cine. Pero ese corazón fue aplastado por ladrones y asesinos, invocado por mentirosos: Bertolt Brecht intentó detenerlos, tú Jean-Luc les lanzaste El desprecio, señalando a las cosas por su nombre por la boca de una leyenda arruinada, Fritz Lang -el padre de Metrópolis- y de una estrella del destape, Brigitte Bardot. En ese film señalaste el origen: Ulises, ¿cuál fue el origen del cine? Dos bobinas de una misma idea: Edison y Lumiere. Un inventor y un comerciante, un yanki y un gabacho. A partir de ese momento, una bobina se llena y otra se vacía, así, Greta Garbo se fue llenando mientras Flaherty se empobrecía y Welles se tuvo que exiliar mientras Rita Hayworth amasaba su fortuna siendo Gilda. El amo y el esclavo. Hollywood fue construyendo sus siglas aumentando la frivolidad, el cinismo, la ambición. Lejos de allí brilla un cielo pintado por Fra Angelico, sobre el que un ángel exterminador aterriza en una tierra sin pan. Buñuel es un profeta salvaje y bizco que sólo necesita las manos para hacer cine, donde el cine es el único lugar donde la memoria es esclava. Imaginen a Vertov haciendo Johnny Guitar, a Voltaire rodando El hombre de la cámara: el cine ofrece otro sentido de la Historia donde todo se mezcla para hacer coincidir los vértices. Hegel retorna. Zola escribe una novela sobre Jean Seberg y Manet prepara un encuadre de Vértigo: hay un mundo plástico que viaja de Giotto a Mattise, de Madame de Lafayette a Faulkner en el que la mujer es observada por un hombre, donde el cine es una locomotora que acaba siendo una esclava, ¿cómo se comunica la memoria? Por raíles muy finos que llevan a todos sitios. Jean-Luc, Abel Gance filmó La Rueda para resaltar que la imagen es una invención de la cultura occidental, que ni los mayas ni los budistas imaginaron nunca, que la imagen contaba una historia en la que había que creer. El cine es una metáfora del mecanismo cristiano: una historia compuesta de otras muchas. Al final del siglo XIX, con el empuje de la industrialización, el capitalismo comienza a destruir la vida de las sociedades y por eso, con la llegada del cine, según tú aseguras, se resucita a la civilización pues al llegar a la sala, se cree que hay algo más en la existencia que apretar tuercas o picar carbón. Las manos no sólo sirven para ganarse el pan sino para ordenar el tiempo: la imagen vendrá en el tiempo de la resurrección (Apóstol Pablo). Por eso Buñuel, por eso Caravaggio, por eso Rembradt, para crear a la nefasta Tippi Hedren o a la malvada dama de Shanghai, ¿dónde pervive la libertad? Donde respiran los poetas. Dices que Rosselinni fue el gran profeta pobre que vendía los muebles de su casa para comprar celuloide en la Kodak, es ese cineasta al que incendiaron las oficinas para que no mostrase el mundo que podría ser, que había sido. Su mundo. El fuego arde a la sombra de las muchachas en flor y entonces nace la imagen, la proyección en forma de cono, pues el cono es la figura geométrica del cine. Rossellini existió para que muriese Musollini y para que un sobrino de Gide llevase por primera vez una cámara al continente africano. Picasso se obsesionó por el arte africano a partir de Rossellini, de su influencia, de las películas de Jean Rouch. El siglo XX sólo aplicó los ingenios del siglo XIX: allí, en ese siglo oscuro donde vivió Novalis, Rimbaud, Baudelaire y Napoleón, se inventó todo. ¿Para qué se inventó todo aquello, Jean-Luc? Para mejorar la comunicación, para llegar a más lugares, más rápido, para democratizar la vida. Pero la vida se paró, ¿por qué? Por el trabajo y cuando no pudieron pararla por el trabajo inventaron la guerra, la guerra moderna como un espectáculo. Por eso, el siglo XIX, siguiendo tus palabras Jean-Luc, fue ingenioso pero también estúpido como también lo fue Madame Bobary. Todo acabaría en la pornografía y Lumiere enunciaría su conclusión: el cine es un arte sin futuro. Hollywood no escuchó al francés y siguió la recomendación de los comerciantes judíos venidos a más, convertidos en mandatarios de los estudios más rentables de la historia, dispuestos a pervertir la cultura occidental. Gaumont, el gerifalte francés del cine tampoco hizo caso a Lumiere y soñó con transformar el cine en televisión, en llevar la sala de cine al dormitorio. El mundo se podría ver desde la cama. Quizás nadie entendió las palabras de Lumiere y a lo que se refería con su cita fue a que el cine es un arte del presente, del presente eterno. Esa es la infancia del arte, la infancia del cine imaginada por un santsimoniano, pero el cine no supo ver venir la tragedia y vivió la histeria colectiva, la muerte de Virgilio, la tumba india, los tristes trópicos y los sueños de Freud. Un estado infantil llevó a Europa a la guerra y a un grupo de niños terribles a conseguir un cero en conducta: Vigo, Chaplin, Stroheim… hasta que llegó Hitler: no quisieron hacer caso a las películas, reprodujeron lo real, el futuro, pero el público estaba embebido en el espectáculo, en el presente, en la ilusión. Evasión o Victoria. Se confundió la fotografía y el cine, lo real y la ficción, el rostro y la máscara. John Wayne y los gatos de Muybridge parecían la misma cosa. Los poetas no pueden cambiar el mundo pero muestran el camino hacia el cambio. Gauguin trabajaba en la bolsa de parís y acabó pintando plátanos en la Polinesia. El camino es otro, no el trillado del que se habla, no el que se vive en la fábrica. Todo son apariencias. Los poetas siguen atentos a las huellas de los dioses hundidos. Luego vuelve a sonar Leonard Cohen, ese cantante canadiense que vivió en su juventud como un Robinson en una isla de Grecia y acabó follando con Janis Joplin en el Hotel Chelsey, flotando en la abundancia y todo, porque una día -tumbado en la orilla de un isla- decidió imitar a Bob Dylan. Si ese chico lo puede hacer, yo también. A partir de un punto determinado, dices, Jean-Luc, todo es una imitación. La Nouvelle Vague fue una imitación de Hollywood, un intento de imitar lo de fuera para acabar con lo de dentro. Quisisteis un hueco en la apretada historia del cinematógrafo y a base de una serie de sacrificios, algunos lo conseguisteis. Renoir y la vieja escuela ya eran el pasado. Esa es la historia solitaria que empieza y que acaba en Vértigo, cayendo de lleno en los brazos de Hitchcock. Ocupar un sitio en una verdadera historia: esa fue tu obsesión.